23 de enero de 2012

Reflexiones adicionales en torno a los derechos artísticos

Justo ayer publiqué un post relacionado con los derechos artísticos. Era una especie de ampliación sobre una reflexión anterior que había realizado en mi bitácora "Laura Quijano" concerniente al debate suscitado por la discusión de las leyes SOPA y PIPA en el Congreso estadounidense, las cuales han provocado no pocos enfrentamientos entre diversos sectores de la sociedad. Allí expuse mis consideraciones con respecto a ese tema, pero aquí agregué otro tema colateral que me parecía importante comentar y que veo no se ha comentado en algunas discusiones sobre el plagio y la piratería: la creencia de que todo cuanto se publica en Internet es necesariamente de dominio público.


En mi post de ayer defendí la noción de que las fronteras de la autoría se encuentran firmes, que no se han borrado y que la creencia de que todo cuanto exista en Internet es automáticamente de dominio público es absurda. Y recibí dos comentarios que me parecieron muy interesantes y para los cuales quería destinar mis propias consideraciones aquí:


Begoña comentó "Creo que todos debemos revisar a partir de ya el contenido de nuestros blog". Es evidente que desde el punto de vista de los derechos de autor, del problema de la piratería (que es básicamente descargar de manera ilegal contenido protegido por derechos de autor -entiéndase patrimoniales) está dejando dudas de si lo que estoy citando o lo que estoy enlazando no será una violación de dichos derechos, y por tanto, podré ser sancionado.


Yo creo que ahí estaríamos hilando muy delgado. Ciertamente uno debe pedir permiso para publicar contenidos completos en el propio sitio o en el propio blog. No puedo, por ejemplo, publicar en mi blog un cuento de Begoña sin pedirle permiso a ella, porque estaría incurriendo en una falta de, al menos, piratería. Si además publico su cuento sin hacer referencia a su autoría, pues sería prácticamente un plagio. Igual sucedería con publicar en mis sitios los contenidos completos de artículos, libros, y otros contenidos en las mismas condiciones.


Sin embargo, toda la vida hemos sabido que podemos citar autores, siempre y cuando hagamos una referencia a la fuente, aún sin pedir permiso, en especial cuando insertamos la cita dentro de un artículo o un escrito propio que hace referencia a esa cita y habla en torno a ella. Tal como acabo de hacer con el comentario de Begoña. Si quiero citar las palabras de un autor publicado en un libro impreso, pues debo hacer referencia al título del libro, la página de donde tomé la cita, etc., exactamente igual a cuando hacíamos trabajos de investigación en el colegio y teníamos que citar nuestras fuentes bibliográficas y hacer notas de pie de página a cada cita directa. Pues en Internet la cosa es igual, solo que más fácil, porque podemos enlazar directamente hacia el sitio desde el cual tomamos la cita. No tenemos que pedir permiso para enlazar el sitio en esos casos. La rancia costumbre de la cita de autor nos permite compartir nuestros pensamientos en relación con los de los demás. Solo si quisiera reproducir un artículo completo tendría que solicitar ese permiso.


Por otro lado, Germán Hernández dijo lo siguiente: "En la antigüedad, la autoría de las cosas no era tan importante. De hecho, Muchas obras que se atribuyen a Pablo, Confucio, Platón, (por citar los más evidentes) eran escritas por sus seguidores y discípulos, incluso comunidades, mucho tiempo después, citarlos a ellos era citar al maestro, pero no necesaria (sic) el "maestro" era una persona concreta." Lo cual es cierto. Luego, él agrega: "Es más que conveniente dar crédito de los textos que se comparten, una hermosa retribución a quien ha provocado con sus ideas y opiniones la reflexión y empatía de otros y otras... Pero a la larga, la mayor retribución de un autor, es que otros y otras se apropien de su obra...


Pienso de la misma manera que Germán cuando habla de las bondades de compartir. Y cuando menciona la manera en que se obraba en la Antigüedad. Pero también pienso que ya no volveremos a esas épocas a menos que haya un cambio radical de filosofía y pensamiento que nos haga volver a ello. El hecho es simple. A lo largo de la historia la concepción del individuo como ente separado de su comunidad y como productor independiente de ideas fue evolucionando desde la célula anónima que hacía todo por la gloria de su pueblo y de su rey, que era quien se atribuía todas las magnificencias que se producían bajo su mandato, hasta la entronización del individuo como ser sujeto de derechos personalísimos e inalienables, cuya expresión más grandilocuente encontramos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789, pero que ya había empezado a gestarse en los primeros intentos por frenar los poderes del rey y que se desarrolló ampliamente en la filosofía ilustrada de los siglos XVII y XVIII europeos.


¿A qué me refiero con esto? A que los individuos dejaron de pensar que solo ciertos sujetos eran importantes: digamos el rey, el maestro, el líder espiritual, el tipo con espada; y comenzaron a creer que todos podían detentar los mismos derechos. Uno de los derechos que con más ferocidad se desarrolló durante el siglo que siguió y que sirvió de base a la revolución industrial y a la sociedad que hoy conocemos es el concepto de propiedad. Antes eras el administrador favorecido de las tierras de tu señor. Ahora eres el dueño de tu pedazo de tierra. De tu ganado. De tus herramientas. Del dinero que ganabas con tu comercio. Y por supuesto, de tus ideas.


La autoría individual surgió al lado de la propiedad física. La patente, la marca, y otros conceptos nacieron con la industria y la competencia feroz. El concepto del individuo se había formado y entronizado.

Por supuesto que seguimos siendo sociales, muy profundamente sociales. Y somos perfectamente capaces de contribuir con la sociedad de manera anónima. Podemos compartir y no querer recibir ningún reconocimiento individual a cambio. Podemos ser tan colectivos como los hombres de la Antigüedad y otorgar nuestros méritos a nuestro grupo.

Pero solo si nosotros lo queremos. Si lo permitimos. Si nuestra voluntad (individual, reforzada por la Ilustración y el pensamiento moderno) lo permite. Si nosotros no lo permitimos, somos víctimas de un crimen mal visto por esta sociedad tan compacta y a la vez, tan llena de individuos.

He ahí uno de los nudos de todo este asunto, al menos desde mi punto de vista. =)

5 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Agradezco estas aclaraciones tan instructivas sobre los derechos de autor en Internet. Porque si hay algo que me gusta es respetar la legalidad, y que todos seamos muy serios. Además de compartir, que creo que a todos nos enriquece, queramos ser retribuidos o no. Existen todo tipo de herramientas a disposición.

De tu post extraigo la siguiente reflexión: que si desde mi blog dijese, que leí un cuento de Laura Quijano, publicado en su blog; que me encantó. Y sin pedirle permiso a ella explícitamente, decidiese dejar un enlace que llevase directamente hasta el desde mi propio blog, para que más lectores puedan acceder a una página que quizá desconocen. No incurriría en delito, puesto que no me apropio del contenido, solo lo hago llegar más lejos dentro de este mundo virtual. En ningún momento el cuento de Laura saldría de su propio dominio.
¿Es tal que así, o lo entendí mal?

Germán Hernández dijo...

Yo, en lugar de individuos, prefiero referirme al sujeto histórico. Y es que eso somos, nuestro lenguaje, nuestras ideas, nuestras costumbres, nuestra cultura en general y circunstancias están en buena medida determinadas históricamente. Queda muy poco espacio o prácticamente nada para lo original y lo singular.

Entonces, ¿cómo se afirma y adquiere singularidad ese sujeto histórico al que me refiero? Se realiza a partir de su experiencia y vivencia propia, respecto de los determinantes que ya señalamos, eso sí le es propio e intransferible, todo lo demás es patrimonio de la humanidad.

Puedo hablar de mi experiencia sobre un libro, de una idea, de un hecho, pero nunca podré decir que son míos.

¿Qué escribimos? ¿De verdad nos creemos creadores? La lista de créditos que deberíamos adjuntar al pie de cada cosa que hacemos sería infinita...

Saludos!

Laura dijo...

Hola, Begoña: Sí, a eso me refería. De hecho, "Laura Quijano" estaría muy agradecida con semejante difusión de su trabajo ;)

Hola, Germán: Tu pensamiento es hermoso, aunque no conjuga con el mío. Gracias por tus comentarios. =)

Begoña Argallo dijo...

Todo esto me pareció tan interesante que le dediqué una entrada:

http://dasdelluvia.blogspot.com/2012/01/sobre-los-derechos-de-autor-en-internet.html

Espero que no te moleste.

Laura dijo...

Gracias por el enlace. =)