15 de mayo de 2011

Cursilerías

A raíz de una charla intrascendente, como son casi todas las charlas que se suscitan en Facebook, que versaba sobre el modernismo, el postmodernismo y la cursilería, me puse a pensar si es que no somos una sociedad tan agobiada que casi todo nos parece "cursi". Lo digo porque en dicha discusión (en la que no participé por cierto, pero a la cual presté mi atención) se mencionaba cómo un artista exponía sus "sentimientos" más profundos de una manera más bien cínica y con una actitud despectiva que mientras unos calificaban de modernista, otros acusaban de postmodernista, o sea, la suma encarnación del cinismo amargo. Y es que, según alegaban (y pienso que llevan razón), el postmodernismo ha estado marcado por una visión endurecida de la vida. Ya no se considera auténtico que alguien esté en directo contacto con sus sentimientos y las expresiones sentimentales más sencillas son vistas como cursis, si es que el personaje en cuestión se reputa como un adulto bien formado y consciente de las debilidades de la especie humana.

Desafortunadamente, creo que es así. Nuestra visión de las cosas está teñida de desilusión, aún antes de conocerlas. Cada nuevo hecho, en el que quizá ha intervenido algún acto de caridad o compasión es visto con sospecha. Cada nueva historia que surge a la palestra de los grandes eventos editoriales o cinematográficos ha de estar en contacto con "la realidad", entendida ésta como un conjunto de eventos donde los sentimientos puros o inocentes son inexistentes y donde cada ser humano actúa movido por razones profundamente egoístas e incluso despiadadas.

No es de extrañar, por supuesto, que las generaciones que vivieron la barbarie de la segunda mitad del siglo XX, y que aún viven en esta segunda década del siglo XXI sean tan suspicaces frente a la bondad. Sí, la bondad es cursi. Y las historias que cuentan hechos teñidos de bondad, donde los personajes están en comuníón con sus sentimientos más profundos son historias cursis. Y cursi es quien se emociona con dichas historias y se ilusiona con sus argumentos. No es para menos. ¿Es posible acaso pensar que existe la bondad humana si desde la explosión de las bombas atómicas sólo hemos conocido guerras innobles, genocidios en masa, despiadad crueldad para con animales y territorios, codicia ilimitada y hasta terrorismo masivo? La respuesta suele ser no.

Y así se ve en la literatura. Hoy en día, las novelas tachadas de "serias", de "profundas" son las que sólo retratan el rostro más oscuro de la humanidad. Incluso en la fantasía, que fuera el territorio de las ilusiones, de los grandes héroes, de la derrota del dragón y el encumbramiento de la nobleza (del corazón), han proliferado las historias amargas, llenas de tristezas, donde ya no hay héroes y donde lo que se privilegia es el más crudo "realismo".

¿Somos tan amargos que no podemos sincerar nuestros sentimientos más positivos sin ser acusados de cursis? Parece que no. Y si no me creen, basta con ver lo que sucede con las historias románticas. Son acusadas de cursis: sí, desde Crepúsculo hasta las novelas de Jane Austen, sin parar mientes en calidades literarias, el sólo tema del amor "verdadero" es tratado como cursilería adolescente femenina, o sea, de aquellas mujeres que aún no han tropezado con la "realidad". Las otras, las adultas, las que "saben", ya no se ilusionan con el amor, pues éste se ha tornado en una mezcla de sexo desenfrenado y compañía transitoria, pues lo demás es cursilería.

No sé si esta visión de la literatura, de la vida y de la realidad, vaya a perdurar por mucho tiempo o si cambiará como cambian las filosofías en los vaivenes de la historia. Es posible que se prolongue, pues nuestro mundo sigue agobiado por ingentes problemas de todo tipo. Sin embargo, pienso que puede uno tener presente que es sólo una visión, y además parcializada, de un mundo mucho más complejo. Las realidades no se miden en colores de blanco y negro y los seres humanos son capaces de perversidades terribles, pero también de bondades extraordinarias, y de este último hecho son testigos miles de animales y otros seres humanos que son rescatados de la muerte, del dolor o de la extinción misma por la acción de gente que sigue creyendo en la bondad como un valor y no como una moda.

La literatura es un arte y como tal expresa un cúmulo de visiones y emociones que permean la sociedad humana. Por eso estamos rodeados de historias amargas, pero también por eso siguen apareciendo historias "cursis". Allá en el fondo de todo corazón amargo o cínico aún existe un punto de esperanza, de que quizá, después de todo, el amor sí existe y la bondad lo acompaña, quizá sí hay hombres de verdad buenos (sin ser tontos) y quizá sí hay mujeres valientes. Y quizá no es ser cursi pensar así. Quizá es ser sólo... un poco optimista.

6 de mayo de 2011

Ojos de lector

Creo que todos estamos de acuerdo en que leer es importante. Sí, incluso los que nunca leen ni el periódico dirían muy convencidos: "sí, es importante leer, claro que sí". El problema es que ellos no leen, alegando falta de tiempo y otras excusas varias para no hacerlo, pero la premisa se mantiene. Leer es importante y hasta los estudios neurológicos y psicológicos lo confirman.

En lo que mucha gente aún no se pone de acuerdo es en qué debe leerse para completar semejante misión. Quizá exista un consenso generalizado de que si bien leer es importante, no debe desperdiciarse con malas lecturas, y lo ideal es que se lean buenos libros. O buenos artículos o buenos tratados. En general, buenas lecturas. Y si consideramos que el acto físico de la lectura entraña consumo de energía en gran escala para nuestro cerebro (y varios de nuestros sentidos), la lógica impone que escoger buenas lecturas sea indispensable.

Y, ¿qué es una buena lectura? La pregunta. El consenso no es aquí tan grande y las discusiones estallan como volcanes cada vez que se valoran los libros que la gente lee y los que lee menos o no lee del todo. Las posiciones pueden ser muy extremas, incluso violentas, cuando se trata de evaluar la calidad de los libros en circulación. No me refiero a los libros técnicos ni especializados, sino a la literatura, siempre tan difícil de juzgar, de encuadrar, de enseñar y de categorizar. Algunos dicen que se deben leer siempre libros que enriquezcan la cultura del lector, que engrandezca su espíritu, que los haga más complejos, más sabios. Ubicar semejante tipo de lectura es una tarea encomendada tradicionalmente a los académicos, y éstos ya nos han brindado largas listas de "obras maestras" que no deberían pasar de largo de todo auténtico lector que sabe aprovechar su tiempo con alta literatura. Algunos dicen, en cambio, que se debe leer de todo, y en especial, aquello que nos guste, sea "alta" literatura o no. Que el placer es primordial para el buen aprovechamiento de la lectura y que muchos clásicos u "obras maestras" son aburridas, arcaicas o demasiado espesas para ofrecer una fuente de entretenimiento adecuado para la masa de la población. Si lo importante es que todos leamos, deberíamos ampliar las opciones.

Ambas posiciones han chocado y siguen haciéndolo, con no pocos enojos y frases altisonantes. Yo pienso que la raíz de semejante discusión se halla en la filosofía de trasfondo con respecto al acto mismo de leer. Dependiendo de cómo veamos la lectura, así definiremos cuáles libros pasarán por nuestras manos y ante nuestros ojos, y cuáles no. Unos ven la lectura como una fuente de aprendizaje y de conocimiento, siempre. No importa si lees libros técnicos, científicos, textos informativos o políticos, o si lo que estás leyendo es literatura. La lectura es un acto de aprendizaje de contenidos y formas y por tanto, cualquier libro que no ofrezca una clara fuente de conocimiento para el lector, ha de ser descartado. De ahí que algunos sólo den importancia a las "obras maestras", pues la complejidad de su hechura permite que el lector enriquezca su acervo cultural con infinidad de matices, desde el dominio del lenguaje hasta el profundo contenido que suelen mostra dichas obras. En cambio, aquellos libros literarios que sólo ofrecen entretenimiento sin mayores ahondamientos en el alma humana o en sus obras, tienen que ser descartados por no cumplir con su objetivo.

Para otros, la lectura de obras literarias es una fuente de placer, de disfrute. Se lee para pasársela bien. Por tanto, los libros que elegirán se caracterizarán por ser hábiles entretenedores, porque ofrecen horas y horas de intenso disfrute. Si una obra no entretiene, no gusta, pues se descarta. Leer para sufrir (aburrimiento, obstinación, indignación, ustedes elijan) no tiene sentido. Si estás leyendo una obra que te está matando de bostezos, déjala, así sea el Quijote, o La metamorfosis o cualquier otro clásico posible. Para esta visión, no vale la pena seguir, aunque la prosa sea exquisita, aunque las ideas sean profundas, aunque la historia contenga un profundo significado humano.

En el primer caso, pienso que se despoja a la literatura de ese componente lúdico que siempre caracterizó su creación y su desarrollo a lo largo del tiempo, y la extrae del arte en general, el cual siempre favoreció la complacencia de los sentidos como parte de su expresión. En el segundo caso, pienso que se le despoja a la literatura de ese componente humano, místico, poderoso en el pensamiento y en la emoción, que siempre hizo del arte un magnífico exponente del alma humana y de su capacidad de reflexión y de superación constante. Pienso que sostener sólo un punto de vista es mutilar al libro y quitar parte de la gracia al acto de leer.

Creo que la lectura es las dos cosas: es fuente de conocimiento y es fuente de placer. Y aún creo que es un ejercicio vital para nuestras neuronas, que así se mantienen activas de manera sana, y nos aleja de fármacos contra el deterioro mental y contra la depresión. El punto es que no todos los libros poseen la capacidad para ofrecernos nuevos conocimientos o nuevas experiencias intelectuales al mismo tiempo que poseen la capacidad para hacernos disfrutar. Algunos lo logran, sí, pero son los menos. Eso significa que uno, como lector, debería ser capaz de ser flexible y de saber muy bien qué necesita para el momento en que se dispone a leer. A veces nos inclinamos por la reflexión, el análisis, la adquisión de conocimientos y el desarrollo de ideas. Preferiremos libros complejos. A veces nos inclinamos, en cambio, por un entretenimiento puro, ligero, que nos permita escaparnos de nuestras tribulaciones y descansar. Preferiremos entonces libros sencillos. Así estaríamos uniendo las dos visiones de lectura y nosotros aprovechándonos de ellas.

¿No hay libros malos, entonces? ¡Oh, sí que los hay! La literatura también es lenguaje, y es coherencia de ideas, y es calidad de prosa o de lírica. La estructuración, el estilo, la forma es parte vital de la literatura como lo es una nota en una canción, un color en una pintura. Puede magnificar un escrito, hundirlo en la estupidez o simplemente hacerlo aceptable. Por eso pienso que al elegir la lectura que hará deleitable tu próximo rato, es preferible cerciorarse de que estos elementos esenciales han sido cumplidos. No hago nada con un libro cargado de ideas o lleno de acción si está mal escrito, si es incoherente, si es inverosímil, o si incluso su edición está descuidada. Libros malos hay, sí, y es mejor evitarlos, como evitamos las malas películas, las malas comidas y las malas parejas. ¿Cómo? Pues prefiriendo lo que está bien hecho, bien escrito y bien formulado, sea complejo o sencillo, rico en matices o puramente entretenido. Y la única manera de saberlo es... leyendo. Paradójico, ¿no?