30 de agosto de 2008

Escribir en otro idioma

Una de las características que distinguen a un escritor es su impecable (se supone) dominio de la lengua escrita. Es algo así como que no puedes ser carpintero si no sabes usar una sierra o un martillo. Tan simple como suena. La lengua escrita es el único campo y la única herramienta en la que se desempeña el escritor y no dominarla no es concebible (lo de la computadora o la máquina de escribir es irrelevante: igual puedes escribir con un buen lápiz).

Ahora bien, imaginemos que tienes un oficio decente en tu lengua materna. Estás en etapa de desarrollar más bien un estilo, darle una impronta personal a tus escritos, ahondar en tu propia propuesta literaria, esto es, en la belleza de la palabra escrita. Si te desempeñas con éxito en los rudimentos de la escritura (gramática, ortografía, sintaxis), puedes jugar con ellos para crear obras literarias, las cuales son, en suma, el gran juego de las palabras. ¿Qué ocurre, entonces, si deseas desarrollar tu literatura en otra lengua? Las razones pueden ser meramente personales (digamos que te gusta esa lengua en particular o has leído muchos autores cuya lengua materna es ésa que te atrae) o pueden ser más objetivas (descubres que podrías tener un mejor desempeño profesional si pudieras escribir en esa lengua, o te has mudado a otro país y resulta más lógico desempeñarte en su lengua, etc.). El caso es que darás un paso grande, y gordo: después de todo, tu dominio puede no estar a la altura, y quizá te digan "Ni lo intentes. ¿Quieres hacer el ridículo?"

Hace unos meses pensé que no debía de ser tan imposible. Sí, no tengo aún ningún desempeño avanzado en lengua extranjera como para escribir, mucho menos si es para hacerlo en literatura, pero ¿por qué ha de ser tan imposible?

Pensé en el inglés. Leo literatura en inglés con notable facilidad. No comprendo cada palabra (lo cual a veces no se da ni en español), pero se me hace fácil entender los contextos y situarme en el mundo narrado sin obstáculos. Comprendo otros textos no literarios en inglés, en particular noticias políticas o artículos sobre temas sociales. Los textos científicos son más complicados pero no imposibles. Etc. Entonces, me dije: "Inténtalo".

Y lo intenté. Fue endemoniadamente difícil, pero MUY divertido. Escribí un cuentito en inglés llamado The creature in the garbage, que me salió sólo Dios sabe cómo pero que se da a entender. Creo que quedé sudando. Pero me confirmó en la idea de que podría hacerlo. Tendría que empezar casi de cero: estudiar a fondo sobre la escritura inglesa, leer aún más textos escritos en dicho idioma, analizar los párrafos, acostumbrarme a diferentes estilos. Y practicar. Practicar mucho. Luego, ya veré cuándo puedo lanzar el "producto".

Descubrí hace poco que otros escritores hispanohablantes han emprendido aventuras similares. No sé si habrán tenido gran éxito, o no. El caso es que si se divirtieron tanto como yo y aprendieron tanto como yo estoy haciéndolo, habrá valido la pena. ;)

23 de agosto de 2008

Música inspiradora...

No sé si a otros escritores les pasará, pero en mi caso sucede con cierta frecuencia: escucho una pieza musical, normalmente de estilo clásico o tipo "canto gregoriano", y me entra una nostalgia difícil de explicar. Nunca he padecido un suceso trágico o devastador, al contrario, he tenido una vida agradable (¡afortunadamente! No me gustan los problemas, palabra) y sin embargo, me siento nostálgica. Al instante surgen en mi mente diversas imágenes, normalmente de tiempos idos, de batallas perdidas, de seres solitarios, de campos devastados o más bien cubiertos de nubes oscuras. Y pienso: ¿dónde estará la historia que cuente lo que esta melodía me evoca?

Por ejemplo, tengo el viejo disco de ERA (ése que sacaron hace como diez años) y cada vez que escucho "Ameno" me pregunto cómo podría contar esa historia. Pero, ¿cuál historia?, me preguntarán. Pues ésa, la que cuenta la canción. El problema es que no comprendo la letra (nunca me he molestado en buscarla) y lo que verdaderamente me llena o me sacude es la música y la entonación de las voces humanas con los instrumentos. Me da la impresión de servir de fondo para una historia triste, melancólica, de ambientación medieval o antigua.

Otro ejemplo lo tengo en otro viejo álbum: Storm, de Vanessa Mae. Casi todas las melodías de este disco son capaces de hacerme vagar en historias extrañas, pero la que se lleva las palmas es la última: The Blessed Spirits, que siempre, no sé por qué, me susurra los eventos de una larga marcha a lo largo de un llano árido, azotado por el viento y un ejército que ha perdido una batalla crucial. También me sugiere otras escenas, como la de un viejo habitante de los muelles de una orgullosa ciudad protegida por diques, el cual enfrenta la desolación de una batalla perdida de antemano contra el mar, cuando éste, embravecido e incontrastable, destruye uno a uno cada dique, en medio de la más terrible tormenta que la ciudad ha conocido a lo largo de su historia. El viejo lobo del mar, sin miedo y con arrogancia, lucha contra los elementos, dispuesto a salvaguardar su hogar o a morir en el intento. Por supuesto, ustedes se imaginarán el tipo de final que una pieza tan triste puede tener...

Melodías grandiosas, sugestivas, poderosas... ¿No sirven siempre de inspiración extraña? ¿Como si desafiaran mi incipiente pluma a escribir esa historia que pueda esculpir en palabras lo que la música ya describe con grandeza?...

Terminada la pieza, me sumerjo en la añoranza y me pregunto una vez más si algún día seré capaz de escribir esa historia...

18 de agosto de 2008

El tiempo

Hace unas semanas leí con interés la entrevista que le hicieron al conocido escritor de ciencia ficción y fantasía George R.R. Martin, el cual ha tenido un gran éxito con su última saga de fantasía (Canción de Hielo y Fuego). En una de las preguntas que le hacían, confesaba que le resultaba difícil conciliar las temporalidades de los personajes. Es decir, mientras en el capítulo X pasa Y a un personaje Juan de los Palotes, en el capítulo XI pasa Z a otro personaje Fulano de Tal, pero suponiendo que ambos están viviendo sus respectivas vivencias al mismo tiempo. Entonces, de pronto te das cuenta que en poco más de veinte páginas apenas ha transcurrido una hora o un día, mientras luego caes en otro capítulo que da cuenta de varias semanas o meses de agitada acción. Para el escritor ha pasado el tiempo, pero para los personajes no. O para el escritor no ha pasado el tiempo mientras que para los personajes sí. Y vienen los enredos, las incongruencias y los descalabros.

Leyendo lo que decía, no pude menos que darle la razón. ¡Cuántas tribulaciones no deja el manejo del tiempo dentro del mundo narrado! Recuerdo que en mis aventuras literarias pasadas en más de una ocasión hube de detenerme y releer cuanto había escrito, pues había perdido la noción del tiempo y cuando creía que ya debían haber pasado como tres semanas en realidad si acaso habían transcurrido dos días. ¡Menudo embrollo! De vuelta a reconsiderar los hechos, a ajustar las reacciones, a pensar en qué era verosímil que ocurriera en esos tres días, etc.

Justo en este momento en que me hallo a la altura del capítulo XX (o algo así) de mi nueva novela en gestación, acabo de tropezarme con este interesante punto: tenía la impresión de haber descrito acontecimientos sucedidos a lo largo de muchos días, cuando apenas se estaban concretando veinticuatro horas desde el inicio de las acciones hasta el punto en que me detuve. Y volví a sorprenderme, a mirar casi con desaliento que no puede ser de otro modo y que todo sucede en el momento en que debe suceder: Fulano no puede decir eso precisamente porque aún no puede saber lo que Sutano está haciendo: ¡ambos están en el mismo punto temporal!

¿Serviría un cronograma? Pienso que sí, si los acontecimientos son complejos y los cruces temporarles ajustados. No hay por qué ser orgulloso y pretender que todo puede estar en tu cabeza. Adelante: dibuja el croquis, apunta los hechos, las horas del día y de la noche y sé consecuente. ¡El resultado puede ser en verdad redondo! :)