Esta semana he estado reflexionando sobre la mejor manera de definir un personaje de ficción con carisma suficiente como para sostener una novela sobre sus hombros. Es decir, un protagonista, claro está. No es tarea fácil, pues muchas veces depende de la fuerza de dicho personaje la mitad del éxito de una historia, pues puede que estés contando un argumento interesante, lleno de sentido, pero si tu personaje se vuelve irritante o inverosímil, o pusilánime más allá del sentido del argumento, tu historia se va al traste en las primeras páginas.
Mientras reflexionaba sobre dicho punto y daba inicio a mi novela, me topé con un interesante escrito de una autora angloparlante llamada Robin Hobb, que hablaba sobre la trampa que representaba para un escritor dedicarse a esto que hago ahora, es decir, a bloguear. Y puede ser una trampa, desde el momento en que nos planteamos cuál ha de ser nuestro papel como escritores.
¿Cuál es la misión del escritor? Si hablamos de poetas, su misión será esculpir versos, transmitir emociones, sublimar reflexiones, calar hondo en las fibras sensibles de sus lectores al punto del éxtasis. La poesía me ha parecido siempre labor de pura emoción, pero con dominio frío del lenguaje, al punto que no se advierte que el trabajo ha sido metódico mientras se exaltan alegrías, penas y vidas.
Si hablamos de novelistas o cuentistas, la misión es otra: se trata de narrar historias. Develar página tras página, párrafo a párrafo, la vida secreta de una serie de personas y mundos ajenos a nosotros, en cuanto ficticios, pero que nos serán familiares en virtud del oficio del narrador. Si este oficio se revela insuficiente, la historia no habrá calado, la vida secreta no se habrá develado, su misión será inconclusa.
¿Y los ensayistas? ¿No es un papel de filosofadores, en parte, el que les compete? ¿No deben esbozar pensamientos enterosen párrafos de magnífica estructura?
En todos los casos, la labor de los escritores nos conmina a la permanencia. Nuestros escritos deberían ser hechos para perdurar, no para ser olvidados.
Y he aquí el quid de la cuestión planteada por Hobb: que los escritores podemos llenar nuestras bitácoras con nuestros pensamientos diarios, pero por sobre todo, debemos continuar con nuestra misión.
En cuanto a mí, recojo el guante. :) ¿Podré cumplir con la misión? Sólo el tiempo lo dirá.
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