21 de abril de 2014

Tiempos muertos

Ha pasado algún tiempo desde la última vez que me asomé por aquí. Por fortuna, no ha sido por desgana o desinterés, sino por razones muy distintas que tienen que ver con mis novelas: durante varios meses me mantuve en una febril actividad de escritura que no culminó hasta fechas recientes, actividad que se solapó con nuevas actividades ligadas al campo laboral y a la consecución de ciertos deberes pendientes que tienen que ver con mi profesión. En resumen: que estuve muy ocupada. =)

Durante este tiempo tuve ocasión de reflexionar un poco sobre el acto de escribir. Sí, lo leyeron bien: el acto de escribir. ¿Qué tiene de novedoso -en materia de reflexiones- el "acto de escribir"? ¿Qué no se ha dicho, por cierto? Por ejemplo, con ocasión de la reciente muerte de Gabriel García Márquez, alguien tuvo a bien publicar una cita (verdadera) en la que él declaraba que el proceso de escritura era una ardua labor que requería de un gran sacrificio y una férrea voluntad, además de la convicción (en el escritor) de que se estaba en medio de un proceso memorable: "Es que sentarse a escribir un libro, sentarse a escribirlo en serio, es una cosa tan dura, tan difícil, que si uno no tiene la certeza de que realmente está escribiendo El Quijote en cada teclazo que da, no se metería a este oficio, porque hay muchas cosas más agradables que hacer. Sobre todo uno que no escribe por plata [...]", cita que me produce la sensación de que García Márquez no parecía sentir pasión por el acto de escribir en sí mismo, sino que tenía que convencerse de que era un nuevo Cervantes para continuar.

Pues cada quien tiene su idea de por qué escribe y la mía difiere un tantito de la de Gabo: no me siento con la convicción de que estoy escribiendo el próximo Quijote, tan solo disfruto de escribir la historia que me apasiona (porque si la historia no me apasiona, ahí sí: ni la continúo). ¿Que me gustaría que una vez terminada y publicada se vendiera como el Quijote? Oh, pues sí, claro. Qué agradable ha de ser que muchos se tomen la molestia de invertir su dinero -normalmente muy preciado por el común de los mortales- para darle una oportunidad a tu libro de que los hechice. Sin embargo, en el momento justo en que estoy escribiendo la historia, no es esa idea la que domina mi "fiebre". De hecho, ni siquiera sé si alguna vez verá la luz de un nuevo día...

En fin, que no me refería al motivo por el que alguien escribe. La cita de Gabo viene a cuento por el acto mismo de la escritura. He estado reflexionando sobre eso, como antes dije, y he llegado a comprender aquella broma o anécdota, muy posiblemente apócrifa, en la que se presentaba a un importante pintor -quizá Monet, pero no lo recuerdo- recostado sobre un sofá. Alguien pasaba cerca y le preguntaba con amistosa complicidad: "-¿Descansando?", a lo que Monet contestaba: -"No, trabajando". Sin aclarar más su respuesta, el pintor seguía en su puesto y quien le había hecho la pregunta continuaba con su día. Horas después, volvía a encontrarse al pintor frente a un lienzo donde aplicaba hermosos trazos de color. Sonreía de nuevo y preguntaba: "-¿Aún trabajando?", a lo que Monet respondía con gran seriedad: "-No, descansando".

¿Que qué tiene que ver con lo que digo? Mucho. Me hizo pensar en los tiempos muertos.

No son los tiempos que uno pierde viendo tele o mirando para el techo (que por cierto, ya ni recuerdo cómo eran). Se trata de esos momentos, muy numerosos, en los que paso haciendo cualquier otra cosa que no sea escribir, incluyendo, por supuesto, tareas domésticas diarias y obligatorias para el bienestar general, pero mi cabeza está, de hecho, escribiendo.

¿Cómo es eso? Pues, supongo que lo mismo que le pasaba a Monet.

Escribo algo. No importa qué es: una carta, un ensayo, un escrito de trabajo, un cuento, una novela (esta, normalmente en proceso). Lo dejo. Dedico tiempo a otros deberes, muchos rutinarios, y mientras esto sucede, las líneas que he escrito o estoy por escribir se arman y se articulan, se corrigen y se vuelven a articular en mi mente. Parece que estoy cocinando o limpiando o haciendo cualquier otra cosa no relacionada con la escritura. Parece que estoy en un tiempo "muerto" para la escritura,

Sin embargo, estoy escribiendo.

Tan poderosos son esos instantes que a veces, en el transcurso de un día o unas horas, he reescrito páginas enteras, rearmado diálogos, imaginado continuaciones o resuelto algún problema de estilo que parecía imposible. Y cuando termino mi tarea y logro sentarme ante la computadora de nuevo, las palabras fluyen de mis dedos como si hubieran sabido desde el principio qué hacer y hacia dónde dirigirse.

Ya no lo puedo evitar. Se ha hecho parte de mí. Escribir y reescribir, rehacer y corregir. Y luego... "descansar". Es un proceso extraño, pero funcional, que me permitió escribir dos novelas de 250 mil palabras en tan solo ocho meses y que a diario me sostiene en mis documentos de trabajo. No digo, jamás lo diría, que mis novelas están listas para ser presentadas al mundo. No. Todavía necesitan su necesario periodo de revisión y reflexión, pero sé que aun en ese proceso nuevo que habré de emprender cuando vuelva a ellas, mis tiempos "muertos" volverán a socorrerme, a asistirme, en la ardua labor de la escritura.