En otra entrada mencioné el asunto de la originalidad en las obras literarias (¿Debemos satisfacer al lector?). Es un problema recurrente, pienso, en el mundo del escritor de hoy (y lo fue del de ayer). Hemos oído tantas veces "¡todo está inventado!" que casi nos hemos resignado a aceptarlo como una verdad irrefutable y pensamos que estamos obligados a reciclar una y otra vez las mismas fórmulas, tanto en el argumento, como en los personajes o en otros aspectos de las obras narrativas.
Desde mi humilde punto de vista, ni la originalidad es tan vital ni tampoco todo está inventado. Me explico: decir que no puede inventarse ya nada es como detener el pensamiento. Somos seres creativos, inventores por naturaleza propia. Cada día, algo nuevo nos sorprende, porque cada día algo nuevo aprendemos. Decir que lo hemos hecho todo es tan iluso como decir que lo sabemos todo. Así que, por principio, acepto la idea -y la sostengo- de que la originalidad es posible hoy en día como lo fue hace veinte años o veinte siglos.
Luego, eso de que ser original es un requisito sine qua non de las obras literarias, es absurdo también. La originalidad ha sido sobrevalorada en nuestro mundo actual. En estos días, si un artista -sea de lo que sea, música, pintura o escritura- no es original, ¡está acabado! Pero, ¡por favor! ¿Desde cuándo nuestras grandes obras fueron todas 100% originales? Muchos de los clásicos fueron formulaciones hermosas de viejas historias, de leyendas, de cuentos que circulaban por ahí. Diez pintores pintaban la misma escena de la "Asunción", por ejemplo, y ninguno de ellos era tachado de poco original. Se apreciaba su obra en lo que cabía apreciar: en su unicidad.
Que ser original y ser único no es lo mismo. Supongo que todas las obras originales serán únicas en el momento en que son innovadoras, pero las obras únicas no necesariamente habrán sido originales. Simplemente tendrán un sello especial que las hace irrepetibles. Y creo que mucho de lo que apreciamos en las obras literarias es ese sello especial, esté basado en la originalidad o no, pues muchas obras originales -y que son realmente originales- ni siquiera son interesantes.
¿Qué hace única a una obra? Tendremos que fijarnos en una suma de muchos elementos. El lenguaje, los personajes, la interacción de esos personajes, el tipo de narración escogido, la coherencia interna de la historia, las ideas subyacentes, si motiva a la reflexión, al éxtasis, al enojo o a una simple contemplación, si invita al lector una y otra vez, si en cada lectura nueva el lector encuentra nuevas ideas, nuevas reflexiones o nuevas vivencias... Es tanto. Y no he mencionado la originalidad. Por supuesto, si es original y a la vez único, ¡eureka!, tenemos un clásico.
No descarto la originalidad como un fin apreciable por un escritor, ni mucho menos. La valoro siempre, pues en nuestros días la copia es tan abundante, la imitación tan frecuente, que algo original se torna refrescante. Creo que podemos intentar ser originales mientras buscamos la manera de crear obras únicas. Y en esa medida es que debemos otorgarle importancia.
Hemos charlado sobre los personajes y sobre los temas. Hemos descubierto que no hay mucha originalidad, aunque sí gran capacidad de unicidad. ¿Qué ocurre con los escenarios?
De esto hablaré la próxima... :)
3 comentarios:
Tus entradas son muy interesantes, y hace que nosotros los escritores noveles reflexionemos :)
Un abrazo y felicidades por el blog ;)
Hola!
Pásate por mi blog, un par de cositas te están esperando ;)
Un abrazoo*
Gracias, Anne. Te visitaré pronto. ¡Saludos!
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