28 de agosto de 2009

Escribir "simple" o escribir "complicado"

En estos días que estuve vagando un poco por los foros literarios que suelo frecuentar, me encontré en Sedice una encuesta: el proponente quería saber cuántos de nosotros preferíamos autores "simples", cuántos autores "complicados", cuántos leíamos de ambos tipos y cuántos, pues, no leían. "Simple" y "complicado" se refería al estilo, no al fondo de las obras. Por ejemplo, para él "simple" es decir "Fulano salió de la nave", mientras que complicado es referirse al mismo hecho con muchas más palabras: "Fulano, de frente a su destino, entre una pisada y otra, contempló la salida, sintió en lo profundo de su alma el recuerdo de tantos infortunios, y pisó la nueva tierra con un suspiro de desaliento..." O algo similar. En otras palabras, se preguntaba si sus compañeros preferían autores que desarrollaran un estilo directo o si eran más populares los que se inclinaban por un estilo alambicado, enrevesado incluso. Hablaba de la ciencia ficción, pero supongo que la pregunta se puede aplicar a toda clase de literatura.

No creo que haberme planteado conscientemente si deseo que mi estilo sea directo o si preferiría desarrollar un estilo más rebuscado. Sin embargo, creo que podría ser un punto de reflexión para uno como autor, pues no deja de ser el estilo lo que determina uno de nuestros mayores puntos de identificación.

Las historias se desean originales. En eso estoy clara. Pero en un mundo poblado por casi siete mil millones de almas, con una historia civilizada de unos cinco mil años, con tantos millones de libros escritos y escribiéndose, ¿cómo se puede ser original? Ya sabemos que la mayor parte de las "grandes" historias son en realidad, bastante pocas. Las estructuras tienden a repetirse. Ciertos arquetipos lo son precisamente por su reiteración. Y hasta los desenlaces son finitos: o termina mal, o termina bien, o termina abierto. Con este panorama, la originalidad es un rasgo prácticamente imposible de ser alcanzado.

Por eso, pienso, es tan importante el estilo. Muchas veces, la originalidad de una historia no estriba exactamente en el argumento en sí, o en el planteamiento de los personajes, o en el final que le des. En realidad, en una gran cantidad de casos lo que identificará a un autor entre todos los demás será su manera de contar esa historia. En otras palabras, su estilo.

Vuelvo a la pregunta original: ¿cómo es preferible un estilo? Dependerá de épocas, modas, corrientes filosóficas, ¿formación cultural del autor? No será lo mismo que yo sea una persona formada en ciencias o tecnologías que en arte o filosofía. Mi estilo tenderá a ser más directo en el primer caso que en el segundo, por ejemplo. Pero aún los más metafísicos pueden ser directos, y los más técnicos pueden ser alambicados.

La encuesta en cuestión arrojó un resultado la mar de interesante: por una abrumadora mayoría, la opción "ambos tipos de autores son considerados" prevaleció sobre las otras. No importó, a priori, si un autor tiene un estilo directo o floreado. Lo que importó fue la experiencia personal de cada lector con el autor en cuestión. Y que su estilo fuera capaz de envolver al lector en su historia.

En otras palabras, no importa si posees un estilo directo o si prefieres formas más rebuscadas: tu historia debe calar hondo. He de decidirme, claro está, por un estilo. Nacerá en el transcurso del tiempo. Tal vez la Laura de hoy no escribirá como la Laura del mañana, pero su estilo deberá ser inteligible, funcional para sus historias -sea directo o no- y deberá saber transmitir una identidad.

Supongo que sólo así, podré ser original... ¿no?

21 de agosto de 2009

Problemas para revisar tu propia obra

Hace un tiempo, The Red Room, un sitio de reunión de escritores (mayoritariamente norteamericanos), lanzó una pregunta para el tópico de la semana, que sería contestada por cada escritor que lo deseara en su blog dentro del sitio. La pregunta se refería a los "malos pasos" dados por ellos en la publicación de su primer libro, y que ellos querrían corregir si pudieran regresar en el tiempo. De entre una serie de entradas muy agradables (muchos contestaron), me llamó la atención una que se refería a la dificultad de hallar un buen lector corrector, ajeno a la editorial o al agente.

La entrada me llamó la atención por la sencilla razón de que yo me he hecho esa pregunta muchas veces, dado que resulta titánico extrapolarte de tu propia obra para revisarla con verdadera objetividad.

Obviamente, no pienso en ningún momento en buscar a alguien que me sustituya en mi proceso de revisión. Creo que ese momento de relectura es imprescindible para los autores mismos. Cuando escribo un texto no tengo la disposición mental igual que cuando lo leo. Son instantes distintos, con sus propios procesos mentales. Mientras escribo estoy cumpliendo con los dictados de mi mente que suele ir más deprisa y por delante que mis pobres dedos, los cuales apenas dan abasto con la idea completa. Mientras escribo, estoy inmersa en el acto creativo, dando forma a las palabras, intentando plasmar en el papel lo que he imaginado y he "visto" con mi mente.

Al leer, es diferente. El texto ya está ahí, se ha separado de mis ansias creativas, y puedo entonces enfrentarme al resultado como un todo. Por eso es tan importante dejar pasar el tiempo entre la escritura y la lectura, para que el texto se asiente -frente a mis ojos- como una experiencia independiente de mi instante de creación. Si he dejado pasar los días o las semanas, y leo un texto que he escrito con la frialdad y la calma que me ha proporcionado ese periodo de "descanso", seré capaz de advertir los errores y las incongruencias, las faltas de coherencia y hasta los vacíos. Ya no soy "el escritor", sino "el lector".

Sin embargo, he notado que aunque mis revisiones son más frías que mis momentos creativos, jamás se comparan con la lectura de alguien completamente ajeno al texto. Ese lector que se enfrenta al texto sin conocerlo de antemano, que lo lee sin prejuicios, sin deseos de corregir sino sólo de disfrutar, es el mejor juez, el más implacable y el más objetivo. Lo he visto. Muchas veces he revisado un texto, lo he vuelto a revisar, lo he corregido y pulido. Y luego he tenido la suerte de que alguien más lo lea y ¡encuentra errores que jamás advertí antes! ¿Qué es?, me pregunto, ¿será que lo conozco tanto que más que leer, adivino?

Y entonces llego a preguntarme cómo conseguir un lector corrector para mis obras, que no sea la editorial ni el agente (quienes deberían recibir un texto final ya pulido). Cuando se trata de una historia corta, puede ser fácil. Pero cuando se trata de una novela, ¡madre mía! No puede ser tampoco cualquiera, ni en historias cortas ni en largas. Lo ideal sería alguien a quien le guste leer, que ha leído muchos libros similares (novelas, cuentos, poemarios, etc.) y que por tanto, ha tenido la oportunidad de formarse un criterio como lector. Y si es aficionado al género que has escogido, todavía mejor (aunque tal vez no fanático, pues tiene sus inconvenientes).

¿Dónde hallarlo? Es difícil. Algunos escritores cuentan con sus parejas, otros con algunos familiares y los más con amigos. No es muy amplio el panorama. Pero es lo que hay. Un lector profesional puede ser costoso (aunque si no queda remedio y confías en él, supongo que valdría considerarlo), y suelen trabajar para las editoriales, pero te gana en objetividad. A veces los familiares desean ser tan asertivos que olvidan el necesarísimo punto de la imparcialidad. O a veces no le prestan atención o no le conceden la debida importancia. Pero no todos los escritores (yo diría que la mayoría) se encuentran en posición de pagar dicho servicio.

Así que, así está la situación. Si se tiene la dicha de encontrar un lector corrector antes de iniciar el proceso con un agente o una editorial, las posibilidades de que el escrito resulte bien pulido aumentan, y aumentarán también las posibilidades de que sea aceptado y colocado. Casi como una cuestión "estadística", lo que convierte su búsqueda en un paso al que deberíamos prestar mucha atención...

14 de agosto de 2009

Un rincón propio

No recuerdo bien cómo llegué allí, pero me causó una muy agradable sensación econtrarme con www.whereiwrite.org, un sitio especial abierto por un fotógrafo profesional acostumbrado a fotografiar ambientes y subculturas y que deseaba encerrar en imágenes un mundo que le era hasta entonces desconocido: el íntimo refugio de un grupo de escritores.

En su explicación, el fotógrafo, Kyle Cassidy, narra que su iniciativa se originó en una visita casual a la casa de un escritor. Se sintió impresionado cuando puso pie en su estudio, porque pensó que estaba invadiendo un universo distinto, al cual era ajeno, pero que de inmediato le hizo sentir emociones nuevas. ¿Así era el rincón propio de un escritor? Tuvo la impresión de que había abierto el cráneo del escritor y podía ver las palancas de la genialidad, de la creatividad misma. Como un nido, pero hecho de libros. Ansioso, quiso fotografiarlo, pues pensaba que aquel lugar no sólo estaba cargado de significados, sino que también debía ser visto. Sin embargo, no pudo impedir que el escritor en cuestión quisiera ordenarlo "un poco" primero. Aún así, dicho incidente lo impulsó a buscar reflejar los espacios íntimos de otros autores.

De su peculiar peregrinaje, surgió una compilación de imágenes que reunió en un libro. Algunas de ellas las colocó a la vista pública en el sitio que yo encontré y donde hallé veinte autores norteamericanos del género fantástico -cultivan tanto la ciencia ficción como la fantasía pura y tal vez el terror-, algunos con largas décadas de experiencia, otros con menos años. Las imágenes son todas, pues, variopintas, como variados son las personas en sí mismas, aunque yo creería que guardan algunas semejanzas naturales.

El escritor es un artista solitario. Aún más que un pintor o un escultor, que pueden entrar en contacto con sus modelos, o que un músico que podría exponer su arte ante un público, el escritor se refugia en un rincón y su único compañero es el escrito que surge de sus dedos. El medio tecnológico es indiferente: puede ser un lápiz y un papel, puede ser una máquina de escribir, puede ser una computadora. La relación íntima es la misma, es el autor con su palabra y todo lo demás queda aislado. Entonces, su entorno natural tiende a ser pequeño, como un refugio, y sus compañeros más habituales no serán humanos: algunos se harán acompañar de sus mascotas (gatos o perros), casi todos se hacen acompañar de libros...

Libros. El compañero natural del escritor. Palabras y palabras, dándole vueltas, construyendo un entorno donde la imaginación vuela sin cortapisas. ¿Quién decía que el autor puede cambiar el mundo desde la oscuridad de su refugio? Pues, yo diría que si no lo cambia al menos puede enamorarlo, invitarlo a viajar a mundos alternativos, sean en la realidad, en el pasado, o en el futuro, sean en la fantasía o en los sueños...

Para mí fue emotivo. Y real. Pues los escritores no son seres extraños. Viven y sueñan como cualquiera y también encuentran abrigo en sus íntimos rincones, muchos de ellos atestados de cosas, pero todos hechos para hacerles sentirse cómodos en la soledad de su imaginación y en compañía de sus historias o poemas. Un rincón propio, lleno de significados, como bien observó nuestro fotógrafo en cuestión.

P.D. Me gustó mucho el rincón de Gregory Frost y el de Margaret Weiss. Casi pude mirarme en ellos :)

5 de agosto de 2009

Concurso de relatos Lykaon

Cristina Roswell está organizando junto con la escritora Cristina Puig un concurso de relatos cortos de temática fantástica muy interesante. Aquí les copio una parte de las bases:
(si hacen click en la imagen, ésta se ampliará)



Si desean consultar las bases ampliadas, hagan click en http://www.megaupload.com/?d=E16Z1R24 o consulten el blog de Cristina :) ¡Buena suerte!