30 de mayo de 2008

Escribir por arte o por dinero

El otro día leí de nuevo la clásica discusión de si uno debería escribir sólo por amor al arte o si estaba bien, desde el punto de vista moral, esperar ser retribuido económicamente por dicha disciplina. Obviamente afecta a los escritores de literatura, pues lo único escrito que es arte es precisamente la literatura. Los demás, libros técnicos, de divulgación científica, de opinión política, etc., no pueden ser considerados dentro de este debate, pues es obvio que se trata actividades suplementarias a la actividad principal, cualquiera que sea (el desarrollo de una investigación, la aplicación de un plan de enseñanza, etc.). Son las obras literarias las que se enmarcan entre las artes y son las que podrían generar dicho debate.

Para mí no hay tal. Tú sigues una pasión. ¿Te gusta, te envuelve, te enriquece la escritura literaria? Adelante, pues. Desarróllala. ¿Vas a compartirla con otros? Bueno, hay dos maneras: escribiendo para divulgación gratuita (regalando, pues, lo que has hecho) o recurrir a la industria editorial. ¿Si cobro dejo de ser un artista y me convierto en un mercenario? ¡Vaya! ¿Y por qué? Si un médico socorre a un enfermo o a un herido, ¿es un mercenario por cobrarle después? Si un abogado salva a un hombre de dar con sus huesos en la cárcel, ¿es un mercenario después? Si un panadero, que posiblemente disfruta haciendo panes, pone sus panes a la venta, ¿es un mercenario? No creo que ninguno de tales supuestos puedan describirse como oficios mercenarios. Entonces, si un pintor pinta un cuadro magnífico y lo quiere vender, ¿quién lo califica de mercenario? Nadie. Y sin embargo, no deja de ser artista. Entonces, ¿por qué es obligatorio que un escritor de literatura se vea en la obligación "moral" de regalar libremente lo que tanto le ha costado -y que posiblemente ni siquiera ha sido gratuito, pues ha pagado por impresión, o por el papel, o qué sé yo- ?

Pienso que hay que saber separar la codicia del saludable reconocimiento remunerado de un oficio bien llevado. Una cosa es que un escritor dé rienda suelta a su vocación y escriba una obra que luego presente a una editorial, con la ilusión de verla difundida y leída por otros, a cambio de lo cual recibirá un reconocimiento remunerado (que esperamos sea justo); y otra muy diferente es que escriba lo que sea que le pidan sólo para ganar más dinero, sin importarle lo que esté haciendo en realidad. La segunda conducta, me parece, equivale a un comportamiento codicioso, no auténtico.

Así que, en lo que a mí respecta, basta de debates. Ningún artista condena su alma por intentar vivir decentemente de su pasión, llevada por él con autenticidad.

15 de mayo de 2008

Personajes planos vs. complejos

Mientras avanzo poco a poco en mis narraciones (que no es una, pues por alguna oscura razón uno logra embarcarse en muchas misiones), me detuve a considerar algunas observaciones que hace un escritor estadounidense sobre la escritura y diseño de los personajes, pues no es la primera vez que dicho tema me hace reflexionar.

En muchos foros de literatura, en particular aquellos que puedo considerar como más "serios", se menciona con frecuencia que los personajes "planos" se convierten en rémora para el avance de la lectura, porque no convencen, o porque no gustan, o porque aburren. También se utilizan los términos "esquemático", "tópico", "convencional" y otros. Muchas veces pensé: ¿qué puede ser esa característica horrorosa que convierte los personajes en figuras de cartón en vez de explotar llenos de vida en la mente del lector?

Después de mucho leer y considerar, parece que la falta de evolución es un defecto. Pero, me pregunté, ¿qué ocurre si es un personaje que no evoluciona? ¿Que se niega a cambiar? ¿Que se mantiene anclado en sus defectos, amarguras y desvelos? ¿O que es un ser lógico, que no ve razones para cambiar en ningún sentido y pocos son los hechos que podrían lograrlo? Después de todo, he conocido personas que a lo largo de años no han cambiado un ápice. Incluso, a veces han empeorado en sus peores defectos.

Pues el escritor de marras no otorgó demasiada importancia al factor "evolución". Más bien, tendió a considerar la verosimilitud del personaje como un aspecto más esencial en la confección que realiza el escritor. ¿Cómo podemos hacer verosímiles a nuestros personajes? Nuestro conferencista responde con una maravillosa lógica: tenemos que poder creer que existen. Que son reales. Que dadas ciertas circunstancias, podríamos toparnos con ellos y podríamos predecir cuál será su comportamiento después de haber leído tanto sobre ellos.

Verosimilitud, lo que nos llevaría a la profundidad. Un personaje verosímil no suele ser "plano". No puede. No es figura de cartón, es un ser vivo con vivencias, dolores y contradicciones. Con destellos de inteligencia y, ¿por qué no?, de estupidez también.

Es un desafío, pero debe ser asumido. :)

10 de mayo de 2008

El papel del escritor

Esta semana he estado reflexionando sobre la mejor manera de definir un personaje de ficción con carisma suficiente como para sostener una novela sobre sus hombros. Es decir, un protagonista, claro está. No es tarea fácil, pues muchas veces depende de la fuerza de dicho personaje la mitad del éxito de una historia, pues puede que estés contando un argumento interesante, lleno de sentido, pero si tu personaje se vuelve irritante o inverosímil, o pusilánime más allá del sentido del argumento, tu historia se va al traste en las primeras páginas.

Mientras reflexionaba sobre dicho punto y daba inicio a mi novela, me topé con un interesante escrito de una autora angloparlante llamada Robin Hobb, que hablaba sobre la trampa que representaba para un escritor dedicarse a esto que hago ahora, es decir, a bloguear. Y puede ser una trampa, desde el momento en que nos planteamos cuál ha de ser nuestro papel como escritores.

¿Cuál es la misión del escritor? Si hablamos de poetas, su misión será esculpir versos, transmitir emociones, sublimar reflexiones, calar hondo en las fibras sensibles de sus lectores al punto del éxtasis. La poesía me ha parecido siempre labor de pura emoción, pero con dominio frío del lenguaje, al punto que no se advierte que el trabajo ha sido metódico mientras se exaltan alegrías, penas y vidas.

Si hablamos de novelistas o cuentistas, la misión es otra: se trata de narrar historias. Develar página tras página, párrafo a párrafo, la vida secreta de una serie de personas y mundos ajenos a nosotros, en cuanto ficticios, pero que nos serán familiares en virtud del oficio del narrador. Si este oficio se revela insuficiente, la historia no habrá calado, la vida secreta no se habrá develado, su misión será inconclusa.

¿Y los ensayistas? ¿No es un papel de filosofadores, en parte, el que les compete? ¿No deben esbozar pensamientos enterosen párrafos de magnífica estructura?

En todos los casos, la labor de los escritores nos conmina a la permanencia. Nuestros escritos deberían ser hechos para perdurar, no para ser olvidados.

Y he aquí el quid de la cuestión planteada por Hobb: que los escritores podemos llenar nuestras bitácoras con nuestros pensamientos diarios, pero por sobre todo, debemos continuar con nuestra misión.

En cuanto a mí, recojo el guante. :) ¿Podré cumplir con la misión? Sólo el tiempo lo dirá.

6 de mayo de 2008

El arranque

Cualquiera hubiera podido decir que deberíamos comenzar por el "inicio". Que inicio y arranque puedan ser sinónimos, o tal vez no tanto, aunque el segundo da idea de necesitar más energía que el segundo, al final no importa. Lo que importa es saber por dónde comenzar.

He recordado inicios de libros que me han gustado y he llegado a pensar que muchos de ellos son geniales. Simplemente te ubican, sin necesidad de más palabras. Yo solía enfrascarme en largas explicaciones y a la larga hacían que la acción se demorara mucho en iniciar. O al menos la ubicación dentro del mundo narrado. Por tanto, ahora que me encuentro de frente a un nuevo proyecto, he vuelto a reflexionar sobre los inicios.

"On those cloudy days, Robert Neville was never sure when sunset came..." comienza I am Legend de Richard Matheson. De una vez, te encuentras al protagonista de frente. Y lo ubicas en un pasado de días nublados, que puede referirse estrictamente al clima o tal vez a algo más. "Lyra and her daemon moved through the darkening hall...", dice The Golden Compass de Philip Pullman (libro I de His Dark Materials), en la primera línea del libro. De nuevo te enfrentas al protagonista, te ubican en un espacio definido y te lanzan una interrogante: ¿qué diablos es un daemon?

¿Y qué puedo decir de The Hobbit de J.R.R Tolkien? "In the hole in the ground there lived a hobbit". Protagonista, modo de vida, ubicación. Todo en una simple línea. Y tienes que seguir leyendo.

El escritor, por su parte, una vez soltada aquella frase, se lanza a la acción. Muchas veces no puede parar (hasta tropezar con algún bloqueo, tal vez), otras veces será más pausado, pero habrá comenzado.

¿Cómo iniciar entonces una nueva historia? ¿En la paz, antes de los acontecimientos perturbadores? (Siempre hay acontecimientos perturbadores, o al menos, uno siempre los espera). ¿En medio de los acontecimientos perturbadores? ¿O una vez sentidas sus consecuencias?

Puedo quizá, comenzar así:

"Clara abrió los ojos aquella mañana y vio de pronto que su entorno se le antojaba diferente".

O algo por el estilo.

Me gusta así. :)

4 de mayo de 2008

Mercado potencial

En estos días leí dos artículos que me interesaron, por versar sobre hechos y situaciones que me afectan directamente. En uno de ellos se le hacía una interesante entrevista a un editor y en el otro se formulaba hipótesis acerca de la manera en que las pequeñas editoriales lograrían sobrevivir a pesar de los "peligros" que rodean al libro.

Con respecto al primer artículo (que mencionaba el hecho de que el mundo se ha hecho brutalmente competetivo, es decir, muchas opciones de entretenimiento y de transmisión de cultura le quitan lectores a los libros), en realidad no me sentí inquieta. No creo que un video juego o un televisor puedan realmente "quitar" lectores a los libros. Aquéllos que invierten horas jugando en una computadora no suelen leer de todas maneras. Si les quitas sus computadoras, encontrarán otros juegos en qué entretenerse, pero no volcarán sus miradas a un libro. Igual ocurre con los que adoran el cine o la televisión, o con aquéllos que disfrutan horas en un gimnasio o practicando algún deporte. Los libros, en ese sentido, siempre cuentan con un público.

¿Que los soportes tecnológicos -tipo Kindle- pueden desbaratar las editoriales? En absoluto. No se trata de alternativas al libro, sino de soportes tecnológicos distintos para los mismos contenidos. El Quijote en el Kindle o el Quijote en papel sigue siendo el Quijote. Y la gente no comprará el Kindle para jugar con él, sino para leer. Lo único en que se diferencia de los días de antaño es que si antes viajabas con dos o tres tomos impresos, ahora puedes viajar con varias decenas incluidas en el dichoso aparato sin que te represente más espacio o más peso.

No temo por la desaparición del libro. La información se obtiene en Internet, ciertamente, pero sólo de primera entrada. Cuando necesitas ahondar en ella, terminas por buscar libros de consulta o referencia, normalmente monografías o estudios. Y en cuanto a los demás, libros de literatura, ¡ah!, el material sigue reinando como hasta ahora. Lo único que ha desaparecido ha sido el estante destinado a las pesadas enciclopedias imposibles de actualizar, pues ahora son interectivas y se actualizan día a día en la red.

El artículo que sí me inquietó fue la entrevista con el editor. Es un editor del género fantástico (ciencia ficción, fantasía y terror). De acuerdo con lo dicho por él, al existir tantas editoriales la industria se ha vuelto más difícil y arriesgada que antes, por lo que, sabiendo que se disputan más o menos el mismo número de lectores en potencia que la única editorial de antaño, sólo se deciden por títulos que les garantizarán entradas monetarias importantes, que les permitan sobrevivir en el mercado. Esto es: poco espacio queda para el autor novel o desconocido. ¡Esas sí que son malas noticias! Pues si las editoriales grandes de por sí no publican a nuevos autores y si además de eso, las pequeñas ¡tampoco!, ¿qué haremos nosotros?

Poco, supongo. Cruzar los dedos no ayuda y lamentarse menos.

Pero no deja de ser inquietante.

2 de mayo de 2008

Los certámenes

¿No es de preguntarse por qué de pronto entre los planes de un escritor que se inicia debe contemplarse la necesidad de participar en cierto número de certámenes literarios? No creo que en el pasado la práctica de los concursos fuera tan extensa y variada como lo es ahora. Se dice, por ejemplo, que sólo en España se organizan unos 1500 concursos literarios al año, entre los organizados por editoriales, ayuntamientos, asociaciones, universidades, etc. ¿No es extraordinario? Pensando en mis planes para el 2008, no pude por menos que observar que ya estaba contemplando en mi "agenda" la necesidad de presentarme en algunos certámenes que me parecieron adecuados para mí, por su temática o por la extensión de los trabajos a presentar, o por la vía en que podían ser presentados.

¿Sirven de algo los concursos?, podría entonces preguntarme. Bueno, pues, claro que sí, me respondí en seguida. Te ordenan, te disciplinan y te obligan a depurar tu técnica. Eso es definitivo. Tienes que fijarte un plan de acuerdo con una extensión predeterminada y eso hace que aprendas a desarrollar la precisión del lenguaje, o la firme caracterización de los personajes, o la fortaleza de tus investigaciones previas. Si el concurso involucra las opiniones de los jurados, pues tanto mejor. Pues si no has sido exitoso, aprendes a saber exactamente por qué. No es fácil encontrar críticos honestos o ilustrados. A veces, algún buen amigo te hace el favor de leer alguno de tus relatos (no es probable que ocurra con una novela, pues son muuuy extensas), pero no siempre resulta útil, porque es posible que no quiera herir tus sentimientos diciéndote cuáles le parecen que son tus fallos (aunque le ruegues que sea lo más honesto que pueda), o no es aficionado a la literatura o al género al que te dedicas, por lo que no tiene suficientes referentes como para juzgar tu escrito, o simplemente todo le parece bien o todo le parece mal y no sabe decir por qué. En cambio, en un concurso que involucre la opinión del jurado, las críticas son desapasionadas y directas.

Ahora bien, la mayoría de los concursos literarios no involucra las opiniones de los jurados. Casi invariablemente reciben las obras a concurso, luego no dicen nada de nada sobre lo que está sucediendo, de pronto anuncian a los ganadores, porque esto y porque lo otro. Y destruyen las obras del resto de los participantes sin un mal comentario. Si te encuentras entre estos últimos, jamás supiste qué no hiciste bien. :(

Ese es un inconveniente.

Otro inconveniente es la dudosa honestidad del concurso en sí. Es de dominio público que algunos concursos grandes y famosos no son enteramente honestos. El ganador se conoce antes incluso de la convocatoria. ¡Vaya, pues! ¿De qué sirve entonces participar en algo así? Sin embargo, siempre queda la duda. ¿Será cierto? ¿O es leyenda urbana? ¿En cuáles casos sí y en cuáles no?

El tercer inconveniente es qué clase de jurado es elegido para juzgar las obras en certamen. Pues, puede que sea muy honesto, pero que hayan elegido como jurado a alguien que no es siquiera literato, ni sabe nada del género o de los géneros involucrados. Su opinión será entonces como la de otro cualquiera y posiblemente no sepa decirte por qué tu obra no "cuajó".

En fin. ¿Vale la pena emprender el camino de los concursos?

He pensado entonces que seleccionaré el certamen de acuerdo siguiendo ciertas reglas personales:

1. Que no me signifique una fuerte erogación de tiempo y dinero que no vaya a justificar el sacrificio. Por ejemplo, si el certamen me pide tres copias mecanografiadas por una sola cara y que deban ser enviadas en un plazo muy corto, y cada obra cuenta con unas 300 páginas, ¡madre mía! Mientras corrijo, mientras imprimo, mientras envío, y etc., ¡mejor envío la obra a tres editoriales!

2. Que convoque obras pertenecientes a temáticas o géneros en los que me sienta cómoda. ¡Nada hago con intentar ceñirme a un tema del que no sé nada o que no me interesa! Sería como traicionarme a mí misma como escritora y como artista. Escribes sobre lo que quieres expresar o sobre lo que disfrutas. Luego ves si se ajusta al certamen en cuestión.

3. Que no me desvíe de mis proyectos principales, especialmente si se trata de un certamen del que no sacaré mucho provecho. Por ejemplo, he participado dos años consecutivos en el certamen Tierra de Leyendas del portal Sedice.com porque, gane o no, me representa una riquísima experiencia de aprendizaje y disfrute. Leo muchos relatos, puedo juzgarlos, puedo compararlos con el mío, recibo las críticas de los demás que señalan mis errores y mis aciertos, en fin, es un certamen que vale la pena, pues disfruto, aprendo y me enriquezco. Otros certámenes que demandan mucho tiempo pero de los que no aprendo nada, prefiero dejarlos pasar.

4. Que pueda ofrecer un impulso a mi carrera, pues es prestigioso o implica la publicación de la obra, etc.

Mi última reflexión con respecto a los concursos: Nadie participa en un concurso que cree que va a perder. La verdad, si participamos es porque tenemos la convicción de que podemos ganar. Así, damos nuestro mayor esfuerzo, somos concienzudos y pacientes con nuestro trabajo. Si no ganamos, habremos realizado un gran trabajo y seguiremos realizándolo con mayor atención. Y si finalmente, nos favorecen los Hados, y resultamos ganadores, creo que sabremos saborear el éxito, sacarle provecho para nuestro enriquecimiento como escritor y para fortalecer nuestra moral. En esta medida, entonces, vale la pena participar en algunos de estos concursos...