Es impactante el éxito de
Black Panther en el mundo. Ya superó
varios récords de taquilla y parece que va por más. Los seguidores de la
franquicia de Marvel están encantados de la vida y anticipan una segunda entrega de las aventuras de su pantera negra
en próximas fechas, amén de la activa presencia del héroe en la próxima aventura de los Avengers. Ha habido
charlas, comentarios, críticas e impresiones sobre la película, sobre su
director y específicamente sus personajes y situaciones. Incluso sobre el lugar
principal donde tiene lugar la acción (un país imaginario, llamado Wakanda, en
África). Después de todo, está rompiendo el cliché de que una película de
acción representada por un superhéroe no-blanco, ambientada en un lugar como
África, no puede atraer suficiente público para hacerla rentable.
El año pasado, un
alboroto similar —aunque no igual— lo representó Wonder Woman de Patty Jenkins. No solo porque marcaba el regreso
protagónico de la Mujer Maravilla, después de haber aparecido (como secundaria)
en Batman vs. Superman, sino también
porque remozaba la idea de la súper-mujer y estaba a cargo de una
directora de cine. También causó
sensación en crítica y público, y rompió el estereotipo de que una historia de
acción cuyo rol protagónico está a cargo de una mujer no podía generar altos
réditos. De hecho, se vio “acompañada”, en taquilla, por otra película de
acción y aventura protagonizada por una mujer (The Last Jedi), cuya entrega previa (The Force Awakens) ya había llegado a ser parte de las películas más taquilleras de la historia. Y cuenta también con la deseada segunda entrega en ciernes.
El año pasado, esta vez
en los Oscars, Moonlight rompió el
molde y se hizo merecedora de la estatuilla, a pesar de que contaba la historia
de un adolescente gay en su difícil camino hacia la adultez, flanqueado por un
entorno violento y riesgoso en muchos sentidos. El personaje gay abandonaba de
forma definitiva el estereotipo cómico que había desempeñado en muchos filmes y
series de TV y se convertía en centro de un drama humano, sentido como
universal, a la vez que específico. Ese mismo año, otra película también se destacó
en la temporada de premios, a pesar de que narraba la historia de amor entre
dos mujeres (Carol): el relato,
ambientado en unos rígidos años 50 en los EE.UU. ponía de relieve la terrible
situación de una mujer que es despojada de su hijita por la feroz sociedad que
le impide amar a otra mujer. Este año, otra película con un tema similar, Call me by your name, el amor entre dos
hombres (uno adulto y otro adolescente), también brilló en la temporada de
premios.
¿Qué tienen en común
estas tres situaciones? ¿La moda de lo
marginal? ¿O es de verdad que asistimos a un progresivo cambio en la forma
en que conocemos historias cuyos referentes protagónicos no son el clásico hombre
blanco heterosexual? ¿Podemos aceptar que las mujeres protagonicen filmes
no románticos, que los homosexuales tengan roles principales en historias de
amor románticas y que los negros sean mega-superhéroes de franquicias exitosas?
A simple vista, parece que es posible, pues el éxito de público de muchas de
esas películas subraya la tendencia de que estamos dispuestos a aceptar y a disfrutar
películas donde los personajes principales no responden a los mismos rasgos de
siempre.
Muchas de esas historias
se originaron en patrones establecidos en los libros, naturalmente. La
literatura ya ha caminado por los senderos de lo novedoso y lo transgresor
desde hace tiempo, con la diferencia de que su proyección no suele ser tan
mediática. De hecho, Moonlight, Call me by your name y Carol son adaptaciones: la primera de una pieza teatral y las otras dos de novelas homónimas. Escribir y representar
personajes de grupos “minoritarios” (término que entrecomillo porque no creo
que las mujeres y la gente no-blanca seamos precisamente
“minorías”) ha sido una labor continua y persistente de muchos autores en años
pasados y continúa siéndolo hoy.
Pero no es aún
suficiente.
Uno de los aspectos que
más llama mi atención del alboroto que han causado las películas que mencioné
es que son, precisamente, novedosas.
O sea, que son la excepción y no la regla. Todavía.
La representación no
estereotipada de personajes de “minorías” sigue siendo bastante raro. Que sí,
que hay muchas “guerreras” y personajes negros fuertes en muchas películas y
libros, que hay cada vez más personajes homosexuales en posiciones revaloradas
en series de televisión y relatos literarios. Por fortuna, así es. Pero la
presencia realmente protagónica de estos personajes se está dando de forma más
bien paulatina y con altibajos. Así, hay años con mucho y años sin nada. Y años
en que te encuentras a gente clamando por “verdaderos” héroes, de esos machos
alfa de piel blanca y hasta mujeriegos que son los que “de verdad” calan hondo.
Cuando veo ese tipo de deseos, siento que el equilibrio se aleja y regresamos a
lo de siempre.
Protagonistas de “minorías”
se necesitan por montón. No solo en historias estereotipadas para ellos, como
por ejemplo un protagonista negro en una historia de esclavitud o una mujer en
una historia de amor o un gay o una lesbiana en una historia sobre discriminación
y sobre “salir del closet”. Que están bien, no digo que no, pero de las que ya
tenemos para llenar bibliotecas. Me refiero a que sean protagonistas en otro tipo de historias, en las que no suelen serlo: que el personaje gay no
sea secundario, que el personaje femenino no sea la única mujer importante de la historia, que el personaje negro no
sea el amigo “fiel” del protagonista. Que sean, en cambio, los motores de la
historia o al menos, uno de ellos.
Alguien podría aducir que
hay muchas historias con personajes de “minorías” como protagonistas y que no
resultan al mismo tiempo estereotipadas. Sí, estoy de acuerdo. Después de todo, The Force Awakens tenía a Rey como
protagonista indiscutible, ¿no? Y, pues, ¿qué puedo decir? ¡El problema es que
era solo ella! Fuera de Rey, los
otros personajes femeninos restantes eran todos secundarios, incluyendo a la
célebre Leia. Quienes acompañaban a Rey en la acción y eran interesantes, importantes,
relevantes, determinantes, eran todos hombres: ¡hasta el robot! Situación que
se repite en muchas historias con mujeres protagonistas “fuertes” (o sea, de
acción).
Con Señora del tiempo, quizá por ser de ambientación diferente, pensé
en términos de equilibrio desde el principio y así obtuve un balance de perspectivas:
tenía a Elena, a María, a Jimena y a Daniela, por un lado; y por el otro, a
Adrián, a Fernán, a Julián y a Javier. Ocho puntos de vista que llevan la
acción adelante. A su vez, personajes fuertes sin punto de vista, también en
balance: Catalina y Mario. Y por primera vez, la satisfacción de haber
introducido a personajes gay o bisexuales en posiciones principales (Mario y
Adrián) o secundarias (la doctora Bonilla).
He continuado balanceando
a mis personajes a medida de las historias y creo que muchos otros creadores
están haciendo lo mismo, por lo que se ve. Crear personajes protagónicos o
principales con características de “minorías” en historias no tradicionalmente
asociadas a ellos, con actitudes distintas a las estereotipadas, es un
ejercicio interesante y liberador, desde el punto de vista creativo y hasta
humano. Por el momento, son unas pocas que hacen ruido. Muy pronto serán tantas
que ya ese detalle no llamará la atención. Y así es como debe ser. =)
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