12 de julio de 2013

El valor de un borrador

El novel escritor estadounidense Tim Sunderland suele plantear interesantes reflexiones sobre el arte de la escritura en su blog What if you could not fail?, y hace poco abrió una entrada con una cita de otro escritor estadounidense que decía:

"El retrato adulador del escritor perfecto que nunca emborrona una línea viene en correo expreso directamente desde la tierra de las hadas" (The adulating portrait of the perfect writer who never blots a line comes express mail from fairyland—John McPhee).

A continuación, Sunderland dedicó unas cuantas reflexiones a un artículo de McPhee en el que este afirmaba que solía necesitar cuatro borradores (como mínimo) para llegar a algo publicable. Y es que McPhee bien señalaba en dicho artículo que un escritor no puede jamás saber lo que significa ser un escritor si no ha empezado a escribir. Es solo cuando tiene ese primer borrador, rudimentario, lleno de errores, y quizá de incongruencias, que se da cuenta de lo que implica ser escritor: tener un trabajo de 24 horas. Es a partir de ese primer borrador cuando el autor comienza a dar vueltas en círculos o en espirales sobre la frase precisa, el motivo correcto, las líneas que sobran y las que faltan, las acciones necesarias y las superfluas, los escenarios importantes y los secundarios. Es en ese momento cuando un escritor es realmente escritor.

Reflexionando sobre el tema, me di cuenta de que le daba la razón. Recientemente terminé una novela que pasó precisamente por varios borradores y que aún en el último manuscrito, aparentemente final, sufrió nuevos recortes y añadidos, nuevas correcciones y hasta cambios dramáticos. Del primer borrador que alguna vez tuve de ella queda la esencia, mas no la forma, y puedo afirmar que jamás habría permitido que ese primer borrador llegara a manos de lector alguno.

Sí, pensar que un autor es tan "genial" que en su primer manuscrito ya ha estampado una obra maestra que no necesita ulteriores correcciones es ingenuo, iluso. El trabajo del escritor, incluso del más dotado, es largo y hasta engorroso. Es necesario encontrar la palabra exacta, enlazar las escenas con sentido lógico, atribuir las líneas correctas al personaje adecuado y saber cerrar un entramado con coherencia. Cuando se falla en alguna de estas premisas, se falla en el resultado, y tenemos un libro mediocre o malo, una historia mal hilvanada, una narración que nadie cree.

El escritor Víctor J. Sanz, en su propio sitio, describió alguna vez lo que él consideraba los seis enemigos de un autor y con mucha precisión y hasta con humor, enlistó situaciones que cualquier escritor novel o veterano reconocería en seguida: la falta de inspiración, el poco dominio de las comas (y otros signos de puntuación), la falta de precisión en las palabras, el abuso de los adverbios terminados en -mente y la falta de documentación. Aparte de todas ellas, sin embargo, colocó como premisa la impaciencia del escritor.

La impaciencia.

Ese deseo irrefrenable por acabar pronto la obra maestra que surge de nuestra pluma y de verla en las estanterías de las tiendas físicas o virtuales brillando con luz propia. Acabar pronto, acabar sin dilación. Publicar, publicar. Y volver a empezar con la siguiente. Sin detenerse a pensar, a reconsiderar, a revisar, a darse cuenta de que ese es tan solo el primer borrador y que aún faltan muchos más antes de que la obra esté realmente acabada.

¿No suena familiar? ¿Cuántos autores conocen ustedes hoy que publican libros poco trabajados, mal revisados o sin revisar, que se quejan de que nadie los "comprende"? Víctimas de la impaciencia, desoyen el consejo del sentido común y piensan que esa frase, la del escritor genial que produce sus obras en la primera vez que las escribe, es auténtica.

No, no lo es. Viene directamente, en correo expreso, desde el País de las Hadas. No existe ese "autor perfecto". Escribir es un trabajo, y como tal, debe ser hecho con paciencia y buen tino. Las obras buenas no salen en el primer borrador, ni en el segundo. Posiblemente la media descrita por McPhee es correcta: necesitamos al menos cuatro borradores para sentirnos algo más seguros de nuestro trabajo.
¿Y qué hacemos en esos borradores?

Como bien lo señala Víctor J. Sanz en otra de sus estupendas entradas: reescribir, reescribir, reescribir. Terminar un texto y dejarlo de lado por varios días o semanas, para luego retomarlo y mirarlo con otros ojos, y comenzar a quitar y poner, puntuar diferente y reestructurar, y volver a dejar reposar por otro periodo más o menos largo, durante el que quizá estaremos pensando en esa historia, 24 horas al día, 7 días a la semana...

Y cuando ya tenemos nuestros primeros tres borradores... pedir ayuda, si es posible, de un lector nuevo, alguien con ojos frescos, que lea nuestra obra sin pasión ni enamoramiento, y que sea capaz de ser implacable, para que ese cuarto borrador comience a valer la pena...

5 de julio de 2013

Un viejo juego de palabras

Es asombroso cómo las redes sociales desnudan ideas y sentimientos de toda índole que aún se encuentran muy arraigados en el corazón humano. Por supuesto que mucho de eso descansa en el terreno de la superficialidad y la mayoría de los mensajes que alguien escribe en Twitter o en Facebook son de tipo personal e inocuo, pero aún esos revelan mucho de nosotros como sociedad y revelan muchos de nuestros persistentes prejuicios.

El otro día leí una entrada de la escritora Virginia Pérez de la Puente en su blog Desde la Nieve, que hablaba sobre el prejuicio que aún se encuentra muy, muy arraigado en la gente: de que los libros de las autoras son "literatura femenina" y, por tanto, "no interesan a los hombres" y por supuesto, "no son buena literatura". Aparte de que la entrada es muy divertida, como suele suceder con Virginia, en general dice muchas cosas ciertas y apunta a un sentimiento casi de impotencia que nos envuelve a nosotras como autoras y es la continua creencia, realmente presente, de que si escribimos "como mujeres" y ponemos a mujeres como protagonistas de nuestras historias, automáticamente debemos ser dejadas de lado como Literatura.

Y viendo los mensajes que aparecen continuamente en Facebook, por ejemplo, tuve que llegar a la triste conclusión de que no solo los hombres mantienen la idea de una "literatura femenina" que debe ser mirada de medio menos, sino ¡las mujeres también!

Pero entonces, ¿qué es literatura femenina? En principio, se supone que es la literatura escrita por mujeres. Hasta ahí, no parece que sea discriminatorio. Sin embargo, nadie habla de literatura masculina, lo que haría suponer que toda literatura por defecto es escrita por hombres y solo se destaca con el adjetivo "femenina" si es una mujer (¡oh, extrañeza!) la que ha escrito. Pues sí, entonces, es discriminatorio.

Pero bueno. Literatura femenina es la que escriben las mujeres.

¿Tiene alguna otra característica? Sí, que aborda "temas femeninos". ¿Y qué son los "temas femeninos"? Pues, "obvio", ¿no?: romance, sentimientos, búsqueda del hombre ideal, suspiros, etc. O sea, "tonterías". Una variante más "digna", pero vista con resentimiento (y hasta odio) por parte de los hombres es la literatura "feminista", o sea, la que involucra reivindicación, denuncia, mujeres fuertes vs. hombres débiles, sojuzgamiento del hombre y otras varias lindezas, que son las que se le ocurren a cualquier hijo de vecino cuando oye el término. O sea, una situación nada halagüeña, en realidad.

Pero así están las cosas. Normalmente, nos quedamos con esas etiquetas y vemos que las autoras más concienzudas se apresuran a rechazar cualquier ligamen con la literatura "femenina" o "feminista" y a declarar que su máxima aspiración es que nadie sospeche de su sexo cuando las lee. O sea, que no "se sepa" que escribe "una mujer", ¡por favor, no!

Por supuesto, supongo que a estas alturas cualquiera que me lea habrá adivinado que considero lo anterior como ridículo o errado. Pues sí. Primero porque no está bien. Y segundo porque no es realista.

¿Cómo?

Pues eso. No está bien. No debería tener que esconder mi sexo para que mis textos fueran leídos. Ni es realista que alguien espere que lo haga.

¿Por qué?

Primero, los textos escritos no tienen sexo. Ni género. Son textos. Son historias donde intervienen hombres y mujeres distintos, personajes distintos, que no necesariamente piensan como yo, son como yo o sienten como yo. Puedo escribir en nombre de un niño o una niña, en nombre de un homosexual o de un gurú de la India, de una monja o de una sacerdotisa de un culto satánico, de un villano o de una santa, etc. Los textos ficticios son la ventana a un mundo poblado de toda suerte de seres distintos, enredados en hilos narrativos propios. Ni aún los que están escritos en primera persona. De hecho, una de las virtudes de un buen autor es su capacidad para crear personas que parecen reales aunque todos los lectores saben perfectamente que no existen.

Sin embargo, los textos no se escriben solos. Alguien los ha escrito. Y ese alguien necesariamente tiene una historia personal, un conjunto de creencias y valores y pertenece a uno o a otro sexo. Incluso los transexuales y los hermafroditas tienen una identidad sexual: la del tránsito o la de la combinación. Pero está. Y en atención a esa historia personal y a esa identidad, la persona escribirá de una forma o de otra.

De esta manera, alguien muy creyente escribirá de cierta forma y tocará ciertos temas de manera distinta a alguien muy ateo. Otro alguien que ha tenido una experiencia vital en un pueblito de montaña tenderá a escoger temáticas y formas de escribir distintas a alguien que ha vivido en medios urbanos desde niño. Y así. De una u otra forma, nuestra historia personal se cuela en nuestro estilo y en nuestras opciones, y es lo que diferenciará en realidad a un autor de otro autor. Si no fuera así, todos los textos serían iguales, como clones. No tendríamos el universo enriquecido de experiencias textuales que es la Literatura Universal.

Por eso no está bien que se le exija a un autor que esconda su identidad. Tampoco es realista. No podrá. Y si logra esconderla al punto de que es indiferenciable de otro autor cualquiera, habrá perdido, no ganado. Su estilo se habrá esfumado, su texto podría ser escrito por cualquiera.

Así las cosas, si no es realista ni está bien exigirle a un autor que esconda su identidad, ¿por qué se la pasa todo el mundo exigiéndole a las mujeres que escondan su "sexo" cuando escriben "si es que quieren ser tomadas en serio"? Por puro y simple sexismo.

Y ahí volvemos al prejuicio. Una mujer que escriba "como una mujer" y aborde temas supuestamente femeninos es una autora de segunda categoría per se. Es literatura despreciable, "de entretenimiento". Una mujer que se precie de ser intelectual y de escribir Literatura, no revela su sexo, no aborda temas "femeninos" (ni feministas, ojo), no se "revela".

Pues eso es llanamente un burdo prejuicio.

Primero, ¿cuáles son los temas "femeninos"? ¿Acaso los hombres son personas robóticas, sin sentimientos ni capacidad de amar o de sufrir, no se angustian porque no encuentran a alguien que los ame y se preocupe por ellos, no se sienten miserables cuando sus hijos no los comprenden o los decepcionan? ¿Acaso los hombres no tienen familia? ¿No aman a su familia? ¿No la resienten? ¿Por qué no puede un hombre identificarse con un problema de familia? ¡Miles de hombres han escrito libros así! Ah, pero como los escribieron hombres, entonces ¡son literatura! Por favor, es la misma cosa. Hay grandes historias de amor, de auténtica literatura romántica, escrita por hombres y por mujeres, con mujeres como protagonistas, que están llenas de riqueza conceptual y formas maravillosas, que se encuentran en los anales de la Literatura.

¿Que es que la "literatura femenina" (entiéndase "romántica") es mala porque ahí están las pruebas, en las estanterías? Me dirán: mira Crepúsculo, o Las Cincuenta Sombras de Grey, o algunas por el estilo. ¡Es literatura vacía!

Es verdad que mucha de la literatura romántica que se escribe es vacía. Repite estereotipos, cuenta historias insulsas, está llena de suspiros y esas cosas. Pero si una mujer es protagonista de una historia sentimental vacía, no es mala porque sea literatura "femenina", es porque es literatura vacía, simplemente. Gran parte de la literatura de ciencia ficción del "pulp" y de la primera mitad del siglo XX es literatura basura porque lo es. Tiene los mismos defectos que esta literatura "romántica" de paquete: personajes estereotipados, historias inverosímiles o mal construidas, no suspiros pero sí alaridos, etc. Literatura escrita "para hombres" igual de pésima. Pero su defecto no es haber sido escrita por hombres para hombres. Es que es mala. De la misma época podemos extraer monumentos literarios maravillosos, encuadrados dentro del mismo género, que son buenos porque lo son: por su belleza formal, su riqueza conceptual, su riqueza de personajes, etc.

Concluyamos. Si usted, despreocupado lector, se echa para atrás porque una historia ha sido escrita por una mujer y tiene una mujer como protagonista, no tiene escapatoria: se deja gobernar por el prejuicio. Y punto. Si usted, despreocupada lectora, compra un libro escrito por una mujer, con una protagonista en su cubierta y espera encontrar una historia sentimental, no tiene escapatoria: se deja gobernar por el prejuicio. Y punto.

Seamos honestos. Cada vez que se hace una lista de libros favoritos y se descalifican los escritos por autoras, aunque no los hayamos leído, por ser literatura "femenina" (o incluso "feminista"), se deja al prejuicio ser gobernante de nuestras acciones. Cada vez que se descalifica una historia a priori, solo porque es sentimental, se deja al prejuicio gobernar nuestras acciones.

Todos podemos tener preferencias y autores favoritos. Todos podemos caer en las garras de las historias fáciles y vacías de vez en cuando porque nos gusta entretenernos sin consecuencia. Todos podemos querer tener acceso a las grandes obras y enriquecernos con ellas. Pero no dejemos que los prejuicios sigan gobernando nuestras decisiones ni pensando que una autora tiene la obligación de esconderse o de usar protagonistas hombres o de abordar temas "no femeninos". Podríamos, en ese caso, estar echando por la borda la oportunidad de conocer una nueva obra estupenda que enriquezca nuestras vidas para nuestro beneficio.