26 de diciembre de 2011

Recuento

Como es costumbre para muchos de nosotros, al llegar estas fechas de fin de año, nos damos la vuelta un momento y comprobamos qué hemos alcanzado y qué no en términos de logros. Para mí, este 2011 no fue muy productivo en cuanto a publicaciones, pero sí en cuanto a escritura. Profundicé mi relación con el relato, pues me aboqué desde el principio del año a la elaboración de mayor número de relatos, me involucré en la escritura meramente comercial (lo cual no me enorgullece pero me afloja un poco la pluma -o más bien, el teclado-) y al menos culminé con la publicación de otro cuento mío de ciencia ficción ("Objeto No Identificado") junto a otros siete autores ticos en la antología Objeto No Identificado y otros cuentos de ciencia ficción (EUNED-- noviembre, 2011).

Otra experiencia positiva que viví en noviembre pasado fue el intercambio de opiniones en un foro abierto específicamente para comentar Posibles futuros. Cuentos de ciencia ficción (EUNED, 2009), con un grupo de estudiantes universitarios del Instituto Tecnológico de Costa Rica, en el cual recibí una interesante retroalimentación con respecto a mi historia y las de los demás. Siempre es útil entrar en contacto con los lectores, y esta no ha sido una experiencia muy frecuente para mí...

¿Qué me depara el 2012? No lo sé aún, pero espero que un nuevo horizonte en mi carrera literaria. La consagración de varios proyectos en curso, el regreso a otro que he dejado varado en el camino, y quizá, tan solo quizá, un despegue nuevo en mi universo de escritura.

Ya veremos.

Por de pronto, feliz año nuevo. No andaré muy lejos de estos entornos, lo prometo. =)

28 de noviembre de 2011

Sobre lo que significa escribir y otros demonios

Hoy me he estado preguntando por qué *** escribo (ficción). No me pregunto los porqués de los correos electrónicos, de los mensajes en Facebook (o en Google+) o de los mensajes telefónicos, pues todo eso es casi como charlar y no vale tanto como ejemplo de "escritura". Me lo pregunto en cuanto a mi afición (¿obsesión?) por la escritura de ficción.

Sí, es verdad que muchas veces se ha hecho uno la misma necia pregunta y muchos autores han contestado dicha inquietud con más o menos brillantez y quizá ingenio. ¿Por qué escribe un autor? ¿Porque debe "sacar" lo que lleva dentro y estamparlo en papel? Eso está muy bien, pero uno puede "sacar" lo que lleva dentro también hablando. Contándole a alguien de tu confianza sobre tus pesares y tus alegrías, o a alguien que comparte tus aficiones o tus intereses sobre tus proyectos e ideas.

Ah, que estamos hablando de historias... Pero, ¿qué es una historia, después de todo? ¿No es una forma de decir de manera indirecta qué piensas o sientes sobre determinado tema? A veces me pregunto si no estará uno echando sus propios demonios dentro de la tremebunda historia que está contando. Por ejemplo, si te sientes deprimido, atormentado, cargado de tristeza y decepción, puede ser una buena manera de auto-sanarse contar una historia deprimente y macabra y ensañarte con los personajes (en vez de hacerlo con quien nos causa tanto pesar), o al revés, contar una historia tan feliz y tan empalagosa que te haga creer de nuevo en la Humanidad y te permita limpiarte de tus oscuridades.

Pues pensando en historias, sí resulta algo engorroso contárselas a alguien, en especial si son muy largas. Convenimos en que es más práctico escribirlas. Y sin embargo, ¿por qué ser indirecto? ¿Por qué no ser directo y decir simplemente: me siento agobiado por mis problemas?

Supongo que ahí está algo del quid del asunto.

¿Por qué escribimos? Parece que una razón muy probable es para deshacernos de nuestros demonios a través de historias ficticias que disfrazan nuestras auténticas oscuridades.

Otra razón probable es que pensamos que merecemos la inmortalidad. O más bien, que nuestra historia merece la inmortalidad (o nuestros versos, que los poetas no andan muy lejos de los narradores). Después de todo, a las palabras dichas se las lleva el viento, ¿no? Causan impacto en quien las recibe y quizá no las olvide nunca, en particular si son negativas o duras, pero solo en esa persona. En cambio, si las estampas en piedra o papel, serán impactantes (o eso queremos creer) para generaciones enteras y para muchas personas a la vez. Y es que nuestro mensaje, o la transmisión de nuestra imaginación nos parece tan estupenda que no nos resignamos a que se diluya en nuestro entorno, sino que es preciso que quede fijada para siempre (todo lo siempre que se pueda).

O quizá solo queremos un reconocimiento de parte de nuestros semejantes...

O tal vez solo queremos ganar dinero (hay autores que lo logran, aunque parezca increíble).

También hay otra razón, muy simple pero cierta: Quizá es solo que no sabemos hablar sin meter la pata. Sí, existen esos casos de autores que mejor harían cerrando la boca y poniendo en acción la pluma, pues con ésta última suelen decir cosas hermosas o valiosas, mientras que con la primera solo causan problemas. Hay personas así: escriben porque no pueden hablar. Escriben porque no saben cómo expresar lo que piensan o sienten de otra manera. Escriben porque sus demonios los traicionan cada vez que expresan en voz alta sus pensamientos.

Y quizá muchos autores escriben por todas estas razones juntas. ¿Quién sabe?

13 de noviembre de 2011

Novedades en mi mesa de publicaciones

Estos últimos tres o cuatro años mi vida literaria ha estado marcada sin duda por los relatos. Cuando en el pasado solía pensar solo en términos de novelas (e historias que se desarrollaban a lo largo de varios capítulos, muchas veces largos, y numerosos), estos tiempos han sido en cambio el reinado de las historias cortas, con pocos personajes e ideas centrales -nada fáciles de escribir, por cierto-, de una manera que nunca preví. Y han sido muy satisfactorios y hasta productivos, pues varios de ellos han visto la luz en diversas publicaciones antológicas compartidas con otros autores que les ha permitido a mis letras tener un pequeño acceso al mundo de los lectores, suerte que no han tenido aún la mayoría de mis novelas o mis proyectos novelísticos.

Esta larga parrafada era para presentarles la más nueva publicación antológica que incluye, cómo no, uno de mis relatos. Lo escribí el año pasado, pero como muchos de ustedes comprenderán, dado que el camino de la publicación editorial nunca es expedito, no ve la luz hasta ahora. El relato se llama Objeto No Identificado y es parte de una colección de ocho relatos de ciencia ficción escritos por ocho autores ticos, cuatro hombres y cuatro mujeres (casualidad pura) y que publica la editorial EUNED con el nombre de Objeto No Identificado y otros cuentos de ciencia ficción. Su presentación oficial será este viernes 18 de noviembre a las 6 p.m. en el salón "Julio Verne", en la Antigua Aduana, en el marco de la XII Feria Internacional del Libro, por si quienes están en Costa Rica, y en particular en San José, quieren asomarse a visitarnos. =)

Es un honor que el título de mi relato sea el que encabece la colección, por cierto, pero no crean que es porque es el más bonito, o el más largo, o el que va primero, o algo así. Fue una casualidad. En realidad, tiene que ver con un juego de palabras que hizo la autora de la introducción del libro, la profesora Rachel Haywood Ferreira, entre la ciencia ficción costarricense y su identidad, en la que ella establece que aquella es aún un objeto no identificado, no al menos de manera plena. Muy interesante presentación, por cierto, y muy recomendable antes de adentrarse en los cuentos propiamente dichos.

Son, como dije antes, ocho cuentos. Aparecen por orden alfabético del primer apellido del autor, por lo que el mío es el penúltimo. El primero, Sin protocolos de seguridad, de Mariana Castillo, trata sobre un futuro cercano en el que las familias pudientes y quizá de clase media alta de San José, han construido una especie de segundo San José, completamente fortificado, con todos los servicios disponibles, en los que la seguridad es extrema y se desconoce la delincuencia. Un joven residente recién graduado decide "hacerse hombre" escapándose de la ciudadela y adentrándose en las oscuras calles de un San José míticamente oscuro. En el segundo cuento, Bajagua, un investigador del gobierno llega a un pequeño pueblo a estudiar la veracidad de algunos reportes de actividad paranormal en el lugar, que aparentan tener relación con presencia extraterrestre. Lo interesante comienza cuando uno descubre que el investigador es tremendamente escéptico. Ambos cuentos han sido situados en Costa Rica.

El tercer cuento, Órdago, nos lleva muy lejos de La Tierra, hacia un planeta con características similares, donde un viajero y su esposa tienen que aterrizar y permanecer por un tiempo mientras intentan reparar su nave para seguir su camino y reencontrarse con otros humanos, fugitivos de una terrible catástrofe que los ha dejado sin hogar. La extraña relación que ambos entablan con los lugareños, especie de alienígenas muy similares a nosotros, es el nudo de la historia. Inquietante y poderosa, una de las que más me impactó.

El cuarto cuento, El ejército de Onara, también nos lleva muy lejos de La Tierra, a un planeta marginado al que una importante tropa del ejército humano ha sido enviada para tratar con una poderosa e intrigante fuerza alienígena, difícil de comprender y quizá de eliminar. El siguiente relato, Sueños combatidos, nos regresa a la Tierra, pero en el futuro, donde una compañía que vende paquetes de sueños se ve atacada por tremendos hackers que amenazan con traerse abajo el negocio. Por otro lado, Raquel y los Emperadores, el cuento siguiente, narra una historia extraña, sobre conspiraciones globales a cargo de entes incomprensibles y poderosos, pero muy enfocada en las vivencias de su protagonista y su relación con Raquel, una chica pobre de Nicaragua, y con el ente que controla su vida. El relato transcurre en el tiempo presente y entre Costa Rica y Nicaragua, de manera natural y fluida.

El penúltimo cuento, Objeto No Identificado, se ubica en una Costa Rica del futuro, en la que dos biólogos se encuentran con cuatro extraños objetos en lo profundo de un bosque, justo el día antes de que éste está a punto de desaparecer bajo el embate de una compañía de biocombustibles que piensa talarlo para sembrar otro tipo de plantas. El extraño descubrimiento tiene consecuencias inesperadas para ambos.

Finalmente, Amor virtual, el último cuento, narra la relación que se entabla entre dos jóvenes en un tiempo en que los contactos personales están absolutamente prohibidos entre todos los habitantes, ante la posibilidad de contraer una mortal y contagiosísima enfermedad, por lo que la única manera de relacionarse es mediante la conexión virtual. Y también, la única manera de amarse.

Ahí los tienen. Los invito a descubrirlos por ustedes mismos y a comentarlos y disfrutarlos. =)

29 de octubre de 2011

Historias de miedo

Cualquiera sabe que no es necesario esperarse a Halloween para leer o mirar una buena historia de miedo, aunque la fecha se presta para hablar al respecto, claro, pues es notable cómo se ve uno sobresaturado de publicidad relativa a monstruos, seres bestiales y terroríficos y demás imágenes provocativas. La publicidad está dirigido a que consumamos como enloquecidos todos los productos relacionados con la celebración de la Noche de Brujas, lo cual no es para sorprender a nadie (ni para que nadie se rasgue las vestiduras, vamos, que también podemos no sucumbir a la ola), pero también nos revela cuán importantes siguen siendo para nosotros todas esas historias de la noche, las que nos quitan el sueño y nos hacen evocar imágenes que nos aterrorizan.

¿Literatura de terror? ¡Púf! Desde el inicio de los tiempos, desde que el chamán de la tribu contaba a los niños y a los aldeanos sobre seres bestiales y terribles criaturas aguardando acechantes en la oscuridad de bosques y montañas, detrás de rocas musgosas y en el oscuro rincón de lo más profundo de una caverna solitaria. ¿Por qué lo hacía? Porque los terrores mantenían a la gente a resguardo de peligros reales, fuera el chamán consciente de ello o no. Además, pienso (y esa es solo mi opinión) que nosotros, los Homo Sapiens, tenemos una imaginación calenturienta y compleja que nos hace imaginar no solo al predador corriente que puede destrozarnos de un zarpazo, sino a algo aún más grande, furioso, hábil y terrible que nos llena de un terror tremendo, el cual no solo no nos deja dormir sino que también morbosamente disfrutamos.

¿Por qué, sino, los monstruos siempre son tan increíblemente poderosos e incontrastables? Si miramos bien en nuestro entorno, pues es cierto que la mayoría de los grandes depredadores naturales está mucho mejor equipados que el mejor de nosotros para hacerle frente a la muerte: tienen musculaturas más desarrolladas, fuerza incrementada, grandes colmillos, zarpas gigantes, velocidad y agilidad notables, y todas las posibilidades de convertirnos en su próxima cena; y sin embargo, hubimos de inventarnos monstruos aún más grandes y terribles. Quizá en el fondo sabíamos desde el inicio de los tiempos que por muy temibles que fueran los tigres y los lobos, los osos y hasta los mamuts, en realidad nos organizábamos bien para tenerlos a raya y hasta para convertirlos en nuestras presas. Entonces, para imaginar algo más terrible, tomamos a nuestros enemigos naturales y los "sobrenaturalizamos", es decir, les agregamos aspectos mágicos y mala voluntad (muy presente en nuestros pueblos) y supimos despertar nuestros propios temores, y canalizar nuestra propia crueldad y demoníaca propensión al asesinato y a la tortura. Sí... bien pensado, tales monstruos somos nadie más que nosotros mismos en la peor cara de nuestra especie.

En fin, que refinamos y reformulamos desde vampiros y hombres lobos, hasta muertos vivientes (o zombies, que ahora salen hasta en la sopa) y bestias humanas cruzadas con infinidad de animales extraños, chulthus y dragones, arpías y sirenas, y demás monstruos fantásticos. A eso le sumamos la perversidad humana transformada en brujas (que mucho tiene que ver con la misoginia y el odio de los hombres a las mujeres que pensaban, por cierto) y hechiceros malignos (que invariablemente han pactado con las Fuerzas del Mal), los cuales no pueden faltar en nuestras historias de terror. Ah, y por supuesto, ¿cómo olvidarlos?, nuestros queridos fantasmas.

Y sin embargo... tengo mucho que pedir a muchas historias modernas de terror. ¿Por qué? Porque lo que yo espero es que me hagan temblar de miedo y la mayoría solo me despiertan náuseas. Hay historias más temibles lejos de esa maravillosa y rica fuente de imaginería popular. ¿No es increíble que me dé más miedo una historia de ciencia ficción que habla del futuro que muy probablemente nos espera a una en la que los hombres lobos descuartizan a diestra y siniestra a toda una población?

Es una posición personalísima, por supuesto, pero desde aquí hago una petición formal a todos los autores que todavía siguen la encomiable tradición del género terrorífico (no es mi caso, yo en esto soy lectora, no escritora): escriban historias de auténtico terror, sin morbosidades nauseabundas que solo me revuelven el estómago pero no me hacen tener pesadillas (ni mucho menos, duermo como un lirón) ni personajes más risibles que temibles. Tantos zombies y tantos vampiros no han sido suficientes aún para hacerme preferir muchas historias modernas a un simple Frankenstein, en donde el terror estaba más en la ciencia que en el monstruo. La fuerza del género de terror, desde mi humilde opinión, está en esa capacidad de hacernos entrar en contacto con nuestras más primitivos temores, esos que asolaban nuestros sueños en la noche de los tiempos, cuando los tigres de dientes de sable y los lobos gigantes eran parte de nuestro diario temor y ahogaban nuestras pesadillas mientras clamábamos a los espíritus buenos que nos protegieran de sus malignos alientos.

Si no duele, no sirve, dicen por ahí. Pienso lo mismo: si no me hace temblar, no merece estar al lado de Drácula ni de los locos de los cuentos de Poe.

10 de octubre de 2011

Parece mentira, pero ¡hay que mencionar la habilidad narrativa!

Y lo digo por muchas razones, en particular cuando leo las quejas de tantos escritores en contra de sus editores (o de quienes ellos pretendían convertir en "sus" editores), en contra de los lectores que tuvieron a bien leer sus manuscritos (muchas veces sin obligación), en contra de los jurados de cientos de concursos literarios, en contra de lectores comunes o de reseñistas (si lograron publicar), y en contra del mundo, ya que estamos. Y no lo digo porque yo no me haya quejado alguna vez de alguna "injusticia", porque creo que a todos nos habrá pasado, en especial en nuestros más tiernos inicios, cuando hemos "sentido" que el mundo cruel se vuelve contra nosotros y nuestra "inspiración".

¿A qué cuento viene este discurso?

La reflexión me viene inspirada en algunos comentarios de la entrada anterior, en un artículo en el que un editor veterano hacía recuento de las actitudes que más odiaba de los escritores, y de un artículo en el que una editora esbozaba lo que ella consideraba eran elementos esenciales para tener una buena novela entre manos. En otras palabras, en el choque de lo que uno como autor cree estar haciendo y lo que el editor (responsable) ve que no estás haciendo. Y ese "no estás haciendo" tiene muchas veces que ver con elementos esenciales de la obra narrativa, y no tanto con elementos accesorios o grandes complejidades del arte narrativo.

La editora citada, por ejemplo, dice muy llanamente que no es lo mismo escribir bien que tener una buena novela entre manos. La oración parece tan evidente que hasta da risa que siquiera tengamos que pensar en ella. ¿O no? ¿No será que muchos dan por sentado que si escriben bien necesariamente son capaces de producir una buena novela?

La experiencia diaria de editores y escritores parece indicar que sí, que muchos creen que para producir una buena novela hacen falta pocas cosas: una, escribir bien, dos, tener una idea de qué vas a escribir, y tres, ponerte a ello.

Pues bien, no. Eso no es suficiente y la experiencia también lo demuestra. En primer lugar, existen numerosos rechazos de obras que sus autores creyeron que eran geniales. Y la Internet está llena de quejas de estos autores despotricando contra el mundo editorial y su "corrupción mercantilista" y otras bellezas. Que sí, que es cierto que hay editores groseros y también hay editores interesados solamente en el aspecto "comerciable" de la obra, y empresas editoriales que solo buscan el ingreso fácil, y solo publican a ciertos autores, etc. Pero aún las empresas editoriales que solo buscan el ingreso fácil se fijan en esos elementos de la obra que el autor no está considerando ni ejecutando bien. Con mayor razón, los editores más serios y responsables con el acto comunicativo, los que suelen publicar también buenos libros, se fijarán si esos elementos faltan o están presentes.

En segundo lugar, nosotros como lectores podemos advertir en seguida que un libro "nunca debió ver la luz", pues es tan malo que lo cerramos indignados o lo olvidamos en seguida. Y la razón está en que no basta escribir bien y no basta tener una idea y llevarla a cabo. Hay que saber hacerlo.

Que quede claro: hay que escribir bien, entendiendo "escribir bien" como la habilidad mínima para estructurar oraciones con sentido, respetar las reglas de la ortografía y la gramática castellanas, usar de manera adecuada los signos de puntuación, y saber separar párrafos, construirlos y terminarlos. No escribir bien no es opción y punto. Y los que suelten parrafadas interminables sobre los autores que valen por sus ideas y no por su estilo y su correcta gramática pueden seguir soltando esas parrafadas. Ningún autor serio ni ningún buen libro está escrito sin esta premisa básica. Sí, hasta quienes pretenden desafiar la ortografía y la gramática, hasta ellos escriben bien.

Pero además de escribir bien, de tener una idea estructurada de cómo va la historia y a dónde va, además de documentarse adecuadamente (no creerán que se me había olvidado...), el autor de arte narrativa ha de poseer habilidad narrativa. Es decir, ha de saber contar una historia. Que no es lo mismo que escribir bien. Yo puedo escribir maravillosamente bien, con un dominio lingüístico insuperable, y no saber cómo contar una historia simple, y hacer que el lector comience a bostezar no más empiece, o que no sepa muy bien de qué va la cosa, se aburra y cierre el libro.

La habilidad narrativa consiste en el hecho simple de saber dar fluidez a los hechos narrados. Que un hecho se conecte con otro hecho de manera natural, sin que haya tropiezos ni desviaciones extrañas. Que el lector mantenga el interés y sea llevado a lo largo de una historia hasta el final, sea éste abierto o cerrado, triste o feliz. Y no estoy diciendo que tenga que producir una historia de secuencia lineal. No. Se puede ser muy vanguardista o experimental, se puede hacer elipsis, o contar una historia de atrás para adelante, o dar vueltas y regresar sobre un hecho, etc. Se puede hacer todo eso, por supuesto, pero si no tienes habilidad narrativa, lo que te va a salir es un cumplido mamarracho, aunque sea muy lineal y muy progresivo.

La habilidad narrativa puede ser innata o puede ser aprendida. Si es innata, mejor, pues se esfuerza uno menos, pero de todas formas hay que ensayarla, pues por más innata que sea, si no se la practica, se atrofia. Si no es innata, no hay pánico, se puede aprender. Hay que esforzarse más, pero con buenas lecturas y mucha práctica, se puede desarrollar de manera eficiente. (Hay gente que nunca la desarrolla. Siempre la hay. En ese caso, supongo que el mejor consejo que se le puede dar es que se dedique a otra cosa).

Y miren si la habilidad narrativa es importante, que muchos libros circulan por ahí sin ideas sustanciales, sin personajes complejos, sin verdadero "fondo", pero como el autor ha sido hábil narrando, encantan. Los editores los publican, la gente los compra y lo que es mejor, los lee.

Entonces, antes de despotricar contra el mundo, antes de hablar de las injusticias editoriales, antes de sentirse uno muy incomprendido, ¿no es mejor evaluar cómo está nuestra habilidad narrativa? Y si ya no podemos ver la diferencia, porque siempre resulta complicado autocriticarse, recurramos a un lector que sabemos crítico y escuchémoslo. Quizá nuestro problema no esté en el argumento, en el dominio técnico de la escritura o en la adecuada documentación. Quizá nuestro problema está en nuestra habilidad narrativa.


3 de octubre de 2011

Documentarse para una novela: ¿es en serio?

Hace poco seguí una discusión en un foro literario sobre lo que determina la "calidad literaria" de una obra. En el hilo hubo intervenciones muy interesantes y otras muy desafortunadas, y al final derivó en otra cosa (por lo que fue cerrado), pero a mí me llamó mucho la atención cuando alguien mencionó que un buen libro ha de tener como mínimo una buena documentación, es decir, ha de saber de qué habla, y que todo libro exitoso tiene al menos "carisma".

Alejándome del "carisma", que siempre resultará muy difícil de explicar, me centraré en la "documentación". ¿Acaso es importante que todo libro esté documentado? Parece evidente en algunos géneros literarios, como la ciencia ficción o la novela histórica, incluso parece lógico en una novela negra o en una obra "basada" en la vida real, pero ¿quién dijo que la fantasía, el romance, y las novelas realistas necesitaban documentación? Estamos hablando de literatura, de obras ficticias, de escritura creativa. No estamos hablando de tratados sociológicos, o estudios antropológicos, o ensayos que analizan y estudian alguna problemática en particular. El tema de la "documentación" en una obra literaria puede sonar en verdad exagerado.

¿O no? Depende de qué es "documentación" en una obra literaria y cuánta información necesitemos ver desplegada para considerarla "justa". En mi caso, creo que la documentación se refiere principalmente a que el autor cuenta su historia basado en información que conoce, comprende y sabe manejar. No se refiere a que tengamos que exponer todo un tratado de plantas medicinales, por ejemplo, si estamos contando la historia de un explorador que se encuentra con una tribu en el centro de la Amazonia y cae enfermo o algo así. El tratado estaría de más, afearía la historia y hasta la expondría al abandono por parte del lector. Así que la documentación se refiere a algo más elemental.

He pensado en dos ejemplos.

Uno es Isaac Asimov. El otro es Agatha Christie.

Ninguno fue un gran escritor. No sabían desarrollar ambientes con muchos elementos (Asimov lo intentó en sus últimos años), ni dibujaban personajes complejos (con alguna que otra excepción). Su estilo era plano, directo. No había desarrollo de metáforas, ni planteaban tampoco grandes temas existenciales. En realidad, se movían en planos bastante simples con una idea conductora de cada historia. Sin embargo, lograron una aceptación más que notable en el público lector y por muchos, muchos años, más si se piensa en algunos actuales escritores de best sellers, a quienes aún siguen superando.

De hecho, lo hicieron mejor que esos típicos best sellers pues no necesitaron basarse en una saga o en un personaje único para lograr vender millones de ejemplares. No tuvieron tampoco que describir tremendas escenas de sexo explícito, violencia brutal o grandes batallas, todo lo cual permaneció ausente de sus historias hasta el final. No necesitaron tampoco escribir historias pegajosas de amor entre seres sobrenaturales y humanos ni tuvieron que presentar héroes grandotes y superpoderosos para lograr su cometido. Su éxito no estuvo en uno o dos títulos sensacionalistas, pues no tocaron temas sensacionalistas, ni estuvo basado en una sola novela grandiosa que pervivió por generaciones. Su éxito fue de décadas. Y sigue resonando hoy en día. ¿Por qué?

Alguien me dirá: porque sus libros eran sencillos y la gente común adora los libros sencillos. Y yo contestaré: Quizá, aunque hoy en día abundan los libros "sencillos" y sin embargo, sus autores no logran el eco que ellos dos lograron. Otro me dirá que es porque ambos se movían en géneros literarios que mueven masas. Y yo contestaré: ¿en serio? ¿La ciencia ficción? ¿Las novelas policíacas? Bueno, quizá estas últimas son más populares que las de ciencia ficción, pero lo que se dice "masivo"... no, hasta Millenium.

Entonces, si ambos fueron mega exitosos sin sexo, sin violencia, sin súper galanes, sin conmovedoras historias de amor, sin grandes batallas, sin grandes ideas filosóficas, sin vampiros, sin hombres lobo, sin sensacionalismos baratos pseudohistóricos, sin grandes misterios de la humanidad, sin conspiraciones que se remontan a los tiempos de Jesucristo, ¿cómo lo lograron?

Yo pienso, humildemente, que fue debido a su notable manejo de la información básica de sus historias. Sabían de lo que hablaban y se manejaban con soltura en su medio. Es decir, estaban bien documentados.

What?

Asimov era un doctor en química, y científico. Tenía grandes conocimientos de matemática y física, pero también investigó mucho sobre la historia de la humanidad, sobre lo que llevó al ascenso y caída del Imperio Romano y de otros imperios. Estudió mucho sobre muchos temas científicos y hasta los divulgó. Cuando describe entonces sus imperios galácticos, el comportamiento de las masas humanas ante los grandes eventos históricos, cuando describe las posibilidades de la tecnología en el desarrollo de nuevas máquinas, como los robots, no lo hacía desde la ignorancia y la ingenuidad de un tonto. Lo hacía con conocimiento de causa, lo que volvía tremendamente verosímiles sus historias, y muy carismáticas también. Quien lee a Asimov puede sentir que la base sobre la que descansa su historia es sólida. Incluso cuando esos conocimientos ya han sido superados, puede uno advertir que sus historias siguen siendo muy sólidas.

Christie fue enfermera durante la I Guerra Mundial, trabajó de cerca en farmacia, cuando los farmacéuticos tenían que saber preparar los medicamentos y otros preparados en sus propios laboratorios, es decir, cuando aún no había grandes compañías farmecéuticas dominando el mercado de drogas. Ella sabía sobre venenos, y esa información le permitió narrar historias de asesinatos con un tremendo conocimiento de causa. Además, sus historias se desarrollaron en escenarios que ella conoció muy bien y de primera mano, por lo que nada en ellas resulta inverosímil. Incluso algunos de sus personajes se basan en una forma o en otra, en gente que ella conoció, pues son terriblemente corrientes. Y cuando se atrevió a un escenario desconocido, investigó (como cuando contó una historia de muerte y misterio en el antiguo Egipto).

Entonces, ¿qué podemos aprender de ellos? No su estilo ni su filosofía, sino su magnífica seriedad en el oficio. Se tomaban la escritura como un trabajo que se hace bien, en serio, no como un divertimento banal ni se consideraban tan geniales como para escribir de aquello que no conocían ni tenían idea. Sí, incluso Asimov, pese a su vanidad.

Por tanto, ¿hay que documentarse para escribir una historia? Sí. Aunque sea un romance contemporáneo, si no conoces algunos aspectos de tu historia, serás serio en tu oficio si tienes la decencia mínima de investigarlos, antes de salir con un mamarracho que despreciará cualquier lector que se te aproxime.

Ser serio no significa ser aburrido. Ser serio significa tener la consideración de que otros leerán tu historia, es decir, que dispondrán de su valioso tiempo para dedicárselo a tu obra. Lo menos que puedes hacer es estar a su altura.

11 de septiembre de 2011

Escritores solitarios

El otro día, un amigo de Facebook publicó una pequeña broma a propósito de los escritores. Decía más o menos así (no recuerdo las palabras exactas): Se encontró un escritor con un amigo en la calle y al instante comenzó a charlar con él. Durante largo rato se extendió comentando sobre sus proyectos, sus conferencias, la gente que había conocido, las reseñas de sus libros, y otro sinnúmero de anécdotas relacionadas con su vida y su profesión, a lo que el amigo solo contestaba con monosílabos. Finalmente, tras aquel largo discurso, el escritor se volvió hacia su amigo y le dijo: "Bueno, pero ya basta de hablar de mí. Hablemos de ti. Dime, ¿qué te pareció mi última novela?"

Varios de los amigos de Facebook, incluyéndome, nos reímos con dicha anécdota, en particular porque algunos creyeron reconocer en autores que conocían a varios del mismo estilo que el escritor del pequeño relato. Y se habló largo y extendido sobre la vanidad del escritor y temas afines, y sobre lo poco que se cultivaba la humildad en esta ocupación.

Me pregunté si sería tan exacto afirmar que todos los escritores son vanidosos. Pues quizá en algo lo son -lo somos-, cuando tenemos blogs para hablar de nosotros mismos y de nuestros proyectos, para hablar de nuestras vicisitudes en el mundo editorial y de lo bien que nos fue con nuestra última publicación, o para quejarnos de los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir (como si fuésemos los únicos que las han visto duras). ¿Llegamos acaso al punto extremo del escritor del relato? Quizá, aunque siendo una anécdota graciosa, es lógico que se enfaticen rasgos a nivel caricaturesco. ¿Por qué es así?

¿Será una condición del artista en general?

Todos hemos conocido gente vanidosa, que habla hasta la saciedad de sí misma y que aún cuando pregunta algo a alguien es sólo en conexión con su vida. Pero se distribuyen bastante bien entre la población, por lo que tenemos abogados vanidosos y no-vanidosos, médicos vanidosos y no-vanidosos, panaderos vanidosos y no-vanidosos, etc. ¿Será que entre los artistas hay gente no-vanidosa o todos son "mírenme, soy genial"? Pues creo que no. Hay pintores y músicos y escultores, y otros artistas cuya distinción es la reserva y no el exhibicionismo. No son vanidosos. Otros sí.

Entonces, ¿se justifica la vanidad del escritor?

Quizá.

En realidad, nunca justificaremos la vanidad excesiva, esa soberbia molesta y perniciosa que cae mal de cualquiera, sino que pensaremos en la "vanidad" ansiosa del escritor que habla y habla de sí mismo y de sus obras y desea escuchar de todos aunque sea la más tenue opinión que pueda escuchar sobre sus libros. "Coméntame, opina. Si quieres destroza mi escrito, pero por favor ¡háblame!"

Suena un poco exagerado así puesto, pero creo que es real. Yo creo que la razón estriba en nuestra soledad.

Se ha hablado mucho de la soledad del escritor. De la Torre de Marfil, de la necesidad casi patológica de aislarnos del mundanal ruido para producir las obras con que asombraremos al mundo (o al menos le haremos cosquillas). De que mientras el escritor observa, puede estar en contacto con todos, pero cuando ya se dispone a escribir, debe aislarse para dar rienda suelta a su "interior". Y se ha ponderado dicha necesidad como inevitable para el artista de la palabra. Es un punto de vista filosófico, y también práctico, pues es verdad que no se puede escribir nada decente si mantenemos un chat, o hablamos por teléfono o hacemos la tarea junto a nuestro hijo. Es inevitable la soledad para ser escritor, y de hecho la buscamos.

Pero también el escritor es un ser humano, es decir, un ente social, que necesita compartir con otros sus inquietudes y sus emociones, sus dudas y sus preguntas, y aunque las escribe, también necesita el contacto humano, el hacer persona a persona, la compañía. Y no la tiene, por fuerza. ¿Qué sucede entonces cuando sale de su Torre y se enfrenta al mundo otra vez?

Ah, ¿ya vieron por qué somos tan... "vanidosos"?

2 de septiembre de 2011

Otra vez sobre el cuento

Hace poco, un mes y medio como mucho, publiqué una entrada relacionada con la salud del cuento hispanoamericano, basada en un artículo pesimista al respecto. En unas cuantas líneas que rebosaban nostalgia y amargura, el artículo en cuyo texto basé mi entrada, el autor se lamentaba del progresivo declive del cuento hispanoamericano y la terrible situación de que no exista interés editorial en publicar este tipo de narrativa corta, por contraposición a la constante publicación de novelas cada vez más largas. Aunque yo coincidía con algunas de sus apreciaciones, no dejaba de llamar mi atención que en Costa Rica, mi país, la situación fuese diferente, y que la constante publicación de colecciones de cuentos se mantuviera al mismo ritmo que el de las novelas. También pensé que quizá no era tan alentador, dado el bajo movimiento comercial en el sector editorial tico en general, pero seguía siendo un ejemplo disonante en la monotonía hispanoamericana.

Pues bien: he aquí que parece haber buenas nuevas para el cuento provenientes del otro lado del océano. Después de años y años de quejarse de la desaparición del cuento español, he aquí que aumentan los títulos de colecciones de cuentos en España y que diversas editoriales especialistas en el cuento se mantienen pujantes. No ha muerto el cuento español, parece decir Julián Díez en su artículo "El cuento sirve para todo el año". La noción de que el lector promedio sólo compra novelas (y novelas de fácil consumo) no es tan exacta. No estamos hablando de los microrrelatos, que son otra historia, poderosamente ligada a Internet, sino a cuentos de extensión variable pero amplia, que están llegando a las estanterías españolas y que están siendo leídos por el público general.

¿Podremos aún vivir un renacimiento del cuento como género comercialmente aceptable? Antes de que las voces del purismo artístico se lancen en mi contra advierto una verdad irrebatible: si no se venden, los cuentos no se publican. Si no se publican, desaparecen. Así de simple. Por eso es tan importante que las colecciones de cuentos tengan una buena acogida en el mercado de librerías y que haya muchos más lectores dispuestos a engolfarse en sus páginas. Sólo así podrán sobrevivir y pervivir.

Confieso que este artículo me ha alegrado. Soy entusiasta de la novela, tanto en calidad de lectora como de escritora, cierto, pero he descubierto que los cuentos pueden regalarme preciosos momentos de disfrute literario, artístico y personal, tanto cuando los leo como cuando los escribo y que es un género que por derecho propio se instituye como uno de los Grandes de la Literatura universal, por su capacidad extraordinaria para transmitir ideas poderosas, imágenes impactantes, y reflexiones inquietantes en tan pocas páginas...

31 de agosto de 2011

Sobre la importancia de la ficción

Aunque no conozco su obra y apenas hace unos meses me enteré de su existencia, el otro día me detuve en el blog del escritor estadounidense Brad Meltzer y leí con interés dos entradas de este año. Tengo entendido que escribe obras de misterio y suspenso, particularmente intrigas políticas, y que sus libros se venden bien en Estados Unidos. No sé cómo escribirá literatura, pero debo admitir que una de esas entradas, una muy interesante llamada "Does fiction matter?" (¿La ficción importa -es importante-?) contenía un artículo bien estructurado y razonable, en el que destilaba nociones (que ya sabemos) de manera lógica y clara.

¿La ficción importa? Su respuesta básica era: No. No importa. Después de todo, la ficción no existe, no es real. ¿Qué cosas pueden importarnos en nuestras vidas? Pues nuestras vidas, precisamente. Lo que de verdad ocurre, lo que de verdad va a ocurrir, lo que puede afectar el curso de nuestra existencia y el de la de nuestros seres queridos. La realidad, en otras palabras, nuestro entorno, nuestro universo auténtico. Lo demás, lo inventado, es nada. No puede ser importante algo que no existe.

Meltzer asegura que, tratándose de un autor de obras de ficción, su respuesta debía ser el que la ficción sí importaba, pero admite que algo que ha surgido de la imaginación, una historia inventada de sucesos que nunca sucedieron, con personas que no existen y que no existirán, no puede ser importante. Al mismo tiempo, sin embargo, se hace la siguiente pregunta: Si la ficción no es importante, ¿por qué entonces se prohíben los libros (de ficción)? ¿Qué sentido tiene prohibir algo que no es importante?

Entonces da vuelta a todo el razonamiento y resulta que con este dato podemos deducir que la ficción nos importa tanto que nos tomamos la molestia de prohibir los libros de ficción, incluso al punto de quemarlos. Y supongo que muchos de nosotros hemos de recordar numerosas épocas oscuras en las que los libros, la mayoría de ficción, eran quemados en inmensas hogueras, sus dueños castigados y sus autores perseguidos. Aún hoy en día, los sistemas de educación pública se atreven a prohibir ciertas lecturas -de ficción- a los chicos, y hay padres que exigen que algunas sean definitivamente retiradas de las bibliotecas. Hay debates furiosos en torno a la edición de ciertas historias y aún contemplamos cómo un autor fue condenado por un régimen religioso y amenazado de muerte por una de sus obras de ficción. Sí, me refiero en el primer caso al reciente debate, bastante furibundo, que se suscitó en EE.UU. cuando una editorial se atrevió a quitar la palabra "nigger" de la novela Huckleberry Finn, del autor Mark Twain. Furiosas palabras, debates, discusiones filosóficas y pedagógicas, sociales e históricas en torno a una palabra en una obra de ficción. Y en el segundo caso, supongo que todos recordamos la condena que lanzó el Ayatolah contra Salman Rushdie por su novela Versos satánicos.

Entonces, aunque parezca ilógico que sea importante una obra que cuenta historias ficticias, con personas que no existen y que muchas veces ocurren en lugares que ni siquiera son reales, resulta que sí importa y lo hace desde tiempos lejanos, cuando se cantaban odas épicas en honor de los héroes y se contaban leyendas a la luz del fuego, hasta los días actuales en que las obras narrativas ficticias circulan por millares en  todo el mundo y encienden enconadas pasiones.

Brad Meltzer asegura que las historias ficticias son poderosas. Y creo que tiene razón. Después de todo,  podemos darnos cuenta de que las historias están cargadas de emociones, ideas, tesis y contratesis, visiones de mundo, aspiraciones y sueños, miedos y tristezas, mensajes y advertencias. Llevan esta carga emocional hasta la psique más esencial del ser humano y muchas veces nos mueven a actuar de una manera u otra, a pensar de una manera u otra. No hay nada más potente que una historia para transmitir un mensaje. Meltzer pone el ejemplo precisamente de Huckleberry Finn, una historia que contaba el viaje de un niño, pero que se transformó en una poderosa denuncia contra la esclavitud, contra las injusticias de un EEUU convulso, y que aún hoy en día sigue moviendo conciencias y encendiendo debates.

Se dice que en tiempos de los Tudor, las obras de Shakespeare torcieron la opinión pública en contra de algunos reyes, como Ricardo III. Son obras ficticias, representadas por actores, pero el público se las tomó muy a pecho y aún hoy en día Ricardo III sigue ostentando una oscura reputación, quizá inmerecida. Se dice también que el Werther de Goethe provocó olas de suicidios en la Alemania del siglo XIX y bien se sabe que muchos inventos y descubrimientos de la ciencia fueron inspirados en las grandes mentes del siglo XX por su enorme afición a leer las historias de ciencia ficción que contaban sobre alcanzar las estrellas y dominar el mundo físico que nos rodea. Además, no hay que olvidar que todas las religiones del mundo basan sus enseñanzas y sus doctrinas en la narración de innumerables historias, muchas de ellas abiertamente ficticias (como las parábolas del Nuevo Testamento), para transmitir y hacer llegar de manera eficaz sus propios mensajes.

Hoy en día sentimos el poder de las historias. Escuchamos y leemos historias, las vemos en el cine y en la TV, seguimos alabando y admirando a los autores que nos encantan con ellas y no parece que haya un horizonte ni un fin para su poder.

Entonces sí... la ficción importa.



19 de agosto de 2011

Nuevas y viejas ideas en torno al mundo autoral

Ya publicó Forbes la lista de los 10 autores que más dinero recibieron en el 2010. Por supuesto, dicha lista está copada por autores de habla inglesa, la mayoría de los cuales (quizá todos) han sido debidamente traducidos y editados en español, amén de infinidad de otros idiomas. Como cualquiera podría muy fácilmente adivinar, los géneros que dominan estos autores son el suspenso, el terror, el romance paranormal y el romance corriente, con algunas excepciones como Ken Follet, que también ha incursionado y hecho dinero con novela histórica (Los Pilares de la Tierra, Un Mundo sin Fin y La Caída de los Gigantes). Nada de esto, pues, es noticia. Lo que sí llamó mi atención, sin embargo, es que el origen de sus abultados ingresos no se halla solamente en la publicación de libros (que sigue siendo parte importante de sus actividades profesionales, todo hay que decirlo), sino el hecho de que Forbes incluye los ingresos que reciben por otra gran variedad de rubros, desde adaptaciones de los libros al medio cinematográfico o televisivo, hasta la incursión en otros géneros como el cómic, o, y aquí destaca la novedad de los tiempos, a la mayor o menor incursión que han hecho en el mundo del libro electrónico, cuyo impacto ha ido en aumento en el mundo.

Así las cosas, por ejemplo, el primero de la lista, el autor James Patterson, famoso por sus thrillers, recibió unos $70 millones el año pasado no sólo por concepto de sus libros vendidos (acaba de firmar un jugoso contrato de publicación para los próximos años) sino también por sus tratos con el mundo de la televisión, de los videojuegos y del cómic, y, en este último año, por su exitosa incursión en la venta de libros electrónicos. Otro tanto se puede decir de Stephanie Meyer, que recibió hasta $40 millones por sus libros, tanto los impresos como los digitales, y por la adaptación al cine de su exitosa saga de vampiros. El tercer autor mejor pagado, con $34 millones recibidos en el 2010, es Stephen King, que no sólo publicó su novela # 51 (Under the Dome), sino que también se ha mantenido activo en otros trabajos (cuentos, reseñas, críticas, poemas), los cuales han aparecido en diversas publicaciones periódicas que gran prestigio. Otros autores incluidos en la  lista se caracterizan por haber ampliado su actividad editorial a los libros digitalizados y a la incursión en otros rubros, como el comic, pero de todos ellos quien destaca por sus "bajos" ingresos es precisamente la # 10, la autora J.K. Rowling, cuyo descenso en la lista se ha debido, principalmente, a que no ha publicado nada nuevo y a que se ha resistido, ojo, se ha resistido a incursionar en el libro digital. Esta situación cambiará muy posiblemente durante el presente año, pues ya se ha lanzado su sitio pottermore.com, en el cual habrá tienda virtual con los libros de Harry Potter en versión electrónica y otros de su autoría.

La digitalización afecta ya, de manera positiva o negativa, el bolsillo de autores y de editores. Estamos en una era cambiante, donde lo electrónico se posiciona e impacta nuestras vidas de manera notable. No estamos hablando de que el libro de papel está muriendo o de que en los próximos años veremos desaparecer las librerías, no. Simplemente, este mundo virtual se ha integrado a nuestro mundo real de manera simbiótica, al punto de que para un autor es preciso estar presente en las estanterías reales tanto como en las virtuales, y para las editoriales, también.

A la par de los simples e-books, de hecho, han aparecido nuevas formas de escribir y de ser leídos, de crear literatura y de incrementar las vías de publicación de las obras literarias. Un par de ejemplos curiosos y bastante radicales son los acuerdos escritor-lector, como en Unbound, o la moda increscendo de las novelas de teléfono celular (cell phone novels), que son todo un fenómeno generacional y editorial en Japón, China y más recientemente en otros países de Asia, y que prometen expandirse a todo el mundo.

Unbound es un sitio (y me parece que no es el único) en el que un autor propone una idea para un libro a una comunidad de lectores potenciales. Si recibe el apoyo (económico) de un # determinado de lectores que se sienten interesados en dicho libro, comienza a escribir. Durante el proceso publicará informes de su progreso, publicará borradores y conversará activamente con sus seguidores, hasta que el proyecto es exitoso o tenga que cerrarse, en cuyo caso los lectores recibirán un reembolso o podrán dirigir su apoyo a otro autor en ciernes. Si el proyecto es exitoso, el libro es publicado en papel en edición limitada y enviado a los "seguidores" o descargado como libro electrónico. Algunos seguidores importantes (o sea, que han ofrecido un gran apoyo) podrán incluso ser incluidos en los reconocimientos del libro publicado. ¿Se hará más popular en el futuro este tipo de métodos? Tal vez, de momento resulta muy interesante.

Las novelas de teléfono celular, o las llamadas cell phone novels, son auténticas novelas escritas originalmente en los teléfonos celulares por sus autores. Sus capítulos suelen tener unas 70 o 100 palabras, pues la técnica que emplean los autores es la del mensaje de texto, y se descargan en los teléfonos celulares de sus lectores por la misma vía con la que reciben sus mensajes normales. Existen plataformas en la web, naturalmente, que sostienen las novelas y de hecho, estas pueden ser leídas en la computadora, pero la mayoría de los lectores prefieren hacerlo en sus teléfonos celulares. Hoy en día, las novelas de celular más exitosas han visto la luz en formato de papel, y publicadas por editoriales tradicionales, y han vendido cientos de miles de ejemplares, demostrando su poder. ¿Será una moda o cambiará la manera en que escribimos o leemos? No lo sé, pero no deja de ser una muestra de cómo la tecnología puede afectar de manera sorpresiva el mundo intenso de la literatura.

En cualquier caso, sí puedo añadir un comentario, y es que sea que domine el libro electrónico, sea que éste sea escrito a mano o en celular, sea que pactemos con nuestros autores el libro que queremos leer o que sigamos comprando libros de papel, la que sigue viva, la que aún llena corazones e impacta mentes y vidas es la propia literatura.

31 de julio de 2011

El placer (y la utilidad) de leer un clásico

Creo que desde nuestra más tierna infancia, cuando nos encontramos por primera vez con la posibilidad de acceder al misterioso mundo de las letras, nos enfrentamos a los clásicos literarios. Y los seguimos leyendo (o quizá resumiendo) a lo largo de nuestra vida escolar, colegial y hasta universitaria y muchas veces nos adentramos en la vida adulta a rodearnos de nuestras rutinas e intereses y sólo sabemos que allí están y alguna vez fueron parte de nuestra vida, con mayor o menor intensidad e interés. Y casi nunca nos preguntamos por qué son "clásicos".

Pues los académicos tendrán la respuesta precisa, por supuesto. Hay una gran variedad de clásicos. Los hay que tienen miles de años, que provienen de tradiciones literarias antiguas, como los clásicos griegos y latinos, y los hay más nuevos, los clásicos modernos, que a pesar de su "modernidad" suelen descontar ya varios decenios al menos de haber sido publicados, leídos y alabados. Y también depende de qué rama de la literatura estamos considerando, pues por supuesto están los llamados clásicos "universales", o sea, los clásicos de clásicos, esos que básicamente fundaron la literatura, como los poemas épicos griegos o los cánticos indios o los relatos persas, y están los clásicos específicos para cada género, que suelen ser más modernos, como cuando hablamos de los clásicos de la ciencia ficción, los cuales si acaso habrán cumplido el siglo y medio de existencia (si estiramos el concepto, podemos tener un clásico de doscientos años, pero no más allá).

Con respecto a los clásicos de clásicos, a los que podríamos llamar Clásicos con mayúscula, la relación suele ser bastante fría. Injustamente, quizá, pues su estudio suele ser tedioso, poco amable, y es raro el profesor que sabe hacerlos vivir en nuestras consciencias modernas. Quizá también con razón, pues no hay que olvidar que fueron escritos hace miles o cientos de años, cuando las condiciones del pensamiento humano eran distintas. Sin embargo, pienso que con una adecuada aproximación, es posible hacerlos "vivir" y realmente, poder sentir con Safo de Lesbos o Catulo, o emocionarse con Hesíodo o incluso con Homero, sufrir con Eurípides (como sufrí yo cuando leí su Edipo, ¡cielos, qué tragedia!) o disfrutar de los cuentos tardíos de Apuleyo. Se puede, sí, pero hay que contar con una buena guía o mucho, mucho entusiasmo propio, pues no son textos fáciles de primer intento. Sin embargo, cuando se les ha sabido apreciar, son una delicia.

Los clásicos más modernos son más sencillos, pues se van acercando a nuestra idiosincracia o nuestros valores, y podemos identificar nuestras angustias o emociones en sus historias o sentimientos con mayor facilidad que con los más antiguos. También hay más abundancia, por lo que habrá más de dónde escoger, lo cual siempre será una ventaja, pues no todos estamos hechos del mismo material ni tenemos las mismas inquietudes.

¿A qué voy con todo esto? Pues a algo muy sencillo. Sé que la literatura moderna tiene mucho que ofrecer y si se sabe buscar bien se pueden hallar auténticos tesoros. Dependiendo de para qué lea uno, así podrá hallar lo que busca: los que buscan puro placer, lo encontrarán, sin duda, sea placer del sufrimiento o placer de la alegría o de la acción; mientras que quienes desean aprender algo (pues no le hayan sentido a un libro que no enseñe nada), también el mercado tiene gran variedad de opciones accesibles. Igual ocurrirá para quienes deseen ambas experiencias. Todo eso es verdad.

Pero también es verdad que en la literatura moderna la posibilidad de hallarse de frente a un fiasco es enorme. ¿Cuántas veces no hemos despotricado contra un libro por el cual hemos pagado un buen poco dinero y en el que hemos invertido tantas horas para que al final nos decepcione por muchos motivos? Es frustrante, demoledor y sólo puede provocar mal humor en vez de "regocijo del alma" (o como quieran llamar a la satisfacción del lector).

Creo que en esos momentos la medicina ideal es recurrir a los clásicos. Aligeran el alma, crean sensaciones placenteras (o sea, que de seguro liberan endorfinas) y apaciguan el espíritu. Te dejan con energías para regresar a la literatura moderna y volver a arriesgarte. ¿Por qué será? No lo sé con certeza, aunque yo tengo mis propias teorías, que quizá no coincidan con las de los académicos.

En primer lugar, los clásicos (para mí) han sabido conquistar la perfección del lenguaje. Esto es vital, aunque parezca mentira. Una palabra cultivada, bien desarrollada, satisface el íntimo deseo de alimentación estética que el cerebro humano necesita para estimularse. No es broma. Ya se sabe que la corteza orbitofrontal del cerebro, donde vive nuestro pensamiento consciente y donde se originan nuestras mejores ideas, es estimulado por la belleza de manera eficaz e inmediata. Esta belleza puede provenir de una persona hermosa, de una obra de arte pictórico, de una pieza musical maravillosa, o de una composición armoniosa. Y aquí es donde la belleza del lenguaje bien estructurado, bien desarrollado, cumple su función primitiva de satisfacer nuestra íntima necesidad de lo bello, aunque no nos sea consciente. Los clásicos cumplen en primer lugar con esa función. Examínenlos. Véanlos. Se darán cuenta de que su lenguaje suele ser impecable, sea por lo hermoso o sea por lo claro, o sea por lo directo, o sea por lo estructurado.

Luego, los clásicos desarrollan las historias universales que nos subyugan siempre de manera tal que perviven en nuestra memoria y sacuden nuestros sentidos. Cada vez que los lees, sientes lo mismo. Y no es de extrañar que el nuevo lector vuelva a sentir con ellos lo que miles de lectores sintieron en el pasado. Y perviven en el tiempo y se extiende esa influencia en el futuro. Por eso son clásicos, digo yo. Son auténticamente universales, en la medida en que son capaces de canalizar pensamientos de tantos y tantos seres humanos, distanciados en el tiempo y en el espacio, y saber hacerlos sentir identificados igualmente.

El placer de leer un clásico es asegurado. Por eso calma nuestro espíritu y nos alienta. Por eso es útil leerlos de vez en cuando, o releerlos quizá. Y de hecho, nos sirve de baremo, pues con base en ellos podemos distinguir, inconscientemente, cuáles libros de la modernidad serán los nuevos clásicos, cuáles pasarán sin pena ni gloria, y cuáles simplemente no pueden ser llamados literatura.

14 de julio de 2011

Sobre el cuento

Leí un interesantísimo artículo sobre la situación del cuento latinoamericano que me hizo pensar en diversas cosas. En dicho artículo, "Q.E.P.D el cuento hispanoamericano, 1", Gustavo Faverón Patriau, escritor y crítico literario, reflexiona sobre la deplorable situación en declive del género del cuento en las letras hispanas. Este declive, que no coincide con la riqueza histórica y cultural de los cuentistas hispanoamericanos del pasado, entre los que se cuentan escritores clásicos de las letras latinoamericanas como Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Julio Cortázar, por mencionar sólo algunos, no parece detenerse y son cada vez menos los libros de cuentos que son promocionados y vendidos en gran escala en nuestras librerías.

El articulista parece atribuir en gran parte este declive a la excesiva comercialización de la literatura, en la que las casas editoriales sólo prestan su atención y su dinero a aquellas obras que vayan a generarles una retribución rápida y abundante, las cuales suelen ser las novelas "sencillas" que el público lector masivo acostumbra devorar. Dado que este es su único interés, presionan a los autores para entregar sólo este tipo de obras, y ellos, muy complacientes pues también "sólo les interesa el beneficio comercial", sacrifican los desarrollos complejos en sus novelas y la innovación en cuentos para entregar productos de fácil consumo y rápido posicionamiento en las listas de ventas.

Es evidente que el artículo rezuma amargura y nostalgia por un pasado espléndido que se pierde rápidamente. De hecho, pienso que lleva mucha razón cuando enfoca su atención en la actitud mercantilista de las editoriales, entre las que se cuentan principalmente los grandes grupos editoriales. Su voracidad es indiscutible, sus exigencias de rentabilidad inmediata y abundante son muchas veces irracionales, y en el camino quedan muchas obras que sólo necesitaban tiempo para ser apreciadas y digeridas por los lectores. Es triste ver cómo se acumulan las novedades en las mesas de las grandes superficies, para ver que el mes siguiente han sido renovadas por completo, sin que se le haya dado tiempo a las obras implicadas a calar en un público lector cuyo ritmo de lectura no ha variado con el tiempo ni se ha terminado de ajustar al ritmo febril de las publicaciones mercantilistas de los grupos editoriales. Es como si no pudiesen entender que los lectores no van a comprar más libros sólo porque haya más libros en la mesa ni van a renovar sus lecturas mes a mes o semana a semana sólo porque hay novedades semana a semana. Los lectores seguimos leyendo al ritmo de antaño: necesitamos tiempo para digerir una buena lectura, para apreciarla, para recomendarla. No se trata de novedades, se trata de tiempo.

Desafortunadamente, en ese ritmo, los cuentos se pierden. Alguien diría: pero sin son más cortos, ¿por qué no son más populares? ¿No que los lectores de hoy son más perezosos? Sí, parece contradictorio, pero no. El lector masivo (el que no es estrictamente un lector de afición, sino el que se deja llevar exclusivamente por las modas) suele preferir historia largas que lo enganchen en seguida, en las que pueda identificarse con algún personaje cliché. Un cuento es demasiado corto para sus ansias devoradoras, y tener que cambiar de historias y de personajes, y de situaciones no es lo que más le agrada, pues le representa excesivo esfuerzo. Por eso las colecciones de cuentos no suelen estar entre los best sellers del año. O por lo menos, esta ha de ser una de tantas razones.

Sin embargo, y apartándome un poco de las reflexiones del señor Faverón, también me pregunto si no habrá un error de perspectiva adicional a la hora de juzgar los cuentos, no sólo de parte de un crítico nostálgico como él (que parece sólo pensar en la literatura latinoamericana de hace más de veinte años) sino también de parte de los mismos editores. ¿Será acaso que la temática y el planteamiento de los cuentos de hoy en día no han variado, como sí lo han hecho las novelas? No puede ser posible que sólo haya literatura de rápido consumo en nuestros días. Es absurdo y va contra toda probabilidad estadística que de todas las novelas que se publican año a año no se hayan escrito ya las nuevas obras maestras que marcarán tendencia en décadas por venir. De hecho, estoy segura de que entre tanto best seller facilón hay ya en nuestras manos auténticas obras literarias de gran valor que serán aún mejor apreciadas por los críticos y los académicos dentro de unos treinta años (como suele suceder). También estoy segura de que esas novelas de gran valor son diferentes en planteamiento, estructuración y temática a las grandes novelas del siglo XX que tanta iluminación dieron a las letras castellanas. Sí, diferentes. Se adaptaron.

¿Pasó lo mismo con el cuento? Me temo que no y que allí esté parte de nuestro error. No se trata sólo de motivaciones mercantilistas (que sin duda existen, sí, sí), sino también de una falta de modernización del cuento hispanoamericano. Se admira el señor Faverón de que en Brasil el cuento y la poesía gozan de tanta popularidad y prosperidad como la novela. Y se pregunta por qué. Él no sabe la razón ni yo la sé, pero me pregunto ahora: ¿será que los cuentistas brasileños han adaptado sus relatos a nuevas tendencias, nuevos pensamientos, nuevas reflexiones, por muy admirables que fueran los cuentos del pasado? ¿Será que los editores brasileños son más conscientes de este hecho y así lo exigen y lo esperan de sus autores? ¿Será que el público lector (y no sólo el masivo de consumo fácil) en Brasil encuentra verdadero deleite artístico (y también comercial) en las colecciones de cuentos que se publican en su país?

¿Podremos saberlo? Pienso que la respuesta a esta pregunta es importante. No puedo creer que las editoriales brasileñas no tengan el mismo deseo de rentabilidad que las editoriales hispanas, ni que vean en la publicación un negocio. Estoy segura de que en las decisiones editoriales brasileñas pesa también lo suyo la perspectiva comercial. Entonces, ¿qué tiene el cuento brasileño que no tienen los cuentos hispanos? ¿Tan diferente es el brasileño promedio del resto de sus vecinos? No parece posible...

¿Parte del problema estará en el interior del género? ¿Será que también precisa desprenderse de la nostalgia de un pasado maravilloso pero ya pasado y lanzarse a un futuro nuevo, innovador, atrevido?

Es una pregunta que me hago. Veo que en mi país hay una creciente y vigorosa tendencia a la publicación de colecciones de cuentos, tanto de un sólo autor como de varios autores. En estos últimos años hemos visto una publicación sostenida de esta clase de colecciones. Claro que la mayoría proviene primordialmente de editoriales estatales y universitarias. Sin embargo, algunas editoriales más pequeñas, privadas, también están apostando a la colección de cuentos. Quizá es que Costa Rica siempre se ha caracterizado por una presencia abundante de este tipo de género. O quizá es que todavía no hay un mercado realmente vigoroso en la literatura, y estas colecciones se venden poco, como se venden poco las novelas ticas y los poemarios ticos, quién sabe. Pero creo que es momento de fijarse en qué estamos escribiendo, qué estamos editando, no sea que el cuento costarricense también se vaya diluyendo junto con el resto del cuento hispanoamericano...

9 de julio de 2011

Autocrítica

Hace unas semanas estaba mirando un programa de televisión de contenido ligero mientras me tomaba un café. El programa es una especie de "reality" en el que un grupo de jóvenes compiten entre sí para ganarse un premio final consistente en una cantidad importante de dinero y un auto nuevo. Hay dos tipos de competencia: una es deportiva, física, en la que se dividen en dos equipos y se enfrentan a diversas pruebas, y la otra competencia es artística, específicamente de canto. En esta última los concursantes compiten de manera individual y se enfrentan a un jurado compuesto de personalidades relacionadas con el mundo de la música popular, el espectáculo y el arte de la interpretación musical en general. A esta última estaba prestando mi atención con relativo interés y porque una de las chicas que mejor lo hacen acababa de interpretar una canción de un intérprete famoso. El jurado la estaba calificando con notas bajas y la chica estaba muy contrariada. Al proseguir la competencia y cuando otra concursante también recibió sus calificaciones (bajas), las cámaras se fijaron en la primera joven y de inmediato el conductor resaltó que estaba llorando. Por supuesto, como estos programas suelen ser sensacionalistas, el conductor se dirigió a la joven y le preguntó qué le pasaba.

La chica más o menos se quejó así: "He trabajado muy duro, he ensayado y ensayado, y sigo trabajando y cuando creo que lo he hecho bien, y pensaba que lo había hecho bien, resulta que aún no lo consigo". Insistió en que no criticaba a los jueces, pero se sentía desolada porque sus esfuerzos parecían hechos en vano. Yo pensé que podía entenderla. Muchas veces nos enfrentamos a periodos de nuestra vida en la que pese a nuestro intenso trabajo y todos nuestros esfuerzos, los resultados no parecen coincidir y la frustración es el sentimiento predominante.

Los jueces tomaron la palabra y le explicaron por qué la habían juzgado tan bajo. Tenían sus razones y muy bien fundamentadas. Sí, la chica había querido interpretar una canción difícil con escasa experiencia y menos dominio. A ella podía parecerle bien, pero ellos habían notado muchas fallas. Hasta aquí sus argumentaciones me parecían interesantes, pero todo el asunto no pasaba de ser anecdótico, hasta que el último juez tomó la palabra y le dijo algo así como: "Debes desarrollar tu sentido de autocrítica. Mirarte a ti misma sin pasión, con visión fría, y saber detectar dónde están tus errores y cómo puedes enmendarlos. Hay mucha gente en torno a ti, pero muchos de ellos son aduladores, otros son ignorantes y otros sólo tienen buena intención. No escuches a ninguno, pues ninguno de ellos te dirá lo que necesitas saber para hacer las cosas bien."

Autocrítica.

Cuánta razón, pensé, tiene y qué obvio resulta, pero qué fácil es olvidarlo, en especial cuando estás dedicada a la creación y al arte y tantas variables dependen de meras subjetividades. La chica había dejado de llorar y miraba al juez. No supe entonces si le estaba entendiendo, quizá sí (pues las siguientes canciones que interpretó estuvieron mucho mejor realizadas), o quizá no. Pero creo que yo interioricé esas palabras como si fuesen dirigidas a mí y pensé entonces en cuánta autocrítica estaba realizando de mí misma.

La autocrítica no es la autocompasión. No es decir: "soy tan malo, tan malo, no sirvo para esto". No importa cuántas veces tu relato resulte perdedor en el certamen de turno, o cuántos lectores sinceros te digan que tu novela no es lo suficientemente convincente. No dirás con pucheros: "soy un perdedor". No se trata de eso. No se trata de llamar al consuelo fácil y derramar lágrimas de pura compasión por ti mismo, que así no arreglas nada ni te mejoras ni llegas a ningún puerto. La autocompasión es engañosa. Parece autocrítica, pero no lo es. Parece que de verdad eres duro contigo mismo y estás midiendo tu capacidad con vara de hierro. No es así. La autocompasión es un truco del ego para obviar los errores,para evitar buscar las soluciones.

La autocrítica no es tampoco el autoengaño. No puedes echarle la culpa a las circunstancias. O a los jueces de turno, o a la elección del género literario. No sirve de nada decir: "Es que el jurado busca un valor comercial y mi obra es arte puro" Esas son simples excusas con lo que obvias lo importante y evades tu responsabilidad. De nada sirve tampoco echar la culpa al mercado (Ah, es que ahora lo que vende son historias de zombies y como yo escribí una historia de naves espaciales, por eso no se vendió mi libro, o no se publicó, o no ganó el concurso). Olvídate de ser un genio incomprendido. Si acaso quien se niega a comprender eres tú mismo. Y te encierras en tu torre y "nadie te comprende". No creo que haya peor recurso que acudir a los amigos complacientes (aduladores) o a los que no saben nada de tu arte (ignorantes) o a los que sabes que te aman tanto que sólo te dicen cosas buenas de ti (bienintencionados). Eso es practicar el autoengaño a niveles ya estructurados.

Nada de eso te llevará a ser un escritor de verdad, un buen escritor. Nada de eso te llevará a ser un buen artista, en ningún campo.

La autocrítica será, como bien dijo ese juez, una mirada a lo que haces desde una posición fría, analítica. Sin pasiones ni emoción. Sin arrebatos ni cóleras. Sin tristezas ni frustración. Analítica. Hay que convertirse en juez imparcial y honesto. Mirar lo que hiciste o lo que haces y realmente preguntarte: ¿Está bien?

¿Está bien estructurado?
¿Bien narrado?
¿Me creo este personaje?
¿Me creo esta situación?
¿Es un final coherente?
¿Acaso este hecho puede devenir de este otro?
¿Vale la pena esta historia?
(¿O este poema... o esta canción...?)

Si respondes con muchas negativas, quizá sea el momento de olvidarte de esta pieza y dedicarte a otra. Si acaso sabes responder de manera positiva a la mayoría, enfócate en lo que descubriste errado y prepárate para enmendarlo, con firmeza, con valentía. ¿Este personaje es un bodrio? Elíminalo. ¡No está vivo, por favor! Nadie te enviará a la cárcel por eso. ¿Este capítulo está enrevesado? ¡Reescríbelo, pero desde el principio! Atrévete a ser autocrítico, sin apasionamientos ni emociones, sino como un auténtico juez de lo bueno y lo malo en el arte.

Todo esto he pensado en estas semanas y he mirado en mi trabajo y en mis esfuerzos y he vuelto a considerar mis obras con frialdad. Ese día, ese juez también me hablaba a mí. ;)

15 de mayo de 2011

Cursilerías

A raíz de una charla intrascendente, como son casi todas las charlas que se suscitan en Facebook, que versaba sobre el modernismo, el postmodernismo y la cursilería, me puse a pensar si es que no somos una sociedad tan agobiada que casi todo nos parece "cursi". Lo digo porque en dicha discusión (en la que no participé por cierto, pero a la cual presté mi atención) se mencionaba cómo un artista exponía sus "sentimientos" más profundos de una manera más bien cínica y con una actitud despectiva que mientras unos calificaban de modernista, otros acusaban de postmodernista, o sea, la suma encarnación del cinismo amargo. Y es que, según alegaban (y pienso que llevan razón), el postmodernismo ha estado marcado por una visión endurecida de la vida. Ya no se considera auténtico que alguien esté en directo contacto con sus sentimientos y las expresiones sentimentales más sencillas son vistas como cursis, si es que el personaje en cuestión se reputa como un adulto bien formado y consciente de las debilidades de la especie humana.

Desafortunadamente, creo que es así. Nuestra visión de las cosas está teñida de desilusión, aún antes de conocerlas. Cada nuevo hecho, en el que quizá ha intervenido algún acto de caridad o compasión es visto con sospecha. Cada nueva historia que surge a la palestra de los grandes eventos editoriales o cinematográficos ha de estar en contacto con "la realidad", entendida ésta como un conjunto de eventos donde los sentimientos puros o inocentes son inexistentes y donde cada ser humano actúa movido por razones profundamente egoístas e incluso despiadadas.

No es de extrañar, por supuesto, que las generaciones que vivieron la barbarie de la segunda mitad del siglo XX, y que aún viven en esta segunda década del siglo XXI sean tan suspicaces frente a la bondad. Sí, la bondad es cursi. Y las historias que cuentan hechos teñidos de bondad, donde los personajes están en comuníón con sus sentimientos más profundos son historias cursis. Y cursi es quien se emociona con dichas historias y se ilusiona con sus argumentos. No es para menos. ¿Es posible acaso pensar que existe la bondad humana si desde la explosión de las bombas atómicas sólo hemos conocido guerras innobles, genocidios en masa, despiadad crueldad para con animales y territorios, codicia ilimitada y hasta terrorismo masivo? La respuesta suele ser no.

Y así se ve en la literatura. Hoy en día, las novelas tachadas de "serias", de "profundas" son las que sólo retratan el rostro más oscuro de la humanidad. Incluso en la fantasía, que fuera el territorio de las ilusiones, de los grandes héroes, de la derrota del dragón y el encumbramiento de la nobleza (del corazón), han proliferado las historias amargas, llenas de tristezas, donde ya no hay héroes y donde lo que se privilegia es el más crudo "realismo".

¿Somos tan amargos que no podemos sincerar nuestros sentimientos más positivos sin ser acusados de cursis? Parece que no. Y si no me creen, basta con ver lo que sucede con las historias románticas. Son acusadas de cursis: sí, desde Crepúsculo hasta las novelas de Jane Austen, sin parar mientes en calidades literarias, el sólo tema del amor "verdadero" es tratado como cursilería adolescente femenina, o sea, de aquellas mujeres que aún no han tropezado con la "realidad". Las otras, las adultas, las que "saben", ya no se ilusionan con el amor, pues éste se ha tornado en una mezcla de sexo desenfrenado y compañía transitoria, pues lo demás es cursilería.

No sé si esta visión de la literatura, de la vida y de la realidad, vaya a perdurar por mucho tiempo o si cambiará como cambian las filosofías en los vaivenes de la historia. Es posible que se prolongue, pues nuestro mundo sigue agobiado por ingentes problemas de todo tipo. Sin embargo, pienso que puede uno tener presente que es sólo una visión, y además parcializada, de un mundo mucho más complejo. Las realidades no se miden en colores de blanco y negro y los seres humanos son capaces de perversidades terribles, pero también de bondades extraordinarias, y de este último hecho son testigos miles de animales y otros seres humanos que son rescatados de la muerte, del dolor o de la extinción misma por la acción de gente que sigue creyendo en la bondad como un valor y no como una moda.

La literatura es un arte y como tal expresa un cúmulo de visiones y emociones que permean la sociedad humana. Por eso estamos rodeados de historias amargas, pero también por eso siguen apareciendo historias "cursis". Allá en el fondo de todo corazón amargo o cínico aún existe un punto de esperanza, de que quizá, después de todo, el amor sí existe y la bondad lo acompaña, quizá sí hay hombres de verdad buenos (sin ser tontos) y quizá sí hay mujeres valientes. Y quizá no es ser cursi pensar así. Quizá es ser sólo... un poco optimista.

6 de mayo de 2011

Ojos de lector

Creo que todos estamos de acuerdo en que leer es importante. Sí, incluso los que nunca leen ni el periódico dirían muy convencidos: "sí, es importante leer, claro que sí". El problema es que ellos no leen, alegando falta de tiempo y otras excusas varias para no hacerlo, pero la premisa se mantiene. Leer es importante y hasta los estudios neurológicos y psicológicos lo confirman.

En lo que mucha gente aún no se pone de acuerdo es en qué debe leerse para completar semejante misión. Quizá exista un consenso generalizado de que si bien leer es importante, no debe desperdiciarse con malas lecturas, y lo ideal es que se lean buenos libros. O buenos artículos o buenos tratados. En general, buenas lecturas. Y si consideramos que el acto físico de la lectura entraña consumo de energía en gran escala para nuestro cerebro (y varios de nuestros sentidos), la lógica impone que escoger buenas lecturas sea indispensable.

Y, ¿qué es una buena lectura? La pregunta. El consenso no es aquí tan grande y las discusiones estallan como volcanes cada vez que se valoran los libros que la gente lee y los que lee menos o no lee del todo. Las posiciones pueden ser muy extremas, incluso violentas, cuando se trata de evaluar la calidad de los libros en circulación. No me refiero a los libros técnicos ni especializados, sino a la literatura, siempre tan difícil de juzgar, de encuadrar, de enseñar y de categorizar. Algunos dicen que se deben leer siempre libros que enriquezcan la cultura del lector, que engrandezca su espíritu, que los haga más complejos, más sabios. Ubicar semejante tipo de lectura es una tarea encomendada tradicionalmente a los académicos, y éstos ya nos han brindado largas listas de "obras maestras" que no deberían pasar de largo de todo auténtico lector que sabe aprovechar su tiempo con alta literatura. Algunos dicen, en cambio, que se debe leer de todo, y en especial, aquello que nos guste, sea "alta" literatura o no. Que el placer es primordial para el buen aprovechamiento de la lectura y que muchos clásicos u "obras maestras" son aburridas, arcaicas o demasiado espesas para ofrecer una fuente de entretenimiento adecuado para la masa de la población. Si lo importante es que todos leamos, deberíamos ampliar las opciones.

Ambas posiciones han chocado y siguen haciéndolo, con no pocos enojos y frases altisonantes. Yo pienso que la raíz de semejante discusión se halla en la filosofía de trasfondo con respecto al acto mismo de leer. Dependiendo de cómo veamos la lectura, así definiremos cuáles libros pasarán por nuestras manos y ante nuestros ojos, y cuáles no. Unos ven la lectura como una fuente de aprendizaje y de conocimiento, siempre. No importa si lees libros técnicos, científicos, textos informativos o políticos, o si lo que estás leyendo es literatura. La lectura es un acto de aprendizaje de contenidos y formas y por tanto, cualquier libro que no ofrezca una clara fuente de conocimiento para el lector, ha de ser descartado. De ahí que algunos sólo den importancia a las "obras maestras", pues la complejidad de su hechura permite que el lector enriquezca su acervo cultural con infinidad de matices, desde el dominio del lenguaje hasta el profundo contenido que suelen mostra dichas obras. En cambio, aquellos libros literarios que sólo ofrecen entretenimiento sin mayores ahondamientos en el alma humana o en sus obras, tienen que ser descartados por no cumplir con su objetivo.

Para otros, la lectura de obras literarias es una fuente de placer, de disfrute. Se lee para pasársela bien. Por tanto, los libros que elegirán se caracterizarán por ser hábiles entretenedores, porque ofrecen horas y horas de intenso disfrute. Si una obra no entretiene, no gusta, pues se descarta. Leer para sufrir (aburrimiento, obstinación, indignación, ustedes elijan) no tiene sentido. Si estás leyendo una obra que te está matando de bostezos, déjala, así sea el Quijote, o La metamorfosis o cualquier otro clásico posible. Para esta visión, no vale la pena seguir, aunque la prosa sea exquisita, aunque las ideas sean profundas, aunque la historia contenga un profundo significado humano.

En el primer caso, pienso que se despoja a la literatura de ese componente lúdico que siempre caracterizó su creación y su desarrollo a lo largo del tiempo, y la extrae del arte en general, el cual siempre favoreció la complacencia de los sentidos como parte de su expresión. En el segundo caso, pienso que se le despoja a la literatura de ese componente humano, místico, poderoso en el pensamiento y en la emoción, que siempre hizo del arte un magnífico exponente del alma humana y de su capacidad de reflexión y de superación constante. Pienso que sostener sólo un punto de vista es mutilar al libro y quitar parte de la gracia al acto de leer.

Creo que la lectura es las dos cosas: es fuente de conocimiento y es fuente de placer. Y aún creo que es un ejercicio vital para nuestras neuronas, que así se mantienen activas de manera sana, y nos aleja de fármacos contra el deterioro mental y contra la depresión. El punto es que no todos los libros poseen la capacidad para ofrecernos nuevos conocimientos o nuevas experiencias intelectuales al mismo tiempo que poseen la capacidad para hacernos disfrutar. Algunos lo logran, sí, pero son los menos. Eso significa que uno, como lector, debería ser capaz de ser flexible y de saber muy bien qué necesita para el momento en que se dispone a leer. A veces nos inclinamos por la reflexión, el análisis, la adquisión de conocimientos y el desarrollo de ideas. Preferiremos libros complejos. A veces nos inclinamos, en cambio, por un entretenimiento puro, ligero, que nos permita escaparnos de nuestras tribulaciones y descansar. Preferiremos entonces libros sencillos. Así estaríamos uniendo las dos visiones de lectura y nosotros aprovechándonos de ellas.

¿No hay libros malos, entonces? ¡Oh, sí que los hay! La literatura también es lenguaje, y es coherencia de ideas, y es calidad de prosa o de lírica. La estructuración, el estilo, la forma es parte vital de la literatura como lo es una nota en una canción, un color en una pintura. Puede magnificar un escrito, hundirlo en la estupidez o simplemente hacerlo aceptable. Por eso pienso que al elegir la lectura que hará deleitable tu próximo rato, es preferible cerciorarse de que estos elementos esenciales han sido cumplidos. No hago nada con un libro cargado de ideas o lleno de acción si está mal escrito, si es incoherente, si es inverosímil, o si incluso su edición está descuidada. Libros malos hay, sí, y es mejor evitarlos, como evitamos las malas películas, las malas comidas y las malas parejas. ¿Cómo? Pues prefiriendo lo que está bien hecho, bien escrito y bien formulado, sea complejo o sencillo, rico en matices o puramente entretenido. Y la única manera de saberlo es... leyendo. Paradójico, ¿no?

25 de abril de 2011

Leer y ser feliz

El otro día, Anika Lillo (la simpática dama que dirige Anika entre libros) indicó un interesante enlace de la revista Muy Interesante que se llamaba "Los felices leen, los infelices ven la televisión". Muy a propósito, puesto que el pasado sábado 23 se celebraba en el mundo hispano el Día del Libro, nunca lo suficientemente alabado ni promocionado, pero tan importante que es para nuestras vidas.

Yo, que soy lectora casi compulsiva desde mi niñez, me dije que para mí era obvio, pero de todas maneras quise averiguar de qué iba el artículo y resultó ser una interesante nota sobre un estudio sociológico realizado en la Universidad de Maryland sobre los hábitos de lectura y su relación con la sensación de felicidad de la gente. El estudio determinó que quienes se sienten mejor con sus vidas, "felices" en términos razonables, dedican un 20% más de su tiempo a la lectura que aquellos que se sienten infelices, sea porque están muy estresados o se sienten muy vacíos. Al parecer, la TV aporta una satisfacción barata y fácil que "llena" los vacíos de la persona pero sólo a corto plazo, mientras que la lectura (y de paso también la socialización) logra aportar una satisfacción más compleja pero más duradera.

La nota no se extiende más, pero en seguida estuve de acuerdo con los resultados, no tanto porque "supongo" que es verdad, sino porque lo he observado en el humilde círculo de mis amistades y familiares cercanos. Casi siempre los más estresados, los que más se quejan, que incluso terminan buscando ayuda de psicólogos o sacerdotes son quienes más abusan (ya no usan) de la TV, mientras que aquellos más tranquilos suelen dedicar muchas horas a la socialización o a la lectura o a ambas.

Después pensé qué pasaba con los niños. El estudio se hizo sobre adultos, pero supuse que sería importante aplicar alguna regla sobre los niños. Después de todo, los hábitos más fuertes se originan en la infancia y son los que más cuesta erradicar una vez somos adultos. Sin ir más lejos, mis hábitos de lectura se iniciaron cuando aprendí a leer, hacia los cinco años, y hoy en día es una costumbre que guía la mayor parte de mis actividades e intereses.

La nota, sin embargo, no ahondaba en ese último tema y la dejé. Más tarde tuve ocasión de comprobarla por mi cuenta, de manera accidental. Mi hijo de 9 años había estado durante todo el día bien en la computadora, bien mirando la TV, bien jugando con uno de sus juegos de video. En algún momento, esta persistente actividad "electrónica" lo llevó a sentirse muy irritado cuando su padre le dijo que no habría más turnos extra de computadora ese día (mis tres hijos se turnan la computadora de ellos en horarios ya preestablecidos. A veces, se les concede un turno adicional al regular). Como se molestó, comenzó a quejarse y el asunto degeneró en una reprimenda paterna y la amenaza de ser enviado a la cama más temprano de lo habitual. Mi hijo se sentó pues en medio del dormitorio con un puchero y mirando al techo, muy molesto. Fue entonces cuando me le acerqué y le pedí que escogiera un libro. Como aclaración debo indicar que he tenido largas charlas con mis hijos sobre la importancia de la lectura y todo ese blah, blah que muchas veces niños y adolescentes parecen aceptar pero luego "olvidan" más rápido de lo que tarda uno en decirlo.

Él me miró algo fastidiado, pero insistí. "Demasiadas pantallas por el día de hoy", le dije. Así que debía escoger un libro. "Cualquiera", aclaré, "Puede ser de cuentos, una novela, de poemas, informativo o incluso el diccionario". (Nótese el nivel de mi desesperación). Cuando escuchó lo del diccionario se rió. Luego agregué que era preciso que él dedicara a la lectura al menos la mitad del tiempo que le dedica a la computadora. ¡Y mira que cada turno es de dos horas! Entonces, él asintió, se levantó y tomó el libro de Narnia que según él había estado leyendo el año pasado pero que nunca había terminado. Le indiqué entonces que no podría abordarlo en el punto en el que lo había dejado (dudaba seriamente que lo hubiera leído de verdad) y él me aclaró que no pensaba hacerlo. Que iba a empezar por el principio.

He de reconocer que lo hizo. Se sentó a leer a conciencia, incluso me hizo preguntas sobre el vocabulario, y supo contestarme sin dudar por cuál parte del libro iba cuando se lo pregunté (yo leí ese libro. Lo conozco bien y es una ventaja). Cuando tenía una hora de estar leyendo y él había completado unos tres capítulos (con una pausa para tomar el café de la tarde), le dije que podía jugar.

Una hora de lectura y el rostro de mi niño había cambiado por completo. Ya no estaba irritado ni molesto ni fastidiado. Era otra vez el niño con ganas de jugar de siempre, simpático y sin quejas. Un niño pacificado. ¿No resultó ser, después de todo, una estupenda terapia? =) Así que, ya saben. La próxima vez que se sientan muy estresados, muy molestos con su vida porque las cosas no resultan como las querían, o cuando se sientan de ánimo caído, busquen un buen libro, el que ustedes prefieran y con la actitud de disfrutar de un rato de paz, lean. Se sentirán mucho mejor al cabo de su lectura. Garantizado.

8 de abril de 2011

Eso de ser fiel a ti mismo...

Supongamos que hemos superado el tema "copia", que sabemos diferenciar la inspiración del calco de ideas y estructuras y nos hemos lanzado a la escritura propia, con un "sello" personal que nos hace destacables. Eso significa que habremos vencido en una lucha increíble, plagada de trampas, pues el lindero entre inspiración y copia es tan fino que a veces los más honestos lo sobrepasan. Y es que no resulta probable que desarrollemos una literatura totalmente original en un mundo con más de siete mil millones de habitantes y con una historia civilizada de más de cinco mil años. No digo imposible, pero sí poco probable. ¿Algo absolutamente original? De momento, sólo rarezas. Y las rarezas no siempre resultan atractivas, ni siquiera para su propio autor. Así que aceptemos el hecho de que si nos hemos lanzado a la escritura creativa, enfrentaremos tarde o temprano la difícil tarea de sortear la copia (lo cual siempre resulta cómodo y fácil, y por tanto, poco meritorio) y de lograr una cierta originalidad basada en inspiraciones honestas.

En ese punto, en el que logramos vencer en esa lucha y hemos producido una historia original dentro de lo que cabe posible, quizá con elementos reiterados pero a la vez con planteamientos únicos, servida por personajes frescos, no necesariamente nuevos-nuevos, pero sí refrescantes, con algunas propuestas novedosas, y un estilo que a fuer de práctica y revisiones concienzudas, hemos logrado que sea personal, que sea nuestro, en fin, en ese punto nos encontramos con una realidad nueva y a la vez parecida. ¿Qué significa ser fiel a uno mismo?

Algunos han dicho que un escritor debe forjar un estilo, un lenguaje propio, para distinguirse de los otros. La idea parece obvia, pero no es tan simple de realizar. ¿Significa que una vez he concluido mi primera obra y esta resulta aceptable, he de imitarla? ¿Es obligatorio mantenerte en el mismo género, en la misma temática, en la misma clase de desarrollo argumental, el mismo tipo de personajes? ¿Todo eso es la base de mi estilo, de ser "yo mismo"?

No estoy tan segura de ello.

Un estilo está muy marcado por varios aspectos. Uno es el lenguaje. Este resulta primordial, pues es la herramienta básica de trabajo de un autor. Es su pincel y su pintura. Y el lienzo resulta la página en blanco. De cómo uno maneje ese pincel y esos colores, así el resultado. Así la pintura, así el libro. ¿Es fácil caer en la copia inconsciente de otros autores a quienes admiramos o hemos seguido por años? Sí, claro. Es casi imposible sustraerse a ello. Por eso se ha recomendado que lea uno mucho a los clásicos, a las grandes obras de la literatura, para que esos estilos tan famosos queden impresos en nuestro inconsciente y nos permitan desarrollar un lenguaje cuidado y limpio. (Bueno, hay otros motivos para leer a los clásicos, pero los obviaremos aquí por ahora). Y también es recomendable ser consciente de este fenómeno.

Ahora bien, cuando uno escribe a menudo, y lee mucho de autores diversos, esa influencia suele diluirse y acaba uno por desarrollar una particular manera de escribir, que se puede decir es la base de ese estilo personal del que hablamos. Claro que en el estilo personal entran otros aspectos: la manera en que estructuras una narración, la manera en que describes las situaciones y los personajes, la manera en que abordas los temas, si lo haces con una mirada filosófica, o más bien divertida, o eres político o eres analista. Todo se va mezclando hasta que te das cuenta de que escribes siempre de la misma manera y desarrollas siempre tus historias con la misma estructura esencial.

Y aquí entramos en la disyuntiva. ¿Qué pasa si quieres intentar otro punto de vista, otra estructura? ¿Estás traicionándote a ti mismo? Yo diría que no, en la medida en que se es consciente de que se está experimentando. Sin embargo, pienso que, con lo difícil que es alcanzar ese estadio de "estilo personal", ponerte a "revolucionarte" no redundaría en tu beneficio. Habrás logrado atraer lectores, ellos te habrán preferido precisamente por ese "estilo personal", y querrán que lo mantengas, pues así sabrán que si adquieren otro libro tuyo, se encontrarán con algo familiar, aunque la historia sea otra. Si cambias mucho tu estilo, ya no tendrás estilo personal, y más de un lector podrá sentirse defraudado. Claro que si tu estilo personal es precisamente estar cambiando de estilos, pues... adelante. Pronto todos se darán cuenta de ello.

Hay autores que van más allá del lenguaje y de los planteamientos. Van hacia el género y la temática. Según ellos, no se debe abandonar el género en el que uno se desenvuelve. Si eres escritor de novela negra, mantente allí. Si eres escritor de novela romántica, igual. Si lo eres de fantasía, lo mismo. Nada de salirte de tu campo, pues perderías "fidelidad" a ti mismo. Igual las temáticas, que te "definen" como autor.

No estoy tan de acuerdo. Supongo que es natural que un autor prefiera un género porque es el que le gusta, le interesa y en el que se siente libre de contar lo que quiere contar. Y está bien que se mantenga dentro de él. Pero no creo que deba cohartársele la libertad de explorar otros terrenos. Quizá fracase y se regrese a lo de siempre. Quizá sea exitoso allí también. No creo que por ahondar en otros géneros se pierda fidelidad a uno mismo. De hecho, estoy segura de que conservará el "estilo personal" en el nuevo género en el que se desenvuelva y será capaz de desarrollar su propia visión. Algunos autores hacen ese tipo de migraciones y lo hacen bien. Como Ken Follet que solía escribir "thrillers" y de pronto escribió una novela histórica que lo inscribió en una fama aún mayor y más potente. Y descubrió que le gustaba más. O como George R.R. Martin, que luego de escribir varias historias de CF, saltó al estrellato con una saga de fantasía épica. La misma Ursula K. LeGuin navegaba y navega entre la fantasía y la CF, y he leído historias cortas suyas que son enteramente realistas, incluso, dramáticas. Y sus estilos se conservaron.

Otros fracasaron. O no fueron tan exitosos. Pero tuvieron la oportunidad de explorar.

Ser fiel a uno mismo se ha de referir entonces más al estilo personal que al contenido, temas o aproximaciones de género que se tenga de la historia. No tengo que contar siempre la misma historia para ser fiel a mí misma. Ni siquiera tengo que estructurar todas las historias exactamente igual para ser fiel a mí misma. Sólo debo conservar mi sello, mi forma de contar, mi manera de ver el mundo. Que se intuya, que se deje sentir. No tengo, pues, que copiarme a mí misma.

Copiarse uno mismo. Sí, claro que sucede. Tomas la novela que te hizo exitoso, le cambias los nombres a los personajes, los sitúas en escenarios distintos, conservas los puntos esenciales de la trama y ya tienes otra novela. Es igual a la primera salvo por detalles. No es plagio porque es tu propia obra, pero que te copiaste, te copiaste. Y tienes éxito, porque la mayoría de los consumidores les gusta lo familiar antes que lo muy novedoso, quizá por ese grado de comodidad que muchos atesoran. Sin embargo, no eres demasiado exitoso tampoco, porque a la larga los lectores se cansan de siempre lo mismo y buscan otras lecturas que refresquen sus vidas. Y tú te quedas buscando un nuevo formato.

Para mí, copiarse no es ser fiel a uno mismo. Es ser comodidoso y facilista, eso es todo. Ni siquiera creo que si lo haces con frecuencia te guste mucho escribir o contar historias, pues repetir fórmulas no es algo que resulte divertido o estimulante. Cualquiera repite fórmulas, siguiendo algunas instrucciones sencillas y si tú mismo creaste el formato inicial, es aún más sencillo. ¿Puede ser un medio fácil para ganar dinero? Bueno, sí, pero sé honesto contigo mismo. Si lo haces, no estás siendo "fiel a ti mismo", estás sacando productos en serie de una fábrica para pagar las facturas. Y las editoriales tan tranquilas, porque si algo les gusta es el éxito garantizado, en lo cual no las culpo, pues no dejan de ser negocios, con declarado ánimo de lucro.

Eso de ser fiel a uno mismo tiene sus trampas. Pero no es imposible. Yo prefiero pensar que puedo lograr un estilo personal sin necesidad de contar siempre la misma historia, aunque mis historias se parezcan entre sí (tenderán a hacerlo) en algunos aspectos generales. Y eso es lo que me gusta encontrar en mis lecturas.

Porque yo también soy lectora. Eso es un hecho.

31 de marzo de 2011

Inspiración o... copia.

Pronto se estrena en la TV la primera temporada de la serie que adapta el primer tomo de la saga fantástica del escritor estadounidense George R.R. Martin, Canción de Hielo y Fuego. El libro se llama Juego de Tronos y la serie fue llamada precisamente así (aunque habría sido más lógico llamarla igual a la saga y no sólo al primer volumen de ésta, pero bueno...). Hay mucha emoción entre los seguidores fieles de la saga literaria, y mucha expectativa, además de temores, por supuesto, de que los adaptadores estropeen el libro, pero considerando la alta calidad de una cadena como HBO, es poco probable que hagan una bazofia, y es de mucho considerar que más bien generen culto. Si la serie televisiva es exitosa, proliferarán los seguidores, y, por supuesto, los programas similares (como sucedió con las películas que Peter Jackson basó en El Señor de los Anillos), no siempre de calidad similar.

¿Es factible que en el campo literario haya muchos Martins a consecuencia de la serie de TV? No diría tanto, porque ya los hay. Sí, Martin ha tenido un éxito apreciable en el mundo de la literatura fantástica, tanto en EEUU como en otros muchos países a los que se ha traducido su obra, en gran parte porque se atrevió a plantear un acercamiento fresco de la fantasía adulta y en parte porque en general es un buen escritor y su historia es apasionante. El problema es que, como suele suceder, cuando un autor obtiene un reconocimiento tan extenso, genera admiración y hasta fanatismo, y tropas de seguidores fieles, no pasa mucho tiempo antes de que aparezcan los imitadores, no siempre de la misma calidad, y por supuesto, sin su originalidad. ¿Es culpa de los autores? A veces. Y a veces de las editoriales.

No ocurre sólo en la fantasía, por supuesto. Ahí tenemos todos los imitadores de Stieg Larsson con su celebrada Millenium, o los seguidores del estilo y trama de Los Pilares de la Tierra que originó un delirio por cierto tipo de novelas históricas como no se había visto en mucho tiempo. No más Dan Brown causó sensación con su El Código da Vinci, ¡cientos de títulos similares con tramas muy parecidas inundaron las librerías! Igual puede decirse de multitud de títulos de literatura infantil en que los protagonistas eran sospechosamente similares a Harry Potter y cop. ¡Y ni qué decir tiene de la ingente cantidad de historias sobre vampiros adolescentes que enamoran jovencitas cándidas a las que no se atreven a vampirizar o a devorar!

¿Por qué no aprovechar el tirón de una moda si se puede?, dirá alguien muy "avispado". Pues no lo culparía, por supuesto. Cuando se trata de un filón comercial, si eres un editor y tienes entre manos un librito muy similar al autor de moda o al tema de moda, pues ni lo dudas. Con la crisis, no te pones a dudar. Pero si eres un autor... es distinto. A ver, entendámonos. Inspirarse está bien. Todos nos hemos inspirado en alguien, desde los albores del Arte hasta nuestros días, nuestra inspiración viene de muchas fuentes, de las cuales, una de las más importantes es la de artistas a quienes admiramos. Estoy segura de que muchos pintores de cavernas se inspiraron en el arte pictórico del vecino que montó un mural bellísimo en la suya y causó sensación en el "pueblo". E igual puede decirse de juglares y cuenta cuentos, poetas épicos y narradores de leyendas. No es una vergüenza, al contrario, es un sine qua non para que haya fluidez en la creación artística.

De hecho, muchos de nosotros que nos dedicamos a escribir sabemos que es muy difícil desprender nuestro estilo o nuestras ideas de aquellos autores a quienes hemos admirado por años o por quienes nos hemos iniciado en la escritura o en el género que más nos gusta. Y de hecho, sabemos también que entre nuestros autores favoritos hay ciertos parecidos que nos inclinan precisamente a leer sus escritos.

Inspirarse, pues, está bien. Te ayuda incluso a ir desarrollando un estilo, una manera de abordar una historia, de tratar un personaje o una situación. Y te vas insertando en un movimiento, una tendencia, un modelo. Pero... y aquí es cuando entra la difícil tarea de establecer líneas separadoras... cuando ya no es la idea general, el estilo general o cierta manera de contar historias, cuando ya es la historia en sí, cuando describes más o menos los mismos personajes, cuentas más o menos los mismos hechos y no te sales de ahí, estás copiando. Y la copia es deplorable.

En el cine se ve cuando alguien hace una película exitosa y viene otro alguien copiándolo. Todo el mundo dice: "¡Puf!" No es una señal de inspiración, sino de falta de imaginación y de talento. Y es más común de lo que parece a simple vista. ¿Por qué caer en ello, si podemos desarrollar nuestro propio arte? Huir de la copia todo lo posible. Respetar la inspiración. No ser el segundo Martin ni el segundo Tolkien. Ser el único Pérez o el original González. Que alguien lea y diga: "Me gustan los libros de González porque son únicos" y no que diga "Bueno, leí a González y era como leerse una mala copia de Martin". Y hacerlo aunque la editorial te presione para que escribas la nonagésima versión de Crepúsculo o de la guerra de los zombies.

Esta actitud más valiente habla muy bien de un autor y lo destaca. De hecho, así se destacó Martin mismo en un principio. No fue otro Tolkien. Fue él mismo. Y ya ven: así sus obras se aprecian y gustan. :)

P.D. No hablo aquí de franquicias ni de "fan fiction". Son temas aparte, que quizá mencione en otra ocasión. ;)