28 de diciembre de 2012

Ahora que el fin del mundo no ocurrió...

... de pronto muchos han de sentirse sin norte ni ideas para el 2013. La verdad es que esa estrambótica noción de que el mundo "se acaba" no deja de fijar un horizonte, un "destino" en el tiempo y permite no pensar en el más allá de ese borde, al menos hasta que el dichoso horizonte llega y no pasa nada.

En mi caso, afortunadamente, como nunca tomé en cuenta ningún final catastrófico para el año y como siempre vi el 2013 como otro año más que se aproximaba, pues hoy me siento a pensar en lo que me espera y en lo que desearía lograr para entonces, de la misma manera en que lo hice hace un año, hace dos y más atrás. Ya abandoné aquella costumbre de hacer "buenos propósitos". En realidad, lo de hacer ese tipo de lista es una diversión, pero pasajera, y en la vida real a uno se le olvida más rápido que rápido. Ya para el 3 de enero ni se acuerda de la mitad de las cosas que se propuso. Pero sí puedo pensar en buenos deseos.

Un deseo lógico es ver mi novela (recién finalizada y entregada) llegar a las librerías. En otras palabras, que un editor la acepte y la publique y que muchos lectores la lean. Y que ojalá les guste. Todo eso será también un proceso que he de seguir de una manera u otra, de seguro.

Otro deseo es poder terminar otros dos proyectos literarios en marcha y casi finalizados y poder hacer que vean la luz pública también. Para ellos mi tiempo es abierto, pero no quiero quedar estancada otro año pensando: avanzar será la clave del 2013.

¿Más deseos? Específicos, no. Generales, muchos, dentro de lo que cabe desear prosperidad, paz, tranquilidad y otras cosas bonitas. ¿Para el mundo literario? Sí, prosperidad. Me gustaría que hubiera buenas cosas para la literatura el año próximo, incluyendo lectores, y que muchos de mis colegas vieran cumplir sus metas. Recientemente algunos de ellos han publicado sus obras* y otros están por lanzar las suyas**. Tanto para unos y otros, deseo un próspero año.

Y para todos aquellos que acceden a mis pensamientos a través de este blog, también espero un buen año, en todos los sentidos posibles. =) ¡Felices fiestas!

* Ese es el caso de Alexánder Obando con su cuentiario Teoría del Caos (Ediciones Lanzallamas) y de Teo Palacios y su novela La predicción del astrólogo (Ediciones B).
**Tal es el caso de Virginia Pérez de la Puente y su novela El sueño de los muertos (Ediciones Minotauro).

21 de diciembre de 2012

Fin de un proceso

Bueno, no se acabó el mundo, como era de esperarse, y yo estoy de vuelta. Los últimos meses han sido intensos y muy interesantes, pues nunca había experimentado la sensación de escribir contra reloj, y de tener la obligación de presentar una obra literaria completa, revisada y lista para ser leída y escrutada por editores. Pues así fue y hoy, 21 de diciembre, hice entrega del manuscrito que tenía prometido según la beca literaria que me había sido otorgada y ya corresponderá, el año próximo, ser presentado a los editores que podrían estar interesados en él.

De la experiencia extraigo dos pensamientos cliché: 1. Es verdad que uno trabaja muy bien y quizá mejor bajo presión. Cuando tienes todo el tiempo del mundo para pensar y repensar tu obra, para darle nuevos giros, o para quitárselos, para explorar un camino diferente o para abandonarlo, corres el peligro de no verla terminada nunca. Por supuesto que existe la libertad para dejar fluir las ideas, pero al mismo tiempo, es verdad que existe el enorme riesgo de que esa misma libertad te haga pensar que puedes distraerte con millones de otras actividades, y al final, la obra siga inacabada por largo tiempo. En cambio, cuando tienes la presión de que debes terminarla, sí o sí, el trabajo es intenso, el flujo de ideas (¡maravilla!) no se detiene, e incluso aumenta, y la satisfacción de ver terminada tu obra es inmejorable. Aquí radica, por ejemplo, lo bonito de experiencias como la de NaNoWriMo, donde uno mismo se aplica la presión y se obliga a terminar, de una buena vez, una obra pendiente.

2. Es verdad que uno, cuanto mejor documentado está, más seguro y más fluido es a la hora de escribir. Siempre creí en la documentación, por supuesto, pero esta vez me vi en el torbellino de devorar libros enteros con información nueva mientras desarrollaba la novela. Y era maravilloso sentir cómo un acto alimentaba el otro y viceversa, y cómo de pronto me hacía consciente de muchas otras fuentes de información pertinente que parecían rodearme y de las que no me había dado cuenta antes: un documental al que no habría puesto atención en otro momento, un artículo que quizá jamás habría leído o lo habría dejado para después, noticias que repentinamente tienen sentido, etc. Además, me dejó el camino abierto a explorar temas relacionados, y por supuesto, a aplicar esta documentación en ideas literarias nuevas o antiguas, para darles un cariz más interesante.

Aparte de estas dos experiencias, descubrí que otro "cliché" también es cierto: terminada la obra y entregada a su destino, el vacío y la tristeza también te acometen. Ya se fue, se acabó. Ya no es tuya. Tus personajes, con quienes te identificaste con tanto cariño por un tiempo tan intenso, ya "se fueron", y es casi como si tu vida hubiera perdido de repente su "norte". ¿Parece melodramático y exagerado? Puede ser, pero se siente. Y si uno ha estado por mucho tiempo en contacto con una saga (como la que estoy reformando y que espero poder exponer al público nuevamente muy pronto), olvida que esta tristeza existe. Es la primera novela auto conclusiva que escribo en mucho tiempo y por tanto, el sentimiento es inevitable.

¿Pero no debería haberme acostumbrado a la sensación después de escribir tantos relatos? En realidad, no. El relato, para mí, aún los más largos, se basan en una sola idea conductora y en personajes que conozco por relativo poco tiempo. Aunque el placer de escribirlos es básicamente el mismo, la relación con ellos no. En la novela, uno se mete en un mundo inmenso. En el relato, solo en parte de otro mundo. Quizá por eso no tengo la sensación tan acusada cuando he acabado un relato que ahora, cuando he dado punto final a una novela. Eso, en relación con los personajes. Ahora bien, si hablo de todo un proyecto, es distinto, como cuando estuve preparando una colección de relatos, que todavía no han visto la luz. Supongo que sentiré algo parecido a lo que ahora siento cuando finalmente los entregue para su revisión editorial...

¿Qué me espera el fin del año? Supongo que una oportunidad para el descanso. Para terminar algunas lecturas pendientes, para acometer alguna literatura que debí dejar parqueada mientras escribía y para hacer y pensar en otras cosas antes de involucrarme de nuevo con mi otra novela, mi colección de relatos y por supuesto, con la nueva fase que le aguarda a este manuscrito que hoy entregué. Será intenso e interesante, pero de momento, es hora de alivianarse la cabeza con otras cosas.

Así, pues, ¡felices fiestas! Ya que el mundo "no se acabó", disfrutémoslo en grande. =)

30 de septiembre de 2012

Mientras escribo...

Este último mes ha sido particularmente intenso. Como tuve la buena fortuna de haber sido seleccionada como destino de una beca de fomento literario, he tenido la dicha -y el deber- de sentarme a escribir la obra por la que dicha beca me fue otorgada, una obra que he arrancado desde cero, porque solo su idea estaba en mi cabeza. Es una novela de ciencia ficción cuya acción transcurre aquí en Costa Rica pero dentro de un buen número de años y que tiene relación íntima con ciertos eventos naturales muy comunes en estas tierras. Para ello, como es natural, hube de sentarme a buscar información relativa a tales eventos, no fuera que mi historia saliera cojeando, y durante el primer tramo de dicho proceso aprendí muchas cosas interesantes.

Ahora bien, eso no es noticia. Cada vez que uno debe documentarse para escribir una historia nueva, sea corta o larga, es también una oportunidad de aprender sobre nuevas realidades o nuevos conceptos, y no puede negarse que el proceso de documentación, aunque pueda ser a veces complicado y/o tedioso, es una oportunidad indiscutible de ampliar no solo el cúmulo de datos con que inundamos nuestros sistemas neuronales, sino también una manera de ampliar visión y mundo. Y hasta puede ser divertido.

En fin, que comencé a estudiar sobre geología, sismología y detección temprana de sismos y la aventura resultó interesante. Y me lancé al desafío de escribir mi historia, sabiendo que también tenía que reunir material sobre ondas electromagnéticas, ondas cerebrales, y la manera en que trabajan.

Y seguí escribiendo. Y regresé sobre mis pasos y volví a avanzar, y taché, borré y eliminé, y volví a crear.

De pronto, también necesitaba saber sobre leyendas y mitos de mi país, relacionados con toda suerte de historias tremebundas y hasta curiosas: relatos de índole prehispánica, relatos de los tiempos coloniales y hasta relatos más recientes y algunos incluso con carácter religioso. La cosa se complicó, por lo que se ve.

Luego vi que tenía que saber algo sobre los tipos de demencia, de esquizofrenia, psicosis y otros desórdenes mentales. Algo, al menos.

Luego también sobre las probabilidades de que se consiga desarrollar la inteligencia artificial durante el curso de este siglo. Y por supuesto, sobre las probabilidades de que el cambio climático eche todo al traste.

Y la evolución de la política nacional y cómo se puede distribuir un nuevo sistema.

E incluso, en qué fecha cae una Semana Santa del futuro.

¿Un arroz con mango?

Sí. Y así está mi cerebro. Si en algunos días más, anuncio que todo lo arrojé de nuevo al canasto del basurero, no se extrañen. Quizá para entonces ya haya tenido que consultar otro tipo de información.

=)

8 de septiembre de 2012

El género apropiado

El otro día, el escritor Javier Pellicer propuso una pregunta basándose en la reflexión que se hizo el también escritor Daniel P. Espinosa sobre la conveniencia de escribir siempre en un mismo género literario o de cambiar de género cada cierto tiempo o en cada nuevo libro. No es una pregunta tan inusual como podría uno pensar y de hecho, suscitó diversos comentarios que tendían por un lado a aconsejar la fidelización a un género en particular o a desaconsejarla totalmente. Incluso hubo quien criticó la postura de Espinosa al decir que en un Arte no se escoge con criterios "comerciales", solo con criterios "artísticos" y que por tanto, la pregunta sobre si es conveniente o no para un escritor cambiarse de género está demás ya que apunta tan solo a un objetivo "comercial".

La postura de Espinosa es ciertamente comercial. Yo diría, práctica (tengo mis reservas en cuanto alguien surge con el tema de si el arte debe separarse del comercio o si puede convivir con él): ¿me conviene quedarme siempre en los márgenes de un mismo género o debería cambiar eventualmente o con cierta regularidad? Ese "me conviene" se refiere, en el caso de la reflexión de Espinosa, a la reacción posible que podría tener el lector si descubre que el autor que ha venido leyendo ha cambiado su temática. ¿Qué pasa si he estado escribiendo novela histórica, por ejemplo, y he tenido una agradable nivel de aceptación de parte de los lectores, y de pronto me da por escribir novela futurista retro con tintes de policial? ¿Sufriré el rechazo del público lector, en caso de que el editor no lo haya hecho antes, y por tanto veré una merma en el número de lecturas que pueda conseguir? ¿O no pasará nada?

En mi humilde parecer, y siempre considerando que somos escritores con aspiraciones profesionales, esto es, a publicar nuestras obras y a alcanzar un público lector, la pregunta puede y debe ser resuelta en el camino. ¿Por qué? Porque depende de diversos factores que no son solo comerciales y de hecho, tienen que ver con el hecho artístico en sí de lo que significa escribir literatura.

En primer lugar: ¿de qué tipo de géneros estamos hablando? No parece que haya ningún problema cuando un novelista quiere escribir un poemario o cuando un poeta se lanza a escribir una obra dramática o cuando un cuentista se dedica a escribir un libro de ensayos. No estamos hablando entonces de géneros literarios mayores en absoluto: a nadie desconcierta saber que un determinado autor es novelista y poeta, o cuentista y ensayista, o cuentista y poeta, etc. Se acepta sin contratiempos y simplemente se le lee según el género literario se prefiera: si me gusta la poesía, leeré su poesía, si no, no la leeré. Y he aquí que un hecho se repite con constancia: si a un lector le gustó un autor cualquiera, suele leerlo en el género literario en que escriba.

Estamos hablando entonces de géneros temáticos, y en el caso de Espinosa, de los géneros temáticos que se desenvuelven en la narrativa, principalmente en la novela: drama, romance, policial (o novela negra), histórico, fantástico, ciencia ficción, terror, realista social, etc. Si un autor ha escrito varias obras narrativas en género fantástico, por ejemplo, y de pronto escribe en género realista social, ¿lo leerán los lectores que habían gustado de él? ¿O lo rechazarán? ¿Perderá a sus lectores?

Alguien dijo en el debate abierto por Pellicer que ella en particular no escribía para los lectores. Entonces, no se preocupaba por este asunto. Claro que después agregó que quizá debido a esto aún no tenía un público lector (fiel). Otro alguien dijo que siempre había que pensar en el lector cuando se escribía y que por tanto, la pregunta era aún más importante de ser contestada, pues no se puede decepcionar al lector. Y otro dijo que uno escribe según lo que "le pide el cuerpo".

En mi opinión, la pregunta se responde solo cuando sé por qué escribo. ¿Lo hago para complacer a otros, lo hago para ganar mucho dinero, lo hago para explorar mis ideas y exponerlas, lo hago porque quiero sentirme bien conmigo mismo, lo hago porque quiero contar una historia que me parece estupenda? Si quiero complacer a otros y ganar mucho dinero, escoger no solo el género sino la historia misma dependerá de tendencias comerciales cuidadosamente consideradas. Por ejemplo, en este momento algunos de los best sellers más sonados son libros de temática romántico-erótica dirigidos principalmente a un público femenino. Hace un tiempo eran también románticos pero con temática vampírica (una mezcla de géneros: el romántico con el fantástico oscuro o de terror). También está muy de moda (o estaba) la temática zombie (terror). El problema con esta postura es que debido a la lentitud con que se mueve la escritura y la publicación, tendría que tener una suerte endemoniada para publicar antes de que la moda haya pasado. Pero solo yo sabré si es el comportamiento que quiero seguir.

Si mis razones para escribir son independientes de lo que un público lector pueda preferir o lo que una tendencia comercial pueda aceptar, escogeré el género según dos posibles vías: o que se acomode a las exigencias de la historia que quiero contar o que sea el género que me interese en particular en ese momento. En el primer supuesto, yo no escojo el género, es la historia la que lo hace. En este caso, el narrador, sea novelista o cuentista, piensa primero su historia en términos intrínsecos, en la historia en sí misma considerada. Por ejemplo, digamos que quiero contar la historia de una mujer que se ha separado recientemente de su marido y que busca abrirse camino en un trabajo que abandonó veinte años atrás, por ejemplo. ¿Qué clase de historia es esa? ¿Un drama, un romance? Quizá, si ella se reencuentra con  un viejo novio y comienza una relación intensa con él es un romance. Si lo que encuentra es una guerra psicológica emprendida por su madre por haber roto su matrimonio y una pelea con su ex marido por la custodia de sus hijos, es un drama. ¿Y si me encantan los años 1920 y quiero ambientarla en medio del periodo entreguerras? De acuerdo, ahora estamos en un drama histórico. Puede ser un romance histórico. El caso es que será novela histórica.

¿Pueden verlo? La historia ha ido escogiendo el género. El género será entonces un detalle menor. Pero, supongamos el segundo supuesto: quiero escribir en un género en particular. Por ejemplo: quiero escribir una novela histórica. Tiene que ser histórica porque yo quiero hacerlo. ¿Habrá contratiempos? Pues pienso que no: simplemente tengo que pensar en una historia que se acomode a un periodo histórico que me atraiga o en el que quiera desenvolverme. Ahí será el género el que escoge la historia narrada.

No sé si ya notaron que la elección de un género temático depende en última instancia de las decisiones, valoraciones y objetivos del autor en particular. Puede ceñirse a las exigencias de una industria, puede reservarse el derecho de inventarse en el género que le apetece sin considerar las exigencias de esa industria, puede simplemente querer contar una historia cualquiera que le interesa contar. Al final, la elección es suya.

¿Tiene, por tanto, malas consecuencias prácticas? ¿Qué sucede si ya he alcanzado un público lector y de pronto, por cambiar de género lo pierdo?

El riesgo siempre existe en la vida, pero uno no la vive evitándose todos los que se presenten. En general, en mi experiencia como lectora, suelo preferir los libros que se inscriben en las temáticas de mis preferencias, pero si el planteamiento argumental de una novela parece interesante, lo leo, aunque no pertenezca a esas temáticas preferidas, pues puede que sea tan atractivo que sin ser de un género que suele gustarme, lo lea de todas formas. Y creo que ese es un comportamiento general de una gran mayoría de lectores habituales. (Los que no son habituales se dejan llevar por las modas, las tendencias o las opiniones de los demás).

Ahora bien, los lectores suelen ser muy condescendientes cuando se trata de su autor favorito. Lo que escriba, lo leen precisamente porque es su autor favorito. ¿Y cómo se convirtió en su autor favorito? Lo normal es que los seduce por su forma de escribir, su manera de contar, su forma de desarrollar una historia. Y esa manera suele ser única del autor, pero usual en todas sus obras con independencia del género que escoja. Por tanto, lo más probable es que sea que escriba una novela romántica o una de terror, una de realismo social o una histórica, su estilo se mantenga, su forma de narrar también, y por tanto, sea seguro leerlo. En ese momento, nos habremos convertido en su público lector fiel.

Entonces, ¿puedo escoger el género que me venga en gana? Puedo, sí. Aunque es posible que termine por caer en el que más me acomode o en el que más se asemeje al que mejor me acomode. Después de todo, cada género tiene sus propias reglas tácitas de uso: no suele emplearse el mismo tipo de lenguaje en una novela realista que en una romántica, ni puedes desarrollar el mismo tipo de personaje en una novela negra y en una novela infantil fantástica. Esas reglas tácitas se imponen y atraen o alejan a algún tipo de autor y a otro. El autor se impone sus propias limitaciones, si es honesto consigo mismo y si quiere hacer bien las cosas. ¿Por qué hay autores que cambian de género? Porque son versátiles, sí, y quizá también porque los géneros entre los que fluctúan no se diferencian tanto entre sí como uno podría pensar. Por ejemplo, pasar de la fantasía a la ciencia ficción es mucho más sencillo que pasar de la fantasía a la novela de denuncia social del realismo sucio. Es más fácil pasar de la novela histórica a la ucronía que pasar de la novela negra al cuento de hadas. Es más fácil pasar del terror a la fantasía urbana que de la novela romántica al drama político. No que no se pueda hacer: puede hacerse, pero en algunos casos es más sencillo que en otros.

Y también, claro está, puedo combinarlos. ¿Lo haré bien? Pues eso depende de mi destreza como autor y de la coherencia de la historia interna que he inventado.

Al final, el género apropiado para cada autor depende de varios factores, como el tipo de historia, el tipo de objetivos y la destreza del autor mismo, pero sobretodo, dependerá de su voluntad y de las ganas que tenga de intentarlo.

31 de agosto de 2012

¿Empoderamiento del autor?

Siguiendo la tónica de ciertos temas que suelen generar debates (y hasta discusiones bizantinas), recientemente me tropecé con uno que afecta de manera directa los objetivos de cualquier autor que desee hacer públicos sus escritos (o sea, publicar en el sentido más literal posible del término). Se trata de esa creciente controversia entre la edición tradicional y la auto publicación, principalmente en el ámbito digital. Ojo, que abundan las auto publicaciones en papel, pero parece que la nueva tendencia hacia la "independencia" del autor se enfoca principalmente en la edición electrónica y en el mercado de Internet.

¿Cuál es la polémica? La que a mí me llamó la atención se originó en la entrada de un blog. Se llama "El declive editorial y el empoderamiento del autor". A primera vista suena potente y por lo que dice, hasta muchos podrían considerarlo "inspirador". A mí me pareció panfletario, sesgado y más tendencioso como manifiesto que como reflexión fría sobre un fenómeno actual y relevante para el futuro de la literatura. En resumen, el artículo hace mención de que la gran industria editorial tradicional está en crisis, que su miopía artística está pasándole la factura, que su desprecio y su mal trato a los autores está provocando una huida generalizada de estos hacia figuras de auto publicación, tanto en papel como electrónica, y que en general es bueno que así ocurra, porque la mercantilización excesiva, el abuso de la selección de publicaciones basado en las tendencias comerciales y la indiferencia hacia lo nuevo, lo verdaderamente artístico y los autores originales ha corrompido la literatura. Para el articulista eso está a punto de terminar, pues cree que el autor se apodera ahora de un nuevo lugar en el panorama: él es el dueño de su destino, de la mayoría de sus regalías, del rumbo de sus publicaciones y de los mecanismos por los que estas llegan al público de su elección.

Dice el articulista:

"En el nuevo paradigma el autor ha sido empoderado visible y definitivamente. En el panorama del antiguo paradigma, el autor era el componente menos recompensado por sus labores, convirtiendo el oficio del escritor en uno de los más ingratos, económicamente hablando. En el pasado escenario el autor recibía un 10% de las regalías sobre ventas y a veces menos. La venta de sus libros dependía de la inversión en publicidad y distribución que la editorial decidiera asignarle a sus títulos. Los distribuidores reciben los títulos a un 30% y hasta un 40% de descuento del precio de venta. Entraba en esta encrucijada  jugador más: el librero, quien recibe del distribuidor (o de la editorial) esos mismos títulos bajo un considerable descuento también. Como bien dijera la especialista editorial Marcela Landres, dentro de este modelo, el escritor, el componente principal de la línea de producción, solo podría empezar a devengar ingresos significativos por su trabajo a partir del millón de libros vendidos, una proeza nada fácil."


Pero ahora, con la facilidad para la auto publicación digital, la existencia de sitios de impresión bajo demanda, como Lulu.com o la posibilidad de optar por nuevos canales de distribución, como el Kindle de Amazon, el autor es dueño de su destino.

Bien. Eso sonó bonito y hasta motivador. Y cuando uno termina de leer el artículo hasta cree escuchar trompetas triunfales que anuncian el advenimiento de un nuevo orden mundial, donde las grandes editoriales caen como castillos de naipes, destruidas por su propia miopía, su egoísmo y su abusivo tratamiento de la literatura como un producto comercial marcado por tendencias y donde las pequeñas editoriales que se avengan a tratar con respeto al autor y sobre todo, donde el autor es quien marca la pauta de su trabajo, y tenemos más justicia y mejores obras literarias. Ya no más literatura "boba" comercial apadrinada por editores preocupados por tendencias, sino Buena Literatura, de todos aquellos autores nuevos, innovadores y originales que fueron rechazados por las grandes.

Terminadas las trompetas, sin embargo, llegamos a la realidad. ¿De verdad es posible creer semejante promesa de un Mundo Mejor?

Yo, al menos, no lo creo así. Las cosas nunca son tan sencillas ni tan fáciles, ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos. Vamos por partes:

1. Creo que la edición digital es parte fundamental de un nuevo orden mundial, ciertamente. Apareció y llegó para quedarse. Es lógico, considerando el avance de la tecnología de las comunicaciones, la fuerza de Internet y el mercado virtual y la necesidad de racionalizar el almacenamiento y el traslado de productos alrededor del mundo. Quien no se adapte al advenimiento de la edición digital no podrá sobrevivir como negocio o como artista. Nadie. Ni las grandes, ni las chicas ni los autores. Eso es un hecho y mejor aceptarlo desde ya. ¿Significa que en sí misma pueda destruir el modelo viejo?

2. Lo anterior no significa que las editoriales grandes, y para lo que estamos, las pequeñas también, no puedan adaptarse. Cualquier gran editorial que asuma el reto de la edición digital y lo explote de manera inteligente sobrevivirá y seguirá siendo grande. Tiene los recursos, tiene los canales y hasta puede ahorrarse los costos. Y sospecho que eso veremos en el futuro cercano y lejano. Algunas desaparecerán, otras permanecerán fuertes y otras incrementarán su poder.

3. Que una editorial haya privilegiado tendencias, ¿significa que siempre sacrifica la buena literatura? En otras palabras, ¿los buenos escritores siempre se verán rechazados por las editoriales y tendrán que asegurar su camino por medio de la auto publicación? Por supuesto que no. Claro que es lógico que una compañía que debe invertir en costos de producción, distribución y pago de salarios tenga que contemplar objetivos de ganancias. Por tanto, es lógico también que si descubre una veta de ingresos altos la explote hasta donde le sea posible. Todo editor con necesidades de pagar facturas ve con buenos ojos un best seller. Sin embargo, tanto en las grandes como en las chicas se sabe que si bien se puede sobrevivir con libros más o menos comerciales, el gran best seller nunca es predecible. Lo saben y lo buscan, y a veces se dejan llevar por las "tendencias", lo que no siempre les genera buenos resultados. Ya sabemos que ha habido grandes fiascos y pésimas decisiones editoriales. Y también sabemos que otras veces se ven premiados por grandes éxitos en ventas. Eso no significa que los que rechazan sean en su mayoría buenos libros.

La verdad es que la mayoría de los libros rechazados son malos. Y no hablamos desde un punto de vista "comercial" o de "tendencias". La mayoría son malos como libros, como literatura. No son artísticos, ni siquiera están bien escritos. Y la mayoría de los autores que sufren el rechazo no lo quiere aceptar. Antes, cuando autopublicar era difícil, la mayoría de esos autores se quedaban con las ganas. Hoy en día, con la llegada del blog, de la edición digital y el abaratamiento relativo de la auto publicación, la mayoría de esos autores malos rechazados se ven con la posibilidad de publicar sus malos escritos. Entonces, el número de publicaciones ha aumentado, por supuesto, y de manera dramática. Lo que no ha aumentado es la calidad. Solo tenemos más libros malos circulando, eso es todo.

¿Es posible que algún buen libro haya sido injustamente rechazado y que gracias a la auto publicación digital alcance su público? Sí, claro. Alguno que otro es un buen libro, cierto. Pero... encontrarlo entre un mayor número de libros malos circulando en su entorno no hace que sea fácil. Puede que lo dejemos pasar de todas formas.

4. Digamos que es un autor bueno y escribe buenos libros, pero por razones mercantilistas y miopes de los editores que consultó se ve rechazado. Digamos que consigue llegar a la auto publicación y por tanto se hace dueño de sus regalías, de su destino. ¿Cuál destino es ese? No es nada halagüeño ni sencillo.

Escribir una obra es un arte de difícil dominio. Requiere dedicación y práctica constante, por lo que obtener una obra de calidad aceptable solo se logra después de años de trabajo. Escribir bien es entonces aún más difícil. Pero digamos que se tiene la obra.

Hay que revisarla. Hay que revisarla bien y ojalá por alguien que no sea su autor.

Hay que diagramarla, conseguirle una buena portada si la quiere hacer disponible en impresión bajo demanda, o dominar el arte de la edición digital y asegurarse de que puede ser descargada bien por cualquiera.

Entonces, hay que publicitarla. Y si alguno de ustedes pensó que era tarea de un día darla a conocer entre millones de libros similares pululando por Internet, en un medio en que lo del día anterior ya es historia y lo que importa es lo del minuto presente, en medio de nichos selectivos de temas, en medio de competencia brutal de otros medios de entretenimiento, están seriamente equivocados. Si creyeron que publicarla para impresión bajo demanda era cuestión de subirla a la agencia y sentarse a esperar... están creyendo en cuentos de hadas.

El tiempo que necesita la promoción de un libro es ENORME. Se necesita dedicación, horas de trabajo y recursos. Se necesita paciencia y astucia. Se necesita arte de mercadeo y arte de publicidad. Se necesita saber de Internet y también de promoción fuera de ella. Se necesita ser capaz de sustituir una larga cadena de profesionales y ser mejor que todos ellos juntos. Y aún así, se necesita ser resistente al fracaso, porque puede ser que aunque devengues hasta un 90% de tus regalías, estas se reduzcan a las producidas por 10 libros vendidos en cuatro o cinco años. O sea, nada.

Al final de un largo proceso en el que el autor es empresario y mercadólogo, publicista y diagramador, lector profesional y corrector, y además, conferencista y presentador, ya ha dejado de ser autor.

5. ¿Hay quienes lo han logrado y si ellos pueden, "yo también puedo"? Por supuesto que sí, pero eso se aplica a todo. En la publicación tradicional y en la no tradicional, en la digital y en el papel, en la cocina y en la venta de chayotes, también. No todos los grandes autores del pasado fueron "independientes". Muchos de ellos fueron publicados por casas editoriales. Desde ese punto de vista, si ellos pudieron, "yo también". Y si muchos fracasaron, yo también.

El "empoderamiento" del autor no es una panacea que resuelve problemas, es una realidad que crea otros. Y no nos salva de la literatura boba, nos inunda de ella. El editor de verdad, el que colabora con el autor para la producción de un buen libro no es una figura de impresión mercantilista: es una auténtico filtro de calidad que es capaz de potenciar la buena literatura. Puede equivocarse, porque es humano, pero también puede ser el gran facilitador del libro como arte.

Entonces, ¿qué necesitamos en esta era nueva de grandes cambios? Que los buenos editores salgan a la luz y se adapten al sistema, no que desaparezcan. Los autores que puedan y quieran ser "independientes" (o sea, sin editor) que lo hagan. Algunos tienen éxito, la mayoría no. Algunos son buenos, la mayoría no. Eso hay que aceptarlo también, pues no cambia con que los editores estén o no estén. Pero si están, hay más posibilidades de que los lectores tengan acceso a los buenos libros.

Las grandes editoriales han cometido y siguen cometiendo muchos errores. Pero también han acertado en muchos casos, muchísimos casos. Atribuirles la culpa exclusiva por la invasión de malos libros es faltar a la verdad. Muchos de sus libros serán mediocres, sí, pero todavía es posible encontrar en sus catálogos títulos que bien valen la pena y que se merecen el lugar que ostentan. Las editoriales pequeñas, sin embargo, pueden ser el futuro del libro digital/impreso/movible de los nuevos tiempos, pues tienen la posibilidad de tratar con los autores en planos nuevos de innovación y mutuo respeto, pero no son tampoco la panacea de todos los bienes. El panorama es complejo y está lleno de incertidumbres, por lo que los manifiestos panfletarios siempre serán una gota de malas promesas que es mejor leer con filtro. Sí, con un editor interno que deberíamos aprender a despertar en nosotros mismos antes de creernos genios incomprendidos y autores injustamente rechazados por el capitalismo.

18 de agosto de 2012

De gratuidad, innovación y pleitos por derechos...

En Facebook (y para lo que estamos, en todas las redes sociales y foros) se tropieza uno con ocasionales discusiones que pueden llevarte a reflexión. Por ejemplo, en esta ocasión me encontré con una polémica que nació de una pregunta como esta: ¿Qué prefiere un autor: que nadie lo lea por la mala difusión de sus libros o que tener la posibilidad de que lo lea más gente pero no le paguen derechos de autor (que tampoco pagan las editoriales casi nunca y casi ninguna)? La pregunta fue lanzada en relación con una noticia en la que se tocaba el tema de la digitalización de millones de libros por parte de Google para formar su "biblioteca mundial". A esta pregunta respondió el autor costarricense Alexánder Obando Bolaños, con la indicación de que prefería los dos supuestos: que le lean los libros y a la vez se le paguen sus derechos (y con quien me mostré de acuerdo, por cierto).

La discusión se extendió, con la intervención de varios usuarios, y de ella puedo extraer diversas reflexiones que me inquietan:


1. Que se confunda edición digital con descarga gratuita

2. Que se crea que las "ideas" vienen de "cualquier parte" y que "cualquiera escribe":


3. Que el ideal de un buen autor es escribir "por amor al arte".


4. Que como las cosas se dan de cierta forma, no hay nada que se pueda hacer para cambiarlas.


1. Que se confunda la edición digital con la descarga gratuita: La edición digital es un maravilloso avance de la tecnología moderna que ha permitido no solo rescatar obras del pasado que hubieran podido perderse en el olvido, sino también aumentar la difusión de muchas que de otra forma quedarían relegadas a una zona o región del mundo. Ya llegó y se quedará y lo único que toca hacer es adaptarnos a ella. Eso no significa que porque se pueda digitalizar un libro, este tenga que estar disponible para descarga gratuita. La revolución tecnológica que permitió la digitalización de libros y otros avances como Internet, también ha permitido los pagos en línea, lo que significa que puedes perfectamente vender tus libros electrónicos, de la misma forma en que vendías tus libros impresos. Entonces, que una compañía digitalice los libros no significa que inevitablemente tenga que ofrecerlos para descarga gratuita: puede venderlos. Y con la venta, puede pagar las comisiones debidas por derechos de autor, por ejemplo.


2. Que se crea que las "ideas" vienen de "cualquier parte" y que "cualquiera escribe": Las ideas no vienen de "cualquier parte". Pueden venir de cualquier persona, sí, pero esa persona tiene identidad. No es un ente incorpóreo perdido en el éter. Es un ser humano y como tal debe respetársele. Y hoy en día, es más fácil que nunca identificar a alguien y saber quién es el autor de qué idea. También es fácil querer robársela. Y no está bien, porque el proceso por el que un autor tuvo una idea es suyo, personal, y nadie puede repetirlo.


¿Cualquiera escribe? Sí, cierto, y de hecho, todos deberían saber escribir adecuadamente. Sin embargo, eso no significa que cualquiera puede ser un autor. Para ser un autor hay que tener creatividad, imaginación y dedicación al arte de escribir. De hecho, escribir correctamente una redacción o una tesis no te convierte en autor literario, pero te hace autor (de la tesis). ¿Estarías dispuesto a regalar tu investigación solo porque cualquiera hubiera podido hacerlo? ¿No? Entonces, ¿por qué esperar que un novelista o un poeta tenga que regalar su obra literaria?


Además, no cualquier autor es un buen autor. Para ser un buen autor se necesita no solo imaginación y talento, ideas propias y creatividad: se necesita trabajo. Trabajo de estudio y trabajo de creación. Trabajo de desarrollo y trabajo de revisión. Y todo ese trabajo requiere tiempo. Y el tiempo es oro en cualquier lugar del mundo, porque el tiempo que dedicas a una cosa se lo quitas a otra. Es inevitable. Así que, decir que cualquiera escribe y que las ideas vienen de cualquier parte es minimizar el trabajo, el talento, el tiempo dedicado y el valor de una persona, como si producir literatura fuera lo mismo que escupir o respirar.


3. Que el ideal de un buen autor es escribir "por amor al arte": Como corolario de la reflexión anterior, se vuelve evidente que la idea de que un buen autor debe escribir solo por amor al arte (es decir, porque le apasiona escribir) y no esperar nada económico a cambio es una idea cruel. ¿Por qué se insiste en que el arte se "contamina" con el comercio, es decir, la difusión y venta de obras artísticas? ¿Acaso el comercio mancha tu comida, destruye tu televisor nuevo o destruye tu casa? ¿Alguna vez has pensado que los médicos deberían curar sin pedir nada a cambio, los ingenieros construir casas y puentes sin paga, y los agricultores regalar libremente sus productos? ¿No? Por supuesto que no. Todos ellos estudian y trabajan duro para llevarte el fruto de su esfuerzo hasta ti. Y el caso de los escritores es exactamente el mismo. No hay "contaminación" ni "mancha" ni ninguna de esas tonterías en los autores que aspiran a vender sus obras y a ser retribuidos por el fruto de sus sudores.


4. Que como las cosas se dan de cierta forma, no hay nada que se pueda hacer para cambiarlas: Y he aquí una de las expresiones más inquietantes de todas. Como las cosas son así, aguántate. ¿Cómo? Ah, entonces si hay injusticia, crueldad o abuso, ¿debo aceptarlo solo porque así se da siempre? ¿Y dónde está el derecho a mejorar, a cambiar para bien, a progresar? Según eso, debo aceptar que como los escritores suelen ser muy mal pagados, entonces es absurdo que luchen por sus derechos de autor. Esa es una reflexión peligrosa.


Si algo no está bien, no está bien, aunque sea "normal". Una cosa es que los escritores enfrenten un mundo difícil, donde reciben poca remuneración por su esfuerzo y tienen que buscarse empleos supletorios para pagar sus facturas, y otra muy distinta es que tengan que renunciar a sus derechos solo porque es duro vivir de la escritura. No, no es así. Mis derechos me son inalienables, y como tales, tengo el deber de defenderlos. No importa si me pagan $2 o $200 o $2 millones (ojalá) por concepto de derechos de autor. Lo que importa es que se tenga claro que existen y son debidos. Si una empresa vende mis libros, debe reconocerme las regalías o las comisiones correspondientes. Y no debe haber discusión al respecto.


Otra cosa es si yo quiero regalar mis obras. ¿Puedo hacerlo? Sí, claro, siempre que los derechos patrimoniales de mis obras aún me pertenezcan, por supuesto que puedo hacerlo. Hay autores que lo hacen y están en su derecho. Su derecho, no su deber, que es lo que algunos no comprenden aún.


Y con respecto a las editoriales que no pagan a sus autores, pues... esa es una historia muy diferente, que no tiene nada que ver con derechos de autor, sino con la buena o la mala fe de los negocios. Hay editoriales que no pagan a sus autores, sí. Pero la mayoría lo hace. ¿Que pagan mal o bien? Bueno, eso depende de los contratos y de la situación del mercado, pero lo hacen. Generalizar o justificar la renuncia a los derechos de autor en el hecho de que (algunas) editoriales no pagan bien a sus autores es un completo desatino.


Se dijeron más cosas en esa discusión y aún hay más tema por delante, pero creo haber dicho en voz alta lo que pienso sobre algunos aspectos de una situación siempre difícil y complicada.

6 de agosto de 2012

Desde que las excusas se inventaron...

Durante estos días en que las Olimpiadas de Londres siguen su curso, algunas consideraciones me han asaltado al mismo tiempo. Tienen que ver con los deportistas, con los países y sí, con los escritores también. Suena un poco raro, pues en primera instancia un deportista y un escritor tienen poco que ver, pero en realidad, desde que cada uno se dedica a actividades que requieren una dosis inmensa de paciencia, otra de esfuerzo e interés personal y una cantidad considerable de voluntad, sí que tienen mucho que ver.

¿Por dónde iban mis consideraciones?

Algunos datos. EE.UU. y China, como de costumbre, lideran el medallero con el mayor número de medallas de oro por nación, con respecto al resto de las naciones. Luego van Rusia, UK, Francia, Alemania y por el estilo. Por supuesto, hay países menos potentes o claramente pequeños o de escasos recursos que también están ganando medallas. Va en cuenta algunos latinoamericanos, como el caso de Colombia, que no es un país pobre pero tampoco es una potencia, o países de África, cuyo historial social, económico y político es complicado. Y vienen deportistas de otros países, muchos hispanoamericanos, algunos de mi país, a participar y a lograr nada. Y se retiran con algunos argumentos como: "mejoré mi marca personal", "hice lo que pude", "con tan poco apoyo que recibo, estoy logrando mucho", "si recibiera más apoyo, los resultados serían espectaculares", etc. Todos argumentos que he compartido por años, pero que ahora me suenan a excusa.

¿Por qué?

Porque si el hijo de un vendedor de lotería que fue asesinado por los paramilitares pudo ganar la medalla de oro en ciclismo de ruta; o si los jamaiquinos, residentes de un país de población reducida y problemas económicos usuales en muchos países del continente, están dominando las pruebas de velocidad en la pista; o si las etíopes, procedentes de un país pobre y con graves problemas logran imponerse y ganar medallas, ¿cuál es la excusa de deportistas que viven en un país tranquilo como el nuestro? ¿Falta de apoyo? Pues... ¿y quién les dijo que esos medallistas olímpicos siempre contaron con apoyo? ¿Falta de recursos? ¡Por favor! ¿Sobran acaso los recursos para el deporte en países pequeños o pobres?

Sí, me suena a excusa. "Es que no recibo el apoyo financiero de mi gobierno". Es una excusa, y enmascara una realidad aún más profunda. Algunos de estos deportistas que no hicieron un buen papel en Londres, han obtenido conquistas fuera de los Olímpicos. Han luchado y vencido obstáculos y realmente han sacrificado horas de sueño y recreación para dedicarse a entrenar con ahínco y lograr superarse a sí mismos. PERO, vienen a Londres y fallan. Las excusas apenas son la máscara de otro problema grave, entonces. No recibieron apoyo financiero del gobierno, cierto, y es un hecho que en nuestro país solo se le da cierta importancia al fútbol (no mucha ni como debe ser, tampoco), eso es cierto, pero ya eso lo saben vencer. Saben que deben entrenar por su cuenta, saben que deben buscar sus oportunidades solos, saben que pueden llegar a una Olimpiada con buenos registros aún sin contar con ese apoyo. ¿Por qué entonces es que fallan otra vez?

Y pensé: porque no se la creen.

Los campeones olímpicos están convencidos de que van a ganar. Usain Bolt entra a la pista y sabe que superará a los demás. Lo mismo sus compañeros de equipo. Un Michael Phelps también lo cree y así lo creen los atletas chinos, los japoneses y también, y eso está resultando evidente, los colombianos y los etíopes. Se la creen.

Creen en ellos y en su triunfo. Creen que lo merecen. No se enfocan en el esfuerzo que hacen ni se auto compadecen ni se amilanan antes de tiempo. Se enfocan en la meta. Saben que realizan un gran esfuerzo, pero el esfuerzo, amigos, no sirve de nada si no obtiene el resultado deseado. Con el esfuerzo no se alimenta a un pueblo. Con el esfuerzo no sacas adelante a tu hijo ni logras curar a un enfermo. La única recompensa al esfuerzo es el resultado. La medalla. Ahí es cuando el esfuerzo obtiene su valor. Si no hay medalla, o sea, si no hay resultado, el esfuerzo queda en nada. Se te murió el paciente, se llenó de hambre tu pueblo, perdiste a tu hijo.

¿Qué obtengo de esto para la escritura? Pues lo mismo. No podemos escribir una novela a punta de pensarla. Hay que escribirla. Hay que terminarla. Hay que llegar a un resultado. Libros a medio escribir son como corredores que no pasan sus heats eliminatorios. Y decir: "no tengo tiempo", "no tengo recursos", "no tengo apoyo", son excusas. Y creer que porque somos de países pequeños no podremos ser buenos escritores es lo peor que podemos creer. Borges no tenía empacho en deslizar sus libritos en los sobretodos de los asistentes de un club. Él creía en su obra. Y miren quién fue y a dónde llegó. ¿Tenía recursos? ¡Púf! ¿Cuántos buenos escritores comienzan con gran cantidad de recursos y apoyo? ¿Cuántos se "revelan" una noche cualquiera? Ninguno. Se esfuerzan y mucho, igual que los deportistas, pero al igual que los medallistas, llegan a un resultado y se apoyan en él, sin excusas y sin recurrir a "me esforcé pero no pude".

De buenas intenciones está lleno el infierno, dice un dicho. No nos quedemos en ellas.

25 de junio de 2012

La extraña virtud de la paciencia

El otro día leí, no sé en dónde (creo que en un periódico), que Google ha acelerado el tiempo en que tarda en proporcionar el resultado de una búsqueda. Algo así como que en vez de no sé cuantos milisegundos de tiempo que tardaba antes, ahora es aún más veloz (menos milisegundos). Se demora más en parpadear que en recibir el resultado de lo que está buscando. Claro que esto debe verse en contexto, porque si tienes una computadora que se toma su tiempo para todo y tu conexión a Internet es de tercera categoría, no te darás cuenta de si Google acelera sus tiempos de respuesta o no. Pero salvando esas distancias, en realidad ya se puede uno dar cuenta de que sí, en efecto, no has terminado de digitar tus palabras claves cuando ya tienes el resultado frente a ti.

¿Y por qué este interés de Google por acelerar sus tiempos de respuesta? Pues por lo obvio: por el interés de sus usuarios. Resulta que si una página tarda unos milisegundos demás en descargarse, el usuario se aburre y cambia de página. Así: milisegundos. ¿Tan impacientes estamos hechos?

Pues parece que sí. La pizza te la entregan más rápido hoy que antes, igual las hamburguesas. Las llamadas a larga distancia ya desaparecieron porque fueron sustituidas por Skype y otros métodos más veloces, más instantáneos. Si antes tenías que esperar tres o cuatro semanas para recibir un paquete que te viene de otro país, ahora solo esperas unos cuantos días. Si antes tenías que esperar uno o dos años para ver avanzar la tecnología, ahora solo tienes que dejar pasar un par de meses o menos para tener en tus manos el último avance. Y así sucesivamente.

¿Nos estaremos perdiendo de algo? Hace una semana, el escritor Teo Palacios apuntó en su blog que la impaciencia también está atacando la literatura. Si es así, sí que nos estamos perdiendo de algo. Pero, ¿qué? Alguien diría: ¿calidad? ¿tiempo de vida? ¿capacidad de disfrute?

En el caso del arte, y en particular de la literatura, yo diría que la impaciencia sí produce efectos negativos. Desde el punto de vista del lector, por ejemplo, es común que ahora muchos se desesperen si no matan a alguien en la primera página de la novela, o si el cuento no arranca con una catástrofe o si el poema es demasiado largo. Se dice que si la novela no arranca con acción, el lector la abandonará irremediablemente. Si el cuento no está lleno de pequeños suspensos, será también dejado de lado. Si el poema no es sorprendente o maneja imágenes chocantes, también será ignorado. ¿Qué efecto tiene esta actitud? Pues que los escritores se preocupen más por llenar de acciones y desastres las páginas de sus libros que la de construir una historia con significados profundos y bellezas formales. O sea, que la literatura se degrada.

Desde el punto de vista del escritor, por otro lado, la impaciencia es tan intensa que no más ha terminado de escribir, ya está desesperado por publicar. La revisión es apenas un maquillaje y la publicación debe ser completada en pocas semanas. Si cualquier editorial rechaza la obra por X razón, entonces se lanza a la autopublicación y comienza su próxima obra, que deberá ser completada en el marco de otras pocas semanas. ¿Documentación? Mínima o nula. ¿Preocupación por aspectos formales? ¿Qué es eso? ¿Desarrollo de personajes, ritmo de argumento coherente? Nada de eso. Y de nuevo sale de sus manos una obra a medio escribir y a medio revisar. ¿Cuál es el resultado? La literatura se degrada.

La paciencia es una virtud por muy buenas razones. Permite desarrollar las habilidades de manera integral, hace que se resalten los errores y se corrijan de la manera apropiada en el momento justo. Permite también que se piensen las acciones con suficiente antelación y se sepa prever los nuevos errores que pueden producirse después. Ayuda a desarrollar el disfrute por el paisaje, a no preocuparse tan solo por el destino, lo que convierte al viaje artístico en un auténtico fin en sí mismo. Tanto para el lector, como para el escritor, la paciencia abre espacios de disfrute, de reflexión, de enriquecimiento y por tanto, de crecimiento personal y social. Con el cultivo de esta virtud, sabemos diferenciar también la obra maestra del bodrio mediocre, sabemos aprovechar para nuestro enriquecimiento personal todas las virtudes de lo que está bien hecho y podemos descartar todo el material que no nos aporta ni diversión, ni paz, ni reflexión, ni catarsis.

Y no digo que una obra bien hecha sea una obra aburrida, ojo. Digo que es una obra escrita con paciencia y leída con paciencia, aunque sea una historia de acción y suspenso. Porque entre una buena obra de acción y una mala obra de acción, las diferencias también se notan.

Escribir con paciencia implica regresar sobre lo escrito, pensarlo, quizá volverlo a escribir. Implica masticar las ideas con detenimiento, observar si hay incoherencias o palabras mal dispuestas. Saber si un personaje o una situación son plausibles o ridículas. Si el final es consecuente con el desarrollo, si el título tiene sentido. Es también saber aprovechar una documentación realizada con seriedad. No importa si lo que se escribe es una historia romántica, una novela negra, un drama de la vida real o una aventura espacial. No importa si la acción transcurre en Hong Kong y en Tokio, o si sucede en la Tierra Media. No importa si es corta o si es larga, si tiene muchos personajes o solo uno. Lo que importa es que se la escribe con la calma que produce excelencia y que se la lee con la tranquilidad que proporciona un auténtico disfrute.

La paciencia es una virtud, pero no parece que muchos quieran practicarla hoy en día. Yo creo que ya va siendo hora de recordarla...

26 de mayo de 2012

Juzgando la crítica

Todos los artistas (incluyendo los autores literarios) se han de enfrentar, tarde que temprano, a la crítica. Es inevitable y predecible. Nadie se escapa de un juicio, sea lanzado por un académico o un estudioso, un periodista o el tipo de la esquina que se fijó en la obra en cuestión y también tiene su opinión sobre ella. No hay manera de ser artista, en cualquier arte, sin verse expuesto a ella.

Así que, de entrada, el primer consejo que todo artista debe recibir antes de pensar en dedicarse a su arte es:

Espera la crítica.

¿A qué cuento viene esto? Ya he hablado de la crítica antes, y supongo que volveré a hacerlo, pero en esta oportunidad, mi inspiración viene de una nutrida conversación (o discusión) en Facebook a propósito del lanzamiento de un nuevo libro que reúne un grupo de cuentos de varios autores. Uno de los autores implicados se permitió criticar algunos de los cuentos y alguno de los otros autores se sintieron "sensibilizados" ante este hecho, como si fuera sorprendente que ocurriera. De ahí se derivó una discusión sobre la crítica, los autores, la literatura, la teoría literaria, y otros etcéteras relacionados que me llevó a esta reflexión.

Sigamos.

Una de las autoras que manifestó su molestia frente a la crítica avanzó el argumento de que no se debe dirigir a un autor en su escritura, porque la escritura es un arte con un estilo que debe ser definido por el propio autor y decirle lo que debe hacer y cómo hacerlo es constreñir su imaginación y su creatividad. Más adelante se quejó de que criticar a un autor joven, en especial si es realmente joven, es dañino, porque puede desalentarlo para que siga con la escritura, cuando lo que debe hacerse es animarlo a continuar y mejorar.

Otros le contestaron con que la crítica (la buena) precisamente hace mejorar la escritura al señalar lo que puede y debe corregirse en los escritos. ¿Y qué es buena crítica? Esto generó otra discusión, porque algunos piensan que la buena crítica solo viene de los académicos con títulos universitarios y estudios en teoría literaria, mientras que otros opinan que la crítica debe ser completamente abierta y venir de todas partes.

Pues, todo eso está muy bien, aunque me parece que hay relatividades que deben ser consideradas y todo autor tiene derecho a enfrentarse a la crítica con su propia visión y su propio juicio del asunto. ¿Cómo?

Primero: ¿cómo hemos de entender la literatura? La entendemos como un arte. Eso significa que si bien no está sujeta a las rigurosidades de la investigación científica, existen ciertos lineamientos técnicos y teóricos que han de seguirse sí o sí. Por ejemplo, siendo la literatura el arte de la palabra, el primer lineamiento técnico de exigencia absoluta es que el autor DEBE dominar la palabra. Nadie que no sepa escribir puede ser escritor, así como nadie que no sepa pintar puede ser pintor. Y saber escribir implica un dominio superior al del promedio de sus coterráneos y coétaneos en general, porque si no ¿para qué diferenciar un escrito literario de uno corriente? Otros lineamientos técnicos van unidos al sector del arte literario al que el autor se dedica: si es poeta, sigue las convenciones sobre la creación poética, si es narrador, sobre la narrativa, si es dramaturgo, sobre el teatro, etc. ¿Qué convenciones? Que si vas a narrar un cuento, tendrás un argumento, unos personajes, unos hechos que cuentan una historia y un desenlace a esos hechos. Si no cumples con ello, pues... no estás narrando nada. ¿Me siguen?

Segundo: ¿cómo hemos de entender la crítica? La entendemos como la acción de leer, analizar y exponer razonamientos sobre una obra literaria a la que se juzga.  En otras palabras, es un juicio, pero este juicio debe ser fundamentado y razonado, sin importar si es positivo o negativo. Cualquier opinión que se limite a "me gusta" o "no me gusta" no vale como crítica, solo como opinión.

Así las cosas, ¿cómo enfrento la crítica?

Aquí es importante que definamos qué ha de valorarse y qué no. Por ejemplo, ¿es realmente esencial que el crítico sea un estudioso académico con varios títulos detrás?

Pienso que no.

Lo importante es que la crítica sea fundamentada, razonada, y que el crítico maneje criterios claros sobre los que basa su juicio. Con que sea una persona informada sobre la materia que juzga es suficiente. Recordemos que se habla de artes, no de ciencias, por lo que un buen lector, que tiene muchas lecturas a su haber, que conoce bien sobre el género y el estilo de diversos autores, que maneja criterios claros sobre los que basar su juicio, se basta como crítico, sin necesidad de ser PhD ni nada por el estilo.

¿Cómo sé yo si el crítico es así? Pues aquí hay que aplicar el sentido común. Todo escritor ha de ser lector primero y como lectores nosotros mismos tenemos nuestros juicios. Si yo leo una crítica mal escrita, plagada de clichés y donde se nota que no hay suficiente información ni lecturas, no puedo tenerla en consideración. Un crítico literario que no sabe escribir automáticamente se descalifica como tal. Y punto. ¿Cómo puede juzgar el arte de la palabra quien no la domina?

Luego, ¿he sido yo lo suficientemente autocrítico de mi propia obra o me creo un genio incomprendido? Nadie nace aprendido ni se es perfecto en nada. Toda obra puede ser juzgada y todos pueden leerla de manera distinta. Entonces, antes de exponer mi obra al público debo ser consciente de que puede tener fallos y de que es posible que el crítico bien informado tenga razón en lo que juzga.

¿Puedo diferir de la opinión del crítico? Por supuesto. Porque sea crítico tampoco significa que siempre acierte. Es humano, como yo, y puede tener errores de percepción, igual que yo.

Pero no nos apuremos a diferir de su opinión. Primero se le escucha y luego se analiza el texto. Quizá tiene razón. Y quizá nosotros no supimos ver el fallo a tiempo. Si lo descubrimos, aceptamos el juicio y procuramos no cometer la misma falla en el siguiente texto. Si después de un análisis desapasionado y racional, concluimos que el crítico no lleva razón, lo dejamos pasar y en paz. No hacemos cambios ni nos preocupamos más por el asunto.

Finalmente, ¿tiene razón la autora que defendió la juventud como excusa para la crítica suavizada? Ni por asomo.

Una vez que se expuso una obra, esta puede ser juzgada con toda la dureza del caso, sin importar la edad del autor, en especial si dicha obra no es un ejercicio de aprendizaje sino una obra que sale a la venta y va a ser adquirida por un público que arriesga su dinero y su tiempo con ella. Si estoy en un aula de niños de cuarto grado y les asigno como tarea escribir un cuento, puedo ser suave en mis críticas, pero nunca falsa, porque no estaría enseñándoles nada, excepto a ser alabados sin merecerlo. Pero, si estoy en una librería y compro un libro escrito por X y el libro es un bodrio, ¿por qué ha de importarme si tiene 18 años o si tiene 80? Lo que me importa es que el libro sea bueno o sea malo. Y nadie puede criticarme por eso.

Si alguien se desalienta de seguir escribiendo porque recibió críticas negativas, entonces que se desaliente. No será nunca un escritor y mejor que se dedique a otra cosa. La vida del escritor está plagada de críticas, negativas y a veces positivas, y es un camino largo y tortuoso que el escritor debe enfrentar con entereza.

Así es. Y así siempre será.



23 de mayo de 2012

Escribir un best seller

Miente, o es realmente muy idealista, quien no se habrá preguntado alguna vez, en la oscuridad de sus sueños aún no cumplidos de convertirse en escritor profesional, cómo podría encontrar la fórmula para escribir algo que realmente se venda como pan caliente y le permita, por tanto, dedicarse a la escritura de forma exclusiva. ¡Son tantas las ilusiones puestas en cada proyecto y tantas las frustraciones que vienen detrás, que mirar una vitrina de librería y contemplar el último gran súper ventas brillando en todo su esplendor no puede menos que provocar estos pensamientos!

Los best sellers son malos. Los best sellers son productos comerciales encargados por las editoriales para llenarse los bolsillos. Un buen escritor jamás debe aspirar a escribir best sellers si no quiere traicionar la Literatura. Blah, blah, blah. Todos sabemos que esas frases son cliché, que pueden decir alguna verdad de muchos libros, no necesariamente "best sellers", pero que muchas veces solo reflejan una realidad incompleta. El mayor best seller del mundo de los últimos 50 años es La Biblia. Mal puede ser considerada un producto editorial fabricado para las masas. El segundo son los pensamientos de Mao. Igual consideración.

Los best sellers no son otra cosa que los libros más vendidos. Eso es todo. Y se venden bien porque la gente los compra en cantidades masivas. Y la gente los compra en cantidades masivas porque... bueno, por un sinfín de razones, entre las que sí se puede destacar, claro está, el mercadeo agresivo de las grandes editoriales detrás de sus títulos más "comerciales", pero también están otros factores. La mayoría de los libros que se venden bien tienen una calidad media, aceptable. Son libros agradables, entretenidos, que aportan al menos placer al público lector y quizá otras cosas. Algunos incluso son buenos libros, de la literatura considerada como gran arte. Otros, los menos, son libros reguleros que tuvieron la buena suerte de ser patrocinados por alguna editorial poderosa, pero que no dejarán huella en ningún sentido. Prácticamente ninguno es realmente malo, lo que convierte al best seller en una aspiración razonable para cualquier escritor de oficio que quiera tener al menos un título que le financie todos los demás.

Pues caemos otra vez en la pregunta: ¿cómo escribir un best seller? La única manera de saberlo es si también conocemos las razones específicas por las que un libro se convierte en un súper ventas y por las que otro pasa inadvertido. Algunas son obvias: mercadeo poderoso, alto número de ejemplares, fuerte campaña de promoción con aplicación de muchas clases distintas de técnicas, incluso de alta tecnología. Otras razones no son obvias, en particular cuando hablamos de libros no-encargados o no-patrocinados por ningún ente editorial poderoso, que suelen ser, de paso, los más mega vendidos. ¿Qué tiene ese libro para que se venda así?

¡Púf! Nada en particular. El autor dio con una idea y supo desarrollarla. Creó un personaje o un grupo de personajes atractivo, carismático, contó una historia interesante, quizá desarrolló algún tema humano convergente con el tiempo y el lugar, quizá explotó un tema de modo de manera original y atrevida, tal vez supo no solo abrir la historia sino también cerrarla, de manera que al final sus primeros lectores reaccionaron conmovidos, recomendaron el libro a sus amigos y colegas, el rumor se esparció y de pronto... surgió un súper ventas.

En el enlace original de esta pregunta, el articulista reflexiona sobre la lección de trabajo que le dio una medallista olímpica. A la pregunta ¿cómo consiguió su medalla?, ella respondió: Entrenando todos los días, por cuatro horas sin parar, en la enfermedad o en la salud, durante veinte años. No hay más misterio: practicó, trabajó, entrenó.

Ningún best seller surge de la noche a la mañana. Todos han sido el producto de un trabajo continuo y dedicado de alguien que se apasiona por lo que hace y quiere hacerlo bien. Sí, incluso los encargos. Y no se trata simplemente de querer alcanzar el estrellato. La mayoría no lo consigue, pero sí es posible vivir de la escritura creativa a niveles más que aceptables, con un volumen de ventas decente y disfrutando del oficio, pero se debe estar preparado para escuchar una verdad que no siempre gusta: el aprendizaje es largo, las fórmulas no existen y solo la práctica hace al maestro.

Ni más ni menos.

7 de mayo de 2012

¿Necesita un buen escritor ser un asiduo lector?

La pregunta original, tal como me la encontré en uno de los grupos de LinkedIn es si un buen escritor necesita ser un lector fanático, pero para mis efectos prefiero el adjetivo "asiduo" que "fanático", calificativo que me resulta muy negativo la mayoría de las veces en que es utilizado. Así pues, este escritor lanzaba esta pregunta, que podría haber parecido muy obvia, tras una discusión con un amigo que pretende ser escritor pero a quien no le gusta leer libros. Lógicamente, la pregunta surge al instante: ¿puede uno ser un buen escritor sin sentir afición por la lectura?

¿Por qué lanzamos este tipo de preguntas hoy en día? Muchos escritores pueden estar de acuerdo conmigo si de inmediato contestaron "¡Por supuesto que sí!", pero luego uno se pregunta por qué existe la pregunta en sí. Y más se asombra uno cuando lee la anécdota que la originó y comprende que sí existen numerosas personas que pretenden dedicarse a la escritura sin sentir emoción alguna ni interés por la lectura. Y no puede uno más que cuestionarse si lo que creía con tanta convicción será cierto...

Supongo que hemos de admitir, de la mano de las investigaciones neurológicas, que la actividad de leer no involucra las mismas áreas cerebrales que la actividad de escribir, al menos, no necesariamente. Parece que leer y escribir son actos distintos, que implican habilidades desarrolladas en momentos distintos. Prácticamente puedes aprender a escribir antes de aprender a leer, y todos sabemos que lo normal es que los niños aprendan primero a leer antes que escribir. Es decir, no necesitan que vayan de la mano. Sin embargo, y aquí encontramos los primeros indicios de lo que creíamos saber tan bien, sí se correlacionan y una activa el desarrollo de la otra de forma directa. Si lees mucho, es muy probable que tu aprendizaje y desarrollo de la escritura se facilite y se mejore sustancialmente. Si escribes con asiduidad, puede que desarrolles nuevas sensibilidades lectoras.

Ahora bien, todos estos estudios a nivel biológico no nos aclaran una buena respuesta para nuestra pregunta. Ciertamente, no necesitamos leer para aprender a escribir ni viceversa, pero en la vida diaria ambas actividades alcanzan niveles de profunda relación, y en general toda persona alfabetizada puede escribir más o menos inteligiblemente. Si los maestros de escuela logran su cometido, incluso es posible que sus alumnos tengan una ortografía y una gramática más o menos decentes. Con la explosión de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, más personas están escribiendo a diario, muchas veces bastante mal, cierto, pero lo están haciendo. ¿Significa que todas sienten afición por la lectura? Ni por asomo. La mayoría sigue siendo una mayoría no lectora, como ha sido siempre desde hace siglos. ¿Es lógico pensar entonces que si tantos nuevos "escritores", que estampan historias personales y vivencias en sus blogs, muros y demás foros y mensajes de texto, no leen, significa que un buen escritor no necesita ser un asiduo lector?

Humm... pienso que no.

Veamos. Hay que distinguir la escritura diaria, común, el relato propio de vivencias personales que todos hacemos cualquier día, de la escritura creativa instituida como arte y como oficio. Vamos, que no es lo mismo mi amigo de la infancia que se abrió un blog para contar sobre sus viajes a la playa que un autor de literatura. ¿Por qué? Porque el primero no está creando nada.

De hecho, un escritor comercial, de esos que se dedican a redactar textos publicitarios, tarjetas de presentación, folletos turísticos o textos con aplicación de fórmulas SEO para posicionar websites en los buscadores de Internet (yo he hecho este tipo de trabajos, que conste), no necesita tanto material de base para crear sus textos, como un autor creativo que escribe relatos, poemas o novelas y que fascina con su escritura a millones de lectores.

¿Qué necesita un autor para crear sus obras? Inspiración, motivación, algo que contar o algo de qué hablar, cierto. ¿Dónde encuentra esa materia prima que lo lleva a crear mundos enteros, personajes vivos y situaciones extraordinarias? La realidad es una buena fuente, pero suele ser insuficiente. Y si uno presta atención a lo dicho por los grandes autores de la literatura universal, suele encontrar que una gran fuente de inspiración se halla precisamente en los... ¿adivinaron? Sí, claro, en los libros.

La literatura se alimenta y retroalimenta a sí misma. Los autores del pasado sirven de inspiración a los del presente y los de hoy serán la principal fuente de alimento creador de quienes escriban en el futuro. Así ha sido desde los orígenes de la civilización y así sigue siendo y será. ¿En quién se inspiraron los que inventaron la escritura si no había libros escritos? En las tradiciones orales, obvio, que fungieron como literatura alimentadora de fantasías.

La realidad es estupenda, por supuesto, y uno puede siempre encontrar muchas historias en ella, pero la manera de contar estas historias, la inmensa variedad de opciones posibles que pueden asumirse en términos de lenguaje y escritura, la capacidad para cuestionar esa misma realidad que se desea contar, se halla en quienes ejercieron el don de la escritura creativa antes que nosotros. Por eso es que los grandes autores siempre fueron grandes lectores.

¿Necesita un buen escritor ser un asiduo lector? Sí, definitivamente.

28 de abril de 2012

De novatos y veteranos

Esta mañana me tropecé con esta frase tan certera "the expert at anything was once a beginner" (el experto fue alguna vez un principiante), cuya autoría aparentemente pertenece a la actriz estadounidense Helen Hayes, la cual acumuló premios y reconocimientos a lo largo de una extensísima carrera y murió a los 92 años hace casi unos veinte años. Y me hizo pensar en diversas conversaciones y discusiones que se repiten a diario en diferentes redes sociales y foros de literatura y de autores, y que suelen girar alrededor de la labor del escritor y su profesionalización, entendida esta como la llegada a una auténtica experiencia en el arte de escribir.

Lo primero que pensé fue que muchos veteranos se olvidan de esa verdad tan obvia. Miran por encima del hombro a los novatos y los desprecian sin más fundamento que el de su inexperiencia, como si ellos hubiesen nacido ya con todas sus habilidades en pleno desarrollo. ¿Han olvidado acaso que alguna vez fueron novatos? Parece que sí y en cuanto más leo sus opiniones referidas a las obras de los autores incipientes, más me asombra su falta de empatía y su poca humildad. Nadie nace aprendido, dice un viejo refrán popular, que es más o menos lo mismo que un parafraseo de la cita de Hayes. Ni nace aprendido ni tiene la obligación de saber de antemano cuáles son los misterios de cualquier disciplina humana. Para eso existen los instructores y los maestros, cierto, pero en las artes no se depende solo de la instrucción técnica sino también de un ejercicio constante de la actividad en cuestión para alcanzar los territorios de la veteranía. Y si los que se inician en el camino de un arte no cuentan con espacios para ejercer su pasión, mal pueden llegar a ser veteranos. Por tanto, antes de despreciar de antemano la labor de un novato, es de sugerir a muchos expertos que se comporten un poco como maestros y no como simples criticones, para hacerle llegar algo de lo mucho que sabe y lo mucho que aún tiene que aprender.

Esto último no significa que tenga que alabar la labor incipiente de los novatos solo para darles ánimos, en especial si está hecha con deficiencias, pues tampoco les haría un favor y más bien degradaría su arte.

En otras palabras, por ser novato, no te creas que tienes el derecho de ser consentido.

Y aquí vengo con la otra parte de mi reflexión: muchos novatos creen, de verdad, que "nacieron aprendidos". Están tan seguros de que son genios y de que sus obras iniciales son auténticas maravillas, que no aceptan una sola crítica ni un solo cuestionamiento sobre su obra. Se refugian en pensamientos cliché como "esta es mi novela y soy el dueño de su trama y sus personajes" o "nadie debe ser obstáculo para conseguir mi sueño", y otras tonterías por el estilo, con tal de no aceptar que deben revisar y corregir sus escritos y ejercitarse más antes de considerarse "expertos". Y hoy en día, con la enorme participación democrática de Internet, donde cualquiera puede escribir lo que se le antoje (como yo en este momento), podemos advertir la proliferación de multitud de obras "maestras" pululando por la red, al punto de que ya no sabe uno ni a dónde volver a ver. ¿De verdad creen que con "expresar" lo más profundo de los "sentimientos" están reconstruyendo la Poesía? ¿O realmente están convencidos que su trágica historia de policías envueltos en corrupción ciudadana es la novela mejor escrita de los últimos tiempos y que si no recibe el Nobel de Literatura es por puro obstruccionismo del capitalismo salvaje de las editoriales establecidas? ¡Por favor!

Todo experto fue aprendiz alguna vez es un pensamiento con doble cara. Para los veteranos, es un recordatorio de que su arte no le fue dado por gracia divina ni por herencia genética, sino que es el producto de un largo proceso de aprendizaje y práctica y que nunca comenzaron por ser geniales. Para los novatos, es una advertencia seria de que su trabajo apenas comienza, de que si se equivocan es natural pero  puede y debe ser corregido y de que si alguien con más experiencia les hace observaciones, no es un afán por arruinar su arte sino más bien por refinarlo, que no deben tomarse las críticas y los rechazos como bofetadas o humillaciones sino como oportunidades para aprender y mejorar.

Alguien le preguntaba al autor Patrick Rothfuss cuál era el peor error que un novato puede cometer al iniciar su carrera como escritor. Rothfuss respondió con un simpático y muy ilustrativo mensaje en su blog, pero yo creo que aún antes de pensar en ese tipo de errores técnicos, de los cuales es muy útil saber y que vale la pena comentar, el peor error que un novato puede cometer es creer que no tiene nada que aprender y que sabe mejor que nadie cómo ejercer su arte.

23 de abril de 2012

La paradoja de necesitar una celebración

Ayer fue el Día de la Tierra y hoy es el Día del Libro. Parece una unión macabra desde la perspectiva de muchos por ahí, puesto que los libros supuestamente consumen árboles, aunque la ironía es solo aparente y la existencia de ambos días de celebración es tan solo una necesidad a veces mal comprendida y muchas veces, sí, tristemente real.

Lo de la "ironía" con respecto al Día de la Tierra solo puedo decir dos cosas: una, existe el reciclaje de papel desde hace mucho, mucho tiempo y ya se sabe que se pueden plantar cierto tipo de árboles para la industria papelera sin necesidad de tocar los pocos bosques primarios existentes. Además, la contaminación producida por una fábrica de papel ya debería ser tema del pasado, pues existen diversos métodos tecnológicos que la reducirían dramáticamente si los fabricantes se pusieran a ello. En otras palabras, la destrucción de los árboles no es culpa de los libros, por favor. La destrucción de los árboles es culpa de la inconsciencia de los industriales, de los madereros y de los fabricantes de artículos diversos incluyendo el papel. ¿Que deberíamos pasarnos todos a los libros electrónicos para salvar los árboles? Humm... depende de un factor importante: ¿está la industria minera atenta a los problemas ambientales y cambiando sus métodos para salvaguardar el planeta? Recuerden que los lectores electrónicos y todos los aparatitos de alta tecnología desde la computadora en la que escribo y el teléfono celular que tengo al lado hasta variedad de tabletas y otros dispositivos existen gracias a la incorporación de ciertos minerales básicos extraídos de enormes canteras alrededor del mundo que deberían estar ya cumpliendo normas de conciencia ambiental. Así que no se apresuren a condenar a los libros de papel en favor de los electrónicos por el tema ambiental. No les concierne, en realidad. Es a las industrias que mueven los materiales de soporte donde se encuentran las personas que deberían ser vigiladas, monitoreadas y concientizadas.

¿Necesidad triste y real? Sí, que tengamos que tener un bendito Día del Libro para hablar y hablar hasta el cansancio sobre la "necesidad" de que "nuestros" jóvenes y niños lean, de la importancia del libro, sobre las bondades del libro, y blah, blah, blah. Digo que es triste, porque pasadas estas 24 horas ya nadie se acuerda del asunto y todos regresan a interesarse más por el partido de fútbol o del deporte favorito, por las politiquerillas que no llevan rumbo y por las noticias de la farándula más vacías. No digo que no tengamos derecho a apoyar a un equipo y a seguir su desempeño o a entretenernos por las vidillas de los "famosos", pero sí creo que esta "conciencia" por el libro y la lectura debería ser más honesta, más auténtica.

Hablo en el desierto, lo sé. Solo me anima cierto optimismo cuando veo que en realidad el número de lectores asiduos no ha decrecido en términos porcentuales con respecto al pasado, que se siguen publicando obras de todo tipo y que siguen apareciendo voces nuevas en el espectro de la escritura, tanto la creativa como la técnica o la documental.

¿Qué es lo mejor que cualquiera puede hacer por el libro como objeto simbólico de cultura, de educación, de arte y de engrandecimiento humano? Yo creo que lo mejor que podría hacer cualquiera es... leer. Eso es todo. Leer. Y hacerlo de manera continua. ¡Y dejar de sermonear a los niños y adolescentes que no leen si el adulto no lee tampoco! Que los niños y los adolescentes siguen los ejemplos de los mayores de manera inevitable y que poco podemos esperar que ellos lean si nosotros, los adultos, creemos que leer es solo para niños, idea por demás absurda.

¿Quiere celebrar el Día del Libro? ¡Lea! Pero no solo hoy, lea siempre, todos los días, un poquito cada día, como si fuese su rutina para empezar el día, para terminarlo, para acompañarse durante la fila del banco o mientras espera que lo atiendan en la oficina pública a la que inevitablemente tuvo que acudir. Lea. Pero no se contente con las revistas del corazón o la que publican para hombres. Tampoco se restrinja al periódico, que más lo puede desinformar que preparar para el mundo. Lea libros, del tema que prefiera, del que le inspire ideas, o del que le despierte reflexiones, o simplemente, del que lo entretenga y lo haga feliz por algunos minutos.

Lea. Así se celebra un día del libro por cada día del año.

8 de abril de 2012

De vuelta al texto (escrito)

No sé si les ha llamado la atención, pero a mí sí, el hecho de que ahora todo el mundo escribe. No digo que todo el mundo sea escritor ni que todo el mundo lo haga bien, tan solo digo que todos escriben. Todo el día, en diferentes soportes, de diferentes maneras, a diferentes destinatarios, a veces sin uno precisado, pero todos escriben.

¿No es interesante que después de tantos esfuerzos y tecnología para hacer que la gente pudiera hablarse cara a cara y de manera instantánea, lo verdaderamente moderno sea escribir? Es como si fuese la última reivindicación de la Escritura. Tenemos teléfonos celulares ultra modernos, llamados "inteligentes", que son capaces de conectarnos con medio universo, y los usamos... para "textear" o "mensajear", o sea, para escribir mensajes o pequeños textos. Tenemos un medio ultra masivo de comunicación mundial llamado Internet y lo usamos para... escribir mensajes, algunos largos, otros cortos, pero escritos. ¿Los foros? De escritura. ¿Las redes sociales? De escritura. Escribimos en Twitter, en Facebook, en Google+, en LinkedIn, y en cuanta red social se nos ocurra, escribimos.

Escribimos en blogs personales, escribimos en los blogs de los otros, construimos conversaciones enteras por medio del chat... escritas. Y muchos de los que trabajamos con Internet también escribimos infinito número de correos electrónicos día a día, en todas direcciones y a todo tipo de destinatario. Hoy, quien no sepa leer y escribir, se pierde casi toda la información, desde la que le es necesaria hasta la que es superflua.

Y no contentos con escribir en nuestro idioma, también nos atrevemos a escribir en otros idiomas, empezando por el inglés y siguiendo por todos los que ustedes prefieran.

¿Alguien temió alguna vez que la escritura sería superada por la comunicación oral e instantánea y que todos en el siglo XXI hablaríamos sin parar a larga distancia y olvidaríamos las viejas formas de comunicación heredadas por los antiguos? Pues andaba errado. La escritura ha alcanzado niveles nunca antes vistos de masificación, lo que ha vuelto el alfabetismo más importante que nunca. De hecho, tan es así, que hasta las novelas juveniles se están escribiendo en teléfonos hoy en día.

Todo el mundo escribe. De todo y sobre todo, a todos y al Todo. Y después nos preguntamos por qué hay tantas faltas ortográficas: ¡con tanta gente escribiendo, por fuerza tendrían que salir aquí y allá!

8 de marzo de 2012

En este día...

No me he aparecido por aquí debido a mi trabajo (¡que ha sido descomunal durante estas semanas y no parece reducirse a corto o mediano plazo!), pero no puedo evitar hacerme unas cuantas preguntas en este día tan (tristemente) conmemorado.

Aparte de multitud de problemas muy serios que aún agobian la condición femenina en el mundo, incluyendo los países desarrollados, me preguntaba hoy en relación con el mundo de la escritura creativa lo siguiente:

¿Podemos decir que las escritoras han (hemos) alcanzado un nivel de aceptación equivalente al de los escritores? Si es así, ¿en qué nivel de aceptación? ¿Popular? ¿Académico? ¿Crítico? ¿Comercial?

¿En qué campos de la literatura descollamos y cuáles aún nos están vedados? ¿Es lógico que se nos estén vedados? ¿Podemos olvidarnos de un género "femenino" y afirmar que estamos presentes en todos los géneros con nuestra visión particular y nuestras diferencias individuales como escritoras, al igual que los hombres que escriben?

¿Podemos afirmar que hemos avanzado contra la discriminación presente en el propio lenguaje o solo hemos implementado/aceptado pobres sucedáneos, quizá apariencias de equidad lingüística basadas en falsos ejemplos?

¿Hemos logrado derribar los prejuicios en torno a la llamada "literatura femenina" o continúan tan fuertes como siempre? ¿Tenemos acaso que renegar de lo que escriben otras para que los hombres nos acepten? ¿Tenemos que escondernos detrás de seudónimos neutrales? ¿O eso ya quedó definitivamente en el pasado?

¿Somos nosotras las únicas lectoras de nuestros escritos o los hombres han aprendido a cerrar sus prejuicios contra lo que escribimos y nos leen en igualdad de condiciones?

En el mundo editorial, ¿recibimos los mismos niveles de pago/remuneración/regalías que ellos?

¿Hay una penetración aceptable de editoras, agentes literarias femeninas, libreras en el mundo de la escritora creativa? ¿O aún las casas editoriales y las principales firmas distribuidoras y de librerías son dominadas por los criterios masculinos? ¿Puede decirse que aún cuando haya editoras ellas juzgan las obras con criterios neutrales (artísticos, comerciales, de oportunidad) o se dejan llevar por una visión masculina?

Finalmente, ¿podemos afirmar que los libros que son escritos por mujeres son obras libres de preocupaciones sexistas, en las que la imagen femenina ya está asentada como un equivalente natural de su compañero masculino o siguen arrastrando prejuicios machistas o viejas luchas feministas que cargan ideológicamente las historias, de un lado o del otro?

Si la mayoría de las preguntas obtuvieron una respuesta negativa, entonces... este día sigue siendo tristemente necesario para recordarnos que aún tenemos mucho camino por recorrer, tanto de frente a nuestros teclados como de cara al mundo que nos rodea... =(

23 de enero de 2012

Reflexiones adicionales en torno a los derechos artísticos

Justo ayer publiqué un post relacionado con los derechos artísticos. Era una especie de ampliación sobre una reflexión anterior que había realizado en mi bitácora "Laura Quijano" concerniente al debate suscitado por la discusión de las leyes SOPA y PIPA en el Congreso estadounidense, las cuales han provocado no pocos enfrentamientos entre diversos sectores de la sociedad. Allí expuse mis consideraciones con respecto a ese tema, pero aquí agregué otro tema colateral que me parecía importante comentar y que veo no se ha comentado en algunas discusiones sobre el plagio y la piratería: la creencia de que todo cuanto se publica en Internet es necesariamente de dominio público.


En mi post de ayer defendí la noción de que las fronteras de la autoría se encuentran firmes, que no se han borrado y que la creencia de que todo cuanto exista en Internet es automáticamente de dominio público es absurda. Y recibí dos comentarios que me parecieron muy interesantes y para los cuales quería destinar mis propias consideraciones aquí:


Begoña comentó "Creo que todos debemos revisar a partir de ya el contenido de nuestros blog". Es evidente que desde el punto de vista de los derechos de autor, del problema de la piratería (que es básicamente descargar de manera ilegal contenido protegido por derechos de autor -entiéndase patrimoniales) está dejando dudas de si lo que estoy citando o lo que estoy enlazando no será una violación de dichos derechos, y por tanto, podré ser sancionado.


Yo creo que ahí estaríamos hilando muy delgado. Ciertamente uno debe pedir permiso para publicar contenidos completos en el propio sitio o en el propio blog. No puedo, por ejemplo, publicar en mi blog un cuento de Begoña sin pedirle permiso a ella, porque estaría incurriendo en una falta de, al menos, piratería. Si además publico su cuento sin hacer referencia a su autoría, pues sería prácticamente un plagio. Igual sucedería con publicar en mis sitios los contenidos completos de artículos, libros, y otros contenidos en las mismas condiciones.


Sin embargo, toda la vida hemos sabido que podemos citar autores, siempre y cuando hagamos una referencia a la fuente, aún sin pedir permiso, en especial cuando insertamos la cita dentro de un artículo o un escrito propio que hace referencia a esa cita y habla en torno a ella. Tal como acabo de hacer con el comentario de Begoña. Si quiero citar las palabras de un autor publicado en un libro impreso, pues debo hacer referencia al título del libro, la página de donde tomé la cita, etc., exactamente igual a cuando hacíamos trabajos de investigación en el colegio y teníamos que citar nuestras fuentes bibliográficas y hacer notas de pie de página a cada cita directa. Pues en Internet la cosa es igual, solo que más fácil, porque podemos enlazar directamente hacia el sitio desde el cual tomamos la cita. No tenemos que pedir permiso para enlazar el sitio en esos casos. La rancia costumbre de la cita de autor nos permite compartir nuestros pensamientos en relación con los de los demás. Solo si quisiera reproducir un artículo completo tendría que solicitar ese permiso.


Por otro lado, Germán Hernández dijo lo siguiente: "En la antigüedad, la autoría de las cosas no era tan importante. De hecho, Muchas obras que se atribuyen a Pablo, Confucio, Platón, (por citar los más evidentes) eran escritas por sus seguidores y discípulos, incluso comunidades, mucho tiempo después, citarlos a ellos era citar al maestro, pero no necesaria (sic) el "maestro" era una persona concreta." Lo cual es cierto. Luego, él agrega: "Es más que conveniente dar crédito de los textos que se comparten, una hermosa retribución a quien ha provocado con sus ideas y opiniones la reflexión y empatía de otros y otras... Pero a la larga, la mayor retribución de un autor, es que otros y otras se apropien de su obra...


Pienso de la misma manera que Germán cuando habla de las bondades de compartir. Y cuando menciona la manera en que se obraba en la Antigüedad. Pero también pienso que ya no volveremos a esas épocas a menos que haya un cambio radical de filosofía y pensamiento que nos haga volver a ello. El hecho es simple. A lo largo de la historia la concepción del individuo como ente separado de su comunidad y como productor independiente de ideas fue evolucionando desde la célula anónima que hacía todo por la gloria de su pueblo y de su rey, que era quien se atribuía todas las magnificencias que se producían bajo su mandato, hasta la entronización del individuo como ser sujeto de derechos personalísimos e inalienables, cuya expresión más grandilocuente encontramos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789, pero que ya había empezado a gestarse en los primeros intentos por frenar los poderes del rey y que se desarrolló ampliamente en la filosofía ilustrada de los siglos XVII y XVIII europeos.


¿A qué me refiero con esto? A que los individuos dejaron de pensar que solo ciertos sujetos eran importantes: digamos el rey, el maestro, el líder espiritual, el tipo con espada; y comenzaron a creer que todos podían detentar los mismos derechos. Uno de los derechos que con más ferocidad se desarrolló durante el siglo que siguió y que sirvió de base a la revolución industrial y a la sociedad que hoy conocemos es el concepto de propiedad. Antes eras el administrador favorecido de las tierras de tu señor. Ahora eres el dueño de tu pedazo de tierra. De tu ganado. De tus herramientas. Del dinero que ganabas con tu comercio. Y por supuesto, de tus ideas.


La autoría individual surgió al lado de la propiedad física. La patente, la marca, y otros conceptos nacieron con la industria y la competencia feroz. El concepto del individuo se había formado y entronizado.

Por supuesto que seguimos siendo sociales, muy profundamente sociales. Y somos perfectamente capaces de contribuir con la sociedad de manera anónima. Podemos compartir y no querer recibir ningún reconocimiento individual a cambio. Podemos ser tan colectivos como los hombres de la Antigüedad y otorgar nuestros méritos a nuestro grupo.

Pero solo si nosotros lo queremos. Si lo permitimos. Si nuestra voluntad (individual, reforzada por la Ilustración y el pensamiento moderno) lo permite. Si nosotros no lo permitimos, somos víctimas de un crimen mal visto por esta sociedad tan compacta y a la vez, tan llena de individuos.

He ahí uno de los nudos de todo este asunto, al menos desde mi punto de vista. =)