En estos meses he estado siguiendo una telenovela de vampiros. Sí, ya sé que suena trillado, y lo es, pues incluye el romance vampiro-humana tan de moda hoy en día (nunca es al revés: vampira-humano, porque las mujeres somos muy malas, por supuesto), amén de las truculencias características de la telenovela latinoamericana típica (sin lo cual no sería lo mismo, por cierto). Ambientada en el año 1880 supo salirse un poco del esquema urbano de las novelas y series televisivas tipo Crepúsculo o True Blood, pero en general puede decirse que es el mismo planteamiento esperable en la fantasía urbana/romance paranormal.
Ahora bien, no se crean que estaba disfrutando de un placer culpable sin más. En realidad, salvados los tópicos, la historia estaba muy bien planteada, los personajes bien diseñados, el desarrollo apasionante. En otras palabras, aunque se juegue con lo típico si se hace bien se puede obtener una buena historia. Y así fue hasta... bueno, hasta hace un mes, más o menos, cuando todo comenzó a trastabillar. Los personajes comenzaron a comportarse de manera ridícula, la historia se enredó en sí misma, los acontecimientos no fueron coherentes y ahora me encuentro siguiendo una historia que me irrita, con la cual siento que pierdo mi tiempo, pero a la que he dedicado tantos meses que también me molesta no saber cómo va a terminar, aunque mucho tema que lo haga de forma totalmente insatisfactoria.
¿Qué pasó?
Yo lo llamo con una palabra: inverosímil. Sí, la historia se desconectó de mí como espectadora, porque se volvió no-creíble. ¿Que es de vampiros, y por tanto irreal? ¡Báh! Eso es irrelevante. En todo texto narrativo, sea visual como en la TV o el cine, o sea literario, la suspensión de la incredulidad es uno de los elementos fundamentales para poder establecer la conexión lector/expectador - texto. Si no te crees la historia, no la sigues. Y punto. No hay giro ni justificación ni misterio.
Y es que este requisito de lo "verosímil" se aplica en todo trabajo ficticio, aunque sea basado en hechos reales. Es un prejuicio muy extendido de que los géneros fantásticos, como son fantásticos, pueden ser inverosímiles, porque al ser "irreales" es imposible que puedas "creer" lo que sus historias nos narran. Bueno, pues esto se llama confundir la realidad con la verosimilitud. La realidad es lo que te toca y lo que vives. Está en tu entorno, en los chismes del barrio, en las historias que cuenta la gente sobre sí misma en las oficinas o en los bares, en las tragedias grandes y pequeñas que se viven a diario en nuestras ciudades y campos. Puedes leer esa realidad en los diarios o escucharla en los noticieros, con sus variantes, pues habrán pasado por el filtro de los narradores (periodistas o locutores) que habrán interpretado los hechos reales que narran. Sin embargo, aún considerando que puede haber combinación de opiniones personales con hechos reales, estamos en contacto con realidad.
La verosimilitud, en cambio, es un pacto que se establece entre un lector y el texto ficticio que lee (o el espectador y la película o teleserie ficticia que ve). ¿En qué consiste en el pacto? Pues en la aceptación de parte del primero de que creerá la historia ficticia como si fuese cierta. Sabe que es ficticia. Sabe que no es real. Sabe que no existen esos personajes, que son producto de la imaginación del autor -aunque estén representando a personas reales-. Sabe que lo que dijeron o pensaron en realidad lo imaginó el autor. Sabe, pues, que no está frente a la realidad. Sin embargo, actuará, sentirá y pensará como si fuera real. En otras palabras, suspenderá su incredulidad natural y entrará en el mundo ficticio aceptando sus reglas del juego.
Pero este pacto no viene dado por el lector solamente. La historia tiene la responsabilidad de ratificarlo. Yo puedo, como lector, tener toda la intención de creerme la historia de una mujer que es asesinada por su marido en su lecho prendido en llamas. Pero si lo que estoy leyendo comienza a parecerme absurdo, incoherente y no me lo creo, lo siento, el pacto se habrá roto. El texto carga con la responsabilidad de ser convincente, de poder reforzar y justificar ese "pacto". Es decir, debe ser verosímil.
Una historia realista tiene la mitad del camino ganado. Como se maneja en ambientes reales, con personajes muy similares a los que encontramos todos los días en el autobús o en la oficina, el pacto de verosimilitud se da con más naturalidad y rapidez que en las historias fantásticas. Sin embargo, es sólo la mitad del camino. No puedes creerte que porque escribes una historia realista no tienes la obligación de seguir siendo verosímil: la coherencia y el desarrollo lógico de los acontecimientos deben acompañar a la primera impresión de verosimilitud.
Si esto es así con el género realista, con mayor razón se debe tener cuidado en el género fantástico. ¿Se creen que porque aparecen vampiros o dragones, o robots humanoidoes o alienígenas en una historia, aquel tiene la excusa de salvarse del pacto? Pues no. Alguien dijo en algún foro que la ciencia ficción, por ejemplo, carga con la enorme responsabilidad de ser verosímil, precisamente porque juega con la ciencia, una de las más ostensibles e imparciales realidades que nos rodean. En realidad, no creo que la ciencia ficción deba ser verosímil porque trabaje con especulaciones científicas. Pienso que debe ser verosímil porque construye narraciones ficticias que se basan en el pacto antes mencionado. Es decir, es literatura y como tal debe cumplir las mismas reglas que el realismo, la novela histórica y otros.
Pues bien, en ese mismo foro alguien dijo "Si la historia no es verosímil, ya no es ciencia ficción, es fantasía", contribuyendo a una de las falacias más absurdas que habré encontrado. Aún con mayor razón que el realismo, y precisamente porque no trabaja en ambientes similares a los reales, la fantasía debe ser verosímil. Debes poder creerte que ese mundo fantástico que te narran es real, que Gandalf vive y respira, que Frodo llevó el Anillo a Mordor y que el vampiro Lestat fue quien inició a Louis y no otro. Debes poder establecer el pacto, porque si no lo haces, no te lees el libro. Y lo mismo ocurre con el cine y la TV. Por más fantasía que sea, si no te crees el cuento no ves la serie. La obligación de verosimilitud pesa como una piedra inmensa sobre cada historia ficticia, fantástica o realista, que desfile frente a nuestros ojos, so pena de ser olvidada o denostada.
Y esa carga de responsabilidad la lleva el texto. Siempre.
¡Qué pena que el guionista y el director de mi telenovela de vampiros no hayan sido conscientes de su deber! Echaron a perder lo que hubiera sido una bonita historia por el ansia de aumentar los ratings y de introducir tantas escenas tremebundas sin ton ni son, que eliminaron la verosimilitud y cortaron mi pacto con la historia.
Una debacle total.
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