31 de diciembre de 2013

Deseos para un nuevo año que casi empieza

Estamos en el futuro (¿recuerdan aquel viejo programa "Más allá del 2000"? Pues eso). Y seguimos construyendo futuro. Algunos de buena manera, otros no de tan buena, pero igual todos respiramos y soñamos con imágenes frescas para el 2014. No nos morimos en el 2012 (parece ahora muy lejano) y pasamos un 2013 lleno de eventos y situaciones. El 2014 será igualmente poblado por miles de hechos que quizá no esperemos o que tal vez deseamos que ocurran. Espero que para todos sean beneficiosos.

En cuanto a mí, pues... 2013 ha sido un año interesante. Comencé un proceso distinto que nunca había vivido pero que siempre había deseado vivir. Ese proceso aún no termina, pero creo que podré charlar abiertamente de él precisamente el año que mañana comienza. Ha sido emocionante y novedoso para mí, cargado de expectativas y algunas ansiedades, y espero de verdad, de todo corazón, que culmine bien. =)

También escribí una novela nueva y estoy en la reescritura de una antigua. En este último caso, aunque es la reescritura de una novela que ya había terminado antes, son tantas y tan novedosas las ideas que me mueven que es casi como si fuera nueva. Todavía no verá la luz, lo sé, pero espero que cuando logre que la vea pueda seducir muchos corazones.

Con respecto a mis perspectivas laborales, se han ampliado. De manera insospechada me involucré con una serie de proyectos que me mostraron lo mucho que puedo aportar desde mis dos campos profesionales y lo mucho que aún puedo ofrecer en el futuro cercano. Estoy contenta al respecto y muy esperanzada de poder abrir nuevas sendas en mi labor que no solo me beneficien a mí sino también a otros.

No leí tanto como en otros años. De hecho, tengo algunas lecturas pendientes que me gustaría terminar pronto. No ha sido porque no me guste ya leer (¡por favor!), sino porque la escritura me ha absorbido el tiempo más este año que otros años. Y porque tropecé con un par de lecturas algo decepcionantes que aún así pretendo terminar (quizá me hagan cambiar de idea cuando las termine, ya veremos). Algunas lecturas pendientes aún son nuevas para mí, de novelas que todavía no inicio, pero sé que las iniciaré en algún momento durante el 2014 y que me dejarán alguna huella, como siempre.

¿Qué espero para el 2014? Paz, prosperidad, armonía. Ni más ni menos. Para todos y en todo lugar. Espero que se cumpla y que cada quien pueda resolver sus dilemas, grandes o pequeños, conforme se presenten o aún después de mucho tiempo de haberlos enfrentado. Y que puedan terminar el 2014 agradecidos y confiados para el futuro. =)

18 de diciembre de 2013

Una aventura (2a. parte)

NaNoWriMo quedó atrás y fue una experiencia estupenda. Sé que para muchos escritores, entre noveles y veteranos, también lo fue, y también sé que para muchos es todavía un reto no superado. En lo que a mí respecta me dejó un agradable sabor de boca.

NaNoWriMo es una iniciativa sin fines de lucro en la que se pretende brindar un clima alentador para todos aquellos escritores en potencia que desean por fin escribir una novela de al menos 50 mil palabras desde el comienzo hasta el fin. Partiendo del supuesto de que lo normal es que no tengamos tiempo para dar rienda suelta a nuestros deseos, pues la vida nos impone muchas prioridades, el sitio pretende acompañar moralmente e incitar al trabajo continuo para terminar con una meta probable y realista: 50 mil palabras. ¿Por qué probable? Porque escribiendo alrededor de 1670 palabras diarias durante 30 días es posible alcanzar las 50 mil. ¿Por qué realista? Porque un trabajador promedio de nuestros días normalmente no consigue el tiempo suficiente como para intentar una proeza mayor o porque el escritor novel promedio quizá nunca ha intentado o completado una novela, y esta experiencia le brinda la oportunidad de concretarlo.

En lo que a mí respecta, no tengo ningún problema en escribir 50 mil palabras en un mes. De hecho, mi mayor problema no es alcanzar 50 mil o 100 mil o 200 mil. Puedo y de hecho he escrito novelas de casi 300 mil palabras y las he escrito en dos o tres meses. Mi mayor problema es el contrario: debería poder escribir menos, lo que me ha significado largos procesos de revisión, tras los que intento (y a veces logro) reducir mis novelas a tamaños más viables. Tampoco tengo problemas de inspiración o de planteamiento de historias. Y por terminar historias, ya tengo varias en mi haber.

Me explico: no me inscribí en NaNoWriMo porque tuviera problemas. Lo hice porque quería vivir una experiencia colectiva.

¿Eh?

Pues, verán: la escritura es una actividad solitaria. Normalmente es el escritor y su mundo escrito, no más. Cuando termina un borrador aceptable, lo comparte con algún lector, si es afortunado, y si es más afortunado aún, quizá con un editor. Pero para entonces el escrito ya está terminado, el largo proceso en el que el escritor se sintió perdido o afortunado, acertado o desviado, fluido o atascado, fue vivido en soledad, sin más compañía que la de sí mismo, sin más aliento que el propio. ¿Cómo vivir ese proceso de manera colectiva, no solitaria? Pues solo si se consigue vivirlo con otros escritores y si esos otros escritores también están escribiendo mientras uno mismo está escribiendo, hazaña imposible de lograr sin que nos pongamos de acuerdo.

Pues bien, en NaNoWriMo, miles de escritores se han puesto de acuerdo para escribir al mismo tiempo su propia historia. A la vez que escriben, reportan sus avances o sus atascos, sus sensaciones de triunfo o de preocupación, sus desvíos o sus aciertos. La experiencia, de tan solitaria, de pronto se vuelve colectiva, incluso más: se vuelve solidaria. Ya ningún escritor está solo. Ninguno tiene que tragar amarguras o vivir triunfos de escritura en soledad. Ya puede compartirlos, recibir consejos o palabras de aliento, sentirse acompañado en una aventura por la que siente pasión.

Y es eficaz. No importa si realmente uno es fluido o si se atasca todo el tiempo: con el compromiso de NaNoWriMo pendiendo sobre la cabeza, uno se obliga a continuar, a concretar, a avanzar, de tal manera que cuando se da cuenta, ya ha cruzado la línea de meta o ha terminado la historia.

Así, pues, digo y repito que fue una experiencia interesante, única. Y quizá la repita en el futuro. =)

5 de noviembre de 2013

Una aventura

Este mes de noviembre me dejé envolver por primera vez en la experiencia de NaNoWriMo. No creo que necesite un impulso para escribir 50 mil palabras y completar una novela, pues novelas mucho más largas he terminado antes en relativo poco tiempo, sino porque me crea un ambiente intenso de compañerismo que pocas veces tenemos nosotros los escritores en la soledad (lógica) de nuestra disciplina. De paso, me impulsa, por supuesto, a terminar un proyecto que debo terminar y que con la excusa de la competencia de NaNoWriMo veré concluido por fin.

La competencia es con uno, por supuesto. Pero el deber completar una cuota, de escribir en un tiempo límite un número determinado de palabras, funciona como un aliciente poderoso, pues de alguna manera, uno se ha comprometido "frente al mundo" (o sea, a los demás participantes) que tiene la voluntad y la seriedad para llevar a término un proyecto que se supone le es apreciado.

Entonces, poco nos veremos durante este tiempo, pues como comprenderán, debo seguir escribiendo. ;)

26 de septiembre de 2013

Sobre filólogos, editores, correctores, élites y demás minucias en torno a un autor

A raíz de una variedad de discusiones en Facebook, que han girado en torno al tema infinitamente debatido de si un escritor creativo (en particular de narrativa) debería dominar la ortografía y la gramática o si no, descubrí algunas nociones interesantes que no creí que anduvieran circulando por ahí, aunadas a algunos mitos y creencias de larga data. (Yo los trato como mitos y creencias para darles "status", pero la verdad es que me parecen sinsentidos):

A. Una de las primeras nociones que se repitieron sin cesar fue que lo importante de un libro, en especial de una obra literaria, no es la forma en que está escrito sino el fondo, o sea, el "mensaje" que ese libro quiere transmitir. Una variante muy cercana a esta noción es la de que "lo que importa es que se esté contando una buena historia, no la manera en que se cuenta".

Bien, si quien me lee me conoce sabrá que semejante postulado me parece un sinsentido. Mis razones son muy simples:

1. Cualquiera sabe que el fondo determina la manera en que contamos una historia, y la manera en que contamos una historia determina cómo es comprendido ese fondo. En otras palabras: el fondo determina la forma y la forma incide dramáticamente en el fondo. No hay una sin la otra, porque ambas están dependiendo de un solo medio: la palabra escrita. Podemos contar una historia a manera de diario, como si fuera una crónica periodística, como parte de un informe administrativo o como una denuncia penal. En todos los casos, el lector lo recibirá con ojos diferentes.

2. Una misma descripción puede indicar qué siente la persona que habla o puede no decir nada al respecto. No es lo mismo decir, por poner un ejemplo burdo: "Sus ojos son redondos, con pupilas de color castaño" a decir "sus ojos eran maravillosos pozos de profundidades castañas". De alguna forma, la primera forma nos evoca un formulario de descripción de personas, quizá en la judicatura o en el consultorio clínico, donde quien describe oculta cualquier sentimiento que esos "ojos" pudieran producirle; en cambio, la segunda forma nos dice que la persona que habla estaba impresionada por los dichosos ojos "castaños" y quizá hasta enamorada.

3. En particular, ya refiriéndonos a problemas de construcción gramatical y sintáctica, si el escritor concibe un párrafo con inclusión de oraciones por aquí y por allá que no tienen mucha conexión de ideas, donde no se sabe a cuál sustantivo corresponde cuál adjetivo y donde es evidente que no hay una unidad de sentido, necesariamente el mensaje quedará sin transmitir y el "objetivo final", tan importante para quienes desprecian la forma, no se cumplirá de ninguna manera. Piensen en esos libros que uno comienza a leer y de los que no saca nada en limpio porque el autor no sabe cómo formular un simple pensamiento por escrito.

Si a ese problema le sumamos errores garrafales en la ortografía, que incluye dolorosamente el mal uso de los signos de puntuación (tales como el punto, la coma, las comillas, etc.), la confusión puede llegar a niveles inmanejables.

B. Otra noción que apareció en las discusiones fue cuando alguien dijo: "¡No es posible esperar que todo escritor sea filólogo!". Y yo me dije: ¿quién ha dicho semejante cosa? Bueno, supongo que no habrá faltado quien lo diga, aunque yo nunca lo he visto ni escuchado, pero pronto comprendí que era uno de los argumentos defensivos de quienes desprecian las reglas de la gramática y la ortografía y creen que los escritores pueden (y hasta deben) prescindir de ellas.

Aclaremos: un filólogo es un estudioso de la lengua, una persona capacitada para comprender las reglas y las dificultades que se presentan en su uso escrito (y hablado). Como consecuencia, es normal esperar que tenga amplio dominio de la expresión escrita en su lengua de estudio. Pero esto no significa que automáticamente se convierta en un autor de literatura. Una cosa es dominar la expresión escrita para redactar ensayos, artículos de divulgación, análisis literarios, informes técnicos o administrativos, u otros textos no relacionados con el arte literario, y otra muy diferente es crear obras literarias, que van mucho más allá de la simple expresión formal. Esto significa que no por ser filólogo se es escritor.

Un escritor es un artista que emplea la palabra como herramienta para sus creaciones. La mayoría no es ni ha sido filólogo y no necesita serlo. Puede usar su propia experiencia de vida o sus conocimientos en otras áreas para crear mundos narrativos extraordinarios. Sin embargo, como la palabra es precisamente su herramienta y debe usarla por escrito (pues sino no sería escritor), sí necesita un desempeño más que eficiente en su capacidad para dominarla. De lo contrario, ¡no podría crear nada! Una persona que no sabe escribir, por muy buenas ideas que tenga, no puede ser escritor.

Este pensamiento cargado de sentido común es debatido por quienes desprecian el "dominio de la ortografía y la gramática" con el argumento de que ellos "crean" y "el filólogo" es quien "corrige". "¡Para eso está el filólogo!", dijo alguien con gran desprecio.

Qué interesante. Entonces, como soy un autor con ideas geniales, pero me preocupa un pepino el uso adecuado del lenguaje, perpetro un monstruo cargado de faltas y se lo doy "al filólogo" para que se encargue de "limpiarlo". (!!!!) Increíble. Pues a mí me parece que, dado que una de las características por las que los grandes autores son alabados es la belleza particular de su expresión escrita, a estos dizque escritores que dejan "al filólogo" el trabajo de armar sus ideas, deberíamos citarlos solo como "autores intelectuales" y dar todo el mérito de la obra a quien tuvo que lidiar con sus mamotretos.

Durante las discusiones, todos estos pensamientos relativos al "filólogo" se aplicaron igual al "corrector", al "editor" y a otros profesionales ligados a la labor editorial. Es decir, si yo soy un autor tan genial con ideas súper geniales, solo tengo que "medio amarrar" mi historia, pues de por sí, para eso está el corrector, o el editor, o cualquier otra combinación profesional de tales disciplinas. ¿Para qué otra cosa podrían funcionar?

Oh...

De verdad: esta forma de pensar es, en mi opinión, una manera de despreciar la labor de los filólogos, correctores y editores, que no están para reescribir las obras, sino para pulirlas y hacerlas atractivas para el lector desde un punto de vista de formato y otros detalles no relacionados con el contenido propiamente dicho. Después de todo, los autores son seres humanos y por mucho que dominen su arte, siempre pueden dejar escapar detalles que no habrán visto (que un filólogo y un corrector verán cuando lean la obra) y no necesariamente sabrán qué hacer más allá de su trabajo como escritores (la edición y el mercadeo de una obra son disciplinas muy distintas para las que se requieren otras habilidades y conocimientos). Pero hay una cosa que sí deben saber hacer: ¡escribir su propia obra!

C. Otra noción increíble que vi en una de esas discusiones es que aquellos que defendemos el punto de vista de que un escritor debe dominar la lengua somos elitistas.

Sí, lo leyeron bien: somos elitistas.

?????

La explicación es que muchos autores brillantes no han sido personas de alta educación y a pese a ello, han sido maravillas de la literatura universal. Eso significa que exigir un dominio de la lengua supone esperar que todo autor debe tener acceso a una buena educación, lo cual está muy unido a la esfera socioeconómica del sujeto en cuestión. Si no tiene acceso a una buena educación por su situación social y económica, no podrá convertirse en "autor". Esto es ser elitista.

Por todos los santos, como diría mi abuela. ¿Qué clase de argumento es ese? Entonces, si exigimos que los médicos tengan una formación completa en su campo de la medicina, ¿somos elitistas? ¿Estaríamos dejando sin sus sueños de medicina a los chicos "pobres" que no pueden entrar a una escuela de medicina por culpa de su condición social? ¿Deberíamos dejarnos atender por estos "médicos" autodidactas que en cualquier momento pueden decirnos: "mejor vaya a la clínica para que un corrector le corrija lo que le hice"? ¿Soy elitista si como comprador me niego a comprar un libro lleno de errores y gazapos y con una estructura escrita deplorable?

Una élite es un grupo dominante y cargado de privilegios. Un profesional es una persona con los conocimientos necesarios para ejercer una profesión. Un artista es una persona con las habilidades y el talento necesario para producir arte. Una élite puede estar conformada por profesionales o artistas, y puede no (normalmente no). Es irrelevante. Pero un artista o un profesional deben siempre dominar sus áreas de trabajo, lo que no los convierte en miembros de una élite, solo los hace excelentes en lo que hacen y justifica que los demás aprecien sus obras o sus trabajos.

Sé que algunos autores brillantes han sido gente venida de menos a más, así como hay pintores y músicos, actores y escultores que también lo han sido. Pero la mayoría no. La verdad sea dicha: los grandes artistas han sido gente que han sabido dominar las herramientas de su arte para crear obras que nos impactan a los demás. No hay elitismos ni nada de esas tonterías. Es puro sentido común. Y pretender ser un autor que no quiere, porque no quiere, destinar su tiempo a entender y saber usar la herramienta de su disciplina, esto es, la palabra escrita, no es una revolución social ni nada por el estilo. Es pura pereza mental.

3 de septiembre de 2013

De cómo "todos y todas" es un lenguaje demagógico y ridículo

Vamos a ver: ¿qué significa "discurso demagógico"? Pues tan simple como "manipulador", pero valiéndose de las emociones y prejuicios de un pueblo para lograr que este se adhiera al punto de vista de quien lo emplea, normalmente con miras a obtener poder político. Y cada vez que alguien utiliza recursos parecidos en su expresión escrita o hablada, está siendo demagógico.

No hay nada peor en una democracia que la demagogia. Distorsiona el ideal de la soberanía popular, ese anhelo de que el gobierno sea la representación de la voluntad de un pueblo, que alcanza acuerdos gracias a su capacidad de consenso y diálogo. ¿Por qué? Pues porque el ideal implica uso de la racionalidad y no hay nada más irracional que las emociones y los prejuicios combinados para decidir sobre controversias y problemas que atañen a todos. Y el demagogo lo sabe, pero como solo le importa su propio poder, tampoco se preocupa si lo ha logrado mediante el engaño y la manipulación.

¿A qué voy con este discursito? A denostar (de nuevo) esa desagradable e invasiva costumbre de utilizar el lenguaje "de inclusión de género", o por decirlo de otra forma, a esa manía de que en todo discurso debemos "incluir" al sexo femenino utilizando claramente las palabras que lo denotan: "... para favorecer el interés de nuestros niños y nuestras niñas...", "... para solucionar los problemas que atañen a los docentes y a las docentes...", "... este es un comunicado del Colegio de Abogados y Abogadas...", "... este discurso lo dirijo a los y las costarricenses...", "... a todos y a todas...", etc. Y por supuesto, aberraciones como "los y las niñas" y lindezas por el estilo.

Este discurso "inclusivo" fue implantado por una moda política y fue muy bien recibido por un pequeño sector feminista, que yo llamaría ingenuo, pues parecía ser la última reivindicación de la necesidad de equiparar el "género" femenino con el masculino en el corazón mismo de nuestra cultura: nuestro idioma. Sin embargo, para lograrlo, era necesario quebrantar una regla fundamental de toda muestra de comunicación, que es el uso adecuado de los recursos lingüísticos, incluyendo la economía y la precisión en la expresión del mensaje. Repetir a diestra y siniestra "los" y "las" y tener que repetir sus consecuentes modificativos (niños sanos, niñas sanas, alumnos diestros, alumnas diestras, etc.) alarga de forma antinatural el discurso, lo vuelve cansino y hasta ridículo y al final el mensaje se ahoga en una formalidad pesada y absurda.

"Es que el lenguaje español es machista". Bueno, ¿y cuál no lo es? ¡El machismo ha dominado nuestras culturas por miles de años! ¿Acaso creen que repitiendo hasta el cansancio os/as y destruyendo las reglas fundamentales de la concordancia (los y las niñas) están retirando la carga sexista del idioma? ¡Por favor! Lo único que se logra es seguir el discurso demagógico de los políticos que implantaron esta costumbre para ganar votos de grupos afines a políticas de género inclusivas, pero poco más. Hacer el ridículo, quizá. Distraer la atención de las auténticas injusticias de fondo. Pero lo importante, lo que realmente debería conseguirse, no.

No se logra erradicar el sexismo del idioma, ni se logra equiparar los derechos de las mujeres con los de los hombres. Tampoco mejoramos la calidad de vida de las jefas de hogar o de las niñas que no reciben educación y quedan embarazadas como producto de la ignorancia y la violencia. Ni erradicamos los asesinatos de mujeres ni las violaciones.

Las mujeres siguen en su posición de desventaja, mientras muchos se llenan la boca de todos y todas.

Pero algo hay que hacer, ¿no?

Pienso que sí. Que sí debemos reducir el sexismo en nuestro idioma, hasta donde es histórica y racionalmente posible, mientras este evoluciona y se adapta a los nuevos tiempos y crea nuevas formas -mucho más lógicas- para expresar nuestras ideas y emociones.

¿Cómo?

Primero, ahorrémonos el absurdo y ridículo discurso doble y olvidémonos de os/as.

Segundo, vayamos a lo que verdaderamente denigra a la mujer en el idioma:

1. Es necesario revalorar el término MUJER y todo lo que ello conlleva.

Llamar a un niño "mujercita" porque es llorón y cobarde; decir que un pueblo es "viril" o que un funcionario "se pone los pantalones" para designar firmeza, valentía o incluso honestidad, y cosas por el estilo, es denigrar la palabra "mujer" y los atributos femeninos al tratarlos como sinónimos de cobardía, indecisión, flojera e incluso falsedad.

Muchos piden al político de turno que "se ponga los pantalones", como si ser hombre fuera sinónimo de firmeza y ser mujer, por ende, signifique carecer de ella. Nadie es firme porque es hombre. Se es firme porque se es firme, sea hombre o mujer. Si queremos exigirle a un político que sea firme, se le dice así, en buen español: ¡Sea firme!

Otra manera de denigrar a la feminidad con el uso del idioma es insultar a un jugador en la cancha con la palabra "perra", porque las perras son el sinónimo de las prostitutas y las prostitutas son lo más bajo de la sociedad, porque así piensa el machismo. Un momento. El insulto es ofensivo desde muchos ángulos, pero el principal es que asocia la feminidad con la cobardía y la debilidad. No más. Eres realmente "inclusivo" cuando abandonas todo insulto que implique una denigración de la condición femenina a niveles tan básicos.

"Femenino" no es sinónimo de sumisión y debilidad. No es sinónimo de superficialidad ni de banalidad. No es sinónimo de delicadeza y vulnerabilidad. "Femenino" significa "relativo a la mujer". Y punto. Si quieres decir que una mujer es sumisa, débil y delicada, porque así lo es, lo dices usando las palabras exactas: esa mujer es sumisa, débil y delicada. No dices "esa mujer es femenina" para indicar que es todo eso. No dices que una mujer es masculina si lo que quieres decir es que es valiente, dominante y fuerte, porque "masculino" no es sinónimo de valentía, dominación o fortaleza. "Masculino" es solo "relativo al hombre". Y punto.

No hay literatura "femenina", a menos que haya literatura "masculina". ¿La hay? No la hay, es solo literatura. Entonces la que escriben las autoras es solo eso: literatura. Y mucho menos la literatura "femenina" es "vacía, superficial, absurda". Jamás. La literatura vacía, superficial y absurda es escrita por una enorme variedad de autores, entre los que se incluyen tanto hombres como mujeres, lo que es natural, puesto que todos son seres humanos por igual.

¿Notan el largo trabajo auténtico que hay que hacer en el idioma para erradicar el sexismo? ¿Qué es más importante? ¿Decir os/as pero mantener el sexismo de una enorme cantidad de términos y expresiones lingüísticas que denigran a la mujer; u olvidarse de esa estupidez del os/as y enfocarse en una revaloración del idioma y un nuevo enfoque sobre cómo debemos expresarnos cuando nos referimos a los demás?

2. Revaloración de la palabra HOMBRE y todo lo que conlleva.

En la misma medida en que decir "no sea mujercita" es sexista, decir "sea más hombre" también lo es. "Hombre" no es sinónimo de valentía, racionalidad o inteligencia. No es sinónimo de fuerza o dominación. Ni siquiera de agresión. Hombre es el ser humano del sexo masculino. Y punto. Y hay infinidad de hombres estúpidos y cobardes, irracionales y débiles o sumisos. Los hay por montones y no porque "no sean hombres", sino porque son así.

La virilidad no es sinónimo de fuerza o valor. La virilidad no debe ser tenida como un VALOR, sino como una condición propia de los hombres. Decir "hombre viril" es una redundancia, como decir "mujer femenina". Y todos los rasgos del macho no son positivos ni los de la hembra negativos. Los rasgos positivos o negativos son propios de la condición HUMANA, no de la condición sexual. Y atenerse a este concepto básico es esencial para comenzar una revolución anti sexista AUTÉNTICA en el seno de nuestro idioma.

Así, pues, ya saben. Ustedes pueden decidir si quieren seguir siendo manipulados por un lenguaje demagógico, tendiente a suavizar un status quo desigual y a ridiculizar el movimiento que busca dignificar a las mujeres, o si por el contrario, quieren erradicar del idioma aquellas cargas semánticas y expresiones hechas que encierran un profundo sexismo, fundamental y básico, que sigue carcomiendo nuestro discurso.

Nota: por recomendación de un comentario, apunto aquí este enlace que ilustra muy bien el tema: http://wvw.nacion.com/ancora/2009/agosto/16/ancora2058483.html

10 de agosto de 2013

"Idearemos un plan para dominar el mundo"

Habrá quienes recordarán esa famosa frase de Cerebro, el ratón blanco (de laboratorio) que se la pasaba ideando planes junto con su (estúpido) amigo Pinky cada noche. Los planes siempre eran estrambóticos y complicados y jamás daban resultado, pero igual Cerebro no se arredraba, pues cada noche siempre repetiría el famoso diálogo que muchos recordaremos:

Pinky: "¿Y qué haremos esta noche, Cerebro?"
Cerebro: "Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky".
Pinky: "¿Qué cosa?"
Cerebro: "Idearemos un plan para dominar el mundo".

O algo parecido. Lo que más gracia me hacía del dichoso diálogo es que apuntaba a una realidad triste y reiterada: por muchos planes que Cerebro hacía, nunca lograba su objetivo. Sin embargo, el lado positivo de la historia era su irreductible optimismo, pues por la noche simplemente se sentaba y comenzaba a trazar un nuevo plan.

En nuestro humilde mundo de escritura creativa podemos imaginar una situación parecida. Trazamos planes de grandeza (en nuestra cabeza), escribimos obras maestras y al llegar la hora de la verdad, tales planes se desmoronan, nuestra obra no era tan maestra como pensábamos, pero igual por la noche, después del chasco, nos ponemos a trazar un nuevo plan. Y así seguimos. La diferencia con Cerebro es que en muchos casos tal persistencia optimista sí da resultado y, aunque los planes de grandeza no se cumplen al pie de la letra (digamos que se cumplen en una "grandeza" mediana), algunos sí logran alcanzar algunos objetivos.

¿Qué tal entonces si en vez de trazar planes de grandeza y pensar que tenemos una obra maestra nos sentamos a trazar un plan racional y realista y escribimos una obra con el corazón y bien hecha que nos llene de satisfacción y sano orgullo por el trabajo bien cumplido? ¿Suena mejor, Cerebro?

Creo que sí. Hay que planear, pero con sentido de la realidad. ¿Y qué se planea? Pues todo, desde el comienzo.

Muchos han discutido aquel asunto de si un escritor necesita un esquema o plan para escribir su obra, así sea un poemario o una colección de microcuentos. Hay quienes sostienen que sin un plan el castillo se viene abajo antes de haberlo comenzado. Otros piensan que el espíritu creativo no debe amarrarse a planes y que es mejor escribir por la libre, conforme surgen las ideas.

Yo soy de la corriente más afín a Cerebro. Pienso que trazar un plan es importante. No para dominar el mundo, pero sí para dominar la obra. En lo que discrepo de los entusiastas de los planes es que no creo en los planes muy estructurados y rígidos, donde hasta los nombres de los capítulos ya los tengo pensados de antemano. Para mí un plan de una obra debe contener unos cuantos planteamientos básicos que me permitan montar el edificio, pero que no se constituya en una camisa de fuerza de la que no podamos salir y nos ahogue eventualmente.

¿Por dónde se empieza? Pues por el fundamento, supongo: ¿qué voy a escribir y por qué? Alguien puede mirarme raro, pero es que muchas veces nos saltamos esas dos preguntas y de pronto nos vemos con una obra a medio hacer que no tenía mucho rumbo desde el principio. En cambio, si tenemos claro al menos el fundamento, siempre podemos reorientar una obra que haya perdido su norte.

Entonces, primera parte del plan: 1. ¿Qué voy a escribir y por qué? ¿Una novela, un conjunto de poemas, un solo poema, un cuento, un grupo de cuentos, un ensayo? Eso dependerá del tipo de idea que estemos fraguando en nuestro propio cerebro y a cuál género literario se ajustará. La segunda parte de la pregunta está íntimamente ligada a la primera, pues algún motivo tendremos para haber ideado nuestro germen de obra. Por ejemplo, queremos escribir porque queremos pasarla bien. Es un motivo muy frecuente y suele producir las ideas más estrambóticas, algunas de las más geniales, pero también las que con más frecuencia se pierden en el camino. También es posible que queramos escribir porque queremos participar en un concurso. En este caso, los lineamientos se restringen, pues tendremos que ajustarnos a los requerimientos del concurso. Si nuestro motivo es que queremos desarrollar una idea que albergábamos hacía tiempo y nuestro propósito es presentarla a una editorial o publicarla eventualmente para ofrecerla a un público, tendremos también un marco más definido dentro del cual trabajar sin que sea tan restrictivo como el del concurso.

Así pues: ¿la enviaremos a un concurso? ¿A cuál? ¿Se ajusta a la temática de nuestra obra? Igual pregunta nos haremos si queremos presentarla a una editorial cuando el momento adecuado llegue. Debemos asegurarnos de cuáles editoriales son propicias para el tipo de obra y cuáles no. Si sabemos qué vamos a escribir y por qué, nunca enviaremos a un concurso de poemas de amor nuestro vibrante poemario de denuncia política o de filosofía exsitencialista. Tampoco enviaremos a una editorial especializada en novelas policíacas nuestro drama familiar con tintes religiosos. Hemos de saber, y lo escribiremos en nuestro plan desde antes de escribir la obra, a cuál concurso o a qué tipo de editorial podemos enviarla. Y si lo que planeamos es una autopublicación, también es preciso saber cómo y por cuál vía: ¿a través de Amazon? ¿En un blog y por entregas? ¿En una imprenta local? ¿En Lulu o en Bubok? Será el momento de reunir la información básica que nos permita decidir cuál será la vía futura de nuestro trabajo.

Perfecto. Ya sabemos qué vamos a escribir y por qué.

Segundo paso del plan: 2. La obra. Es el momento de dejar los sueños del porqué atrás y fijarnos en el producto material que debe contener nuestra idea ya desarrollada.

Supongamos que queremos escribir una historia (género narrativo) y tenemos una idea más o menos aproximada de cómo inicia, cómo se desarrollará y cómo terminará. Quizá no sepamos cómo terminará, pero al menos sabemos cómo iniciará. O quizá tenemos una imagen de un final, pero ni remota idea de un comienzo. No importa. Lo mejor que podemos hacer es escribirla de forma escueta en un bloc, sea digital o físico, y ver qué pasa mientras intentamos explicarnos a nosotros mismos nuestra idea. Así descrita de forma general, decidiremos qué tipo de historia es: ¿se ajusta a un microcuento, a un relato largo? ¿Es mejor como novela? (Si nuestro porqué tiene que ver con un concurso esta pregunta no puede tener muchos miramientos: deberíamos haber imaginado la historia que se ajusta al concurso). O sea: ¿es corta? ¿Es larga?

Decidimos que es una novela. Humm... pero al mismo tiempo, en ese instante de frente a la descripción escueta que hemos hecho de nuestra idea nos haremos de inmediato la siguiente pregunta: ¿es interesante?

Ja, ja. ¿Por qué vamos a imaginar una idea si no es interesante? Ah, pero es que a veces lo que imaginamos bueno en nuestra mente, una vez que la ponemos por escrito se ve distinta. La historia debe ser interesante para alguien. Debe importarle a alguien. Si a nosotros de entrada nos parece insulsa, mejor descartémosla ya. Una historia que no convence a su autor, jamás convencerá a un lector cualquiera.

Es curioso, porque este asunto de lo que es interesante o no, muchos lo dan por sentado pero luego se ven envueltos en una obra que no los apasiona, que los aburre, que les parece insípida y se dan cuenta muy tarde de que han perdido el tiempo por no haber sabido hacerse esta sencilla pregunta. Ojo: esto aplica igual para cualquier ambicioso plan de un poemario en el que queríamos cantar nuestras penas y resulta que estas ya no se ven tan penosas como creíamos.

Supongamos que tenemos una historia interesante. Acto seguido pasaremos a definir, de manera escueta, lo siguiente: qué pasa en ella (cuáles son los hechos que la hacen interesante), quiénes participan en ella (cuáles son los personajes que le dan vida) y dónde. Hechos, personajes y escenarios. ¿Están conectados los hechos entre sí? ¿Los personajes se justifican? ¿Los escenarios son necesarios y suficientes? ¿Hay coherencia entre los tres elementos?

No estamos hablando aquí de los detalles y los personajes súper secundarios y los hechos colaterales y las descripciones de gran belleza. Estamos hablando de los puntos desnudos, los que arman la estructura de la novela y le dan soporte y sustancia. Eso es lo que incluiremos en este escueto plan que estamos trazando. ¿Por qué no preocupase aún por los otros detalles? Porque ya habrá tiempo para eso. Si nos dedicamos a las minucias desde el principio, nos pasaremos años haciendo un plan y nunca empezaremos la dichosa obra.

Bien. Con el desarrollo del esquema básico resuelto, y sabiendo quiénes participarán en nuestra historia y cómo se desarrollará esta, tendremos una especie de hoja de ruta que nos conducirá a nuestro objetivo.

¿Listo? Paso 3. Documentación. ¿Qué? Sí, eso. Documentación. Hay que investigar un poco (o un mucho, si el tema nos es muy ajeno) acerca del sustrato de nuestra novela. Supongamos que es un relato en un fondo y periodo histórico, pues hay que estudiar sobre ese periodo: cómo hablaban, qué pensaban, cómo vivían, cómo se vestían, qué comían, que acontecimientos previos los definieron, que acontecimientos posteriores los marcarían, etc., etc., etc. Sería muy catastrófico que contáramos nuestra ficción en un castillo que no pudo estar en ese lugar en ese año porque simplemente habría sido imposible.

Quizá es una novela negra, con intervención de un detective, una mafia, los bajos fondos de nuestra ciudad capital... Pues hay que estudiar cómo laboran los detectives, qué mafias son posibles en nuestra ciudad y en qué época, cuáles no; cómo se puede matar a alguien de manera creíble, ¿sería atendido en un hospital?, cómo laboran los hospitales, etc.

Quizá es una novela de ciencia ficción. ¡Púf! Ni siquiera tengo que poner ejemplos.

De la temática que sea, del género que sea, nuestra historia necesita documentación en la cual basarnos, especialmente si queremos que sea una buena historia, creíble, coherente, atractiva.

Bien. Reunimos el material y lo hemos estudiado, pero lo dejaremos a nuestro alcance porque puede funcionar (y lo hará) como referencia a lo largo de todo el proceso.

Paso 4. Comenzamos a escribir. Capítulo Uno: En una noche oscura y tormentosa...

Escribir, escribir, escribir. No hemos hablado de publicaciones, de sueños y castillos en el aire, del concurso que vamos a ganar ni en el montón de entrevistas que vamos a conceder. Dominar el mundo queda para después. Primero hay que trabajar, Pinky, sino, nuestro objetivo permanecerá muy lejos de nosotros.

Perfecto, hemos puesto "FIN" al final de nuestra grandiosa novela recién salida del horno. Cuando sentíamos que nos perdíamos, regresábamos a la hoja de ruta y recordábamos para dónde iba la historia y quién tenía que hacer qué. Muy probablemente a mitad del camino tropezamos con un escollo insalvable y por eso regresamos a la hoja de ruta y decidimos, tras una sesión de junta con la almohada, que debíamos introducir una modificación en el plan. Ya A no podía matar a B, pues sino la historia de B y C se caería por sí sola. Entonces introdujimos a D en un punto crucial, y al final fue C quien mató a B. En otros instantes de la historia, también regresamos a la hoja de ruta, modificamos aquí, allá, detallamos esto y lo otro, y finalmente terminamos.

Paso 5. ¡El concurso! No, ¡la publicación! ¡La present...! Un momento, no tan rápido. Antes de lanzarnos como locos a nuestro ansiado "porqué", debemos hacer algo mucho más básico: debemos guardar nuestro manuscrito un par de semanas por ahí, no volverlo a ver ni en broma, y luego lo sacaremos de nuevo y lo leeremos. Sí, lo leeremos: es el momento de revisar. (Si contamos con poco tiempo por el tema del concurso, pues quizá solo podamos darle unas horas de reposo, aunque lo ideal, aun en los concursos, es revisar la obra tras unos días de dejarla guardada).

Cuando Hemingway decía que el primer borrador siempre era mierda no mentía. Nuestro primer manuscrito, terminado y todo como está, es apenas un documento de trabajo, jamás el fruto de nuestro ingenio listo para ser seguir su propio destino. Debemos revisar y revisar, y volver a revisar. No solo revisamos que no haya incoherencias o inconsistencias, que no hayamos dicho alguna estupidez, que no hayamos cometido alguna falla de documentación grave; también revisamos el lenguaje mismo, si hemos puntuado bien, si hemos estructurado nuestro pensamiento de forma inteligible, si no hemos fallado con tildes y deletreos. La revisión implica siempre un profundo análisis de fondo y de forma en toda regla.

Y cuando ya nosotros mismos hemos revisado a fondo, toca darle nuestra novela a algún pobre diablo que se conduela de nosotros y que nos sirva como lector beta. Un amigo, un reseñista conocido, alguien de la familia, pero que cumpla con un requisito indispensable: implacable honestidad. O sea, que no nos engañe porque nos quiere mucho.

Aquí es donde la primera prueba de resistencia aparece: tenemos que estar listos para recibir las primeras críticas a nuestra adorada obra maestra. Y pueden ser muchas, y hasta descorazonadoras, pero serán indispensables para limpiar el manuscrito de suciedades que lo echen a perder. También nos prepara para el futuro, para cuando nuestro libro haya salido al mundo y vengan las críticas (que siempre vendrán) de parte de los extraños. De una vez hay que olvidarse de que nuestra obra es un billete de $100 que le gusta a todo el mundo. Nunca es así. Siempre habrá quien la denueste, pero si hemos sabido encajar las críticas con aire deportivo, también lograremos superar cualquier mal rato que algún crítico estricto quiera hacernos pasar.

Bien. El lector beta nos regresa el manuscrito y lo reparamos. A estas alturas ya vamos como por el cuarto o quinto borrador. No hay problema, es lo normal. Revisamos la reparación también, la leemos con cuidado. Y finalmente, cuando pensamos que el manuscrito ya está presentable, pasamos al paso 6 de nuestro plan.

Paso 6. El manuscrito sale de nuestras manos. Si íbamos a enviarlo a un concurso, lo enviamos y le deseamos buena suerte. Si ibamos a enviarlo a editoriales, hacemos exactamente lo mismo, pero hay que asegurarse de que las editoriales en cuestión estén recibiendo manuscritos en ese momento. Si no, habremos perdido nuestro tiempo.

Si nuestro plan más bien preveía la autopublicación, es el momento de proceder por la vía que considerábamos adecuada. Incluso es posible detenerse un momento y reconsiderarlas, quizá hayan cambiado las circunstancias. Eso no significaría que faltáramos a nuestro plan, sino que aprendemos a ser flexibles con él.

Y si cambiamos de opinión, si pensamos que ya no vamos a participar en el concurso, o ya no vamos a enviar nuestra obra a editoriales o ya no vamos a autopublicar, simplemente regresamos a nuestro plan general y consideramos nuestras opciones. Después de todo, siempre podemos idear un nuevo plan para dominar el mundo, Pinky. ;)

12 de julio de 2013

El valor de un borrador

El novel escritor estadounidense Tim Sunderland suele plantear interesantes reflexiones sobre el arte de la escritura en su blog What if you could not fail?, y hace poco abrió una entrada con una cita de otro escritor estadounidense que decía:

"El retrato adulador del escritor perfecto que nunca emborrona una línea viene en correo expreso directamente desde la tierra de las hadas" (The adulating portrait of the perfect writer who never blots a line comes express mail from fairyland—John McPhee).

A continuación, Sunderland dedicó unas cuantas reflexiones a un artículo de McPhee en el que este afirmaba que solía necesitar cuatro borradores (como mínimo) para llegar a algo publicable. Y es que McPhee bien señalaba en dicho artículo que un escritor no puede jamás saber lo que significa ser un escritor si no ha empezado a escribir. Es solo cuando tiene ese primer borrador, rudimentario, lleno de errores, y quizá de incongruencias, que se da cuenta de lo que implica ser escritor: tener un trabajo de 24 horas. Es a partir de ese primer borrador cuando el autor comienza a dar vueltas en círculos o en espirales sobre la frase precisa, el motivo correcto, las líneas que sobran y las que faltan, las acciones necesarias y las superfluas, los escenarios importantes y los secundarios. Es en ese momento cuando un escritor es realmente escritor.

Reflexionando sobre el tema, me di cuenta de que le daba la razón. Recientemente terminé una novela que pasó precisamente por varios borradores y que aún en el último manuscrito, aparentemente final, sufrió nuevos recortes y añadidos, nuevas correcciones y hasta cambios dramáticos. Del primer borrador que alguna vez tuve de ella queda la esencia, mas no la forma, y puedo afirmar que jamás habría permitido que ese primer borrador llegara a manos de lector alguno.

Sí, pensar que un autor es tan "genial" que en su primer manuscrito ya ha estampado una obra maestra que no necesita ulteriores correcciones es ingenuo, iluso. El trabajo del escritor, incluso del más dotado, es largo y hasta engorroso. Es necesario encontrar la palabra exacta, enlazar las escenas con sentido lógico, atribuir las líneas correctas al personaje adecuado y saber cerrar un entramado con coherencia. Cuando se falla en alguna de estas premisas, se falla en el resultado, y tenemos un libro mediocre o malo, una historia mal hilvanada, una narración que nadie cree.

El escritor Víctor J. Sanz, en su propio sitio, describió alguna vez lo que él consideraba los seis enemigos de un autor y con mucha precisión y hasta con humor, enlistó situaciones que cualquier escritor novel o veterano reconocería en seguida: la falta de inspiración, el poco dominio de las comas (y otros signos de puntuación), la falta de precisión en las palabras, el abuso de los adverbios terminados en -mente y la falta de documentación. Aparte de todas ellas, sin embargo, colocó como premisa la impaciencia del escritor.

La impaciencia.

Ese deseo irrefrenable por acabar pronto la obra maestra que surge de nuestra pluma y de verla en las estanterías de las tiendas físicas o virtuales brillando con luz propia. Acabar pronto, acabar sin dilación. Publicar, publicar. Y volver a empezar con la siguiente. Sin detenerse a pensar, a reconsiderar, a revisar, a darse cuenta de que ese es tan solo el primer borrador y que aún faltan muchos más antes de que la obra esté realmente acabada.

¿No suena familiar? ¿Cuántos autores conocen ustedes hoy que publican libros poco trabajados, mal revisados o sin revisar, que se quejan de que nadie los "comprende"? Víctimas de la impaciencia, desoyen el consejo del sentido común y piensan que esa frase, la del escritor genial que produce sus obras en la primera vez que las escribe, es auténtica.

No, no lo es. Viene directamente, en correo expreso, desde el País de las Hadas. No existe ese "autor perfecto". Escribir es un trabajo, y como tal, debe ser hecho con paciencia y buen tino. Las obras buenas no salen en el primer borrador, ni en el segundo. Posiblemente la media descrita por McPhee es correcta: necesitamos al menos cuatro borradores para sentirnos algo más seguros de nuestro trabajo.
¿Y qué hacemos en esos borradores?

Como bien lo señala Víctor J. Sanz en otra de sus estupendas entradas: reescribir, reescribir, reescribir. Terminar un texto y dejarlo de lado por varios días o semanas, para luego retomarlo y mirarlo con otros ojos, y comenzar a quitar y poner, puntuar diferente y reestructurar, y volver a dejar reposar por otro periodo más o menos largo, durante el que quizá estaremos pensando en esa historia, 24 horas al día, 7 días a la semana...

Y cuando ya tenemos nuestros primeros tres borradores... pedir ayuda, si es posible, de un lector nuevo, alguien con ojos frescos, que lea nuestra obra sin pasión ni enamoramiento, y que sea capaz de ser implacable, para que ese cuarto borrador comience a valer la pena...

5 de julio de 2013

Un viejo juego de palabras

Es asombroso cómo las redes sociales desnudan ideas y sentimientos de toda índole que aún se encuentran muy arraigados en el corazón humano. Por supuesto que mucho de eso descansa en el terreno de la superficialidad y la mayoría de los mensajes que alguien escribe en Twitter o en Facebook son de tipo personal e inocuo, pero aún esos revelan mucho de nosotros como sociedad y revelan muchos de nuestros persistentes prejuicios.

El otro día leí una entrada de la escritora Virginia Pérez de la Puente en su blog Desde la Nieve, que hablaba sobre el prejuicio que aún se encuentra muy, muy arraigado en la gente: de que los libros de las autoras son "literatura femenina" y, por tanto, "no interesan a los hombres" y por supuesto, "no son buena literatura". Aparte de que la entrada es muy divertida, como suele suceder con Virginia, en general dice muchas cosas ciertas y apunta a un sentimiento casi de impotencia que nos envuelve a nosotras como autoras y es la continua creencia, realmente presente, de que si escribimos "como mujeres" y ponemos a mujeres como protagonistas de nuestras historias, automáticamente debemos ser dejadas de lado como Literatura.

Y viendo los mensajes que aparecen continuamente en Facebook, por ejemplo, tuve que llegar a la triste conclusión de que no solo los hombres mantienen la idea de una "literatura femenina" que debe ser mirada de medio menos, sino ¡las mujeres también!

Pero entonces, ¿qué es literatura femenina? En principio, se supone que es la literatura escrita por mujeres. Hasta ahí, no parece que sea discriminatorio. Sin embargo, nadie habla de literatura masculina, lo que haría suponer que toda literatura por defecto es escrita por hombres y solo se destaca con el adjetivo "femenina" si es una mujer (¡oh, extrañeza!) la que ha escrito. Pues sí, entonces, es discriminatorio.

Pero bueno. Literatura femenina es la que escriben las mujeres.

¿Tiene alguna otra característica? Sí, que aborda "temas femeninos". ¿Y qué son los "temas femeninos"? Pues, "obvio", ¿no?: romance, sentimientos, búsqueda del hombre ideal, suspiros, etc. O sea, "tonterías". Una variante más "digna", pero vista con resentimiento (y hasta odio) por parte de los hombres es la literatura "feminista", o sea, la que involucra reivindicación, denuncia, mujeres fuertes vs. hombres débiles, sojuzgamiento del hombre y otras varias lindezas, que son las que se le ocurren a cualquier hijo de vecino cuando oye el término. O sea, una situación nada halagüeña, en realidad.

Pero así están las cosas. Normalmente, nos quedamos con esas etiquetas y vemos que las autoras más concienzudas se apresuran a rechazar cualquier ligamen con la literatura "femenina" o "feminista" y a declarar que su máxima aspiración es que nadie sospeche de su sexo cuando las lee. O sea, que no "se sepa" que escribe "una mujer", ¡por favor, no!

Por supuesto, supongo que a estas alturas cualquiera que me lea habrá adivinado que considero lo anterior como ridículo o errado. Pues sí. Primero porque no está bien. Y segundo porque no es realista.

¿Cómo?

Pues eso. No está bien. No debería tener que esconder mi sexo para que mis textos fueran leídos. Ni es realista que alguien espere que lo haga.

¿Por qué?

Primero, los textos escritos no tienen sexo. Ni género. Son textos. Son historias donde intervienen hombres y mujeres distintos, personajes distintos, que no necesariamente piensan como yo, son como yo o sienten como yo. Puedo escribir en nombre de un niño o una niña, en nombre de un homosexual o de un gurú de la India, de una monja o de una sacerdotisa de un culto satánico, de un villano o de una santa, etc. Los textos ficticios son la ventana a un mundo poblado de toda suerte de seres distintos, enredados en hilos narrativos propios. Ni aún los que están escritos en primera persona. De hecho, una de las virtudes de un buen autor es su capacidad para crear personas que parecen reales aunque todos los lectores saben perfectamente que no existen.

Sin embargo, los textos no se escriben solos. Alguien los ha escrito. Y ese alguien necesariamente tiene una historia personal, un conjunto de creencias y valores y pertenece a uno o a otro sexo. Incluso los transexuales y los hermafroditas tienen una identidad sexual: la del tránsito o la de la combinación. Pero está. Y en atención a esa historia personal y a esa identidad, la persona escribirá de una forma o de otra.

De esta manera, alguien muy creyente escribirá de cierta forma y tocará ciertos temas de manera distinta a alguien muy ateo. Otro alguien que ha tenido una experiencia vital en un pueblito de montaña tenderá a escoger temáticas y formas de escribir distintas a alguien que ha vivido en medios urbanos desde niño. Y así. De una u otra forma, nuestra historia personal se cuela en nuestro estilo y en nuestras opciones, y es lo que diferenciará en realidad a un autor de otro autor. Si no fuera así, todos los textos serían iguales, como clones. No tendríamos el universo enriquecido de experiencias textuales que es la Literatura Universal.

Por eso no está bien que se le exija a un autor que esconda su identidad. Tampoco es realista. No podrá. Y si logra esconderla al punto de que es indiferenciable de otro autor cualquiera, habrá perdido, no ganado. Su estilo se habrá esfumado, su texto podría ser escrito por cualquiera.

Así las cosas, si no es realista ni está bien exigirle a un autor que esconda su identidad, ¿por qué se la pasa todo el mundo exigiéndole a las mujeres que escondan su "sexo" cuando escriben "si es que quieren ser tomadas en serio"? Por puro y simple sexismo.

Y ahí volvemos al prejuicio. Una mujer que escriba "como una mujer" y aborde temas supuestamente femeninos es una autora de segunda categoría per se. Es literatura despreciable, "de entretenimiento". Una mujer que se precie de ser intelectual y de escribir Literatura, no revela su sexo, no aborda temas "femeninos" (ni feministas, ojo), no se "revela".

Pues eso es llanamente un burdo prejuicio.

Primero, ¿cuáles son los temas "femeninos"? ¿Acaso los hombres son personas robóticas, sin sentimientos ni capacidad de amar o de sufrir, no se angustian porque no encuentran a alguien que los ame y se preocupe por ellos, no se sienten miserables cuando sus hijos no los comprenden o los decepcionan? ¿Acaso los hombres no tienen familia? ¿No aman a su familia? ¿No la resienten? ¿Por qué no puede un hombre identificarse con un problema de familia? ¡Miles de hombres han escrito libros así! Ah, pero como los escribieron hombres, entonces ¡son literatura! Por favor, es la misma cosa. Hay grandes historias de amor, de auténtica literatura romántica, escrita por hombres y por mujeres, con mujeres como protagonistas, que están llenas de riqueza conceptual y formas maravillosas, que se encuentran en los anales de la Literatura.

¿Que es que la "literatura femenina" (entiéndase "romántica") es mala porque ahí están las pruebas, en las estanterías? Me dirán: mira Crepúsculo, o Las Cincuenta Sombras de Grey, o algunas por el estilo. ¡Es literatura vacía!

Es verdad que mucha de la literatura romántica que se escribe es vacía. Repite estereotipos, cuenta historias insulsas, está llena de suspiros y esas cosas. Pero si una mujer es protagonista de una historia sentimental vacía, no es mala porque sea literatura "femenina", es porque es literatura vacía, simplemente. Gran parte de la literatura de ciencia ficción del "pulp" y de la primera mitad del siglo XX es literatura basura porque lo es. Tiene los mismos defectos que esta literatura "romántica" de paquete: personajes estereotipados, historias inverosímiles o mal construidas, no suspiros pero sí alaridos, etc. Literatura escrita "para hombres" igual de pésima. Pero su defecto no es haber sido escrita por hombres para hombres. Es que es mala. De la misma época podemos extraer monumentos literarios maravillosos, encuadrados dentro del mismo género, que son buenos porque lo son: por su belleza formal, su riqueza conceptual, su riqueza de personajes, etc.

Concluyamos. Si usted, despreocupado lector, se echa para atrás porque una historia ha sido escrita por una mujer y tiene una mujer como protagonista, no tiene escapatoria: se deja gobernar por el prejuicio. Y punto. Si usted, despreocupada lectora, compra un libro escrito por una mujer, con una protagonista en su cubierta y espera encontrar una historia sentimental, no tiene escapatoria: se deja gobernar por el prejuicio. Y punto.

Seamos honestos. Cada vez que se hace una lista de libros favoritos y se descalifican los escritos por autoras, aunque no los hayamos leído, por ser literatura "femenina" (o incluso "feminista"), se deja al prejuicio ser gobernante de nuestras acciones. Cada vez que se descalifica una historia a priori, solo porque es sentimental, se deja al prejuicio gobernar nuestras acciones.

Todos podemos tener preferencias y autores favoritos. Todos podemos caer en las garras de las historias fáciles y vacías de vez en cuando porque nos gusta entretenernos sin consecuencia. Todos podemos querer tener acceso a las grandes obras y enriquecernos con ellas. Pero no dejemos que los prejuicios sigan gobernando nuestras decisiones ni pensando que una autora tiene la obligación de esconderse o de usar protagonistas hombres o de abordar temas "no femeninos". Podríamos, en ese caso, estar echando por la borda la oportunidad de conocer una nueva obra estupenda que enriquezca nuestras vidas para nuestro beneficio.

30 de junio de 2013

Un agradable premio


En días recientes, me vi honrada con un nuevo premio bloggero por parte de dos bloggers distintos: uno fue Josué Ramos del blog MundoSteampunk.net y el otro fue Begoña del blog Días de lluvia, ambos blogs literarios donde sus autores reflexionan y comentan temas relacionados con el mundo de la literatura y de la escritura. El premio involucra no solo la posibilidad de exhibirlo, tal como está acá arriba, sino también contestar una serie de preguntas que ellos mismos plantean en sus blogs y nombrar a su vez una lista de once blogs, distintos a los que ellos nominaron y a los de ellos mismos, que nos parecen recomendables para el mundo de Internet.

Tanto Josué como Begoña respondieron preguntas distintas, pero como Josué dejó abierta la posibilidad de plantear preguntas diferentes a las que él respondió mientras que Begoña sí dejó una lista determinada, me dispongo a responder las que ella dejó:

1 ¿Qué valoras más del mundo de Internet?

La posibilidad de encontrar información sobre casi cualquier tema y la de conocer gente interesante y reencontrarme con gente que conocía.

2 ¿Qué defectos le encuentras?


Que cualquiera puede subir cualquier material, sin necesidad de sustentarlo, y que este sea tomado como si fuese verdadero sin mayor análisis.

3 ¿Qué temas te interesan más?


Los de literatura, los de arte, los de ciencia, economía, ambiente... ¡úf! La lista es inmensa.

4 ¿Por qué decidiste abrir un blog?


Para expresar fácilmente lo que pienso.

5 ¿Cuando lo actualizas?


Cuando puedo. =(

6 ¿ En algún momento te planteaste cerrarlo?


No.

7 ¿Qué te impulsa a seguir escribiendo en él?


A que todavía tengo muchas cosas que comentar...

8 ¿Crees que un blog es...?


Un refugio personal para expresar ideas propias o comentar las ajenas.

9 ¿ Qué proyectos de futuro esperas incluir en él?


Pues... los míos, todos literarios, en especial.

10 ¿Sientes que tú lo escribes o que se va escribiendo solo?


Naah... yo lo escribo.

11 ¿Qué te gustaría que los demás encontrasen al entrar en él?


Puntos de partida para una reflexión.

Mis nominados son:

1. Víctor J. Sanz: Me parece un sitio con entradas muy interesantes que reflexionan sobre el actuar del escritor y los desafíos que enfrenta.
2. Editar en voz alta: Bitácora personal de una editora de literatura infantil y juvenil que deja reflexiones muy interesantes desde el punto de vista del otro lado de la mesa, o sea, del editor.
3. A Hemingway le negaron veintisiete: Interesante blog del escritor Blas Malo, que reflexiona también sobre la labor del autor creativo de nuestros días, desde su perspectiva personal y profesional.
4. Teo Palacios: Sitio personal del autor Teo Palacios, donde incluye interesantes entradas que reflexionan sobre el difícil mundo de la publicación en nuestros días.
5. La Vieja Raza: Blog personal del escritor Alejandro Guardiola sobre la actividad del mundo del entretenimiento y la literatura. Refrescante.
6. Rescepto Indablog: Uno de los blogs de crítica literaria más interesantes que he seguido durante años, del escritor Sergio Mars.
7. Desde la nieve: Divertidísimo blog de la escritora Virginia Pérez de la Puente que trata sobre todo temas de literatura y del mundo de las editoriales, pero que aborda también otros muchos temas de reflexión general.
8. El más violento paraíso: Blog del escritor costarricense Alexánder Obando, que plantea reflexiones sobre sus lecturas y su visión de la literatura en general, más que interesantes.
9. La Casa de Asterión: Blog del costarricense Gustavo Solórzano Alfaro que reflexiona en tono al mundo literario y del entretenimiento con su particular punto de vista.
10. La Huella del Ojo: Blog del crítico de cine William Venegas que ofrece una mirada implacable sobre el séptimo arte de nuestro tiempo.
11. Libros y Mitos: Blog de la lectora Ángeles Pavía Mañes que explora sus lecturas y su afición por el pasado para dejar interesantes reflexiones y análisis.

A continuación, les dejo a mis nominados la "tarea" de: 1- Nombrar once blogs que recomienden y decir por qué; 2- otorgarles el premio; y 3- responder más o menos las preguntas que Josué respondió, o sea, estas:


1. ¿Qué inspiró el nombre de tu blog/sitio?
2. ¿Qué te llevó a introducirte en el mundo de Internet como voz activa?
3. ¿Qué te ha aportado? ¿Algo bueno, o quizás alguna mala experiencia?
4. ¿Qué opina tu círculo de tu actividad como bloguero?
5. ¿A día de hoy la gente se interesa por la lectura? ¿Qué sugerirías para espolear su interés?
6. ¿Cuál ha sido el último libro que has leído? ¿Qué te ha parecido?
7. Un libro que odies ¿Por qué?
8. ¿Cuáles son los libros de tu infancia?
9. ¿Cuál es el momento idóneo para leer un buen libro?
10. ¿Qué piensas de los precios de los libros a día de hoy?
11. Una adaptación a la gran pantalla que haya superado al libro.

Lógicamente, no es una obligación continuar con esta cadena. =)


15 de junio de 2013

Leer y leer por placer

Hace poco, un informe de PISA (Programme for International Student Assesment o "Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes") reveló un dato en sí mismo perturbador pero nada sorprendente: la calidad de la comprensión de lectura de los estudiantes ticos está en un desolador bajo nivel, pues apenas tienen un dominio básico de lectura (nivel 2), mientras que la mayoría de los chicos de los países desarrollados de la OCDE (Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo o también OECD, Organisation for Economic Cooperation and Development) se sitúan en el nivel 3 o en niveles superiores. O sea, no solo saben identificar información en un texto escrito, sino también pueden desarrollar un informe crítico al respecto, logro muy lejano para la mayoría de nuestros jóvenes.

Pese a este resultado, y como gran noticia, el Ministerio de Educación Pública (MEP) acaba de informarnos con bombos y platillos que de ahora en adelante los niños de 7 años, es decir, los que asisten a primer grado de primaria, no tendrán la obligación de saber leer para aprobar su grado y que podrán tomar todo el año siguiente (segundo grado) para alcanzar ese objetivo. (Claro, considerando que nuestros niños son quienes más repiten primer grado en la región...) Además de esa gracia, el mismo ministro expone que que los niños deben ser "expuestos" a la literatura "sin tantas teorías literarias", sino de manera más natural, como se sitúa cualquier hijo de vecino frente al arte, pues, después de todo, la literatura "es un arte".

Leyendo ambas notas no me terminaban de cuadrar las cosas. Si una evaluación tan prestigiosa y precisa como es la de PISA nos está diciendo que nuestros alumnos de secundaria apenas saben leer, ¿cómo es posible que el Ministro de Educación mismo esté proponiendo un retraso en la adquisición de la capacidad lectora de los niños? ¿No está viendo que no están aprendiendo nada?

Se sabe desde hace tiempo que la mayoría de los expertos consideran los 6 años como la edad ideal para aprender a leer. Se puede aprender a leer antes, desde los 4 o 5 años, pero como una eficaz adquisición de la habilidad lectora suele ir acompañada de cierta madurez aconsejable, se estima que si un niño no aprende a los 5 pero lo hace a los 6, "no habrá perdido el tiempo". Seis años, ojo.

Seis años.

Por experiencia propia sé que a uno la curiosidad lo puede impulsar desde mucho antes. Y con solo dar rienda suelta a esa curiosidad uno puede aprender a leer con mucho gusto y sin presiones. Claro que se necesita una guía adecuada. Aprenden a leer por sí mismos solo unos cuantos obsesionados, los demás aprenden cuando se les guía. Pero pueden divertirse de la misma forma.

¿Por qué esperar hasta que cumplan 8? ¿Por qué forzar a los niños a atrasarse? Sé que en el preescolar no se permite enseñar lectoescritura, porque se supone que los cerebros infantiles no están preparados. Pero que yo sepa el último grado de preescolar es para niños ¡de seis años!

Bien, supongamos que se llega a primer grado y no se aprende a leer y aún así se pasa uno a segundo. ¿Cómo espera nadie que un niño que no entiende las palabras escritas pueda apreciar el "arte literario" si el "arte literario" está formado por palabras? ¿No entiende el rimbombante señor ministro que el arte pictórico usa la pintura como herramienta de expresión y la literatura el lenguaje? No, parece que no lo entiende.

Para agregar más lodo a este tinglado, los chicos que mejoran su capacidad lectora son quienes mejoran más rápido en su rendimiento escolar general, lo que parece lógico: si pueden comprender un texto escrito, tienen acceso fácil a la información científica y académica. Y, según los informes de PISA, cuanto más gusto por la lectura desarrolla un niño, más capacidad de compresión lectora tiene.

Esto nos permite predecir que si los niños leen por placer, desarrollarán una capacidad profesional de alto nivel al final de sus estudios formales. O sea...

El agua tibia.

No se trata solo de aprender a identificar símbolos lingüísticos escritos y de dotarlos de sentido. Se trata de comprender contextos, de saber interpretarlos y analizarlos, de producir textos propios y de saber disfrutarlos, cuando de placer se trate. El arte literario cumple muy bien este último objetivo, pero para poder acceder a él, hay que aprender a desarrollar comprensión lectora. Hay que saber leer.

Leer por placer no es solo una forma de entretenimiento. Es una afición más que provechosa. Y quienes la practican llevan ventaja sobre los que no. Y en los países donde se estimula hay más prosperidad y cabezas pensantes que en los que no.

Así de simple.

¿Y qué hacen los adultos entretanto? ¿Envían a sus hijos a leer y ellos se sientan a ver televisión donde quizá pasan un programa de concursos o un partido de fútbol o una telenovela de paquete?

Fregados estamos.

22 de mayo de 2013

Intenso

Hace poco encontré y cité un artículo del Writer's Digest llamado "15 Things a writer should never do", donde, entre varias cosas importantes que hace resaltar está el último: "Nunca de verdad te rindas". Estos dos meses que he pasado pueden dar testimonio de esta máxima: nunca había puesto tanto empeño en la reducción sistemática de un texto ya escrito, del que me siento satisfecha y en el que no quería eliminar personajes y ciertas escenas, sin llegar a cambiarlo. Todavía estoy en la empresa. Es dura, es desafiante. Contar lo mismo con muchísimas menos palabras y que quede bien es una tarea titánica. Y sin embargo, no se me ha pasado por la cabeza, ni un solo momento, rendirme.

Les aconsejo leer el artículo. Es refrescante. =)

20 de marzo de 2013

Hacerlo fácil, hacerlo difícil, escribir mucho, poco... ¿qué hago?

Cuando era niña y quería escribir una historia buscaba un cuaderno limpio (o al que le hubiera quitado las páginas de cosas que ya no me interesaban) y me sentaba con un bolígrafo a contarla. En aquellos días gloriosos lo que menos me inquietaba era si mi historia sería coherente, si estaría bien escrita, si era demasiado larga o demasiado corta, si era verosímil, y, especialmente, si se amoldaba a las necesidades de un mercado exigente. La única que iba a leerla era yo. Bueno, y mi pobre hermana también, que lidiaba con esas presiones de ser la menor y de pasar tanto tiempo junto a mí que jugar conmigo también era leer lo que yo escribía.

Tiempos maravillosos de felicidad inacabable que no volverán. (suspiro)

Hoy en día, de frente al desafío de ser un escritor "profesional", de escribir libros que valgan la pena no solo para mí y mis gustos sino para un amplio espectro de lectores no cercanos, de publicar de manera razonable y de buscar la fineza en mi trabajo, esas consideraciones han tenido que ocupar un plano de importancia. Mi feliz ignorancia quedó en el pasado y hoy tengo que enfrentar esas cuestiones.

Pero en el tránsito por la vida adulta del escritor me he tropezado con toda clase de advertencias y opiniones, por demás contradictorias, que no hacen otra cosa que confundir y llenar de dudas a los autores:

Que el libro no sea muy largo, porque nadie lo leería. Eso, por cuanto la mayoría de los lectores odia los libros largos en la era de Internet y de por sí, nadie lee.

Que el libro no sea muy corto, porque no se vende.

Que el libro no sea muy difícil, porque a nadie le gustan los libros difíciles.

Que no sea muy fácil, porque se vuelve despreciable.

Que esté lleno de párrafos descriptivos y hermosas ambientaciones, porque eso define la literatura.

Que no esté lleno de largos párrafos, porque el lector se cansa rápido y lo deja. No se vende. No se lee.

Que trate temas dramáticos, realistas, contemporáneos para captar la atención del público de hoy. Las fantasías son pura moda y pasan rápido y no capturan al auténtico lector.

Que trate temas sorpresivos, fantásticos, extraños, misteriosos, porque los dramas están fuera de moda, son aburridos, y los lectores de hoy quieren más innovación.

Que sea para niños. Los adultos no leen.

Que sea para adultos. Los niños no leen.

Y la lista de recomendaciones continúa.

Hace poco, por ejemplo, me tropecé con el tema de la extensión. Algunos opinaban que en ciertos medios, por ejemplo el anglosajón, los libros extensos son muy apreciados y vendibles y que por tanto era esperable que hubiera gran cantidad de novelas de 800 páginas, pero que las colecciones de cuentos no se venden ni por casualidad y que es absurdo reunir colecciones de relatos para eso. Esos mismos opinaban que en nuestros países hispanos, en particular en Latinoamérica, es mejor escribir libros cortos, porque no hay muchos lectores y los pocos que hay no resisten más de 200 páginas de una novela, del tema que sea.

Y yo me pregunté: ¿cómo se explica entonces que tantos relatos sean populares en los medios anglosajones y al mismo tiempo que haya tantas novelas de 700 páginas que se vendan como pan caliente en las librerías latinoamericanas? No digo que no haya novelas "gordas" en los medios editoriales angloparlantes y que sea raro ver un libro local de más de 200 páginas en nuestro medio, pero ¿responde a una demanda en particular o a un prejuicio?

En el caso del medio editorial estadounidense, por ejemplo, estas cuestiones se vieron contestadas en un sondeo muy interesante que reveló las tendencias en las preferencias del público lector en ese país durante el año pasado. Entre otras cosas, este sondeo determinó que el promedio de páginas de un best-seller (o sea, un libro que se vende mucho en general, no solo un libro que fue ya fabricado para que se vendiera, ojo) es de 375. Echando un vistazo a la lista de los libros más vendidos según el New York Times durante la semana pasada, en efecto, de los primeros cinco libros, dos tenían unas 330 páginas, y los otros tres 440, 480 y 460.

Este sondeo da a entender que los lectores angloparlantes en general prefieren libros de extensión considerable por sobre libros muy cortos. Se ven pocas colecciones de relatos por comparación con las novelas, pero no han desaparecido, ojo.

Por pura curiosidad, le eché un vistazo a la lista de los libros más vendidos en España el año pasado, y otro vistazo a los más leídos en el último mes en Costa Rica. Ambos son países de habla hispana, donde supuestamente se lee "poco". Uno posee un mercado grande, el otro diminuto. ¿Debería cambiar la tendencia? Sorpresa: no cambia. Los libros más vendidos en ambos países rondan el promedio de las 400 páginas, y no pocos tienen más de 600. En España se incluyen libros nacionales. En Costa Rica, no, ¿quizá (y aquí se desliza por mi parte un pensamiento tendencioso), porque los libros ticos suelen tener menos de 250 páginas...?

En ninguno de los dos países destacan los cuentos, pero tampoco han desaparecido, lo que es un dato. Puede significar que de verdad estamos en tiempos donde la novela es el género más popular.

Otro consejo relativo al "deber" de escribir libros de cierto tipo viene dado por el dogma de que no se le debe hacer difícil la tarea al lector. Hay que escribir fácil, porque si no el lector se aburre y lo deja.

Aquí los datos pueden ser más engañosos, porque muchos de los best-sellers prefabricados suelen ser muy planos, de escritura simple, y parecen hechos precisamente para facilitar el consumo rápido y la adquisición del siguiente producto. ¿Responde a una necesidad real de los lectores o a una premisa del mercado en el que se facilita la producción masiva y su rápida colocación?

Incluso se dan consejos como el de escribir en pequeños párrafos, para facilitar la lectura, como expone este autor aquí de manera tan segura que casi, casi me convence. El problema es que descubrí algunos ejemplos sonados en los que estas premisas "fundamentales" parecen no cumplirse y estoy hablando de libros modernos, de auténticos best-sellers: Harry Potter y Los Pilares de la Tierra.

Harry Potter es el ejemplo más brillante de cómo se puede ir contra los estándares de una industria exigente y ser aún así exitoso. Después de todo, no se ajusta a lo que un libro infantil "debe" ser: es demasiado largo, tiene párrafos descriptivos sucesivos, un lenguaje más elaborado que la media de libros infantiles y no tiene dibujos. Desde todo punto de vista, era un error. Y sin embargo... bueno, no es necesario explicar nada más.

Los Pilares de la Tierra no es un clásico ni es un libro maravilloso. Pero fue escrito por un fabricante en serie de "thrillers" de escasas páginas y mucha acción que se enfrascó en la aparente idea suicida de construir un relato histórico repleto de párrafos descriptivos sobre técnicas de elaboración de catedrales, en una extensión abominable de cientos y cientos de páginas (mi versión en español tiene 1357), sobre eventos cuasi desconocidos para los lectores modernos que "solo" tienen tiempo para la acción del presente y los dramas de crimen, política y romance erótico. ¿Qué sucedió? Pues no lo que sus editores temían. Ha vendido millones de ejemplares, ha sido publicado en decenas de idiomas, sigue estando en las librerías y le abrió espacio a su autor para decantarse por extensos dramas históricos sucesivos que no han dejado de enriquecerlo aún más.

Estos dos casos revelan que los consejos para escritores están bien solo si no se convierten en dogmas opresivos ni restringen la libertad de acción según el medio, la historia y el estilo. La verdad es que los lectores actuales están dispuestos a pagar por un libro que les promete placer en todos los sentidos que les interesan: para quienes buscan enriquecimiento intelectual, para quienes buscan entretenimiento momentáneo, para quienes buscan catarsis, para quienes buscan diversión, para todos. El placer no va en una sola dirección ni se obtiene solo de una manera. Se obtiene de muchas, y el hecho de que las novelas que más se leen suelen rondar extensiones considerables puede indicar que en los días actuales esos lectores quieran asegurarse el mayor número posible de horas de placer.

Por supuesto que el libro debe saber proveer ese placer. ¿Cómo?

Creo que lo elemental es lo más seguro: que esté bien escrito, que cuente algo interesante y que lo haga de la manera propia más auténtica posible. Lo detalles dependerán de múltiples variables y circunstancias personales imposibles de predeterminar.

¿Bien escrito?: el dominio del lenguaje es una condición indispensable del autor, sea del género que sea, sea de la nacionalidad que sea. Es una premisa fundamental de esta disciplina artística. El que no sabe escribir bien es igual al pianista que no sabe encontrar las teclas correctas en su piano o al pintor que no conoce cómo combinar los colores de su paleta.

¿Algo interesante?: primero tiene que interesar al autor mismo, ¿no? No escribir historias dictadas de afuera porque están de moda, sino saber encontrar las historias que te interesan realmente. Si no te interesa, ¿cómo podrías convencer a alguien más que se interese por ella? Ojo: hay muchos intereses en el mundo. Que tu historia no sea interesante para X o Y, no significa que no lo sea para Z.

¿Autenticidad?: el que copia a otros nunca encontrará su propia senda. Desarrollar un estilo propio, una vía propia, y ser consecuente con su pensamiento son quizá de las características que mejor han definido a los buenos y a los grandes artistas del pasado y del presente.

Al final, pienso que si la vida está tan llena de obstáculos y de inconvenientes, al menos uno debería empezar por no ser obstáculo e inconveniente de sí mismo. =)

26 de febrero de 2013

Lógica, ¿con qué se come?

"¡Lógica!- dijo el profesor en parte para sí mismo- ¿Por qué no enseñan lógica en las escuelas de hoy en día? Existen solo tres posibilidades. O bien vuestra hermana miente, o está loca o dice la verdad. Sabéis que no miente y resulta evidente que no está loca. Por el momento, pues, y a no ser que aparezcan más pruebas, debemos dar por sentado que dice la verdad." (Lewis. El león, la bruja y el ropero. Las Crónicas de Narnia.  Ed. Planeta, Barcelona, 2005, pág. 62).

Parece un razonamiento limpio, ¿no es cierto? Cuando Lucy, uno de los personajes infantiles del primer tomo de la saga de Narnia, cuenta a sus hermanos que ha traspasado un ropero y se ha encontrado con un mundo mágico, la reacción que ellos tienen es de incredulidad. ¿Cómo puede ser posible que esté diciendo algo real? ¡Tiene que estar mintiendo o se ha de haber vuelto loca! Pero como dudan de sí mismos, acuden al profesor, el anfitrión de la casa donde los niños residen durante la guerra, y le exponen sus dudas. El profesor, para analizar la situación, acude a un razonamiento lógico: primero, ¿es Lucy conocida por ser alguien que miente con regularidad? No, contestan los niños. ¿Muestra Lucy trazas de haber perdido la cordura? No, eso es evidente. Sigue siendo la misma Lucy y habla sin trazas de locura o extravío. Entonces, si no miente, y si no está loca, necesariamente debemos suponer que dice la verdad, lo que causa conmoción en su público.

Por supuesto, nosotros los lectores sabemos que está diciendo la verdad, sin más ni más, pero lo que importa aquí no es que la diga o no, pues dentro del contexto de la historia, se espera que lo haga, sino la observación que hace el profesor sobre la enseñanza de la lógica en las escuelas. Y es que los hermanos de Lucy entran en frenética angustia precisamente porque no razonan con lógica, sino que se dejan llevar de buenas a primeras con lo primero que les llega a sus cabezas: ¿cómo es posible que lo que ella dice sea cierto? Su incredulidad es comprensible, pero sus conclusiones no son lógicas.

¿Es importante la lógica? Alguien me diría que está muy bien en un cuento fantástico donde Narnia es una realidad y era preciso que Lucy fuera creída. Sin embargo, su respuesta es irrelevante. ¿Por qué? Porque no es lógica.

¿Qué es después de todo la lógica?

En términos generales, la lógica es tenida como una ciencia formal, que estudia los principios de la demostración y de la inferencia válida, donde lo que importa es la validez de los argumentos en cuanto a su planteamiento estructural, independientemente de su contenido específico. Nació como parte de la filosofía griega, en el siglo V a. C. y lo que buscaba era el orden en el discurso que asegurara la validez de los argumentos, cualesquiera fueran estos. Durante los siglos que siguieron se unió al razonamiento matemático y  de dicha unión surgió lo que se conoce como lógica matemática.

En esta medida, lo que importa entonces no es si Narnia existe o no existe, si es un cuento fantástico o no lo es, sino que dentro del contexto donde Narnia es una realidad, los argumentos para creerle a Lucy deben ser válidos, consistentes, lógicos. ¿Vale para el mundo real? Sí, claro, y de hecho, una de las graves fallas de nuestro sistema educativo, de nuestra costumbre de argumentar y desechar los argumentos de otros, es la falta de orden en el discurso que proviene de una falta grave de orden en las ideas. No hablamos con lógica porque no solemos razonar con lógica. Nuestras ideas pueden ser muy buenas, pero si no están ordenadas pueden entrar en una grave contradicción que quizá no veamos por la falta de estructura. Y esas contradicciones pueden llevarnos, y de hecho nos llevan a menudos, a conclusiones erróneas.

La lógica formal tradicional se enfoca en la estructura del discurso sin prestar atención al contenido. Pero, inevitablemente, cuando introducimos el contenido, si hemos respetado la estructura del discurso, descubriremos que termina por afectar las ideas. Y eso es realmente importante.

Volvamos al inicio. ¿Por qué es importante saber si Lucy dice la verdad? Porque dentro del contexto de la historia, era esencial para la niña que sus hermanos creyeran lo que estaba viviendo y porque si no le creían, podía sufrir malas consecuencias genuinas para ella y para su otro hermano, Edmund. ¿Por qué es importante la lógica en nuestro mundo y en nuestro contexto? Porque debemos asegurarnos de que llegamos a argumentos válidos para estimar o desestimar una idea, una acción o una reacción. Porque debemos asegurarnos de que resolvemos un problema en vez de hacerlo más grave. Porque debemos asegurarnos de que en nuestra vida diaria tomamos decisiones a partir de razonamientos válidos y no a partir de suposiciones falsas, presunciones inciertas o prejuicios. Porque en la aplicación de la lógica volvemos la vida más simple, sin desdeñar sus naturales complejidades, y podemos enfocarnos en lo que realmente importa y descartar lo accesorio, lo banal, lo estorboso.

¿Tan importante es?

Hace unos días, Emilia Fallas planteó en una interesante nota en Facebook su preocupación por el descuido que en general se tiene de la literatura en Costa Rica, y por ende, de otras muchas ramas del saber intelectual y artístico. Los niños no aprenden a leer como se debe, los adolescentes no desarrollan ningún gusto por la lectura, y los adultos se comportan en general con indiferencia ante lo intelectual y lo cultural, con grave consecuencia para el ambiente social y cultural del país. En resumen, que un país no lea solo puede traer malas consecuencias: adultos no pensantes. Y adultos no pensantes eligen malos gobernantes, pésimos representantes y prestan atención a noticias amarillistas. Sí, todos sabemos lo que eso significa.

Volviendo a la nota de Emilia y ahondando en su discurso, es fácil advertir que su preocupación no se relacionaba con "no saber leer" como acto formal, pues más del 90 o incluso 95% de la población está alfabetizada, sino con "no saber leer" con profundidad. En otras palabras, los lectores adultos siguen comportándose, en relación con la literatura, como si fuesen niños de preescolar, pues no se muestran exigentes, no comprenden historias complejas y no se interesan por profundizar lo que leen.

Apartándome del hecho de que tal situación en realidad no es nueva, ni aquí ni en muchos países, y de que Emilia afirma muchos hechos ciertos y lamentables, sí me llamó la atención un comentario en particular: Además, el MEP ha invertido millones (calculando salarios, costos administrativos, tiempo de docentes, pago de consultores, etc) durante más de cuatro años en la gran novedad "meterles un proyecto de lógica" en Español, en lugar de abordar realmente el tema y estudio de las competencias que el país debe desarrollar en los muchachos para alcanzar competencias en comunicación oral, escrita y análisis lector [...] La lógica solo es una herramienta ínfima que puede ayudar a percibir relaciones del discurso, pero JAMÁS ninguna teoría literaria ni lingüística desde siempre en los  "siglos de los siglos" de estudio literario puede ser antepuesto (sic) por la lógica..."  

Consideremos los hechos. ¿Hay estudios de lógica en nuestras escuelas como asignatura formal?

No.

Sin que haya una asignatura llamada propiamente "lógica", ¿se instruye a los niños en el difícil proceso de saber estructurar discursos e inferir conclusiones válidas a partir de premisas bien formuladas en cualquier materia desde el comienzo de su vida escolar?

No.

¿Se les enseña a los niños algún método para analizar cualquier texto -no solo literario- que siga una estructura formal que asegure la validez de los planteamientos sin incurrir en falacias, falsas premisas y conclusiones apresuradas?

No.

¿Se estimula el debate activo de ideas, el planteamiento de argumentos propios en torno a los temas de estudio, en especial, aquellos relativos a la cultura?

No. Ni en la infancia ni en la adolescencia.

¿Por qué?

No lo sabemos.

¿Repercute negativamente en la educación de los niños el que no sepan pensar de manera ordenada?

Pareciera que sí, puesto que enfrentados a un texto cualquiera no suelen saber qué hacer con él. Tan solo esperan las instrucciones del profesor, que muchas veces sigue algunos lineamientos ya preformados.

¿Es esperable que los niños y los adolescentes, sin estar acostumbrados a razonar de forma ordenada, sean capaces de comprender y aplicar las teorías lingüísticas y literarias más complejas?

No lo parece.

¿Es esperable tan solo que puedan comprender un texto profundo?

Tampoco lo parece.

Dada esta situación, ¿por qué habríamos de despreciar la introducción de la enseñanza de la lógica en nuestras escuelas si se hace tan necesaria?

En realidad, pienso que la enseñanza de la lógica, sin ser nunca una asignatura formal, debería arrancar en el preescolar, donde se les debería enseñar a los niños a entrar en contacto con los libros, a mirar el mundo con ojos de maravilla, a saber expresar sus pensamientos en voz alta y a escuchar los de sus compañeros, que pueden no coincidir con los propios. Sería una gran oportunidad para enseñar a los niños a pensar, a debatir, a respetar las opiniones ajenas, a sostener con dignidad los argumentos propios, y a comprender que los libros no son solo una asignatura aburrida, sino una oportunidad estupenda para disfrutar y a la vez, para comprender la realidad que los rodea a través de las páginas de muchas otras realidades. Tendríamos después adolescentes más conscientes y más interesados, y adultos más pensantes y más críticos.

¿Que estoy soñando? Puede ser, pero ningún daño hace. En verdad creo que aprender a leer comienza por lo básico, y lo básico se relaciona con el pensar. Quizá hoy lo que parece una utopía se haga realidad algún día en nuestras escuelas, y quizá tengamos mejores generaciones de adultos pensantes en el futuro. Entre saber leer, saber pensar y saber tolerar hay una relación más profunda de la que solemos asignarle. =)