Hace un par de meses, en una clase de teoría literaria en la universidad, comentando sobre las dificultades que enfrentaba cierto sector artístico para llevar adelante sus proyectos, una chica expresó en voz alta sus quejas sobre lo oneroso que resultaba conseguir profesionalidad en dichos proyectos si todo el tiempo se enfrentaban tantos obstáculos, como por ejemplo las crisis económicas o la falta de apoyo estatal, entre otros. Mientras la escuchaba, me pareció pertinente todo cuanto decía, hasta que de pronto, mencionando la relación de dicho sector con los autores literarios, la chica se expresó más o menos así:
"Ah, pero para el escritor es diferente. Él solo tiene que sentarse a escribir y ya."
Me quedé pasmada, en especial porque el resto de la audiencia parecía estar de acuerdo con esa noción. "El escritor solo tiene que sentarse a escribir y ya." El "ya" me impresionaba. Sentarse a escribir es un acto obvio, ¿no?, nadie escribe de pie y muy pocos logran escribir mucho tiempo acostados, por lo que sentarse a escribir es un acto casi natural. Pero el "ya" me preocupaba. ¿Qué quería decir? ¿Que no había trabajo detrás de una obra literaria cualquiera, llámese poemas, dramaturgia, novela o cuento, ensayos? Eso parecía.
Luego me puse a pensar que quizá no debí haberme sorprendido tanto. ¿Cuántas veces no he escuchado la romántica noción de que el autor literario escribe "por inspiración"? ¿Cuántas veces no se ha imaginado alguien a un autor siendo visitado por una "Musa" y poniéndose a escribir como loco gracias al golpe del "genio"? Una imagen muchas veces repetida es la del autor frente a su máquina de escribir y multitud de papeles arrugados alrededor porque no encuentra la palabra "perfecta", el giro "mágico" o qué sé yo. Pero solo está el autor y su máquina de escribir. O el autor y un puñado de hojas en blanco y un lápiz o una pluma. Nada más. Como si el autor realmente no necesitara nada más.
A raíz de una interesante conversación en torno a un tema relacionado, el escritor español Teo Palacios sugería que muchas veces no se aprecia el enorme trabajo que hay detrás de cualquier obra literaria seria y que muchas personas consideran aún que un autor no puede considerarse como un "trabajador", porque escribir literatura "no es un trabajo", es tan solo un "pasatiempo", una "diversión". Y pensé que era lógico que se pensara así, si todavía persiste la idea romántica que mencioné más arriba: el autor literario no necesita más que una hoja y una pluma y un golpe de inspiración.
Pues ya quisiera.
He aquí la realidad: una novela, una colección de cuentos, un poemario, una colección de ensayos literarios, un drama teatral, es el producto de horas y horas de trabajo. Así de simple como suena. ¿Que se necesita inspiración porque estamos después de todo frente a un acto artístico como es la literatura? Pues sí, claro, pero no me negarán ustedes que también se necesita buenas dosis de inspiración para llevar adelante una clase que hay que impartir, un caso jurídico o médico que hay que atender, una larga atención a clientes que hay que sobrellevar y un largo etcétera. La inspiración, esa motivación venida de no se sabe dónde, es un aliciente necesario, cotidiano, que la mayoría de los seres humanos necesita para sobrevivir a su vida diaria, cargada de obligaciones, imprevistos e incidentes varios.
Claro que un autor necesita también otra inspiración, la artística, pero con solo la inspiración normalmente no se hace más que empezar. Vamos, que es solo el primer paso, no la creación entera. Durante el proceso será preciso intentar recuperarla, en especial cuando nos enfrentamos a los primeros obstáculos, pero ella sola no escribe una obra literaria.
¿Qué tipo de trabajo hay detrás de una obra literaria?
Pues... uno grande. Empecemos con una idea. La acariciamos, la redondeamos, nos enamoramos de ella (aquí está la inspiración). Nos parece genial. Y escribimos algunas notas en un cuaderno, en la computadora, en el teléfono celular o en la servilleta. Donde se pueda. Lo importante es no perder "la idea".
Acto seguido, es preciso saber si la idea es realmente el germen de una obra de verdad o solo es un sobrecalentamiento del cerebro. Para eso es preciso investigar. Y he aquí una de las partes más obviadas, nunca dichas, mucho menos celebradas, del trabajo del autor literario: la documentación. Hablo, por supuesto, de autores serios, responsables, que se toman con realismo la creación de su obra, no de aquellos aficionados que solo se divierten un poco después de cenar, para quienes eso de la documentación es hablar en chino. ¿Para qué voy a documentarme si lo que quiero es juntar letras que solo voy a leerle a mi pareja? Pues, no, los autores que dedican tiempo serio y que están decididos a crear una obra literaria completa, que pueda ser leída por lectores desconocidos, suelen pasar el tiempo de la documentación muy atareados.
Ah, me dirá alguien, pero eso dependerá de qué tipo de obra literaria está uno escribiendo, ¿no? Si voy a escribir una novela histórica o política, o voy a construir un relato policíaco, resulta muy evidente que investigue sobre el periodo histórico que me propongo novelar o los detalles del mundo criminal sobre el que he de ambientar el relato. Y así es, pues puede uno cometer una tontería garrafal si no investiga primero que en el siglo XVI la gente comía esto y aquello pero no esto otro, por ejemplo. Ahora bien, aunque no pueda parecer tan obvio, en realidad la investigación previa es necesaria con cualquier tipo de obra.
Pongamos por ejemplo una novela romántica ambientada en París. Al menos debe uno conocer París. ¿No la conozco personalmente? Pues a investigar. Y si el asunto se complica, mejor ambientar el romance en mi pueblo local, que eso de usar París sin conocerlo solo puede traer complicaciones exorbitantes. Pero aún si uno usa el pueblo local, tiene que saber muchos detalles del estilo de vida propio. Eso significa que si uno es un auténtico "ermitaño" natural, ya es hora de salir de casa.
Otro ejemplo clásico: ciencia ficción. Por muy estupenda que parezca una idea rara que involucra innovaciones dramáticas, es preciso saber si realmente es un planteamiento científico posible o si solo es una charlatanería, pues sería tristísimo construir una tremebunda trama alrededor de una tontería demostrada como improbable. Peor aún: que ya haya un millar de historias parecidas sobre la misma idea. Por ejemplo, mientras me documentaba para Señora del tiempo, descubrí que las nociones que yo tenía sobre los sismos que preceden a los volcanes eran totalmente desproporcionadas con la realidad, lo que me obligó a descartar toda una línea de acontecimientos que originalmente iban a ser importantes en la novela.
¿Y si es fantasía? ¿No debería ser más sencillo? Mucha gente cree que cuando un autor escribe fantasía la tiene sencillísima porque todo es "inventado". Pues no. La fantasía podrá ser muy fantasía, pero la historia tiene que ser coherente y ser coherente significa seguir sus propias reglas, reglas que el autor debe plantearse seriamente desde el principio. Muchas veces, por no decir que todo el tiempo, esto significa que el autor tiene que investigar. ¿Qué? Pues detalles. Si el mundo fantástico está ambientado en medio de cuevas, ¿cómo es una cueva que parezca creíble? Si en el mundo fantástico las criaturas tienen seis patas y no cuatro, ¿a cuánta velocidad sería creíble que corrieran? Y si no corren a la velocidad creíble, ¿a cuánta lo hacen? ¿Cómo se describe una raza fantástica? ¿Qué es una raza? ¿Y si inventa religiones, sistemas políticos, sistemas educativos? Creo que ya pueden hacerse una idea.
Pongamos por ejemplo una obra dramática. Muchos dramaturgos deben no solo lidiar con su idea y su propuesta sino también con otros aspectos extraliterarios que incidirán en su obra: por ejemplo, ¿trabaja para una compañía teatral que solo cuenta con, digamos, seis actores y no podría montar una obra en un escenario fantástico, épico o rural? ¿Tiene que viajar con la compañía o lidiar con directores con ciertas ideas acerca de los montajes? ¿Puede o no contar con música o efectos especiales? Etc. Todo esto puede ser parte de la misma investigación previa que debe realizar el dramaturgo y representa un peso enorme para la creación de la obra.
La investigación suele tardar un buen tiempo, dependiendo de cuán veloz es el autor para leer y reunir conocimientos o cuán complicado o sencillo es su libro. Pero de ahí en adelante viene la parte directa: hay que sentarse a escribir. Y este proceso puede tomar semanas, meses o incluso años. No es tan fácil como que el escritor se siente "y ya". Oh, no. Aún si no tiene el problema de la página en blanco (o sea, que no se le ocurre qué decir o cómo decirlo), estructurar la secuencia de acontecimientos, relacionar personajes, introducir ideas, defender posiciones, narrar hechos vertiginosos o lentos, violentos o apacibles, y darle un final conlleva muchas horas de dudas, de regresos, de páginas enteras borradas, de capítulos enteros borrados o quizá de escenas o actos enteros cambiados. Ha habido autores que descartan novelas completas y las reescriben una vez que se dan cuenta de que no han "funcionado". Entretanto, mantener la "inspiración" no es fácil, pues este proceso puede acarrear algunas frustraciones y no pocas dudas. Eso, si la idea original no ha debido cambiar porque otra mejor apareció en escena o porque, tras la documentación correspondiente, uno se dio cuenta de que no servía.
Se termina el primer borrador y es solo eso: el primer borrador. Nunca verá la luz de una publicación si el autor es serio, pues este primer borrador suele ser muy cambiado tras la primera revisión. Y tras la segunda y la tercera. Las revisiones son dolorosas y lentas, pero necesarias, y no afectan solo al fondo de la obra sino también a su forma (¿está bien escrita? ¿los párrafos están bien separados? ¿se usa un formato adecuado? ¿es muy larga? ¿muy corta?, etc.). Todo esto lleva tiempo y esfuerzo. Horas y horas de lectura, de correcciones, de añadidos o recortes. Y si el autor cuenta con la fortuna de tener un lector confiable que pueda darle su primera opinión de recibo, el tiempo dedicado a las revisiones puede ser aún más prolongado.
Y entretanto, hay que comer, mantener el hogar limpio y ordenado, relacionarse con su familia o amigos, ir de compras y, la mayor parte del tiempo, ir al trabajo de día, ese que le permite al autor pagar sus facturas, que no es tan emocionante ni maravilloso y que suele ser tan cansado como el de escribir.
¿Cuándo duerme?
Cuando puede. Entretanto, el trabajo continúa. El "ya" se ha estirado en el tiempo y lo que iba a ser una obra de un mes se convierte en un trabajo de 6, 12 o 18 meses. O más.
Y solo es de esperar que continúe vigente, pues si para el momento de terminar descubre que su idea acaba de ser descartada por un informe técnico o por un grupo de científicos o por un panel de expertos, cuidado: quizá hay que volver a empezar. =)
4 comentarios:
Excelente artículo... de verdad que es mucho trabajo. A Cortázar por ejemplo le pasó que por no investigar mató a uno de sus personajes de una sobre dosis de marihuana.
Ja, ja. =)Imaginate si hasta a los grandes les pasa... =)
Bien dicho, colega, el escribir suele ser mucho más trabajo que inspiracion, si bien ésta es necesaria. Hay que investigar y pensar bien el argumento, la ambientación y un sinfín de detalles que son importantes. Yo ahora estoy haciendo la enésima y última corrección a una novela (y aguardando lo que me digan un par de lectores de prueba).
Saludos y sigue adelante.
¡Hola, Teobaldo! =)
Pues eso de "enésima" revisión se siente fuerte, de veras. Ya uno deja de contarlas... ;)
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