29 de octubre de 2011

Historias de miedo

Cualquiera sabe que no es necesario esperarse a Halloween para leer o mirar una buena historia de miedo, aunque la fecha se presta para hablar al respecto, claro, pues es notable cómo se ve uno sobresaturado de publicidad relativa a monstruos, seres bestiales y terroríficos y demás imágenes provocativas. La publicidad está dirigido a que consumamos como enloquecidos todos los productos relacionados con la celebración de la Noche de Brujas, lo cual no es para sorprender a nadie (ni para que nadie se rasgue las vestiduras, vamos, que también podemos no sucumbir a la ola), pero también nos revela cuán importantes siguen siendo para nosotros todas esas historias de la noche, las que nos quitan el sueño y nos hacen evocar imágenes que nos aterrorizan.

¿Literatura de terror? ¡Púf! Desde el inicio de los tiempos, desde que el chamán de la tribu contaba a los niños y a los aldeanos sobre seres bestiales y terribles criaturas aguardando acechantes en la oscuridad de bosques y montañas, detrás de rocas musgosas y en el oscuro rincón de lo más profundo de una caverna solitaria. ¿Por qué lo hacía? Porque los terrores mantenían a la gente a resguardo de peligros reales, fuera el chamán consciente de ello o no. Además, pienso (y esa es solo mi opinión) que nosotros, los Homo Sapiens, tenemos una imaginación calenturienta y compleja que nos hace imaginar no solo al predador corriente que puede destrozarnos de un zarpazo, sino a algo aún más grande, furioso, hábil y terrible que nos llena de un terror tremendo, el cual no solo no nos deja dormir sino que también morbosamente disfrutamos.

¿Por qué, sino, los monstruos siempre son tan increíblemente poderosos e incontrastables? Si miramos bien en nuestro entorno, pues es cierto que la mayoría de los grandes depredadores naturales está mucho mejor equipados que el mejor de nosotros para hacerle frente a la muerte: tienen musculaturas más desarrolladas, fuerza incrementada, grandes colmillos, zarpas gigantes, velocidad y agilidad notables, y todas las posibilidades de convertirnos en su próxima cena; y sin embargo, hubimos de inventarnos monstruos aún más grandes y terribles. Quizá en el fondo sabíamos desde el inicio de los tiempos que por muy temibles que fueran los tigres y los lobos, los osos y hasta los mamuts, en realidad nos organizábamos bien para tenerlos a raya y hasta para convertirlos en nuestras presas. Entonces, para imaginar algo más terrible, tomamos a nuestros enemigos naturales y los "sobrenaturalizamos", es decir, les agregamos aspectos mágicos y mala voluntad (muy presente en nuestros pueblos) y supimos despertar nuestros propios temores, y canalizar nuestra propia crueldad y demoníaca propensión al asesinato y a la tortura. Sí... bien pensado, tales monstruos somos nadie más que nosotros mismos en la peor cara de nuestra especie.

En fin, que refinamos y reformulamos desde vampiros y hombres lobos, hasta muertos vivientes (o zombies, que ahora salen hasta en la sopa) y bestias humanas cruzadas con infinidad de animales extraños, chulthus y dragones, arpías y sirenas, y demás monstruos fantásticos. A eso le sumamos la perversidad humana transformada en brujas (que mucho tiene que ver con la misoginia y el odio de los hombres a las mujeres que pensaban, por cierto) y hechiceros malignos (que invariablemente han pactado con las Fuerzas del Mal), los cuales no pueden faltar en nuestras historias de terror. Ah, y por supuesto, ¿cómo olvidarlos?, nuestros queridos fantasmas.

Y sin embargo... tengo mucho que pedir a muchas historias modernas de terror. ¿Por qué? Porque lo que yo espero es que me hagan temblar de miedo y la mayoría solo me despiertan náuseas. Hay historias más temibles lejos de esa maravillosa y rica fuente de imaginería popular. ¿No es increíble que me dé más miedo una historia de ciencia ficción que habla del futuro que muy probablemente nos espera a una en la que los hombres lobos descuartizan a diestra y siniestra a toda una población?

Es una posición personalísima, por supuesto, pero desde aquí hago una petición formal a todos los autores que todavía siguen la encomiable tradición del género terrorífico (no es mi caso, yo en esto soy lectora, no escritora): escriban historias de auténtico terror, sin morbosidades nauseabundas que solo me revuelven el estómago pero no me hacen tener pesadillas (ni mucho menos, duermo como un lirón) ni personajes más risibles que temibles. Tantos zombies y tantos vampiros no han sido suficientes aún para hacerme preferir muchas historias modernas a un simple Frankenstein, en donde el terror estaba más en la ciencia que en el monstruo. La fuerza del género de terror, desde mi humilde opinión, está en esa capacidad de hacernos entrar en contacto con nuestras más primitivos temores, esos que asolaban nuestros sueños en la noche de los tiempos, cuando los tigres de dientes de sable y los lobos gigantes eran parte de nuestro diario temor y ahogaban nuestras pesadillas mientras clamábamos a los espíritus buenos que nos protegieran de sus malignos alientos.

Si no duele, no sirve, dicen por ahí. Pienso lo mismo: si no me hace temblar, no merece estar al lado de Drácula ni de los locos de los cuentos de Poe.

10 de octubre de 2011

Parece mentira, pero ¡hay que mencionar la habilidad narrativa!

Y lo digo por muchas razones, en particular cuando leo las quejas de tantos escritores en contra de sus editores (o de quienes ellos pretendían convertir en "sus" editores), en contra de los lectores que tuvieron a bien leer sus manuscritos (muchas veces sin obligación), en contra de los jurados de cientos de concursos literarios, en contra de lectores comunes o de reseñistas (si lograron publicar), y en contra del mundo, ya que estamos. Y no lo digo porque yo no me haya quejado alguna vez de alguna "injusticia", porque creo que a todos nos habrá pasado, en especial en nuestros más tiernos inicios, cuando hemos "sentido" que el mundo cruel se vuelve contra nosotros y nuestra "inspiración".

¿A qué cuento viene este discurso?

La reflexión me viene inspirada en algunos comentarios de la entrada anterior, en un artículo en el que un editor veterano hacía recuento de las actitudes que más odiaba de los escritores, y de un artículo en el que una editora esbozaba lo que ella consideraba eran elementos esenciales para tener una buena novela entre manos. En otras palabras, en el choque de lo que uno como autor cree estar haciendo y lo que el editor (responsable) ve que no estás haciendo. Y ese "no estás haciendo" tiene muchas veces que ver con elementos esenciales de la obra narrativa, y no tanto con elementos accesorios o grandes complejidades del arte narrativo.

La editora citada, por ejemplo, dice muy llanamente que no es lo mismo escribir bien que tener una buena novela entre manos. La oración parece tan evidente que hasta da risa que siquiera tengamos que pensar en ella. ¿O no? ¿No será que muchos dan por sentado que si escriben bien necesariamente son capaces de producir una buena novela?

La experiencia diaria de editores y escritores parece indicar que sí, que muchos creen que para producir una buena novela hacen falta pocas cosas: una, escribir bien, dos, tener una idea de qué vas a escribir, y tres, ponerte a ello.

Pues bien, no. Eso no es suficiente y la experiencia también lo demuestra. En primer lugar, existen numerosos rechazos de obras que sus autores creyeron que eran geniales. Y la Internet está llena de quejas de estos autores despotricando contra el mundo editorial y su "corrupción mercantilista" y otras bellezas. Que sí, que es cierto que hay editores groseros y también hay editores interesados solamente en el aspecto "comerciable" de la obra, y empresas editoriales que solo buscan el ingreso fácil, y solo publican a ciertos autores, etc. Pero aún las empresas editoriales que solo buscan el ingreso fácil se fijan en esos elementos de la obra que el autor no está considerando ni ejecutando bien. Con mayor razón, los editores más serios y responsables con el acto comunicativo, los que suelen publicar también buenos libros, se fijarán si esos elementos faltan o están presentes.

En segundo lugar, nosotros como lectores podemos advertir en seguida que un libro "nunca debió ver la luz", pues es tan malo que lo cerramos indignados o lo olvidamos en seguida. Y la razón está en que no basta escribir bien y no basta tener una idea y llevarla a cabo. Hay que saber hacerlo.

Que quede claro: hay que escribir bien, entendiendo "escribir bien" como la habilidad mínima para estructurar oraciones con sentido, respetar las reglas de la ortografía y la gramática castellanas, usar de manera adecuada los signos de puntuación, y saber separar párrafos, construirlos y terminarlos. No escribir bien no es opción y punto. Y los que suelten parrafadas interminables sobre los autores que valen por sus ideas y no por su estilo y su correcta gramática pueden seguir soltando esas parrafadas. Ningún autor serio ni ningún buen libro está escrito sin esta premisa básica. Sí, hasta quienes pretenden desafiar la ortografía y la gramática, hasta ellos escriben bien.

Pero además de escribir bien, de tener una idea estructurada de cómo va la historia y a dónde va, además de documentarse adecuadamente (no creerán que se me había olvidado...), el autor de arte narrativa ha de poseer habilidad narrativa. Es decir, ha de saber contar una historia. Que no es lo mismo que escribir bien. Yo puedo escribir maravillosamente bien, con un dominio lingüístico insuperable, y no saber cómo contar una historia simple, y hacer que el lector comience a bostezar no más empiece, o que no sepa muy bien de qué va la cosa, se aburra y cierre el libro.

La habilidad narrativa consiste en el hecho simple de saber dar fluidez a los hechos narrados. Que un hecho se conecte con otro hecho de manera natural, sin que haya tropiezos ni desviaciones extrañas. Que el lector mantenga el interés y sea llevado a lo largo de una historia hasta el final, sea éste abierto o cerrado, triste o feliz. Y no estoy diciendo que tenga que producir una historia de secuencia lineal. No. Se puede ser muy vanguardista o experimental, se puede hacer elipsis, o contar una historia de atrás para adelante, o dar vueltas y regresar sobre un hecho, etc. Se puede hacer todo eso, por supuesto, pero si no tienes habilidad narrativa, lo que te va a salir es un cumplido mamarracho, aunque sea muy lineal y muy progresivo.

La habilidad narrativa puede ser innata o puede ser aprendida. Si es innata, mejor, pues se esfuerza uno menos, pero de todas formas hay que ensayarla, pues por más innata que sea, si no se la practica, se atrofia. Si no es innata, no hay pánico, se puede aprender. Hay que esforzarse más, pero con buenas lecturas y mucha práctica, se puede desarrollar de manera eficiente. (Hay gente que nunca la desarrolla. Siempre la hay. En ese caso, supongo que el mejor consejo que se le puede dar es que se dedique a otra cosa).

Y miren si la habilidad narrativa es importante, que muchos libros circulan por ahí sin ideas sustanciales, sin personajes complejos, sin verdadero "fondo", pero como el autor ha sido hábil narrando, encantan. Los editores los publican, la gente los compra y lo que es mejor, los lee.

Entonces, antes de despotricar contra el mundo, antes de hablar de las injusticias editoriales, antes de sentirse uno muy incomprendido, ¿no es mejor evaluar cómo está nuestra habilidad narrativa? Y si ya no podemos ver la diferencia, porque siempre resulta complicado autocriticarse, recurramos a un lector que sabemos crítico y escuchémoslo. Quizá nuestro problema no esté en el argumento, en el dominio técnico de la escritura o en la adecuada documentación. Quizá nuestro problema está en nuestra habilidad narrativa.


3 de octubre de 2011

Documentarse para una novela: ¿es en serio?

Hace poco seguí una discusión en un foro literario sobre lo que determina la "calidad literaria" de una obra. En el hilo hubo intervenciones muy interesantes y otras muy desafortunadas, y al final derivó en otra cosa (por lo que fue cerrado), pero a mí me llamó mucho la atención cuando alguien mencionó que un buen libro ha de tener como mínimo una buena documentación, es decir, ha de saber de qué habla, y que todo libro exitoso tiene al menos "carisma".

Alejándome del "carisma", que siempre resultará muy difícil de explicar, me centraré en la "documentación". ¿Acaso es importante que todo libro esté documentado? Parece evidente en algunos géneros literarios, como la ciencia ficción o la novela histórica, incluso parece lógico en una novela negra o en una obra "basada" en la vida real, pero ¿quién dijo que la fantasía, el romance, y las novelas realistas necesitaban documentación? Estamos hablando de literatura, de obras ficticias, de escritura creativa. No estamos hablando de tratados sociológicos, o estudios antropológicos, o ensayos que analizan y estudian alguna problemática en particular. El tema de la "documentación" en una obra literaria puede sonar en verdad exagerado.

¿O no? Depende de qué es "documentación" en una obra literaria y cuánta información necesitemos ver desplegada para considerarla "justa". En mi caso, creo que la documentación se refiere principalmente a que el autor cuenta su historia basado en información que conoce, comprende y sabe manejar. No se refiere a que tengamos que exponer todo un tratado de plantas medicinales, por ejemplo, si estamos contando la historia de un explorador que se encuentra con una tribu en el centro de la Amazonia y cae enfermo o algo así. El tratado estaría de más, afearía la historia y hasta la expondría al abandono por parte del lector. Así que la documentación se refiere a algo más elemental.

He pensado en dos ejemplos.

Uno es Isaac Asimov. El otro es Agatha Christie.

Ninguno fue un gran escritor. No sabían desarrollar ambientes con muchos elementos (Asimov lo intentó en sus últimos años), ni dibujaban personajes complejos (con alguna que otra excepción). Su estilo era plano, directo. No había desarrollo de metáforas, ni planteaban tampoco grandes temas existenciales. En realidad, se movían en planos bastante simples con una idea conductora de cada historia. Sin embargo, lograron una aceptación más que notable en el público lector y por muchos, muchos años, más si se piensa en algunos actuales escritores de best sellers, a quienes aún siguen superando.

De hecho, lo hicieron mejor que esos típicos best sellers pues no necesitaron basarse en una saga o en un personaje único para lograr vender millones de ejemplares. No tuvieron tampoco que describir tremendas escenas de sexo explícito, violencia brutal o grandes batallas, todo lo cual permaneció ausente de sus historias hasta el final. No necesitaron tampoco escribir historias pegajosas de amor entre seres sobrenaturales y humanos ni tuvieron que presentar héroes grandotes y superpoderosos para lograr su cometido. Su éxito no estuvo en uno o dos títulos sensacionalistas, pues no tocaron temas sensacionalistas, ni estuvo basado en una sola novela grandiosa que pervivió por generaciones. Su éxito fue de décadas. Y sigue resonando hoy en día. ¿Por qué?

Alguien me dirá: porque sus libros eran sencillos y la gente común adora los libros sencillos. Y yo contestaré: Quizá, aunque hoy en día abundan los libros "sencillos" y sin embargo, sus autores no logran el eco que ellos dos lograron. Otro me dirá que es porque ambos se movían en géneros literarios que mueven masas. Y yo contestaré: ¿en serio? ¿La ciencia ficción? ¿Las novelas policíacas? Bueno, quizá estas últimas son más populares que las de ciencia ficción, pero lo que se dice "masivo"... no, hasta Millenium.

Entonces, si ambos fueron mega exitosos sin sexo, sin violencia, sin súper galanes, sin conmovedoras historias de amor, sin grandes batallas, sin grandes ideas filosóficas, sin vampiros, sin hombres lobo, sin sensacionalismos baratos pseudohistóricos, sin grandes misterios de la humanidad, sin conspiraciones que se remontan a los tiempos de Jesucristo, ¿cómo lo lograron?

Yo pienso, humildemente, que fue debido a su notable manejo de la información básica de sus historias. Sabían de lo que hablaban y se manejaban con soltura en su medio. Es decir, estaban bien documentados.

What?

Asimov era un doctor en química, y científico. Tenía grandes conocimientos de matemática y física, pero también investigó mucho sobre la historia de la humanidad, sobre lo que llevó al ascenso y caída del Imperio Romano y de otros imperios. Estudió mucho sobre muchos temas científicos y hasta los divulgó. Cuando describe entonces sus imperios galácticos, el comportamiento de las masas humanas ante los grandes eventos históricos, cuando describe las posibilidades de la tecnología en el desarrollo de nuevas máquinas, como los robots, no lo hacía desde la ignorancia y la ingenuidad de un tonto. Lo hacía con conocimiento de causa, lo que volvía tremendamente verosímiles sus historias, y muy carismáticas también. Quien lee a Asimov puede sentir que la base sobre la que descansa su historia es sólida. Incluso cuando esos conocimientos ya han sido superados, puede uno advertir que sus historias siguen siendo muy sólidas.

Christie fue enfermera durante la I Guerra Mundial, trabajó de cerca en farmacia, cuando los farmacéuticos tenían que saber preparar los medicamentos y otros preparados en sus propios laboratorios, es decir, cuando aún no había grandes compañías farmecéuticas dominando el mercado de drogas. Ella sabía sobre venenos, y esa información le permitió narrar historias de asesinatos con un tremendo conocimiento de causa. Además, sus historias se desarrollaron en escenarios que ella conoció muy bien y de primera mano, por lo que nada en ellas resulta inverosímil. Incluso algunos de sus personajes se basan en una forma o en otra, en gente que ella conoció, pues son terriblemente corrientes. Y cuando se atrevió a un escenario desconocido, investigó (como cuando contó una historia de muerte y misterio en el antiguo Egipto).

Entonces, ¿qué podemos aprender de ellos? No su estilo ni su filosofía, sino su magnífica seriedad en el oficio. Se tomaban la escritura como un trabajo que se hace bien, en serio, no como un divertimento banal ni se consideraban tan geniales como para escribir de aquello que no conocían ni tenían idea. Sí, incluso Asimov, pese a su vanidad.

Por tanto, ¿hay que documentarse para escribir una historia? Sí. Aunque sea un romance contemporáneo, si no conoces algunos aspectos de tu historia, serás serio en tu oficio si tienes la decencia mínima de investigarlos, antes de salir con un mamarracho que despreciará cualquier lector que se te aproxime.

Ser serio no significa ser aburrido. Ser serio significa tener la consideración de que otros leerán tu historia, es decir, que dispondrán de su valioso tiempo para dedicárselo a tu obra. Lo menos que puedes hacer es estar a su altura.