25 de abril de 2011

Leer y ser feliz

El otro día, Anika Lillo (la simpática dama que dirige Anika entre libros) indicó un interesante enlace de la revista Muy Interesante que se llamaba "Los felices leen, los infelices ven la televisión". Muy a propósito, puesto que el pasado sábado 23 se celebraba en el mundo hispano el Día del Libro, nunca lo suficientemente alabado ni promocionado, pero tan importante que es para nuestras vidas.

Yo, que soy lectora casi compulsiva desde mi niñez, me dije que para mí era obvio, pero de todas maneras quise averiguar de qué iba el artículo y resultó ser una interesante nota sobre un estudio sociológico realizado en la Universidad de Maryland sobre los hábitos de lectura y su relación con la sensación de felicidad de la gente. El estudio determinó que quienes se sienten mejor con sus vidas, "felices" en términos razonables, dedican un 20% más de su tiempo a la lectura que aquellos que se sienten infelices, sea porque están muy estresados o se sienten muy vacíos. Al parecer, la TV aporta una satisfacción barata y fácil que "llena" los vacíos de la persona pero sólo a corto plazo, mientras que la lectura (y de paso también la socialización) logra aportar una satisfacción más compleja pero más duradera.

La nota no se extiende más, pero en seguida estuve de acuerdo con los resultados, no tanto porque "supongo" que es verdad, sino porque lo he observado en el humilde círculo de mis amistades y familiares cercanos. Casi siempre los más estresados, los que más se quejan, que incluso terminan buscando ayuda de psicólogos o sacerdotes son quienes más abusan (ya no usan) de la TV, mientras que aquellos más tranquilos suelen dedicar muchas horas a la socialización o a la lectura o a ambas.

Después pensé qué pasaba con los niños. El estudio se hizo sobre adultos, pero supuse que sería importante aplicar alguna regla sobre los niños. Después de todo, los hábitos más fuertes se originan en la infancia y son los que más cuesta erradicar una vez somos adultos. Sin ir más lejos, mis hábitos de lectura se iniciaron cuando aprendí a leer, hacia los cinco años, y hoy en día es una costumbre que guía la mayor parte de mis actividades e intereses.

La nota, sin embargo, no ahondaba en ese último tema y la dejé. Más tarde tuve ocasión de comprobarla por mi cuenta, de manera accidental. Mi hijo de 9 años había estado durante todo el día bien en la computadora, bien mirando la TV, bien jugando con uno de sus juegos de video. En algún momento, esta persistente actividad "electrónica" lo llevó a sentirse muy irritado cuando su padre le dijo que no habría más turnos extra de computadora ese día (mis tres hijos se turnan la computadora de ellos en horarios ya preestablecidos. A veces, se les concede un turno adicional al regular). Como se molestó, comenzó a quejarse y el asunto degeneró en una reprimenda paterna y la amenaza de ser enviado a la cama más temprano de lo habitual. Mi hijo se sentó pues en medio del dormitorio con un puchero y mirando al techo, muy molesto. Fue entonces cuando me le acerqué y le pedí que escogiera un libro. Como aclaración debo indicar que he tenido largas charlas con mis hijos sobre la importancia de la lectura y todo ese blah, blah que muchas veces niños y adolescentes parecen aceptar pero luego "olvidan" más rápido de lo que tarda uno en decirlo.

Él me miró algo fastidiado, pero insistí. "Demasiadas pantallas por el día de hoy", le dije. Así que debía escoger un libro. "Cualquiera", aclaré, "Puede ser de cuentos, una novela, de poemas, informativo o incluso el diccionario". (Nótese el nivel de mi desesperación). Cuando escuchó lo del diccionario se rió. Luego agregué que era preciso que él dedicara a la lectura al menos la mitad del tiempo que le dedica a la computadora. ¡Y mira que cada turno es de dos horas! Entonces, él asintió, se levantó y tomó el libro de Narnia que según él había estado leyendo el año pasado pero que nunca había terminado. Le indiqué entonces que no podría abordarlo en el punto en el que lo había dejado (dudaba seriamente que lo hubiera leído de verdad) y él me aclaró que no pensaba hacerlo. Que iba a empezar por el principio.

He de reconocer que lo hizo. Se sentó a leer a conciencia, incluso me hizo preguntas sobre el vocabulario, y supo contestarme sin dudar por cuál parte del libro iba cuando se lo pregunté (yo leí ese libro. Lo conozco bien y es una ventaja). Cuando tenía una hora de estar leyendo y él había completado unos tres capítulos (con una pausa para tomar el café de la tarde), le dije que podía jugar.

Una hora de lectura y el rostro de mi niño había cambiado por completo. Ya no estaba irritado ni molesto ni fastidiado. Era otra vez el niño con ganas de jugar de siempre, simpático y sin quejas. Un niño pacificado. ¿No resultó ser, después de todo, una estupenda terapia? =) Así que, ya saben. La próxima vez que se sientan muy estresados, muy molestos con su vida porque las cosas no resultan como las querían, o cuando se sientan de ánimo caído, busquen un buen libro, el que ustedes prefieran y con la actitud de disfrutar de un rato de paz, lean. Se sentirán mucho mejor al cabo de su lectura. Garantizado.

8 de abril de 2011

Eso de ser fiel a ti mismo...

Supongamos que hemos superado el tema "copia", que sabemos diferenciar la inspiración del calco de ideas y estructuras y nos hemos lanzado a la escritura propia, con un "sello" personal que nos hace destacables. Eso significa que habremos vencido en una lucha increíble, plagada de trampas, pues el lindero entre inspiración y copia es tan fino que a veces los más honestos lo sobrepasan. Y es que no resulta probable que desarrollemos una literatura totalmente original en un mundo con más de siete mil millones de habitantes y con una historia civilizada de más de cinco mil años. No digo imposible, pero sí poco probable. ¿Algo absolutamente original? De momento, sólo rarezas. Y las rarezas no siempre resultan atractivas, ni siquiera para su propio autor. Así que aceptemos el hecho de que si nos hemos lanzado a la escritura creativa, enfrentaremos tarde o temprano la difícil tarea de sortear la copia (lo cual siempre resulta cómodo y fácil, y por tanto, poco meritorio) y de lograr una cierta originalidad basada en inspiraciones honestas.

En ese punto, en el que logramos vencer en esa lucha y hemos producido una historia original dentro de lo que cabe posible, quizá con elementos reiterados pero a la vez con planteamientos únicos, servida por personajes frescos, no necesariamente nuevos-nuevos, pero sí refrescantes, con algunas propuestas novedosas, y un estilo que a fuer de práctica y revisiones concienzudas, hemos logrado que sea personal, que sea nuestro, en fin, en ese punto nos encontramos con una realidad nueva y a la vez parecida. ¿Qué significa ser fiel a uno mismo?

Algunos han dicho que un escritor debe forjar un estilo, un lenguaje propio, para distinguirse de los otros. La idea parece obvia, pero no es tan simple de realizar. ¿Significa que una vez he concluido mi primera obra y esta resulta aceptable, he de imitarla? ¿Es obligatorio mantenerte en el mismo género, en la misma temática, en la misma clase de desarrollo argumental, el mismo tipo de personajes? ¿Todo eso es la base de mi estilo, de ser "yo mismo"?

No estoy tan segura de ello.

Un estilo está muy marcado por varios aspectos. Uno es el lenguaje. Este resulta primordial, pues es la herramienta básica de trabajo de un autor. Es su pincel y su pintura. Y el lienzo resulta la página en blanco. De cómo uno maneje ese pincel y esos colores, así el resultado. Así la pintura, así el libro. ¿Es fácil caer en la copia inconsciente de otros autores a quienes admiramos o hemos seguido por años? Sí, claro. Es casi imposible sustraerse a ello. Por eso se ha recomendado que lea uno mucho a los clásicos, a las grandes obras de la literatura, para que esos estilos tan famosos queden impresos en nuestro inconsciente y nos permitan desarrollar un lenguaje cuidado y limpio. (Bueno, hay otros motivos para leer a los clásicos, pero los obviaremos aquí por ahora). Y también es recomendable ser consciente de este fenómeno.

Ahora bien, cuando uno escribe a menudo, y lee mucho de autores diversos, esa influencia suele diluirse y acaba uno por desarrollar una particular manera de escribir, que se puede decir es la base de ese estilo personal del que hablamos. Claro que en el estilo personal entran otros aspectos: la manera en que estructuras una narración, la manera en que describes las situaciones y los personajes, la manera en que abordas los temas, si lo haces con una mirada filosófica, o más bien divertida, o eres político o eres analista. Todo se va mezclando hasta que te das cuenta de que escribes siempre de la misma manera y desarrollas siempre tus historias con la misma estructura esencial.

Y aquí entramos en la disyuntiva. ¿Qué pasa si quieres intentar otro punto de vista, otra estructura? ¿Estás traicionándote a ti mismo? Yo diría que no, en la medida en que se es consciente de que se está experimentando. Sin embargo, pienso que, con lo difícil que es alcanzar ese estadio de "estilo personal", ponerte a "revolucionarte" no redundaría en tu beneficio. Habrás logrado atraer lectores, ellos te habrán preferido precisamente por ese "estilo personal", y querrán que lo mantengas, pues así sabrán que si adquieren otro libro tuyo, se encontrarán con algo familiar, aunque la historia sea otra. Si cambias mucho tu estilo, ya no tendrás estilo personal, y más de un lector podrá sentirse defraudado. Claro que si tu estilo personal es precisamente estar cambiando de estilos, pues... adelante. Pronto todos se darán cuenta de ello.

Hay autores que van más allá del lenguaje y de los planteamientos. Van hacia el género y la temática. Según ellos, no se debe abandonar el género en el que uno se desenvuelve. Si eres escritor de novela negra, mantente allí. Si eres escritor de novela romántica, igual. Si lo eres de fantasía, lo mismo. Nada de salirte de tu campo, pues perderías "fidelidad" a ti mismo. Igual las temáticas, que te "definen" como autor.

No estoy tan de acuerdo. Supongo que es natural que un autor prefiera un género porque es el que le gusta, le interesa y en el que se siente libre de contar lo que quiere contar. Y está bien que se mantenga dentro de él. Pero no creo que deba cohartársele la libertad de explorar otros terrenos. Quizá fracase y se regrese a lo de siempre. Quizá sea exitoso allí también. No creo que por ahondar en otros géneros se pierda fidelidad a uno mismo. De hecho, estoy segura de que conservará el "estilo personal" en el nuevo género en el que se desenvuelva y será capaz de desarrollar su propia visión. Algunos autores hacen ese tipo de migraciones y lo hacen bien. Como Ken Follet que solía escribir "thrillers" y de pronto escribió una novela histórica que lo inscribió en una fama aún mayor y más potente. Y descubrió que le gustaba más. O como George R.R. Martin, que luego de escribir varias historias de CF, saltó al estrellato con una saga de fantasía épica. La misma Ursula K. LeGuin navegaba y navega entre la fantasía y la CF, y he leído historias cortas suyas que son enteramente realistas, incluso, dramáticas. Y sus estilos se conservaron.

Otros fracasaron. O no fueron tan exitosos. Pero tuvieron la oportunidad de explorar.

Ser fiel a uno mismo se ha de referir entonces más al estilo personal que al contenido, temas o aproximaciones de género que se tenga de la historia. No tengo que contar siempre la misma historia para ser fiel a mí misma. Ni siquiera tengo que estructurar todas las historias exactamente igual para ser fiel a mí misma. Sólo debo conservar mi sello, mi forma de contar, mi manera de ver el mundo. Que se intuya, que se deje sentir. No tengo, pues, que copiarme a mí misma.

Copiarse uno mismo. Sí, claro que sucede. Tomas la novela que te hizo exitoso, le cambias los nombres a los personajes, los sitúas en escenarios distintos, conservas los puntos esenciales de la trama y ya tienes otra novela. Es igual a la primera salvo por detalles. No es plagio porque es tu propia obra, pero que te copiaste, te copiaste. Y tienes éxito, porque la mayoría de los consumidores les gusta lo familiar antes que lo muy novedoso, quizá por ese grado de comodidad que muchos atesoran. Sin embargo, no eres demasiado exitoso tampoco, porque a la larga los lectores se cansan de siempre lo mismo y buscan otras lecturas que refresquen sus vidas. Y tú te quedas buscando un nuevo formato.

Para mí, copiarse no es ser fiel a uno mismo. Es ser comodidoso y facilista, eso es todo. Ni siquiera creo que si lo haces con frecuencia te guste mucho escribir o contar historias, pues repetir fórmulas no es algo que resulte divertido o estimulante. Cualquiera repite fórmulas, siguiendo algunas instrucciones sencillas y si tú mismo creaste el formato inicial, es aún más sencillo. ¿Puede ser un medio fácil para ganar dinero? Bueno, sí, pero sé honesto contigo mismo. Si lo haces, no estás siendo "fiel a ti mismo", estás sacando productos en serie de una fábrica para pagar las facturas. Y las editoriales tan tranquilas, porque si algo les gusta es el éxito garantizado, en lo cual no las culpo, pues no dejan de ser negocios, con declarado ánimo de lucro.

Eso de ser fiel a uno mismo tiene sus trampas. Pero no es imposible. Yo prefiero pensar que puedo lograr un estilo personal sin necesidad de contar siempre la misma historia, aunque mis historias se parezcan entre sí (tenderán a hacerlo) en algunos aspectos generales. Y eso es lo que me gusta encontrar en mis lecturas.

Porque yo también soy lectora. Eso es un hecho.