Aunque no conozco su obra y apenas hace unos meses me enteré de su existencia, el otro día me detuve en el blog del escritor estadounidense Brad Meltzer y leí con interés dos entradas de este año. Tengo entendido que escribe obras de misterio y suspenso, particularmente intrigas políticas, y que sus libros se venden bien en Estados Unidos. No sé cómo escribirá literatura, pero debo admitir que una de esas entradas, una muy interesante llamada "Does fiction matter?" (¿La ficción importa -es importante-?) contenía un artículo bien estructurado y razonable, en el que destilaba nociones (que ya sabemos) de manera lógica y clara.
¿La ficción importa? Su respuesta básica era: No. No importa. Después de todo, la ficción no existe, no es real. ¿Qué cosas pueden importarnos en nuestras vidas? Pues nuestras vidas, precisamente. Lo que de verdad ocurre, lo que de verdad va a ocurrir, lo que puede afectar el curso de nuestra existencia y el de la de nuestros seres queridos. La realidad, en otras palabras, nuestro entorno, nuestro universo auténtico. Lo demás, lo inventado, es nada. No puede ser importante algo que no existe.
Meltzer asegura que, tratándose de un autor de obras de ficción, su respuesta debía ser el que la ficción sí importaba, pero admite que algo que ha surgido de la imaginación, una historia inventada de sucesos que nunca sucedieron, con personas que no existen y que no existirán, no puede ser importante. Al mismo tiempo, sin embargo, se hace la siguiente pregunta: Si la ficción no es importante, ¿por qué entonces se prohíben los libros (de ficción)? ¿Qué sentido tiene prohibir algo que no es importante?
Entonces da vuelta a todo el razonamiento y resulta que con este dato podemos deducir que la ficción nos importa tanto que nos tomamos la molestia de prohibir los libros de ficción, incluso al punto de quemarlos. Y supongo que muchos de nosotros hemos de recordar numerosas épocas oscuras en las que los libros, la mayoría de ficción, eran quemados en inmensas hogueras, sus dueños castigados y sus autores perseguidos. Aún hoy en día, los sistemas de educación pública se atreven a prohibir ciertas lecturas -de ficción- a los chicos, y hay padres que exigen que algunas sean definitivamente retiradas de las bibliotecas. Hay debates furiosos en torno a la edición de ciertas historias y aún contemplamos cómo un autor fue condenado por un régimen religioso y amenazado de muerte por una de sus obras de ficción. Sí, me refiero en el primer caso al reciente debate, bastante furibundo, que se suscitó en EE.UU. cuando una editorial se atrevió a quitar la palabra "nigger" de la novela Huckleberry Finn, del autor Mark Twain. Furiosas palabras, debates, discusiones filosóficas y pedagógicas, sociales e históricas en torno a una palabra en una obra de ficción. Y en el segundo caso, supongo que todos recordamos la condena que lanzó el Ayatolah contra Salman Rushdie por su novela Versos satánicos.
Entonces, aunque parezca ilógico que sea importante una obra que cuenta historias ficticias, con personas que no existen y que muchas veces ocurren en lugares que ni siquiera son reales, resulta que sí importa y lo hace desde tiempos lejanos, cuando se cantaban odas épicas en honor de los héroes y se contaban leyendas a la luz del fuego, hasta los días actuales en que las obras narrativas ficticias circulan por millares en todo el mundo y encienden enconadas pasiones.
Brad Meltzer asegura que las historias ficticias son poderosas. Y creo que tiene razón. Después de todo, podemos darnos cuenta de que las historias están cargadas de emociones, ideas, tesis y contratesis, visiones de mundo, aspiraciones y sueños, miedos y tristezas, mensajes y advertencias. Llevan esta carga emocional hasta la psique más esencial del ser humano y muchas veces nos mueven a actuar de una manera u otra, a pensar de una manera u otra. No hay nada más potente que una historia para transmitir un mensaje. Meltzer pone el ejemplo precisamente de Huckleberry Finn, una historia que contaba el viaje de un niño, pero que se transformó en una poderosa denuncia contra la esclavitud, contra las injusticias de un EEUU convulso, y que aún hoy en día sigue moviendo conciencias y encendiendo debates.
Se dice que en tiempos de los Tudor, las obras de Shakespeare torcieron la opinión pública en contra de algunos reyes, como Ricardo III. Son obras ficticias, representadas por actores, pero el público se las tomó muy a pecho y aún hoy en día Ricardo III sigue ostentando una oscura reputación, quizá inmerecida. Se dice también que el Werther de Goethe provocó olas de suicidios en la Alemania del siglo XIX y bien se sabe que muchos inventos y descubrimientos de la ciencia fueron inspirados en las grandes mentes del siglo XX por su enorme afición a leer las historias de ciencia ficción que contaban sobre alcanzar las estrellas y dominar el mundo físico que nos rodea. Además, no hay que olvidar que todas las religiones del mundo basan sus enseñanzas y sus doctrinas en la narración de innumerables historias, muchas de ellas abiertamente ficticias (como las parábolas del Nuevo Testamento), para transmitir y hacer llegar de manera eficaz sus propios mensajes.
Hoy en día sentimos el poder de las historias. Escuchamos y leemos historias, las vemos en el cine y en la TV, seguimos alabando y admirando a los autores que nos encantan con ellas y no parece que haya un horizonte ni un fin para su poder.
Entonces sí... la ficción importa.
3 comentarios:
Al final, son las ficciones lo que permanecen: Papá Noel, Jesucristo y compañía. La realidad está sobrevalorada. También los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero solo el ser humano crea ficciones. Es la imaginación y la conciencia lo que nos hace diferentes. Los animales son reales, pero la mayoría -si no todos, si nos excluimos los humanos- son incapaces de tomar conciencia del lugar que ocupan en el mundo. Para esto no se necesita sentido de la realidad, sino una poderosa imaginación. Aunque parezca lo contrario.
En mi opinión, la ficción sí importa, y importa mucho, es un lugar al que ha sido trasladada la realidad. Un lugar donde a veces cobra un nuevo sentido y deja de pesar. Dar un sentido a algo que antes no lo tenía es un triunfo ya.
Es así como lo veo.
Saludos
=)Gracias por ambos comentarios. Por supuesto, estoy de acuerdo con los dos.
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