4 de enero de 2016

La honestidad de un crítico II


Es ingenuo pretender que uno puede ser enteramente objetivo a la hora de juzgar cualquier tipo de obra artística o de entretenimiento. La objetividad pura no existe, y si existiera, jamás nos sería realmente útil, porque somos seres sociales y culturales, profundamente guiados e influidos por nuestras emociones, ideas, dudas y convicciones. Esto significa que cada vez que juzgamos algo y emitimos una opinión, ésta está cargada con nuestra visión del mundo, nuestro contexto y hasta nuestro particular estado de ánimo en el momento. Dicho esto, por supuesto que sí queda campo para una dosis saludable de objetividad, la que de verdad nos resulta útil, ya que ayuda a atemperar la parte más emotiva de nuestra subjetividad y nos permite apreciar nuestra realidad en lo que mejor vale.

He pensado en esto especialmente en los últimos días, porque con ocasión del estreno del episodio VII de La Guerra de las Galaxias, han aparecido las predecibles reseñas de todo tipo en torno a la película y su calidad y a la vez, también la queja de quienes intentan dejarse guiar por tales opiniones y las encuentran contradictorias hasta grados superlativos. Pienso que el fenómeno se produce precisamente porque la mayoría de los críticos, tanto los aficionados como muchos expertos ya formados, olvida que la honestidad en la crítica implica una apreciable dosis de mente abierta, flexibilidad y combate al prejuicio.

Me explico. ¿Han notado que muchos hablan y hablan hasta la saciedad de lo muy profundos y maravillosos que les parecen los clásicos, mientras denuestan a diestra y siniestra cualquier texto que les huela a best seller? El típico "conocedor" que habla maravillas de García Márquez, Vargas Llosa o Cervantes, o que es adorador indiscutible de obras como El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, de Ernest Hemingway) o Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, de Harper Lee), pero apenas alguien le menciona Harry Potter o Los Juegos del Hambre hace una mueca, o peor aún, lanza verdaderos anatemas contra cualquier obra de Stephen King o Nora Roberts, o se explaya en sus quejas sobre Cincuenta Sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, de E.L. James) o El Código Da Vinci (The Da Vinci Code, de Dan Brown). Es un personaje habitual en nuestro medio.

El problema es que muchas veces, este "entendido" personaje no es honesto: suele haberse leído los clásicos -porque realmente le interesaban o porque no le quedó más remedio-, y, aunque quizá no los haya entendido o le hayan aburrido, se limita a repetir lo que el canon académico ha dicho sobre ellos; al mismo tiempo, nunca ha puesto los ojos sobre una sola página de los best sellers que critica tan negativamente. El típico crítico que maljuzga sin haber leído lo que denuesta. Es decir, un crítico claramente deshonesto.

¿Por qué lo hace? Bueno, puedo suponer algunos motivos: no le interesa la literatura, pero sabe que alguien que ha leído algunos "buenos" libros es considerado una persona culta y quiere dar esa impresión, por lo que recurre a lo poco que ha leído en sus años de colegio o en la universidad para proyectar tal imagen; o también, es una de esas personas que cree fervientemente que si a uno le interesa la literatura como Arte debe solamente encontrar gusto en aquellas obras consagradas por la tradición y la academia. Puede haber otros motivos, por supuesto, pero la realidad es que este tipo de personas es más común de lo que uno imaginaría, y no se limitan a la literatura. En cuanto a la música o al cine, hay muchísimos así. No han visto una sola película de Harry Potter o de El Hobbit, o de Los Juegos del Hambre, y por supuesto, no han visto Cincuenta sombras..., pero todas les parecen horripilantes, comerciales, "basura".

Ahora bien, en realidad, dicho personaje no es ya peligroso. Pienso que a estas alturas, la mayoría de la gente rechaza a quien juzga un libro solo por su cubierta. En cuanto uno sabe que no ha leído o no ha visto la obra en cuestión, sus opiniones no son más escuchadas o atendidas. El problema está en otra dirección: en el crítico que no acepta que no está siendo honesto: el que ve una película o lee un libro predispuesto, preparado de antemano, a que no le gustará, a que le parecerá de mala calidad, a que será un desastre.

Este tipo de crítico es terrible, precisamente porque sí ha entrado en contacto con lo que juzga, pero su contacto ha sido superficial, marcado por el prejuicio o la falta de flexibilidad. Leer un libro o ver una película con la íntima convicción de que será muy mala o que le gustará sólo producirá una crítica sesgada. Tan fallida e inútil es la crítica de un libro hecha por alguien que no lo ha leído, como la realizada por un lector/crítico que lo leyó predispuesto a maljuzgarlo. E igual sucede con una película.

No basta leer el libro o ver la película. Hay que saber hacerlo con honestidad. Y si el prejuicio es muy grande, si el crítico sabe que por mucho que lo intente, cree que no podrá tener la mente abierta y el corazón flexible ante una obra que ya cree mala, mejor que no se acerque a ella. No podrá entrar en ese campo de objetividad posible que haría de su crítica una guía útil para los demás, para quienes están buscando opiniones informadas y razonablemente imparciales, que les ayuden a elegir entre la abrumadora oferta de productos artísticos o de entretenimiento existentes en el mundo actual.

La honestidad ante todo. En la lectura, en el juicio, en aceptar las limitaciones propias y el alcance de los gustos personales. Si un crítico sabe que no disfruta las historias eróticas o románticas, ¿por qué hacerse mala vida intentando leer una novela que cree que lo va a defraudar? Si sabe que la ciencia ficción, o la fantasía, o el drama contemporáneo, o la historia policial, o el drama histórico, o la comedia, o lo que sea que está frente a sus ojos, no es lo suyo, ¿por qué no mejor aceptar honestamente que no está hecho para juzgarlo? Y si es su trabajo, si no puede evitarlo porque para eso le pagan, o sea, si es un reseñador profesional, una buena dosis de flexibilidad y mente abierta le ayudará a apreciar en el máximo grado de objetividad posible esa obra que en otras circunstancias no le interesaría, no leería o no vería.

La honestidad ante todo.