23 de septiembre de 2015
Inclusión en el directorio REMES
Les cuento que he sido incluida en la Red Mundial de Escritores en Español, un espacio para hallar información sobre los miles de escritores que trabajamos con nuestra preciosa lengua y que nos esparcimos por el mundo. Ahí pueden encontrar información de otros autores, sus publicaciones, actividades y sitios donde se los puede hallar. =)
22 de septiembre de 2015
Conversatorio hoy en la Feria del Libro
Hoy la Feria Internacional del Libro de Costa Rica edición 2015 continúa con un gran número de actividades y su amplia oferta librera, desde temprano en la mañana hasta la noche. En este sentido, esta tarde, a las 4 p.m., Uruk Editores organiza el Conversatorio "Mujeres en la literatura costarricense" con mi participación y el de otras tres reconocidas escritoras costarricenses, a saber, Alma Aguilar, Laura Casasa y Arabella Salaverry. El evento tendrá lugar en el segundo piso de la Casa del Cuño. Es de entrada gratuita y abierta al público en general. ¡No se lo pierdan! Estará muy interesante. Después, más tarde, estaré en el stand de Uruk firmando libros y recibiendo a los lectores que quieran charlar conmigo. =)
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Vida de escritor
19 de septiembre de 2015
Razones para descalificar una novela que no son realmente objetivas
Siguiendo
con la entrada anterior, en la que comenté un poco sobre cierta falta de
honestidad de los críticos literarios, o de quienes se presentan como tales,
particularmente en reseñas en Internet, ahora les comento algunas razones que
he encontrado en sus comentarios que lejos de ser objetivas, más bien parecen
esconder los gustos personales del reseñador en cuestión. Y si no, juzguen
ustedes:
1. No creo en la propuesta temática fundamental de
la novela. En otras
palabras, este punto se refiere a situaciones increíbles, como cuando un crítico o reseñador toma una novela de fantasía y declara
de buenas a primeras que "no cree en la magia", para luego criticar negativamente
la novela en cuestión aduciendo que le parece inverosímil que haya brujos en
ella. ¿Pueden imaginar lo que significa que uno lea una historia fantástica,
donde la magia aparecerá bajo una u otra forma en cualquier momento, y que le
critique ese rasgo porque “no cree en la magia”? Es tan absurdo como tomar una
novela histórica sobre la
Guerra de Secesión, por ejemplo, y declarar que no cree en la
existencia real del general Grant o del general Lee. O tomar una novela negra y
ostentar la premisa de no creer en la existencia de las mafias. ¿Qué clase de
crítica es esta? ¿No debería primero ubicarse ideológicamente antes de siquiera
pensar en reseñar un libro cuyo género temático le es ajeno o poco creíble? Si El Hobbit comienza, por ejemplo, con una criatura imaginaria viviendo en un agujero, ¡no podrías luego aducir que es que no crees en las criaturas imaginarias para descalificar el libro!
Muy
distinto sería que hablara de la coherencia interna de la historia o de la consecuencia de una parte del argumento con otra. Por ejemplo, si la novela de
fantasía explora un mundo donde se establece como premisa inicial que los magos
sólo pueden realizar actos de magia durante la noche, y de pronto, el crítico se
tropieza con un capítulo donde un hechicero transforma a alguien en cucaracha a
plena luz del día, entonces podríamos comprender su observación negativa. No se trata de “creer en la magia” o no, se trata de señalar
que hay una incoherencia fundamental en el mundo narrativo mismo. Eso sería una
crítica objetiva real.
2. La novela no contiene elementos de denuncia
social, o de crítica política, o de romance, o de erotismo, etc., o le faltan
naves espaciales, o le falta una historia de amor, o le faltan robots, etc. En otras palabras, la novela no incorpora, en su tratamiento temático,
algunos elementos que son del gusto personal
del crítico. Este tipo de razones es en realidad una variante del punto
anterior, pero suelen estar mejor expuestas, porque los reseñadores saben
disfrazarlas con un discurso muy sesudo sobre lo que la literatura “debería”
incorporar siempre o sobre cuál es su “función social”, entonces, convierten en
defecto de la obra la ausencia de un elemento que ellos en lo personal están
buscando. Piensen, por ejemplo, si alguien se molesta porque Guerra y paz no contiene elementos eróticos (!).
Naturalmente,
esto es absurdo. La literatura es muy amplia como para que deba ser restringida
en cuanto a sus componentes temáticos. Si una historia no toca el tema de las
desigualdades sociales, no deberá tachárselo como si fuese un grave defecto, a
menos que su propio planteamiento lo hubiera pedido. Por ejemplo, si el
reseñador en cuestión lee una novela erótica y no encuentra denuncia social, lo
único que cabe aconsejarle es que cambie de libro, porque ese no es para él.
Pero, si lo que el reseñador está leyendo es una novela política donde se trata
el tema de una revolución y falla al mencionar dicho tema, podemos suponer
entonces que sí es un defecto de argumento o estructura y no un asunto de gusto
personal del crítico. Igual sucede si lo que el reseñador está buscando es
erotismo. Es fácil esperarlo en una novela erótica (por algo se la califica
así). Si el reseñador no encuentra erotismo en una novela erótica, ¡su crítica
es lógica! Pero no hay ninguna ley que exija el erotismo en una novela
histórica o en una novela negra.
3. Hay demasiados personajes (o muy pocos). Esta es una de las razones más
extrañas con las que me he topado últimamente: criticar a una novela porque
despliega un número “excesivo” de personajes, o al revés, porque no incorpora
“suficientes”. Por favor, ¿cuántos son necesarios? ¿Cuántos son muchos o son
pocos? ¡Es una novela, el género heredero de la Épica, vamos! Las posibilidades
de que presente cientos de personajes son enormes. ¡Pero puede basarse sólo en
uno también! Jamás el número de personajes puede ser una razón objetiva para
descalificar una novela. Mucho menos si el reseñador aduce como gran
motivo que “se pierde con los nombres” o “se pierde con las conexiones”. Si en
nuestra vida diaria, común, somos capaces de retener el nombre y conexión con
cientos de personas sin perdernos, no parece creíble que un reseñador,
acostumbrado a leer novelas, pueda “perderse” con unas cuantas decenas de
nombres. A veces, ni siquiera más de veinte.
Una razón
objetiva para descalificar una novela sería, en cambio, que el diseño de los
personajes es plano, de modo que pareciera que nos vemos con caricaturas y no
con personas reales; o que un personaje X es fundamentalmente igual a un
personaje Y (como descubrí pronto en una famosa saga de fantasía donde todas
las mujeres eran descritas exactamente igual, y no me refiero a sus rasgos
físicos, en los que, por fortuna, sí diferían). En ese caso, si el reseñador
critica que la novela presenta veinte personajes indistinguibles entre sí por
sus rasgos psicológicos o emocionales, podría ser de recibo —a menos, claro
está, que esté leyendo una novela de ciencia ficción que trata de clones
perfectos con rasgos físicos y emocionales exactamente iguales—.

Ahora bien,
si la crítica no va por el número de subtramas, sino por la conexión entre
ellas, ya estaríamos hablando de criterios más objetivos, que caerían en el
campo de la coherencia argumental que se espera de una novela bien
estructurada. Si el reseñador critica la existencia de subtramas que no guardan
relación con la trama principal ni parecen justificarse, entonces su
observación es objetiva. Si el reseñador sólo se preocupa de que hay “muchas”,
es un asunto de gusto personal: significa que debería concentrarse en los
cuentos —que se caracterizan por presentar sólo una trama— y dejar las novelas a
otros.

Ahora bien,
si lo que el reseñador está criticando es que la historia prometía una intensa
acción que nunca se dio, por ejemplo, si es una novela de espías y el
protagonista es un fugitivo que está huyendo de varias agencias especiales que
han jurado matarlo, pero se pasa la mitad de la novela sentado en el patio de
su casa reflexionando sobre la vida, entonces, sí, estaríamos hablando de un
análisis verdadero de coherencia argumental y de verosimilitud del
planteamiento temático. Pero si la novela es la historia de un científico que
está buscando la cura contra el cáncer, no es posible estarle exigiendo que
haya capítulo tras capítulo de persecuciones sin sentido.
En fin, sólo he expuesto unas cinco razones. Ustedes podrían señalar muchas más, pero creo que se hace evidente la necesidad de que los reseñadores sepan separar sus gustos personales y sus preferencias de lectura de la verdadera crítica profesional que los lectores están buscando en sus reseñas. De gustos podemos charlar y aun debatir, pero siempre podemos dejarlos a un lado. Lo que buscamos los lectores es otra cosa: es una guía objetiva que nos ayude a decidir cuál libro vale la pena ser leído y cuál no en este mundo saturado de tantos millones de libros. =)
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Vida de escritor
16 de septiembre de 2015
La honestidad de un crítico


Luego
vinieron las lecciones. Había que aprender sobre historia de la literatura,
sobre las grandes obras y los grandes autores, y sobre la importancia de
ciertos elementos en cada texto literario que había que tomar en cuenta para
juzgarlo. Recuerdo bien mi manual de lecturas en el colegio, porque seguía una
fórmula de “análisis” muy estructurada y repetitiva que todos los estudiantes
debíamos seguir al pie de la letra, so pena de reprobar la materia. Así, sin
importar de qué tipo de libro se tratara, era preciso identificar el tema
principal y los temas secundarios, los personajes principales y los
secundarios, si tenía un narrador en primera o tercera persona, si era
omnisciente o no, y otros detalles de tiempo, argumento y demás que podían
convertir el libro más intenso en el bodrio más aburrido. Para empeorar las
cosas, no se podía ya leer lo que uno quisiera, sino lo que mandaba el
programa, y este estaba integrado invariablemente por textos que habían sido
escritos en épocas relativamente lejanas (o muy lejanas para cualquier
adolescente), por autores que no nos decían nada y que trataban de temas que
nos eran ajenos en todo sentido.

Mi relación
con la literatura se volvió después aun más compleja, porque no contenta con
haber superado las estructuradas clases de español del colegio, decidí entrar a
los cursos de filología española en la universidad, donde la teoría literaria y
la crítica terminaban de arruinar cualquier idea de disfrute como guía para
abordar la lectura de una novela o un cuento. Había arribado a los territorios
de la crítica. En esa época fue cuando sufrí los primeros impactos teóricos y analíticos de mi vida, pero también comencé a conocer un mundo hasta el momento desconocido para mí: un mundo donde las reglas del juego eran muy distintas a las de mi niñez.

No menosprecio el aporte brillante que en realidad todas esas
teorías y herramientas críticas han dado al estudio de la literatura y su
enriquecimiento, pues no se puede negar que críticos y teóricos han contribuido a hacer comprender la dinámica maravillosa que se esconde detrás de la creación literaria, y la han convertido en una valiosa joya de la sociedad. Soy consciente de que este aporte de objetividad es necesario para que muchos textos vean la luz y sean apreciados en toda su especial dimensión. Pero es preciso no dejarse llevar por la ilusión de que al obtener tal clase de conocimientos, se nos muere para siempre los niños lectores que vivían en nosotros. La niña que siempre hubo en mí se mantuvo firme. Me ha ayudado a comprender que un crítico o un teórico literario tiene capacidad para ser objetivo, pero a la vez, sigue siendo dueño de sus subjetividades, y así como es capaz de analizar y juzgar un texto con toda objetividad, también es capaz de leer con los ojos del corazón.
La subjetividad está siempre ahí, poderosa, llameante. El niño lector sigue viviendo y clasificando y prefiriendo libros porque le gustan y tratando de evadir otros porque no le gustan. Y puede coexistir con el crítico adulto y maduro que juzga libros por su calidad, por su estilo y su capacidad de innovación, sea que le gusten o no. Si esa coexistencia se da de forma armónica, el crítico aprenderá a distinguir cuál opinión surge de su niño lector y cuál de sus conocimientos profesionales. Será, entonces, un crítico honesto.
Pero esa
honestidad es rara en el sinnúmero de reseñas que tanto abundan en Internet.
Leo y leo comentarios sobre libros X o Y y aunque es evidente que el reseñador
le ha cogido manía a uno o se ha derretido de placer por el otro, pretenden
colocarse como analistas fríos y destruyen o ensalzan una novela o un relato
desde la autoridad del crítico aduciendo razones de tipo objetivo, cuando en
realidad son motivadas por su corazón… o por su hígado.
Ojo con
esta estirpe de críticos que no reconocen que dan razones absurdas para
calificar un libro como “malo”, solo porque no se atreven a declarar que
simplemente no les gusta. Que el personaje principal les cayó mal porque les
recuerda a su colega o a su jefe o a su ex. Que las temáticas de cierto tipo
los aburren porque simplemente no se ven en ellas. Que no soportan las novelas
y solo gustan de los cuentos; o al revés, son entusiastas de las novelas y no
soportan las historias cortas. Etc.
Ojo con
esta estirpe, porque se apoderan de la opinión calificada sin dar sus
verdaderas razones.
La próxima
vez comentaré algunas de los criterios que he visto enarbolar para descalificar
una obra, que me parecen más surgidos de la subjetividad que de un auténtico
análisis. =)
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