Habrá quienes recordarán esa famosa frase de Cerebro, el ratón blanco (de laboratorio) que se la pasaba ideando planes junto con su (estúpido) amigo Pinky cada noche. Los planes siempre eran estrambóticos y complicados y jamás daban resultado, pero igual Cerebro no se arredraba, pues cada noche siempre repetiría el famoso diálogo que muchos recordaremos:
Pinky: "¿Y qué haremos esta noche, Cerebro?"
Cerebro: "Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky".
Pinky: "¿Qué cosa?"
Cerebro: "Idearemos un plan para dominar el mundo".
O algo parecido. Lo que más gracia me hacía del dichoso diálogo es que apuntaba a una realidad triste y reiterada: por muchos planes que Cerebro hacía, nunca lograba su objetivo. Sin embargo, el lado positivo de la historia era su irreductible optimismo, pues por la noche simplemente se sentaba y comenzaba a trazar un nuevo plan.
En nuestro humilde mundo de escritura creativa podemos imaginar una situación parecida. Trazamos planes de grandeza (en nuestra cabeza), escribimos obras maestras y al llegar la hora de la verdad, tales planes se desmoronan, nuestra obra no era tan maestra como pensábamos, pero igual por la noche, después del chasco, nos ponemos a trazar un nuevo plan. Y así seguimos. La diferencia con Cerebro es que en muchos casos tal persistencia optimista sí da resultado y, aunque los planes de grandeza no se cumplen al pie de la letra (digamos que se cumplen en una "grandeza" mediana), algunos sí logran alcanzar algunos objetivos.
¿Qué tal entonces si en vez de trazar planes de grandeza y pensar que tenemos una obra maestra nos sentamos a trazar un plan racional y realista y escribimos una obra con el corazón y bien hecha que nos llene de satisfacción y sano orgullo por el trabajo bien cumplido? ¿Suena mejor, Cerebro?
Creo que sí. Hay que planear, pero con sentido de la realidad. ¿Y qué se planea? Pues todo, desde el comienzo.
Muchos han discutido aquel asunto de si un escritor necesita un esquema o plan para escribir su obra, así sea un poemario o una colección de microcuentos. Hay quienes sostienen que sin un plan el castillo se viene abajo antes de haberlo comenzado. Otros piensan que el espíritu creativo no debe amarrarse a planes y que es mejor escribir por la libre, conforme surgen las ideas.
Yo soy de la corriente más afín a Cerebro. Pienso que trazar un plan es importante. No para dominar el mundo, pero sí para dominar la obra. En lo que discrepo de los entusiastas de los planes es que no creo en los planes muy estructurados y rígidos, donde hasta los nombres de los capítulos ya los tengo pensados de antemano. Para mí un plan de una obra debe contener unos cuantos planteamientos básicos que me permitan montar el edificio, pero que no se constituya en una camisa de fuerza de la que no podamos salir y nos ahogue eventualmente.
¿Por dónde se empieza? Pues por el fundamento, supongo: ¿qué voy a escribir y por qué? Alguien puede mirarme raro, pero es que muchas veces nos saltamos esas dos preguntas y de pronto nos vemos con una obra a medio hacer que no tenía mucho rumbo desde el principio. En cambio, si tenemos claro al menos el fundamento, siempre podemos reorientar una obra que haya perdido su norte.
Entonces, primera parte del plan: 1. ¿Qué voy a escribir y por qué? ¿Una novela, un conjunto de poemas, un solo poema, un cuento, un grupo de cuentos, un ensayo? Eso dependerá del tipo de idea que estemos fraguando en nuestro propio cerebro y a cuál género literario se ajustará. La segunda parte de la pregunta está íntimamente ligada a la primera, pues algún motivo tendremos para haber ideado nuestro germen de obra. Por ejemplo, queremos escribir porque queremos pasarla bien. Es un motivo muy frecuente y suele producir las ideas más estrambóticas, algunas de las más geniales, pero también las que con más frecuencia se pierden en el camino. También es posible que queramos escribir porque queremos participar en un concurso. En este caso, los lineamientos se restringen, pues tendremos que ajustarnos a los requerimientos del concurso. Si nuestro motivo es que queremos desarrollar una idea que albergábamos hacía tiempo y nuestro propósito es presentarla a una editorial o publicarla eventualmente para ofrecerla a un público, tendremos también un marco más definido dentro del cual trabajar sin que sea tan restrictivo como el del concurso.
Así pues: ¿la enviaremos a un concurso? ¿A cuál? ¿Se ajusta a la temática de nuestra obra? Igual pregunta nos haremos si queremos presentarla a una editorial cuando el momento adecuado llegue. Debemos asegurarnos de cuáles editoriales son propicias para el tipo de obra y cuáles no. Si sabemos qué vamos a escribir y por qué, nunca enviaremos a un concurso de poemas de amor nuestro vibrante poemario de denuncia política o de filosofía exsitencialista. Tampoco enviaremos a una editorial especializada en novelas policíacas nuestro drama familiar con tintes religiosos. Hemos de saber, y lo escribiremos en nuestro plan desde antes de escribir la obra, a cuál concurso o a qué tipo de editorial podemos enviarla. Y si lo que planeamos es una autopublicación, también es preciso saber cómo y por cuál vía: ¿a través de Amazon? ¿En un blog y por entregas? ¿En una imprenta local? ¿En Lulu o en Bubok? Será el momento de reunir la información básica que nos permita decidir cuál será la vía futura de nuestro trabajo.
Perfecto. Ya sabemos qué vamos a escribir y por qué.
Segundo paso del plan: 2. La obra. Es el momento de dejar los sueños del porqué atrás y fijarnos en el producto material que debe contener nuestra idea ya desarrollada.
Supongamos que queremos escribir una historia (género narrativo) y tenemos una idea más o menos aproximada de cómo inicia, cómo se desarrollará y cómo terminará. Quizá no sepamos cómo terminará, pero al menos sabemos cómo iniciará. O quizá tenemos una imagen de un final, pero ni remota idea de un comienzo. No importa. Lo mejor que podemos hacer es escribirla de forma escueta en un bloc, sea digital o físico, y ver qué pasa mientras intentamos explicarnos a nosotros mismos nuestra idea. Así descrita de forma general, decidiremos qué tipo de historia es: ¿se ajusta a un microcuento, a un relato largo? ¿Es mejor como novela? (Si nuestro porqué tiene que ver con un concurso esta pregunta no puede tener muchos miramientos: deberíamos haber imaginado la historia que se ajusta al concurso). O sea: ¿es corta? ¿Es larga?
Decidimos que es una novela. Humm... pero al mismo tiempo, en ese instante de frente a la descripción escueta que hemos hecho de nuestra idea nos haremos de inmediato la siguiente pregunta: ¿es interesante?
Ja, ja. ¿Por qué vamos a imaginar una idea si no es interesante? Ah, pero es que a veces lo que imaginamos bueno en nuestra mente, una vez que la ponemos por escrito se ve distinta. La historia debe ser interesante para alguien. Debe importarle a alguien. Si a nosotros de entrada nos parece insulsa, mejor descartémosla ya. Una historia que no convence a su autor, jamás convencerá a un lector cualquiera.
Es curioso, porque este asunto de lo que es interesante o no, muchos lo dan por sentado pero luego se ven envueltos en una obra que no los apasiona, que los aburre, que les parece insípida y se dan cuenta muy tarde de que han perdido el tiempo por no haber sabido hacerse esta sencilla pregunta. Ojo: esto aplica igual para cualquier ambicioso plan de un poemario en el que queríamos cantar nuestras penas y resulta que estas ya no se ven tan penosas como creíamos.
Supongamos que tenemos una historia interesante. Acto seguido pasaremos a definir, de manera escueta, lo siguiente: qué pasa en ella (cuáles son los hechos que la hacen interesante), quiénes participan en ella (cuáles son los personajes que le dan vida) y dónde. Hechos, personajes y escenarios. ¿Están conectados los hechos entre sí? ¿Los personajes se justifican? ¿Los escenarios son necesarios y suficientes? ¿Hay coherencia entre los tres elementos?
No estamos hablando aquí de los detalles y los personajes súper secundarios y los hechos colaterales y las descripciones de gran belleza. Estamos hablando de los puntos desnudos, los que arman la estructura de la novela y le dan soporte y sustancia. Eso es lo que incluiremos en este escueto plan que estamos trazando. ¿Por qué no preocupase aún por los otros detalles? Porque ya habrá tiempo para eso. Si nos dedicamos a las minucias desde el principio, nos pasaremos años haciendo un plan y nunca empezaremos la dichosa obra.
Bien. Con el desarrollo del esquema básico resuelto, y sabiendo quiénes participarán en nuestra historia y cómo se desarrollará esta, tendremos una especie de hoja de ruta que nos conducirá a nuestro objetivo.
¿Listo? Paso 3. Documentación. ¿Qué? Sí, eso. Documentación. Hay que investigar un poco (o un mucho, si el tema nos es muy ajeno) acerca del sustrato de nuestra novela. Supongamos que es un relato en un fondo y periodo histórico, pues hay que estudiar sobre ese periodo: cómo hablaban, qué pensaban, cómo vivían, cómo se vestían, qué comían, que acontecimientos previos los definieron, que acontecimientos posteriores los marcarían, etc., etc., etc. Sería muy catastrófico que contáramos nuestra ficción en un castillo que no pudo estar en ese lugar en ese año porque simplemente habría sido imposible.
Quizá es una novela negra, con intervención de un detective, una mafia, los bajos fondos de nuestra ciudad capital... Pues hay que estudiar cómo laboran los detectives, qué mafias son posibles en nuestra ciudad y en qué época, cuáles no; cómo se puede matar a alguien de manera creíble, ¿sería atendido en un hospital?, cómo laboran los hospitales, etc.
Quizá es una novela de ciencia ficción. ¡Púf! Ni siquiera tengo que poner ejemplos.
De la temática que sea, del género que sea, nuestra historia necesita documentación en la cual basarnos, especialmente si queremos que sea una buena historia, creíble, coherente, atractiva.
Bien. Reunimos el material y lo hemos estudiado, pero lo dejaremos a nuestro alcance porque puede funcionar (y lo hará) como referencia a lo largo de todo el proceso.
Paso 4. Comenzamos a escribir. Capítulo Uno: En una noche oscura y tormentosa...
Escribir, escribir, escribir. No hemos hablado de publicaciones, de sueños y castillos en el aire, del concurso que vamos a ganar ni en el montón de entrevistas que vamos a conceder. Dominar el mundo queda para después. Primero hay que trabajar, Pinky, sino, nuestro objetivo permanecerá muy lejos de nosotros.
Perfecto, hemos puesto "FIN" al final de nuestra grandiosa novela recién salida del horno. Cuando sentíamos que nos perdíamos, regresábamos a la hoja de ruta y recordábamos para dónde iba la historia y quién tenía que hacer qué. Muy probablemente a mitad del camino tropezamos con un escollo insalvable y por eso regresamos a la hoja de ruta y decidimos, tras una sesión de junta con la almohada, que debíamos introducir una modificación en el plan. Ya A no podía matar a B, pues sino la historia de B y C se caería por sí sola. Entonces introdujimos a D en un punto crucial, y al final fue C quien mató a B. En otros instantes de la historia, también regresamos a la hoja de ruta, modificamos aquí, allá, detallamos esto y lo otro, y finalmente terminamos.
Paso 5. ¡El concurso! No, ¡la publicación! ¡La present...! Un momento, no tan rápido. Antes de lanzarnos como locos a nuestro ansiado "porqué", debemos hacer algo mucho más básico: debemos guardar nuestro manuscrito un par de semanas por ahí, no volverlo a ver ni en broma, y luego lo sacaremos de nuevo y lo leeremos. Sí, lo leeremos: es el momento de revisar. (Si contamos con poco tiempo por el tema del concurso, pues quizá solo podamos darle unas horas de reposo, aunque lo ideal, aun en los concursos, es revisar la obra tras unos días de dejarla guardada).
Cuando Hemingway decía que el primer borrador siempre era mierda no mentía. Nuestro primer manuscrito, terminado y todo como está, es apenas un documento de trabajo, jamás el fruto de nuestro ingenio listo para ser seguir su propio destino. Debemos revisar y revisar, y volver a revisar. No solo revisamos que no haya incoherencias o inconsistencias, que no hayamos dicho alguna estupidez, que no hayamos cometido alguna falla de documentación grave; también revisamos el lenguaje mismo, si hemos puntuado bien, si hemos estructurado nuestro pensamiento de forma inteligible, si no hemos fallado con tildes y deletreos. La revisión implica siempre un profundo análisis de fondo y de forma en toda regla.
Y cuando ya nosotros mismos hemos revisado a fondo, toca darle nuestra novela a algún pobre diablo que se conduela de nosotros y que nos sirva como lector beta. Un amigo, un reseñista conocido, alguien de la familia, pero que cumpla con un requisito indispensable: implacable honestidad. O sea, que no nos engañe porque nos quiere mucho.
Aquí es donde la primera prueba de resistencia aparece: tenemos que estar listos para recibir las primeras críticas a nuestra adorada obra maestra. Y pueden ser muchas, y hasta descorazonadoras, pero serán indispensables para limpiar el manuscrito de suciedades que lo echen a perder. También nos prepara para el futuro, para cuando nuestro libro haya salido al mundo y vengan las críticas (que siempre vendrán) de parte de los extraños. De una vez hay que olvidarse de que nuestra obra es un billete de $100 que le gusta a todo el mundo. Nunca es así. Siempre habrá quien la denueste, pero si hemos sabido encajar las críticas con aire deportivo, también lograremos superar cualquier mal rato que algún crítico estricto quiera hacernos pasar.
Bien. El lector beta nos regresa el manuscrito y lo reparamos. A estas alturas ya vamos como por el cuarto o quinto borrador. No hay problema, es lo normal. Revisamos la reparación también, la leemos con cuidado. Y finalmente, cuando pensamos que el manuscrito ya está presentable, pasamos al paso 6 de nuestro plan.
Paso 6. El manuscrito sale de nuestras manos. Si íbamos a enviarlo a un concurso, lo enviamos y le deseamos buena suerte. Si ibamos a enviarlo a editoriales, hacemos exactamente lo mismo, pero hay que asegurarse de que las editoriales en cuestión estén recibiendo manuscritos en ese momento. Si no, habremos perdido nuestro tiempo.
Si nuestro plan más bien preveía la autopublicación, es el momento de proceder por la vía que considerábamos adecuada. Incluso es posible detenerse un momento y reconsiderarlas, quizá hayan cambiado las circunstancias. Eso no significaría que faltáramos a nuestro plan, sino que aprendemos a ser flexibles con él.
Y si cambiamos de opinión, si pensamos que ya no vamos a participar en el concurso, o ya no vamos a enviar nuestra obra a editoriales o ya no vamos a autopublicar, simplemente regresamos a nuestro plan general y consideramos nuestras opciones. Después de todo, siempre podemos idear un nuevo plan para dominar el mundo, Pinky. ;)
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