11 de septiembre de 2011

Escritores solitarios

El otro día, un amigo de Facebook publicó una pequeña broma a propósito de los escritores. Decía más o menos así (no recuerdo las palabras exactas): Se encontró un escritor con un amigo en la calle y al instante comenzó a charlar con él. Durante largo rato se extendió comentando sobre sus proyectos, sus conferencias, la gente que había conocido, las reseñas de sus libros, y otro sinnúmero de anécdotas relacionadas con su vida y su profesión, a lo que el amigo solo contestaba con monosílabos. Finalmente, tras aquel largo discurso, el escritor se volvió hacia su amigo y le dijo: "Bueno, pero ya basta de hablar de mí. Hablemos de ti. Dime, ¿qué te pareció mi última novela?"

Varios de los amigos de Facebook, incluyéndome, nos reímos con dicha anécdota, en particular porque algunos creyeron reconocer en autores que conocían a varios del mismo estilo que el escritor del pequeño relato. Y se habló largo y extendido sobre la vanidad del escritor y temas afines, y sobre lo poco que se cultivaba la humildad en esta ocupación.

Me pregunté si sería tan exacto afirmar que todos los escritores son vanidosos. Pues quizá en algo lo son -lo somos-, cuando tenemos blogs para hablar de nosotros mismos y de nuestros proyectos, para hablar de nuestras vicisitudes en el mundo editorial y de lo bien que nos fue con nuestra última publicación, o para quejarnos de los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir (como si fuésemos los únicos que las han visto duras). ¿Llegamos acaso al punto extremo del escritor del relato? Quizá, aunque siendo una anécdota graciosa, es lógico que se enfaticen rasgos a nivel caricaturesco. ¿Por qué es así?

¿Será una condición del artista en general?

Todos hemos conocido gente vanidosa, que habla hasta la saciedad de sí misma y que aún cuando pregunta algo a alguien es sólo en conexión con su vida. Pero se distribuyen bastante bien entre la población, por lo que tenemos abogados vanidosos y no-vanidosos, médicos vanidosos y no-vanidosos, panaderos vanidosos y no-vanidosos, etc. ¿Será que entre los artistas hay gente no-vanidosa o todos son "mírenme, soy genial"? Pues creo que no. Hay pintores y músicos y escultores, y otros artistas cuya distinción es la reserva y no el exhibicionismo. No son vanidosos. Otros sí.

Entonces, ¿se justifica la vanidad del escritor?

Quizá.

En realidad, nunca justificaremos la vanidad excesiva, esa soberbia molesta y perniciosa que cae mal de cualquiera, sino que pensaremos en la "vanidad" ansiosa del escritor que habla y habla de sí mismo y de sus obras y desea escuchar de todos aunque sea la más tenue opinión que pueda escuchar sobre sus libros. "Coméntame, opina. Si quieres destroza mi escrito, pero por favor ¡háblame!"

Suena un poco exagerado así puesto, pero creo que es real. Yo creo que la razón estriba en nuestra soledad.

Se ha hablado mucho de la soledad del escritor. De la Torre de Marfil, de la necesidad casi patológica de aislarnos del mundanal ruido para producir las obras con que asombraremos al mundo (o al menos le haremos cosquillas). De que mientras el escritor observa, puede estar en contacto con todos, pero cuando ya se dispone a escribir, debe aislarse para dar rienda suelta a su "interior". Y se ha ponderado dicha necesidad como inevitable para el artista de la palabra. Es un punto de vista filosófico, y también práctico, pues es verdad que no se puede escribir nada decente si mantenemos un chat, o hablamos por teléfono o hacemos la tarea junto a nuestro hijo. Es inevitable la soledad para ser escritor, y de hecho la buscamos.

Pero también el escritor es un ser humano, es decir, un ente social, que necesita compartir con otros sus inquietudes y sus emociones, sus dudas y sus preguntas, y aunque las escribe, también necesita el contacto humano, el hacer persona a persona, la compañía. Y no la tiene, por fuerza. ¿Qué sucede entonces cuando sale de su Torre y se enfrenta al mundo otra vez?

Ah, ¿ya vieron por qué somos tan... "vanidosos"?

2 de septiembre de 2011

Otra vez sobre el cuento

Hace poco, un mes y medio como mucho, publiqué una entrada relacionada con la salud del cuento hispanoamericano, basada en un artículo pesimista al respecto. En unas cuantas líneas que rebosaban nostalgia y amargura, el artículo en cuyo texto basé mi entrada, el autor se lamentaba del progresivo declive del cuento hispanoamericano y la terrible situación de que no exista interés editorial en publicar este tipo de narrativa corta, por contraposición a la constante publicación de novelas cada vez más largas. Aunque yo coincidía con algunas de sus apreciaciones, no dejaba de llamar mi atención que en Costa Rica, mi país, la situación fuese diferente, y que la constante publicación de colecciones de cuentos se mantuviera al mismo ritmo que el de las novelas. También pensé que quizá no era tan alentador, dado el bajo movimiento comercial en el sector editorial tico en general, pero seguía siendo un ejemplo disonante en la monotonía hispanoamericana.

Pues bien: he aquí que parece haber buenas nuevas para el cuento provenientes del otro lado del océano. Después de años y años de quejarse de la desaparición del cuento español, he aquí que aumentan los títulos de colecciones de cuentos en España y que diversas editoriales especialistas en el cuento se mantienen pujantes. No ha muerto el cuento español, parece decir Julián Díez en su artículo "El cuento sirve para todo el año". La noción de que el lector promedio sólo compra novelas (y novelas de fácil consumo) no es tan exacta. No estamos hablando de los microrrelatos, que son otra historia, poderosamente ligada a Internet, sino a cuentos de extensión variable pero amplia, que están llegando a las estanterías españolas y que están siendo leídos por el público general.

¿Podremos aún vivir un renacimiento del cuento como género comercialmente aceptable? Antes de que las voces del purismo artístico se lancen en mi contra advierto una verdad irrebatible: si no se venden, los cuentos no se publican. Si no se publican, desaparecen. Así de simple. Por eso es tan importante que las colecciones de cuentos tengan una buena acogida en el mercado de librerías y que haya muchos más lectores dispuestos a engolfarse en sus páginas. Sólo así podrán sobrevivir y pervivir.

Confieso que este artículo me ha alegrado. Soy entusiasta de la novela, tanto en calidad de lectora como de escritora, cierto, pero he descubierto que los cuentos pueden regalarme preciosos momentos de disfrute literario, artístico y personal, tanto cuando los leo como cuando los escribo y que es un género que por derecho propio se instituye como uno de los Grandes de la Literatura universal, por su capacidad extraordinaria para transmitir ideas poderosas, imágenes impactantes, y reflexiones inquietantes en tan pocas páginas...