Cuando era niña y quería escribir una historia buscaba un cuaderno limpio (o al que le hubiera quitado las páginas de cosas que ya no me interesaban) y me sentaba con un bolígrafo a contarla. En aquellos días gloriosos lo que menos me inquietaba era si mi historia sería coherente, si estaría bien escrita, si era demasiado larga o demasiado corta, si era verosímil, y, especialmente, si se amoldaba a las necesidades de un mercado exigente. La única que iba a leerla era yo. Bueno, y mi pobre hermana también, que lidiaba con esas presiones de ser la menor y de pasar tanto tiempo junto a mí que jugar conmigo también era leer lo que yo escribía.
Tiempos maravillosos de felicidad inacabable que no volverán. (suspiro)
Hoy en día, de frente al desafío de ser un escritor "profesional", de escribir libros que valgan la pena no solo para mí y mis gustos sino para un amplio espectro de lectores no cercanos, de publicar de manera razonable y de buscar la fineza en mi trabajo, esas consideraciones han tenido que ocupar un plano de importancia. Mi feliz ignorancia quedó en el pasado y hoy tengo que enfrentar esas cuestiones.
Pero en el tránsito por la vida adulta del escritor me he tropezado con toda clase de advertencias y opiniones, por demás contradictorias, que no hacen otra cosa que confundir y llenar de dudas a los autores:
Que el libro no sea muy largo, porque nadie lo leería. Eso, por cuanto la mayoría de los lectores odia los libros largos en la era de Internet y de por sí, nadie lee.
Que el libro no sea muy corto, porque no se vende.
Que el libro no sea muy difícil, porque a nadie le gustan los libros difíciles.
Que no sea muy fácil, porque se vuelve despreciable.
Que esté lleno de párrafos descriptivos y hermosas ambientaciones, porque eso define la literatura.
Que no esté lleno de largos párrafos, porque el lector se cansa rápido y lo deja. No se vende. No se lee.
Que trate temas dramáticos, realistas, contemporáneos para captar la atención del público de hoy. Las fantasías son pura moda y pasan rápido y no capturan al auténtico lector.
Que trate temas sorpresivos, fantásticos, extraños, misteriosos, porque los dramas están fuera de moda, son aburridos, y los lectores de hoy quieren más innovación.
Que sea para niños. Los adultos no leen.
Que sea para adultos. Los niños no leen.
Y la lista de recomendaciones continúa.
Hace poco, por ejemplo, me tropecé con el tema de la extensión. Algunos opinaban que en ciertos medios, por ejemplo el anglosajón, los libros extensos son muy apreciados y vendibles y que por tanto era esperable que hubiera gran cantidad de novelas de 800 páginas, pero que las colecciones de cuentos no se venden ni por casualidad y que es absurdo reunir colecciones de relatos para eso. Esos mismos opinaban que en nuestros países hispanos, en particular en Latinoamérica, es mejor escribir libros cortos, porque no hay muchos lectores y los pocos que hay no resisten más de 200 páginas de una novela, del tema que sea.
Y yo me pregunté: ¿cómo se explica entonces que tantos relatos sean populares en los medios anglosajones y al mismo tiempo que haya tantas novelas de 700 páginas que se vendan como pan caliente en las librerías latinoamericanas? No digo que no haya novelas "gordas" en los medios editoriales angloparlantes y que sea raro ver un libro local de más de 200 páginas en nuestro medio, pero ¿responde a una demanda en particular o a un prejuicio?
En el caso del medio editorial estadounidense, por ejemplo, estas cuestiones se vieron contestadas en un sondeo muy interesante que reveló las tendencias en las preferencias del público lector en ese país durante el año pasado. Entre otras cosas, este sondeo determinó que el promedio de páginas de un best-seller (o sea, un libro que se vende mucho en general, no solo un libro que fue ya fabricado para que se vendiera, ojo) es de 375. Echando un vistazo a la lista de los libros más vendidos según el New York Times durante la semana pasada, en efecto, de los primeros cinco libros, dos tenían unas 330 páginas, y los otros tres 440, 480 y 460.
Este sondeo da a entender que los lectores angloparlantes en general prefieren libros de extensión considerable por sobre libros muy cortos. Se ven pocas colecciones de relatos por comparación con las novelas, pero no han desaparecido, ojo.
Por pura curiosidad, le eché un vistazo a la lista de los libros más vendidos en España el año pasado, y otro vistazo a los más leídos en el último mes en Costa Rica. Ambos son países de habla hispana, donde supuestamente se lee "poco". Uno posee un mercado grande, el otro diminuto. ¿Debería cambiar la tendencia? Sorpresa: no cambia. Los libros más vendidos en ambos países rondan el promedio de las 400 páginas, y no pocos tienen más de 600. En España se incluyen libros nacionales. En Costa Rica, no, ¿quizá (y aquí se desliza por mi parte un pensamiento tendencioso), porque los libros ticos suelen tener menos de 250 páginas...?
En ninguno de los dos países destacan los cuentos, pero tampoco han desaparecido, lo que es un dato. Puede significar que de verdad estamos en tiempos donde la novela es el género más popular.
Otro consejo relativo al "deber" de escribir libros de cierto tipo viene dado por el dogma de que no se le debe hacer difícil la tarea al lector. Hay que escribir fácil, porque si no el lector se aburre y lo deja.
Aquí los datos pueden ser más engañosos, porque muchos de los best-sellers prefabricados suelen ser muy planos, de escritura simple, y parecen hechos precisamente para facilitar el consumo rápido y la adquisición del siguiente producto. ¿Responde a una necesidad real de los lectores o a una premisa del mercado en el que se facilita la producción masiva y su rápida colocación?
Incluso se dan consejos como el de escribir en pequeños párrafos, para facilitar la lectura, como expone este autor aquí de manera tan segura que casi, casi me convence. El problema es que descubrí algunos ejemplos sonados en los que estas premisas "fundamentales" parecen no cumplirse y estoy hablando de libros modernos, de auténticos best-sellers: Harry Potter y Los Pilares de la Tierra.
Harry Potter es el ejemplo más brillante de cómo se puede ir contra los estándares de una industria exigente y ser aún así exitoso. Después de todo, no se ajusta a lo que un libro infantil "debe" ser: es demasiado largo, tiene párrafos descriptivos sucesivos, un lenguaje más elaborado que la media de libros infantiles y no tiene dibujos. Desde todo punto de vista, era un error. Y sin embargo... bueno, no es necesario explicar nada más.
Los Pilares de la Tierra no es un clásico ni es un libro maravilloso. Pero fue escrito por un fabricante en serie de "thrillers" de escasas páginas y mucha acción que se enfrascó en la aparente idea suicida de construir un relato histórico repleto de párrafos descriptivos sobre técnicas de elaboración de catedrales, en una extensión abominable de cientos y cientos de páginas (mi versión en español tiene 1357), sobre eventos cuasi desconocidos para los lectores modernos que "solo" tienen tiempo para la acción del presente y los dramas de crimen, política y romance erótico. ¿Qué sucedió? Pues no lo que sus editores temían. Ha vendido millones de ejemplares, ha sido publicado en decenas de idiomas, sigue estando en las librerías y le abrió espacio a su autor para decantarse por extensos dramas históricos sucesivos que no han dejado de enriquecerlo aún más.
Estos dos casos revelan que los consejos para escritores están bien solo si no se convierten en dogmas opresivos ni restringen la libertad de acción según el medio, la historia y el estilo. La verdad es que los lectores actuales están dispuestos a pagar por un libro que les promete placer en todos los sentidos que les interesan: para quienes buscan enriquecimiento intelectual, para quienes buscan entretenimiento momentáneo, para quienes buscan catarsis, para quienes buscan diversión, para todos. El placer no va en una sola dirección ni se obtiene solo de una manera. Se obtiene de muchas, y el hecho de que las novelas que más se leen suelen rondar extensiones considerables puede indicar que en los días actuales esos lectores quieran asegurarse el mayor número posible de horas de placer.
Por supuesto que el libro debe saber proveer ese placer. ¿Cómo?
Creo que lo elemental es lo más seguro: que esté bien escrito, que cuente algo interesante y que lo haga de la manera propia más auténtica posible. Lo detalles dependerán de múltiples variables y circunstancias personales imposibles de predeterminar.
¿Bien escrito?: el dominio del lenguaje es una condición indispensable del autor, sea del género que sea, sea de la nacionalidad que sea. Es una premisa fundamental de esta disciplina artística. El que no sabe escribir bien es igual al pianista que no sabe encontrar las teclas correctas en su piano o al pintor que no conoce cómo combinar los colores de su paleta.
¿Algo interesante?: primero tiene que interesar al autor mismo, ¿no? No escribir historias dictadas de afuera porque están de moda, sino saber encontrar las historias que te interesan realmente. Si no te interesa, ¿cómo podrías convencer a alguien más que se interese por ella? Ojo: hay muchos intereses en el mundo. Que tu historia no sea interesante para X o Y, no significa que no lo sea para Z.
¿Autenticidad?: el que copia a otros nunca encontrará su propia senda. Desarrollar un estilo propio, una vía propia, y ser consecuente con su pensamiento son quizá de las características que mejor han definido a los buenos y a los grandes artistas del pasado y del presente.
Al final, pienso que si la vida está tan llena de obstáculos y de inconvenientes, al menos uno debería empezar por no ser obstáculo e inconveniente de sí mismo. =)