31 de octubre de 2009

Frustraciones...

Supongo que en alguna ocasión anterior habré mencionado el tema, pero no puedo evitar recaer en él, tal vez movida por la reiterada costumbre que posee un escritor de enfrentar ciertas frustraciones habituales e inevitables, que por más que desee sobrellevar con estoicismo o incluso serenidad, no lo logra. No me refiero a la clásica página en blanco o a la terrorífica sensación de que las ideas se han muerto en tu cabeza, que ya no encuentras historias o palabras para encuadrar tus emociones en versos sublimes. No. Me refiero a una situación mucho más prosaica, pero no menos enervante: el desestímulo exterior.

Leí el otro día el blog de otro autor, ya publicado, incluso famoso, que se quejaba del terrible prejuicio que enfrentaba al sentir odio por su trabajo de forma ocasional. Es decir, él, como todo el mundo, a veces siente que detesta su trabajo. Que ya está obstinado de esa novela, o de ese capítulo, o incluso de ese párrafo. Que desearía lanzar el libro por la ventana y quedarse tan contento. Pero enfrenta el desdén social que le dice: No puedes, no debes, renegar del trabajo de tus sueños, de un trabajo tan sencillo como es escribir. ¿Sencillo?, reclama él. ¿Quién dijo que escribir libros es sencillo? Ah, pero si un médico se queja, todo el mundo lo comprende. El escritor no tiene que hacer nada, sólo sentarse a que la Musa le susurre las palabras adecuadas y él escriba su obra maestra y ya. Y si no termina el dichoso libro no es porque sea difícil o porque él no encuentra las palabras. Es porque está de vago.

Lo comprendo. Enfrenta la ignorancia social, muy extendida, que cree que escribir es un pasatiempo, aunque se gane dinero con él.

Mi situación es similar en ciertos aspectos. No soy famosa (¡nada que ver!) y mis publicaciones pueden considerarse aún modestas (en especial en comparación con los tirajes de mi autor en cuestión, ¡madre mía!), pero el descrédito es el mismo. He estado sentada frente al computador, revisando, leyendo, escribiendo, volviendo a revisar, volviendo a leer, volviendo a escribir, en los ratos libres de los cuales puedo disponer (que no son muchos) y me levanto, cansada, a veces frustrada porque no he encontrado el término adecuado, porque no me satisface el final de un relato o porque un capítulo me ha quedado insulso o por lo que sea, y alguien de mi familia o algún amigo o colega me mira y me dice: Pero ¿de qué estás cansada? ¡Si no has estado haciendo nada!

¡Nada! Ah, es que escribir es como sentarse a ver televisión. Es divertido, por tanto, es inocuo. Pues claro que es divertido, la mayor parte del tiempo, si no, no sería tan obcecada en querer llevarlo a cabo. Es mi pasión y mi gusto, como lo es del autor mencionado al principio. ¡Pero como que nada, nada, no! Y sí es cansado. Y sí tiene sus momentos tediosos, o inquietantes, o desesperantes, muy en particular, cuando estamos revisando.

No estás haciendo nada. No puedes quejarte. ¡Es tan sencillo escribir! ¿Qué puede significar contar que un fulano salió de su casa una mañana, se encontró con un ladrón en el parque y luego murió en el hospital? ¿No es una historia simple, por ejemplo? Es que yo sí que trabajo. Y mucho. Pero tú, ¡tú no haces nada!

Frustración total. :(

21 de octubre de 2009

Fabricantes de Sueños 2008: listo para leer

La semana pasada recibí una noticia alentadora y esta semana tuve en mis manos el contenido de dicha noticia: ya se publicó el Fabricantes de Sueños 2008 de la AEFCFT, una de las publicaciones que he esperado con ansia. Esta colección, centrada en los relatos más sobresalientes publicados durante el 2007, incluye mi pequeño Por siempre otro, relato que vio la luz por primera vez en NG 366o y que tuvo la dicha de ser considerado con méritos suficientes para formar parte de esta antología. Recuerdo que lo convertí en el título de mi colección de cuentos Por siempre otro y otros relatos (Leer-E, 2007), y ahora me complace muchísimo poder leerlo en papel (tradicional que es una...).

La antología está compuesta de 17 relatos de 18 autores diferentes, incluyendo el mío, y promete horas de entretenimiento auténtico. Recién recibido, aún no he tenido la oportunidad de leerlos, pero muchos tienen títulos muy sugestivos.

A continuación transcribo la nota que aparece en la contraportada, pues creo que ella resume mejor que yo lo que un lector puede esperar de esta antología:

"Tienes entre tus manos el Gran Sueño: el de aquellos autores del fantástico que pudieron verse publicados durante el año 2007. Fabricantes de Sueños es un contenedor repleto de la creatividad más variopinta: deslumbrantemente futurista, pesadillesca u oscura, pero también mágica y cargada de luz. Y es que se dan cita en su interior la ciencia-ficción, la fantasía y el terror.
Diecisiete han sido los relatos seleccionados. Dieciocho sus autores: Sergio Parra, Santiago Eximeno y Alfredo Alemán, Jordi Armengol, David Mateo, Antonio J. Cebrián, J.E. Álamo, José María Tamparillas, María Concepción Regueiro, Juan Antonio Fernández Madrigal, Carlos Duarte, Laura Ponce, Claudio Amodeo, Laura Quijano, Ramón San Miguel, Domingo Santos, José Ignacio Becerril y Sergio Mars.
Este libro es un resumen inmejorable de las principales tendencias del género fantástico español, auspiciado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror."

¡Qué delicia tenerlo en las manos! :)

16 de octubre de 2009

Nostalgias de un inicio...

Leyendo una entrada muy interesante sobre la longitud de las obras narrativas en Rescepto Indablog, me puse a pensar cuál era mi relación íntima con la escritura -si era con el cuento o con la novela-, lo cual me llevó a un viaje nostálgico hacia el pasado que resultó ser muy agradable. Hacia mis inicios... Y me hizo descubrir que mis primeros amores estaban con algo parecido a un "comic" o historietas, derivadas de una representación teatral espontánea.

Parece enredado. No lo es, pues se desarrolló a lo largo del tiempo, pero bien mirado debo reconocer que sí tuve una "iniciación" enredada.

Era una lectora compulsiva, y sigo siéndolo. Eso es un hecho. Todo cuento, novela o ensayo que pasara por la reducida biblioteca de mi casa cayó en mis manos en algún momeno de mi infancia o adolescencia, sin remedio. En los felices tiempos en que tenía cinco añitos y ya había conquistado los fascinantes territorios de la lectura recreativa, me abocaba a las famosas colecciones de cuentos clásicos con ilustraciones. Éstas eran muy agradables y las disfrutaba, y nunca me distrajeron del disfrute de la lectura en sí misma. Blanca Nieves, La Cenicienta, La Bella Durmiente, Caperucita Roja se unieron a Los Tres Cerditos, El Flautista de Hamelin, Rapunzel y otros muchos típicos cuentos con animales que hablaban, brujas malvadas, hermosas princesas y campesinos ingeniosos. Más tarde continuaría mi camino por los libros sin ilustraciones, pero en ese tiempo estos primeros libros ilustrados fueron mi delicia.

¿Influyeron en mi escritura temprana? No. Lo hicieron en mis dibujos, claro, pues dibujaba "princesas" para todo (las cuales eran todas, sospechosamente, niñas). Así pasé mi infancia hasta llegar a la edad más madura de los 10 años.

Ah, es que una a los 10 años es una chica grande. Jugaba con dos amigas de contarnos historias. Pero no lo hacíamos a la luz del fuego (¡mi madre jamás lo habría permitido!) ni eran simplemente narradas. No. En cada relato hacíamos las veces de juglares, sin saberlo, representando a cada personaje, haciendo sus movimientos, sus enfrentamientos y sus aventuras. Éstas eran bastante sentimentales, pues las fabricábamos basándonos en nuestros grupos musicales de moda y nuestros primeros "ídolos" juveniles (creo que fue Parchís- ¿los recuerdan?). El despliegue teatral fue estupendo, pasábamos horas enteras en ese juego y aún yo lo continuaba en mi casa con mi pobre hermanita (tres años menor que yo), quien debió sufrir mis propias nuevas aventuras. Con ella la historia era diferente, pues a mi hermana los ídolos juveniles le tenían sin cuidado (con siete años no les ves la gracia), así que recurrí al bagaje de cuentos clásicos y comencé a narrarle historias de aventuras de chicos y chicas enfrentados a toda clase de situaciones naturales y sobrenaturales. Era tan divertido que decidí estamparlas en el papel y así nacieron mis primeras historietas, con personajes dibujados que hablaban por medio de viñetas.

¡Qué tiempos aquéllos! Realmente crear era puro placer sin mayores objetivos. Los relatos nacían y morían con espontaneidad alegre y yo fraguaba aventura tras aventura en pequeños cuadernos de treinta hojas que se acababan muy rápido. Después de un tiempo, los dibujos comenzaron a estorbarme. Cada vez más escribía diálogos de un tirón y sólo hacía un dibujo para ilustrarlos. Y fue en ese tiempo cuando conocí a Hans Christian Andersen y sus maravillosos cuentos en versión íntegra sin ilustraciones. También, fue la época de leer las aventuras de internados y chicos exploradores de Enid Blyton y las de Puck. Tenían ilustraciones, muy pocas, pero eran auténticas novelitas infantiles.

Con Andersen y las autoras juveniles, terminé por desechar las ilustraciones e inicié mi carrera hacia el relato. Me dije: "No es tan difícil" (recuerden que tenía sólo unos 11 años para entonces), "sólo tengo que contar que Fulano fue a tal lado, que se encontró con Sutano y que le dijo X". Copié el formato de diálogo, con los guiones y los verbos "exclamar", "inquirir" y otros, cuyos oscuros significados descubrí en el diccionario (era muy importante) y me lancé (¡vaya valentía!) a escribir mi primera novela. Sí, novela. Larga y todo. En serie, como las de Enid Blyton. Se llamaba Colegiales (¿notan la influencia?). Creo que llegué a acabar dos de los cinco tomos previstos (tenía mucho optimismo) durante los primeros años de secundaria.

Nunca vio la luz, por supuesto, ni la verá. Es un pasaje de mi vida, leído sólo por mi hermana (mi víctima natural) y mi mejor amiga de la secundaria. Ya se perdió físicamente y apenas tengo memoria de algunas de las aventuras que inventé. ¡Pero cómo permanece en mi corazón, con cuánto cariño! Me evoca el enorme placer que era escribir, simplemente escribir, contar lo que lleva tu cabeza en el interior y dejarlo salir. No había preocupaciones de revisión técnica, de publicaciones o mercado editorial. Eso es cosa de adultos. En aquel entonces, la literatura era mi juego y mi ensoñación, vivida intensamente como sólo los niños saben vivir lo bueno que tiene la vida... :)

9 de octubre de 2009

Colecciones de relatos de V.V.A.A.

En estos días, mientras intento dar forma a un cuento nuevo que no me termina de cuadrar -pero que debo domar tarde o temprano-, recibí la noticia de que una de las antologías en las cuales tuve la suerte de ser tenida en cuenta ya fue publicada y que por tanto espere mi ejemplar de cortesía en el correo. Me alegré mucho, pues realmente me sentí muy honrada de que uno de mis relatos mereciera ser seleccionado en una colección que tomó en cuenta muchos otros, y porque siempre alegra ver un libro en el que tus obras se vean impresas.

Al mismo tiempo, recibí noticias de otra antología en la que estoy participando con otros cinco autores de mi país -y de la cual podré dar más noticias- y que pronto verá la luz también. El cuento con el cual estoy luchando -casi a muerte- es precisamente para una tercera antología que un grupo de autores de Sedice está armando justo ahora.

¿Y todo para qué? Pues... las perspectivas comerciales de las colecciones de relatos, en particular si son de autores varios, no son alentadoras. Muchos nos han advertido que este tipo de producciones no suelen venderse bien, pues los compradores normalmente se identifican con un autor y un estilo y no con varios al mismo tiempo, en particular si entre los nombres desplegados están los de autores noveles o desconocidos. He sabido eso y los demás autores también son conscientes de ese hecho. Sin embargo, seguimos participando con nuestros trabajos para integrar selecciones y también seguimos emprendiendo proyectos en conjunto.

¿Por qué?

Yo supongo que nuestro instinto gregario, tan bien asentado en nuestra especie, nos impele a la reunión social y a los deseos de cooperación mutua. Nos agrada compartir espacio con otros como nosotros, que temen como nosotros, que sueñan como nosotros y que trabajan como nosotros en la misma pasión, en el mismo arte. Y si además los conocemos, nos alegra compartir ese espacio con un amigo.

Y con respecto a las antologías que nosotros mismos formamos -es decir, que no son el producto de la selección de un jurado, sino del esfuerzo conjunto de los mismos autores-, se añaden otras sensaciones. No ganaremos un centavo, pero ¡qué agradable es la experiencia! Si tomamos en cuenta que la profesión literaria suele ser una ocupación solitaria -eres tú con tu libro, o sea, tú contigo mismo-, no es de extrañar que aprovechemos esos preciosos momentos en que podemos compartir nuestra pasión con otros iguales a nosotros, quienes están tan ansiosos como nosotros de ser leídos, comentados y hasta criticados. Durante estos procesos los autores nos brindamos un apoyo especial: son colegas que te comprenden, que conocen bien las dudas y los temores por los cuales atraviesas a menudo, que se identifican con tus malos momentos creativos y que saben apreciar cuando has sido capaz de corregir con elegancia tu escrito y volverlo digno de ser puesto al acceso de los lectores.

Al final también, hay una retribución más personal. Puede que estés luchando aún por conseguir la atención de agentes o editoriales. Puede que tu novela todavía no esté lo suficientemente pulida o todavía no has conseguido llevarla al nivel que deseas. Pero verás tu nombre impreso en una producción literaria cuya calidad ya has probado y saboreado. Y si ya eres un veterano en las lides literarias, también te congratularás, pues querrás compartir esos instantes de amigabilidad con los otros autores, todos reunidos en un estupendo encuentro social. :)