... o lo que es lo mismo, si termina bien es un bodrio". He visto este tipo de sentencias muchas, muchísimas veces a lo largo y ancho de Internet como si fuese el dictamen de un juez que señala las virtudes y defectos de los textos narrativos literarios. Y me asombra, porque no sólo es reiterado, sino que incluso es dogmático. Si uno externa una opinión distinta, es tratado o visto como ingenuo, poco formado o incluso, como títere de la "propaganda comercial".
Y yo digo, ¿cómo?
¿De qué estoy hablando? Bueno, pues de los famosos finales de las historias. El otro día leí otra enésima oponión sobre un libro X, en el que lector decía que no le gustaba porque era como un "cuento de hadas", terminando bien o feliz como una película de Hollywood. Y con eso daba al traste con el libro. ¿Juzgaba el libro por su coherencia interna, por la belleza de su lenguaje, por la solidez de su argumento, por la originalidad de su estilo, o por el buen desarrollo de sus personajes -criterios todos más o menos objetivos de los que nos valemos para juzgar la calidad de una obra literaria-? No, para nada. No decía nada de eso. ¿Expresaba un simple gusto porque la historia era entretenida, divertida, emotiva o por el contrario, era aburrida, pesada, poco fluida -criterios todos más o menos subjetivos de los que nos valemos para juzgar el impacto de una obra literaria-? Tampoco. ¿Entonces? Sólo juzgaba el libro (como bueno o malo) porque el final era "feliz". Es decir, porque las cosas terminaban bien y no mal, como "debe ser".
¡Cielos!
Entonces, ¿es mi deber terminar todas mis historias de manera trágica o desoladora para ser considerada como una autora adulta -porque en las historias infantiles se aplica la noción contraria-? Parece que sí. Si escribo para niños, se me perdona que todo termine bien. Como si los niños no pudieran o no supieran asimilar hechos tristes. Y si escribo para adultos, sólo se me admite que todo termine mal. Como si los adultos no pudieran o supieran asimilar los éxitos grandes o pequeños de la vida.
A mí todo esto me huele a prejuicio. Y volvemos con el pesimismo reinante en la sociedad actual. Muchos intelectuales parecen considerar verdad de Pero Grullo el hecho de que "pintar la realidad" es obra de artistas y que cuando se ve el resultado este debe ser amargo. Pues a mí me parece que la tal verdad de Pero Grullo no es más que la supina expresión del más completo pesimismo que poco o nada tiene que ver con la realidad.
La realidad es gris, blanco, negro, azul, rosa, amarillo, rojo, verde, café, morada. Es multicolor. Es variopinta. Es caleidoscópica. Vivimos rodeados de tragedias, comedias y tragicomedias, de dramas y canciones, de llantos y risas, de amor y de odio, de crueldad y compasión. Es un tapiz tan complejo como maravilloso, igualmente decepcionante que esperanzador. No hay una vertiente monótona en la realidad de nuestro mundo, salvo nuestras propias e íntimas monotonías, que son nuestra responsabilidad y quizá nuestra pena, pero sólo nuestra. Que nosotros vivamos aburridos, no significa que todo el mundo lo está. Que nosotros tengamos fracasos, no significa que todos los demás también. Y al revés. Que nosotros tengamos muchas emociones, no significa que todos los demás las vivan a diario. O que si nosotros somos exitosos, todos los demás también.
Y lo mejor de todo es que la mayoría de los artistas lo saben y por eso saben pintar realidades varias, que cambian y recrean emociones distintas en cada obra, en cada entrega o en cada espectáculo. Por eso, cuando un escritor se lanza a la tarea de narrar una historia, puede variar desde una gran oscuridad a una blancura inmaculada y viceversa, sin que se pueda decir que esté "faltando" a la realidad.
¿Hay artistas que pintan mundos falsos? ¡Por supuesto! Cuando son monótonos o perfectos, diría yo. Porque ahí sí, no hay monotonías ni perfecciones en nuestra realidad. Ahora bien, cuidado. ¿Y si el artista es consciente de lo que hace y al pintar un mundo monótono o un mundo perfecto lo hace con un fin particular? Como Tomás Moro cuando escribió su
Utopía o los pintores del Renacimiento cuando recrearon una Grecia antigua idealizada en sus cuadros bucólicos. ¿Pintaban la realidad? No. Pero se regodeaban en la belleza del arte, que así se liberaba de las cadenas del Medioevo y lanzaba con toda su fuerza un Renacimiento que nos iba a legar ciencia, pensamiento y apertura intelectual. ¿Resultó importante que pintaran la realidad? No, porque no era su arte ni su objetivo. Así pues, ¿es obligatorio para un artista representar sólo ciertas porciones de la realidad todo el tiempo para ser considerado con seriedad y para ser reconocido en su obra? Obviamente, no. Así también extraemos otro corolario: ¿es obligatorio pintar la realidad o podemos fabricar nuestras propias imágenes, aunque tengan poco que ver con la realidad? Parece evidente que el Arte se vive en libertad, así pues, no hay "obligaciones" en su expresión.
Volviendo, pues, a nuestro punto de partida, no me parece equilibrado ni justo que se juzgue a una obra porque su final no es todo lo trágico u oscuro que "debería ser", precisamente porque no todos los finales oscuros son coherentes con la historia que se narra y la coherencia sí que es una premisa indiscutible en el Arte Literario (y en los discursos, y en el pensamiento filosófico, y en las ciencias, por cierto), porque la realidad misma no siempre es trágica u oscura, y porque un final trágico no siempre conviene al propósito artístico del autor.
Así que, al diablo con tanto prejuicio. Si la historia que se narra ha de terminar bien, que termine bien. Si ha de terminar mal, que termine mal. Que su final no traicione la coherencia y el espíritu de esa obra y que complete un cuadro de suprema belleza, que es uno de las razones estéticas por las que la Literatura es un Arte en toda su expresión.