El otro día tuve ocasión de mirar por Internet una interesantísima charla dictada por la escritora norteamericana Elizabeht Gilbert, en el marco de los eventos del TED (Technology, Entertainment, Design), que busca promocionar ideas e inspiraciones entre artistas -de todos los campos- y promotores del entretenimiento o de la tecnología, gente de negocios, y otros muchos más. La charla en cuestión versaba sobre el proceso creativo y la genialidad, o más bien, la relación entre el proceso creativo y la figura romana del genio, una especie de espíritu divino-mágico que acompañaba a poetas y artistas para inspirarles ideas maravillosas, frases especiales, grandes proyectos (el "genio creativo"). La escritora aducía que hoy en día, aún motivados por una excesiva racionalización de todos los procesos que envuelven la creación artística o científica, todos los méritos al igual que todas las fallas recaen sobre el sujeto creador, lo que crea un universo de tensión, de abrumadora responsabilidad en éste, lo cual explicaría por qué tantos grandes genios terminaron en la bebida o el suicidio. Ella propone regresar -en parte, al menos- a esa noción que tenían los romanos, de que el artista trabaja pero sus ideas pueden provenir del geniecillo que lo acompaña, el cual compartiría su éxito así como su fracaso. Ya no estaría obligado a ser un genio, sino que simplemente tendría un genio, tal como los artistas romanos lo tenían.
Encontré el discurso muy elocuente, divertido, y atinado. Primero, echaba por tierra ese prejuicio de que uno debe ser un ser amargado y lleno de fantasmas horribles para poder escribir buenas obras, y segundo, le daba a uno la oportunidad de seguir trabajando aún cuando no se sintiera inflamado de ideas "geniales" para producir "grandes" obras. Ella proponía que, así como a veces el geniecillo de las ideas podía presentarse, en otras ocasiones no lo hacía, y eso no debía impedir nuestro trabajo, ni abrumarnos de preguntas inútiles (¿estaré haciéndolo bien? ¿me rechazarán mi obra? ¿y si no les gusta? ¿y si les gusta, qué hago después?, etc.). Simplemente nos ponemos a trabajar, sostenidamente, produciendo lo que deseamos dar a luz, sin pensar en maravillas ni portentos, confiados en que nuestro geniecillo -o musa- tal vez ya esté presente entre nosotros, o tal vez no quiera confiarnos sus pensamientos.
En nuestro gremio, nos encontramos en medio de la efervescencia de los concursos literarios. Múltiples, de variados temas y tendencias, no sabemos a veces si participar, si no hacerlo, si preferir uno a otro, etc. ¡Tonterías! A escribir, a presentarse en ell "lugar" de trabajo -nuestra computadora-. Y cuando terminemos, revisemos nuestro trabajo sin pretensiones de grandeza ni complejos de culpa. Lo enviamos al certamen que nos parezca adecuado y nos olvidamos de él, para seguir trabajando. Nuestro geniecillo debe ser tenido en cuenta sólo si se presenta. Si no, también nos olvidamos de él y seguimos escribiendo.
¿Quién sabe? En medio de nuestro trabajo, puede presentarse de pronto y susurrarnos al oído la idea que convertirá nuestra obra en referente para futuros escritores. ;)
23 de mayo de 2009
18 de mayo de 2009
"Mis intenciones con este libro son..."
¡Qué común es esa frasecita! Al parecer, todos los libros de narrativa literaria (sean novelas o colecciones de cuentos o relatos), que se publican hoy en día "pretenden" algo: analizar, desmenuzar, explicar la realidad a través de la ficción. Hacer labor de psicología social, o de sociología, o incluso de análisis psiquiátrico si se quiere. Es muy común leer en la reseña que presenta una nueva novela oraciones como estas: "Este libro pretende analizar la conducta de la sociedad X", "esta novela es una radiografía de las relaciones entre padres e hijos", "esta obra se adentra en un análisis descarnado de la sociedad del siglo...", etc., etc., etc. Ayer, por ejemplo, en una reseña de ese tipo, leí que un autor presentaba su nueva novela, con la que "pretendía alcanzar la filosofía al común de la gente".
Ya nadie cuenta historias. Todo el mundo analiza, desmenuza, estudia, hace uso de rayos X, escanea, diagnostica. Los autores de narrativa son médicos y psiquiatras investigadores, reporteros políticos o sociales, hasta presentadores de noticias. De todo, menos narradores.
¿Qué pasó con aquel impulso creador del que lleva una historia por dentro que busca darle salida? ¿Qué pasó con el arte de crear belleza con la palabra mientras se narraba una historia fascinante o especial? ¿Qué pasó con los narradores? ¿Se extinguieron todos? Es extraño, porque se publican más novelas y cuentos que nunca en la historia de la humanidad, pero parece que ahora ya no son narraciones de historias que merecen contarse porque encierran algo especial, sino que son crudos análisis psicológicos o filosóficos de nuestra sociedad, sea la del pasado, la del presente o -últimamente- la del futuro. Cada palabra que un autor coloca en un párrafo debe ser analizada, sopesada, comparada, diagnosticada. Está puesta ahí porque significa algo más allá de la historia misma. Y así hay que leer la novela o el relato de hoy.
Dicen que alguna vez Miguel de Unamuno dio vuelta a un texto propio, subrayó palabras al azar, y luego dejó que los intelectuales lo analizaran. Nadie sabía de su travesura, por tanto, "encontraron" significados y simbologías en cada palabra subrayada que asombraron al propio Unamuno. Y la única razón por la que las había subrayado era por pasar el rato y tomarles el pelo a los que deseaban encontrar algo más allá de lo contado.
¿Qué pasaría con los reseñistas de hoy si les dijéramos que ninguna novela pretende nada más que contar una historia? Que no hay denuncia, ni análisis, ni diagnóstico, ni nada de eso. Puedo suponerlo: la descartarían como "literatura de puro entretenimiento", en otras palabras, de segunda categoría. ¡Porque -dirán- es preciso realizar un diagnóstico cuasi médico de algo para ser parte de la gran literatura! Por mi parte, no estoy tan segura de que cada "diagnóstico" literario sea automáticamente gran literatura. Entre lo bueno, habrá lo mediocre, lo que repetitivo, lo imitador, y por supuesto, lo cliché. Habrá también lo grandioso, claro está, pero no tanto porque sepa "diagnosticar" o "analizar" sino porque sabrá ser literatura, con todo lo que implica.
Por mi parte, la próxima vez que me siente frente al teclado para escribir, veré si puedo narrar una historia... y nada más.
Ya nadie cuenta historias. Todo el mundo analiza, desmenuza, estudia, hace uso de rayos X, escanea, diagnostica. Los autores de narrativa son médicos y psiquiatras investigadores, reporteros políticos o sociales, hasta presentadores de noticias. De todo, menos narradores.
¿Qué pasó con aquel impulso creador del que lleva una historia por dentro que busca darle salida? ¿Qué pasó con el arte de crear belleza con la palabra mientras se narraba una historia fascinante o especial? ¿Qué pasó con los narradores? ¿Se extinguieron todos? Es extraño, porque se publican más novelas y cuentos que nunca en la historia de la humanidad, pero parece que ahora ya no son narraciones de historias que merecen contarse porque encierran algo especial, sino que son crudos análisis psicológicos o filosóficos de nuestra sociedad, sea la del pasado, la del presente o -últimamente- la del futuro. Cada palabra que un autor coloca en un párrafo debe ser analizada, sopesada, comparada, diagnosticada. Está puesta ahí porque significa algo más allá de la historia misma. Y así hay que leer la novela o el relato de hoy.
Dicen que alguna vez Miguel de Unamuno dio vuelta a un texto propio, subrayó palabras al azar, y luego dejó que los intelectuales lo analizaran. Nadie sabía de su travesura, por tanto, "encontraron" significados y simbologías en cada palabra subrayada que asombraron al propio Unamuno. Y la única razón por la que las había subrayado era por pasar el rato y tomarles el pelo a los que deseaban encontrar algo más allá de lo contado.
¿Qué pasaría con los reseñistas de hoy si les dijéramos que ninguna novela pretende nada más que contar una historia? Que no hay denuncia, ni análisis, ni diagnóstico, ni nada de eso. Puedo suponerlo: la descartarían como "literatura de puro entretenimiento", en otras palabras, de segunda categoría. ¡Porque -dirán- es preciso realizar un diagnóstico cuasi médico de algo para ser parte de la gran literatura! Por mi parte, no estoy tan segura de que cada "diagnóstico" literario sea automáticamente gran literatura. Entre lo bueno, habrá lo mediocre, lo que repetitivo, lo imitador, y por supuesto, lo cliché. Habrá también lo grandioso, claro está, pero no tanto porque sepa "diagnosticar" o "analizar" sino porque sabrá ser literatura, con todo lo que implica.
Por mi parte, la próxima vez que me siente frente al teclado para escribir, veré si puedo narrar una historia... y nada más.
9 de mayo de 2009
El escritor y su libro...
Hace unos días tuve ocasión de ver una película muy agradable, basada sobre un libro (como suele suceder con las películas mejor sustanciadas), que me recordó historias similares, en concepto o en argumento, llamada Corazón de Tinta. El libro sobre el que se basa, una novela de corte infantil/ juvenil de la escritora Cornelia Funke, según mis referencias, fue publicado hace unos años y ha tenido un notable éxito editorial, lo cual motivó que la autora publicara otras dos novelas ambientadas en el mismo mundo narrativo... (o tal vez ya tenía pensado hacer la trilogía y estaba solamente cruzando los dedos para que la primera diera buenos resultados). El caso es que no he leído ninguno de los libros, por lo que disfruté la película sin ser consciente de sus errores o cambios (siendo consciente de la debilidad actoral de algunos de los participantes, eso sí) y puedo decir que encontré su argumento muy sugestivo. ¿Por qué?
Bueno... se ha comentado muchas veces que el autor es el dios de su universo narrado (o "cantado", tratándose de la poesía), hasta que termina el libro. Una vez terminado, el libro "adquiere" vida propia. Ya no le pertenece. Es independiente. Y habrá un libro por cada lectura que se haga. Es decir, el lector es quien define ese mundo en su lectura muy particular, que no será igual a la de cualquier otro lector, y quien podrá decir que se "apropia" del libro en cuestión.
En algunas historias, los lectores logran saltar a las páginas del libro y ser partícipes de sus acontecimientos, incluso cambiarlos. En otros, básicamente son esenciales para darles forma, como en La historia sin fin, en donde el lector será quien decida el final del libro. De hechos, muchos libros son escritos de tal forma que los lectores puedan decidir los finales posibles, con sólo seleccionar uno de muchos argumentos propuestos. Es un juego interesante, en el cual sigue siendo el lector el que moldea y manipula la historia sugerida por el autor.
En Corazón de Tinta, de nuevo un lector -esta vez con un don especial- define una historia, pero ya no sólo la del libro sino la propia. Mediante su voz, es capaz de convocar cualquier criatura del libro que esté leyendo, con el inconveniente de que enviará al universo del libro a cualquier criatura del mundo real que se halle cerca suyo en el momento en que realiza su lectura.
Hasta ahí, no hay diferencia de esta historia con respecto a las demás. Sin embargo, en algún momento de la trama se hace evidente que el escritor todavía tiene algo que decir. Que en cualquier momento puede volver a apropiarse de su historia e inclusive cambiar el destino de cualquiera de sus personajes. ¿No es una intromisión del autor, aquel que ya por terminado el libro no puede volver a él? Pues yo diría que sí...
En realidad, no creo mucho en la total independencia de nuestras creaciones. Es verdad que una vez que les has dado forma, no puedes cambiarlas, pero puedes deshacer lo que has hecho con sólo crear otra vez. Lo que has escrito en un libro puedes deshacerlo en el siguiente. Puedes reinterpretar lo que alguna vez escribiste y puedes incidir una y otra vez en el mundo que has creado. ¿Que tus lectores se defraudarían? Es posible. Y sólo por respeto al lector -y también por cansancio-los escritores no van por la vida deshaciendo los escritos que los han defraudado. Pero de que podrían, podrían.
Nuestros hijos no dejan de ser nuestros hijos sólo porque se marchan de casa. Y nuestros libros seguirán siendo la marca de nuestra imaginación, pasen los años que pasen, sean leídos por unos cuantos o por millones. El libro se habrá desprendido de nosotros, pero seguirá siendo nuestro por los siglos de los siglos, amén.
De por qué son tan importantes los derechos morales del autor. ;)
Bueno... se ha comentado muchas veces que el autor es el dios de su universo narrado (o "cantado", tratándose de la poesía), hasta que termina el libro. Una vez terminado, el libro "adquiere" vida propia. Ya no le pertenece. Es independiente. Y habrá un libro por cada lectura que se haga. Es decir, el lector es quien define ese mundo en su lectura muy particular, que no será igual a la de cualquier otro lector, y quien podrá decir que se "apropia" del libro en cuestión.
En algunas historias, los lectores logran saltar a las páginas del libro y ser partícipes de sus acontecimientos, incluso cambiarlos. En otros, básicamente son esenciales para darles forma, como en La historia sin fin, en donde el lector será quien decida el final del libro. De hechos, muchos libros son escritos de tal forma que los lectores puedan decidir los finales posibles, con sólo seleccionar uno de muchos argumentos propuestos. Es un juego interesante, en el cual sigue siendo el lector el que moldea y manipula la historia sugerida por el autor.
En Corazón de Tinta, de nuevo un lector -esta vez con un don especial- define una historia, pero ya no sólo la del libro sino la propia. Mediante su voz, es capaz de convocar cualquier criatura del libro que esté leyendo, con el inconveniente de que enviará al universo del libro a cualquier criatura del mundo real que se halle cerca suyo en el momento en que realiza su lectura.
Hasta ahí, no hay diferencia de esta historia con respecto a las demás. Sin embargo, en algún momento de la trama se hace evidente que el escritor todavía tiene algo que decir. Que en cualquier momento puede volver a apropiarse de su historia e inclusive cambiar el destino de cualquiera de sus personajes. ¿No es una intromisión del autor, aquel que ya por terminado el libro no puede volver a él? Pues yo diría que sí...
En realidad, no creo mucho en la total independencia de nuestras creaciones. Es verdad que una vez que les has dado forma, no puedes cambiarlas, pero puedes deshacer lo que has hecho con sólo crear otra vez. Lo que has escrito en un libro puedes deshacerlo en el siguiente. Puedes reinterpretar lo que alguna vez escribiste y puedes incidir una y otra vez en el mundo que has creado. ¿Que tus lectores se defraudarían? Es posible. Y sólo por respeto al lector -y también por cansancio-los escritores no van por la vida deshaciendo los escritos que los han defraudado. Pero de que podrían, podrían.
Nuestros hijos no dejan de ser nuestros hijos sólo porque se marchan de casa. Y nuestros libros seguirán siendo la marca de nuestra imaginación, pasen los años que pasen, sean leídos por unos cuantos o por millones. El libro se habrá desprendido de nosotros, pero seguirá siendo nuestro por los siglos de los siglos, amén.
De por qué son tan importantes los derechos morales del autor. ;)
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