Recuerdo cuando decidí escribir novelas,
allá en los dorados tiempos de mi infancia. Tenía como 10 años cuando pasé de
dibujar “comics” y escribir diálogos en viñetas, a describir solo con palabras
y organizar las conversaciones entre los personajes por medio de guiones y
espacios. Pensaba que era muy fácil. Solo tenía que imitar el modelo de mis
novelas favoritas y rellenar con mis propios contenidos dicho esquema. Y dado
que mi afición por las novelas de Enid Blyton (pese a su misoginia) me marcaba
entonces, mis primeras novelas trataron sobre un hipotético internado ubicado
en Inglaterra (cómo no) y sobre una protagonista muy inteligente llamada (ejem)
Laura. ¿El título de la serie? (porque,
por supuesto, ¡tenía que ser una serie!): Colegiales.
Nada original, lo sé, pero a mí me parecía el non plus ultra de lo fino.
Luego, mi interés por lo
fantástico comenzó a dominar mis lecturas y, por ende, mis aficiones
escriturales. Demás está decir que la serie Colegiales
vio la luz en dos tomos y nunca más prosiguió. Se me hacía lento y aburrido y
preferí inclinarme por historias fantásticas. Fue así como comencé El Cristal Azul, larga historia sobre un
mundo imaginario donde una protagonista, que vivía disfrazada de hombre (por
muchas y extrañas razones) debía recuperar una valiosa joya por el bien de su
pueblo. Escribí en muchos cuadernos (¡escribía en cuadernos y más cuadernos!) y
nunca la terminé. Luego, la perdí, tristemente. Sin embargo, queda en mi
corazón.
En todo ese tiempo, jamás me planteé
enviar mi material a publicar. Ni por asomo se me ocurrió que yo pudiera ser escritora profesional. Mi
vida se enfocaba en el colegio, mis aficiones adolescentes y mi escritura-terapia,
que era lo que más calmaba mi corazón y me producía felicidad. Y cuando mi
interés varió un poco de la fantasía hacia la ciencia ficción (influida por mis
lecturas de Isaac Asimov y otros autores de la Edad de Oro), tampoco me
interesó el tema editorial. Así, cuando llegué a los 19 o 20 años y escribí una
novela corta llamada Una sombra en el hielo, ésta quedó engavetada. No podía concebir que yo, esta muchacha que
estudiaba Derecho y llevaba materias de Filología Española, pudiera llevar un
libro a las estanterías de una librería.
Hasta que llegó un concurso: el
Premio Joven Creación de la Editorial Costa Rica. Y a mi esposo (ya estaba
casada para cuando cumplí los 24 años) se le ocurrió que podía enviar Una sombra en el hielo a concursar. Lo
hice. Y ganó. Y creí, honestamente creí, que comenzaba mi vida de escritora de verdad.
¡Qué de ilusiones se forja una
con la idea de una publicación, de un tiraje, de una ronda de promoción, de
entrevistas en la televisión! ¡Cuán poco me faltaba, según mi escaso
entendimiento, para llenar una vitrina con mis libros! La ilusión hecha Laura.
Y luego… el desencanto. El libro fue publicado, se vendió en librerías, pasó,
se fue… Y yo volví a mis rutinas, sin ninguna idea de cómo despegar de mi pequeño
mundo.
No creo que los escritores de hoy,
los que ya se han topado de frente con la locura de Internet, con las
publicaciones de Amazon, con las plataformas digitales, con las redes sociales
y todo este mundo demencial en el que nos vemos envueltos, se hayan puesto a
pensar en lo difícil que era antes poder publicar y darse a notar si no estabas
acompañado de una agencia o una editorial dinámica. Muchos se quejan de que ya
no se puede uno encerrar a escribir y dejar el marketing a la editorial, que hay que salir a las plataformas
digitales y anunciar uno mismo lo que escribe: no son conscientes, me parece,
de que nunca pudo uno hacer eso y esperar a que el mundo se enterase de tu
existencia. Nunca. Una sombra en el hielo
fue publicada por una editorial grande de mi país y tuvo la promoción usual de
aquel entonces. Pero nada más ocurrió, porque nada más podía hacer yo si no
tenía la guía de alguien como un agente literario o el poder económico de la
prensa. ¿Y qué sabía yo al respecto? Nada. Ahora tampoco se trata de que sepa
mucho, pero las opciones que se abren ante uno son mucho más amplias, más
variadas y más numerosas. Hay
opciones. ¿No se trata entonces de aprovecharlas?
Sin embargo, durante unos
once años, entre Una sombra en el hielo y “El precio de la eternidad”, no hice nada al respecto. Solo escribía en mis ratos
libres, solo para mí, tal como lo hacía en mis tiempos juveniles, sin
prospectos de terminar ninguna de las novelas o cuentos que habré comenzado en
esa época. Pero después de “El precio de la eternidad”, mi actitud cambió,
porque me di cuenta de que el mundo había cambiado.
Así llegaron muchos de mis relatos, como "Por siempre otro" y "Sueño profundo", que aparecieron en Internet; y luego aquellos que compartieron espacio en publicaciones de otros autores (¡es toda una experiencia compartir antología con otros como uno!), como "Flor del crepúsculo", "Objeto no Identificado" o (el más reciente) "Asistencia doméstica". Escribir relatos ha representado un ejercicio inestimable que me ha mantenido en contacto con mi lado más profesional de la escritura y, a la vez, con la posibilidad de la publicación.
Pero también llegaron las novelas. Tras casi 20 años de haber publicado Una sombra en el hielo, vino Señora del tiempo, que pudo, ¡para mi alegría!, llenar las vitrinas de una librería. ¡Las vitrinas! El sueño dorado de mi infancia vuelto realidad, una realidad que no llegó porque me quedé sentada esperando que otros se hicieran cargo de anunciar la aparición de la novela. Y lo mismo me está sucediendo ahora, cuando Estrella Oscura y Crónica de un Viaje: Magia apenas han iniciado su larga travesía en Amazon...
No todos tenemos la posibilidad
de mantener grandes campañas de promoción ni de contar con agentes literarios.
De hecho, esos son los menos. Pero sí podemos acceder a este mundo
interconectado y proseguir el sueño de escribir y publicar aquello que inunda
nuestro corazón, con la posibilidad real de llegar a muchos, más allá de
nuestras fronteras, que querrán compartir ese sueño con nosotros. =)
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