Este sería el título de un nuevo concurso de escritura que podría lanzar en los próximos meses. No más concursos "literarios", por favor. Que sean concursos de escritura. El mejor adaptador de argumentos preestablecidos se lleva el trofeo. Y sin preocupación para la editorial: sus ventas estarán garantizadas.
¿Estoy hablando con dejos de amargura? No, para nada. No he participado en ninguno desde hace tiempo, pues decidí no involucrarme con certámenes literarios a menos que tuviera a mano algún escrito que se ajustara y quisiera darle una oportunidad. Pero viendo los últimos triunfos de concursos populares, he llegado a la conclusión de que ni siquiera valdría la pena. Los argumentos archiconocidos que inundan las librerías ya llegaron a los premios literarios. No importa si es un drama que "analiza" la vida y milagros de un dictador o de una dictadura o de una ola de secuestros, o si es un complot mundial que indaga en misterios históricos -o prehistóricos, da igual- tipo Dan Brown, o si es una terrible historia de amor y sexo que siempre -siempre- termina con la separación de los amantes, ¡se lleva el trofeo!
Mi única objeción es el nombre de estos cértamenes. ¿Para qué llamarlos Premio Literario o Certamen Literario o algo así? Sería más justo que pusieran a disposición de los concursantes los argumentos que quieren publicar y el que mejor lo acomode, ese gana.
Podríamos hacerlo en privado. Propondríamos argumentos tipo Dan Brown o Michael Crichton o John Grisham o Paulo Coelho o algo por el estilo y que los participantes desplieguen sus oficios del buen escribir. ¡Tendríamos un seguro ganador!
Los demás, los que quieren escribir argumentos originales o diferentes, que no pierdan el tiempo con certámenes y que escojan el largo camino de encontrar algún editor arriesgado que quiera publicar sus obras. ;)
21 de febrero de 2009
13 de febrero de 2009
¿Debemos satisfacer al lector?
Vagando por Sedice.com me topé con una conversación interesante. Alguien preguntaba qué buscaba el lector en los libros de fantasía (contemporánea). Con miras, claro está, a intentar incorporar las respuestas en la confección futura de los libros. Y le llegaron las respuestas de varios participantes. Que fuera fantasía épica, que tuviera dragones, que no los tuviera, que fuera original, que inventara personajes totalmente nuevos, que no, que sí, etc. Tantas opiniones como lectores, aunque si no recuerdo mal, una de las características más apreciadas era la originalidad del texto.
Y bien pensado, la esperanza de hallar originalidad en un texto, sea de fantasía o de cualquier otro género literario, nos lleva a una especie de contrasentido: buscando satisfacer al lector potencial de nuestros escritos nos vemos en la necesidad de sorprenderlo, pues si le damos lo que ya sabemos que le gusta, puede acusarnos de no ser originales y por tanto, nos exponemos al rechazo. Si intentamos sorprenderlo, con originalidad, puede que no le gustemos, pues no hallará lo que busca. ¿No resulta, entonces, una fórmula frustrante?
Llegados a este punto: ¿es un deber moral del autor (creativo) satisfacer al lector potencial? ¿Debemos crear historias que agraden a los lectores, que les haga sentir que encontraron lo que buscaban? Si es así, ¿cómo suponer que somos originales si seguimos las pautas de sus gustos?
Me detengo un momento en el "deber de gustar". ¿Existe? Yo diría que sí, en un sentido complejo. No se trata de crear una obra que simplemente entretenga al lector. Podemos hacerlo, claro está. Pero la satisfacción del lector va más allá, me parece, que el simple entretenimiento. Es cuando nos detenemos a pensar sobre qué busca el ser humano en el arte, en general. No busca sólo una emoción pasajera, aunque pueda incluirla en sus expectativas, sino algo más, algo que lo llene, que lo perturbe, que lo asombre, que lo afecte emocionalmente, que lo haga soñar, o reflexionar, o actuar incluso. El arte conmueve. Y la literatura, en tanto arte, crea el mismo escenario.
Entonces, ¿qué busca el lector en cualquier obra literaria? Cuando todos decimos "¡originalidad!" creo suponer que deseamos ser sorprendidos, conmovidos, emocionados, involucrados. Mucho más que entretenidos, puestos al caso.
Desde ese punto de vista, entonces sí, es nuestro deber moral como autores creativos alcanzar ese objetivo. Pero al mismo tiempo, y precisamente en cumplimiento del "deber moral", deberíamos mirar más allá de lo que la gente "pide" y concebir según nuestra inspiración otras ideas, otras historias.
¿Cómo hacerlo? No parece que sea tan inalcanzable. ¿Es que acaso no somos lectores nosotros también?
Y bien pensado, la esperanza de hallar originalidad en un texto, sea de fantasía o de cualquier otro género literario, nos lleva a una especie de contrasentido: buscando satisfacer al lector potencial de nuestros escritos nos vemos en la necesidad de sorprenderlo, pues si le damos lo que ya sabemos que le gusta, puede acusarnos de no ser originales y por tanto, nos exponemos al rechazo. Si intentamos sorprenderlo, con originalidad, puede que no le gustemos, pues no hallará lo que busca. ¿No resulta, entonces, una fórmula frustrante?
Llegados a este punto: ¿es un deber moral del autor (creativo) satisfacer al lector potencial? ¿Debemos crear historias que agraden a los lectores, que les haga sentir que encontraron lo que buscaban? Si es así, ¿cómo suponer que somos originales si seguimos las pautas de sus gustos?
Me detengo un momento en el "deber de gustar". ¿Existe? Yo diría que sí, en un sentido complejo. No se trata de crear una obra que simplemente entretenga al lector. Podemos hacerlo, claro está. Pero la satisfacción del lector va más allá, me parece, que el simple entretenimiento. Es cuando nos detenemos a pensar sobre qué busca el ser humano en el arte, en general. No busca sólo una emoción pasajera, aunque pueda incluirla en sus expectativas, sino algo más, algo que lo llene, que lo perturbe, que lo asombre, que lo afecte emocionalmente, que lo haga soñar, o reflexionar, o actuar incluso. El arte conmueve. Y la literatura, en tanto arte, crea el mismo escenario.
Entonces, ¿qué busca el lector en cualquier obra literaria? Cuando todos decimos "¡originalidad!" creo suponer que deseamos ser sorprendidos, conmovidos, emocionados, involucrados. Mucho más que entretenidos, puestos al caso.
Desde ese punto de vista, entonces sí, es nuestro deber moral como autores creativos alcanzar ese objetivo. Pero al mismo tiempo, y precisamente en cumplimiento del "deber moral", deberíamos mirar más allá de lo que la gente "pide" y concebir según nuestra inspiración otras ideas, otras historias.
¿Cómo hacerlo? No parece que sea tan inalcanzable. ¿Es que acaso no somos lectores nosotros también?
6 de febrero de 2009
¿Influye mi edad, mi ocupación...?
Me refiero al diseño de los personajes. Sí, todavía estoy desmenuzando los personajes literarios. Es que me parece que constituyen uno de los problemas más recurrentes en nuestra elaboración de historias verosímiles e interesantes.
Regresando al punto, me preguntaba el otro día si nos dejamos influir por nuestra edad, nuestro sexo o nuestra profesión a la hora de diseñar a nuestros personajes principales. Tal vez en un número interesante de casos así sea. Y tal vez sea lógico.
En estos días estoy leyendo -muy poco a poco, porque el tiempo ya no me sobra como en los dorados días de mis años universitarios- un best seller de un autor típico: The Broker, de John Grisham. Me lo regaló mi hermano en Navidad y estoy con él desde entonces. No conozco en general la obra de Grisham. Tan sólo recuerdo que vi alguna vez, en el cine, la adaptación de The Firm (con Tom Cruise) y no me pareció la gran cosa. Hasta el momento, el nuevo libro tampoco me lo parece, pero al menos está entretenido. Sin embargo, no iban por ese camino mis reflexiones, sino sobre el personaje principal: Joel Backman. Él es el broker del título, y aunque la palabra "broker" se refiere normalmente a los corredores de bolsa, podríamos decir que en este caso sería más bien un "jugador" de alto nivel. Backman es abogado. Igual que Grisham. Y si mal no recuerdo, el personaje principal de The Firm también lo era. De hecho, los villanos también. ¿Será que Grisham sólo escribe sobre abogados? Tengo la impresión de que uno de sus personajes principales en A Time to Kill también es abogado. No la he leído pero vi los prólogos de la adaptación cinematográfica (tampoco vi la película). El punto es que Grisham vuelve una y otra vez con abogados.
Me paré a pensar y me dije: ¿tengo la misma tendencia? ¿Mis protagonistas suelen ser mujeres, en sus treintas, con vocación literaria? Cuando me puse a repasar mi historial, me di cuenta de que no. Había variedad. Y sentí alivio. Luego me pregunté si era legítimo sentir "alivio". ¿Tan malo es ser reiterativo con los protagonistas? Pues yo diría que no es muy imaginativo, aunque si las historias que uno traza se ajustan a ese tipo de protagonista, sería necesario. Después de todo, si estoy escribiendo sobre una drama familiar, será más natural adoptar el punto de vista que mejor uno conoce. Por ejemplo, si soy mujer joven, mi mejor conocimiento sería el de una mujer joven. Por otro lado, ¿no estoy siendo demasiado cómoda? ¿Es una muestra de falta de imaginación o de excesivo comfort? ¿Es preciso ajustarse a realidades conocidas para poder andar sobre seguro?
Tiendo a pensar que se trata de un movimiento cómodo. No hay desafío ni gran esfuerzo de imaginación. Ponerse en los zapatos del otro es una acción que requiere trabajo, estudio, fuerte reflexión. Para mí es más sencillo diseñar un protagonista afín a mi edad, mi sexo o mi ocupación que alguien ajeno a mi realidad. Los abogados son fáciles para John Grisham. No es de extrañar que pueda publicar un libro cada año o cada dos años.
¿Proponerse un desafío? Tal vez. Si lo requiere. No caer presa del facilismo ni del conformismo. Ser innovador, al menos para con uno mismo. Lo que no significa que deba siempre negarme la posibilidad de dibujar en el papel una semblanza de una realidad que conozco bien...
Reflejar realidades familiares... o ajenas. Dejo el reto planteado.
Regresando al punto, me preguntaba el otro día si nos dejamos influir por nuestra edad, nuestro sexo o nuestra profesión a la hora de diseñar a nuestros personajes principales. Tal vez en un número interesante de casos así sea. Y tal vez sea lógico.
En estos días estoy leyendo -muy poco a poco, porque el tiempo ya no me sobra como en los dorados días de mis años universitarios- un best seller de un autor típico: The Broker, de John Grisham. Me lo regaló mi hermano en Navidad y estoy con él desde entonces. No conozco en general la obra de Grisham. Tan sólo recuerdo que vi alguna vez, en el cine, la adaptación de The Firm (con Tom Cruise) y no me pareció la gran cosa. Hasta el momento, el nuevo libro tampoco me lo parece, pero al menos está entretenido. Sin embargo, no iban por ese camino mis reflexiones, sino sobre el personaje principal: Joel Backman. Él es el broker del título, y aunque la palabra "broker" se refiere normalmente a los corredores de bolsa, podríamos decir que en este caso sería más bien un "jugador" de alto nivel. Backman es abogado. Igual que Grisham. Y si mal no recuerdo, el personaje principal de The Firm también lo era. De hecho, los villanos también. ¿Será que Grisham sólo escribe sobre abogados? Tengo la impresión de que uno de sus personajes principales en A Time to Kill también es abogado. No la he leído pero vi los prólogos de la adaptación cinematográfica (tampoco vi la película). El punto es que Grisham vuelve una y otra vez con abogados.
Me paré a pensar y me dije: ¿tengo la misma tendencia? ¿Mis protagonistas suelen ser mujeres, en sus treintas, con vocación literaria? Cuando me puse a repasar mi historial, me di cuenta de que no. Había variedad. Y sentí alivio. Luego me pregunté si era legítimo sentir "alivio". ¿Tan malo es ser reiterativo con los protagonistas? Pues yo diría que no es muy imaginativo, aunque si las historias que uno traza se ajustan a ese tipo de protagonista, sería necesario. Después de todo, si estoy escribiendo sobre una drama familiar, será más natural adoptar el punto de vista que mejor uno conoce. Por ejemplo, si soy mujer joven, mi mejor conocimiento sería el de una mujer joven. Por otro lado, ¿no estoy siendo demasiado cómoda? ¿Es una muestra de falta de imaginación o de excesivo comfort? ¿Es preciso ajustarse a realidades conocidas para poder andar sobre seguro?
Tiendo a pensar que se trata de un movimiento cómodo. No hay desafío ni gran esfuerzo de imaginación. Ponerse en los zapatos del otro es una acción que requiere trabajo, estudio, fuerte reflexión. Para mí es más sencillo diseñar un protagonista afín a mi edad, mi sexo o mi ocupación que alguien ajeno a mi realidad. Los abogados son fáciles para John Grisham. No es de extrañar que pueda publicar un libro cada año o cada dos años.
¿Proponerse un desafío? Tal vez. Si lo requiere. No caer presa del facilismo ni del conformismo. Ser innovador, al menos para con uno mismo. Lo que no significa que deba siempre negarme la posibilidad de dibujar en el papel una semblanza de una realidad que conozco bien...
Reflejar realidades familiares... o ajenas. Dejo el reto planteado.
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