2 de marzo de 2015

Realismos, verosimilitudes y ficciones

Las modas vienen y van, algunas veces regresan intactas, otras se renuevan y disfrazan un poco para reinstalarse; y hay de las que parecen aferradas contra viento y marea. Y siempre se comportan de la misma manera: si uno se viste de cierta forma y parece impactar a los demás, todos los otros se van corriendo a imitarlo, sea que su elección resulte un auténtico acierto, sea que les luzca bien a ellos o no, sea que valga la pena el cambio. Por eso es moda, por lo superficial.

¿Creen que estoy hablando de vestidos y zapatos? Pues, poco importaría, porque en materia de libros, el comportamiento humano es muy similar, yo diría que igual. Si lo que está de moda son las historias con vampiros luminosos, hacemos, publicamos, vendemos y leemos historias con vampiros luminosos. Si lo que está de moda son poesías compuestas por palabras repetidas durante seis versos consecutivos, hacemos, publicamos, vendemos y leemos poesías compuestas por palabras repetidas durante seis versos consecutivos. Si lo que está de moda son microcuentos de tres líneas con final sorprendente y un lenguaje bizarro, pues… ahí continúa. El punto es que en literatura, tanto como en el vestido, como en técnicas médicas alternativas, como en políticas públicas de impacto, la moda sigue dictando su imperio. Y tal parece que quien no se ajuste a ella, es visto como el “raro”.

En los últimos tiempos, por ejemplo, más que las novelas de vampiros luminosos, he notado que la moda imperante, la Gran Tendencia, es la búsqueda desesperada y minuciosa del “realismo”: toda historia que se precie de ser “buena” debe ser “realista”, porque si no es “realista”, es una basura mercadológica destinada a ser consumida con rapidez y olvidada con más velocidad aún, y que no merece el apelativo de “literatura”. Realismo, realismo, realismo: debe imperar la “fidelidad” a la “realidad”.

De esta manera, las historias que causan mayor impacto en nuestros días suelen ser las que están “basadas en hechos de la vida real”, las biográficas, las históricas y, por supuesto, las dramáticas de la vida contemporánea. Pero, ojo, eso no significa que la literatura fantástica esté en retirada: ¡ni pensarlo! Lo que ocurre es que a la literatura fantástica también se le exige realismo. Así como se oye: la historia podrá contener hidras de muchas cabezas, magos poderosos y hechizos de sangre, pero debe ser “realista”, porque si no lo es, no se acepta como “buena”: no se sigue, no se recomienda, no se lee.

Lo que nos deja en una gran laguna de preguntas, de las cuales, la principal es: ¿qué estamos entendiendo por “realismo”?

Tengo la impresión de que “realismo” es para todos sus más afanados defensores, escritores o lectores, todo aquello que huela mal. Si cuento una historia “realista” esta debe contener sangre, sudor y lágrimas, en gran abundancia y despliegue. Debe haber personajes retorcidos y crueles, grandes traiciones y sufrimiento a granel, y por supuesto, jamás pensar en un final que no sea amargo, o al menos, agridulce (sea lo que esto signifique). Así, si la historia está “basada” en “hechos reales”, debe ser una historia amarga o trágica, o por lo menos muy triste, de algún enfermo terminal, de un soldado mutilado o algo por el estilo, porque contar una historia de una familia feliz, aunque esté basada en hechos reales, no sería “realista”. Igual sucede con las novelas históricas, que suelen abordar períodos del pasado cargados de dramas… Claro que en este rubro es mucho fácil hallar épocas históricas repletas de sangre y sufrimiento, pues el ser humano ha sido muy generoso a la hora de llevar tragedia a sus congéneres, todo hay que decirlo.

En cuanto a los dramas contemporáneos, naturalmente impera el sufrimiento, la muerte y la desgracia. La novela negra, por ejemplo, no sería lo que es si su detective principal o su investigador, no fuera un tipo sufridísimo y acomplejado cargado de demonios y otras variantes del sujeto “complejo”. Y aquellas novelas que sin ser negras abordan dramas políticos o sociales, con denuncias incluidas, también se precian de escarbar en lo más podrido del drama humano, con el afán de ser “realistas”. Y, ¿qué se puede decir de la literatura fantástica? Lo mismo: la sangre, la depravación, la crueldad y la traición deben imponerse en la historia, so pena de ser juzgada de “fantasiosa” (¿???).

Vamos a ver. ¿Es realista suponer que el “realismo” solo compete a la parte más podrida de la realidad? ¿De verdad es creíble que vivimos en este mundo en medio de sangre, corrupción y muerte? Ni siquiera en los países donde la situación política es realmente grave, donde impera la falta de gobierno y de comida, donde hay vandalismo y asesinatos a diario, ni siquiera ahí dejamos de encontrar muestras de solidaridad, apoyo y confianza, ni siquiera ahí se desvanece un juego infantil ocasional, una lucha que vale la pena resaltar, un triunfo de la vida sobre la muerte. ¡Ni que decir tiene de todos los demás, donde la vida diaria es difícil, pero no imposible! Por favor, la realidad es mucho más variada, multicolor y polifacética que la podredumbre insistente de los “realismos” de moda.

Un sujeto “complejo” no necesita cargar con demonios para ser complejo. Un ser humano normal, sin traumas infantiles ni tragedias familiares, es lo suficientemente complejo en sí mismo como para ser protagonista de una historia interesante. El arte del escritor sería pode mostrar esa complejidad sin recurrir a los clichés “realistas” de moda. (Sí, lo siento, ya son clichés: todo el mundo los usa).

Esto, por cuanto el arte del escritor no estriba en su capacidad para mostrar escenarios o personajes “realistas”, sino verosímiles: o sea, historias que nos permitan a los lectores creer en ellas.

Seamos, ahora sí, realistas. Ninguna historia, por muy sangrienta o podrida que esté, es fiel a la realidad, como pretende esta moda que ya va durando demasiado. Nada puede “calcar” la realidad, porque ésta es tan inmensa que no puede ser abarcada por ningún ojo. Puede ser representada en partes, con ayuda de la imaginación y la sensibilidad de un escritor, pero necesariamente, el resultado será tan solo un mundo ficticio que querrá representar no la realidad tal como es, sino la realidad tal como la ve el escritor y como la imagina auténtica o posible.

Toda historia es ficción, toda, sin excepción. La misión del escritor es convencer al lector de que esa ficción puede ser sentida como auténtica, como creíble, de que puede imaginar que entra en ella y la vive. O sea, convencer al lector de que firme un pacto, en el que el lector acepta que está leyendo una ficción como si fuera real.

Esto significa que no es necesario incluir siempre sangre, sudor y lágrimas. De hecho, la hiperabundancia de estos elementos está tornando las historias actuales en calcos unas de las otras, en clichés repetidos hasta la saciedad que terminarán por aburrir a todo el mundo. No incluirlos se convertirá entonces en un desafío: en una auténtica transgresión a una moda persistente que inunda toda la literatura actual.

Al menos, hasta que aparezca la siguiente moda, claro. ;)

4 comentarios:

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Hola. Creo que mi novela "Regalo de Reyes" es justo un contraejemplo de todo eso que criticas en la literatura actual (crítica que comparto plenamente).
Un saludo

Laura dijo...

Hola, Jesús. =) Gracias por pasarte. (Y qué bien por tu novela, agradezco esos ejemplos).

Begoña Argallo dijo...

Creo que aquí depende del lector más que del editor o el escritor. Cada persona tiene sus preferencias sujetas a muchas cosas. A mí me gustan las historias reales, podría citarte bastantes libros o películas basados en hechos reales que son un pilar importante en mi vida. Historias que otros dejaron de leer por la dureza de lo que contaban y que para mí significaron lecciones impagables.
Creo que ahí está el riesgo del escritor, escribir lo que quiere escribir, y del editor, que debe elegir qué libro publica y cual no. Por eso errores y aciertos son tan difíciles de pronosticar en ocasiones y consiguen que el oficio de escribir y publicar siga siendo tan especial. En mi opinión depende del público.
Interesante entrada, por cierto ;)

Laura dijo...

Hola, Begoña: Por supuesto que los lectores tienen sus preferencias, y cada quien decide qué le gusta y qué no, faltaba más. Sin embargo, yo no hablaba desde el punto de vista del lector, pues al fin y al cabo, los lectores leen lo que los escritores escriben y los editores publican. Yo hablaba desde el punto de vista del escritor, que se ve *forzado* a escribir sus historias siempre de la misma manera y con la misma tónica, como si tuviera que ser "realista". Si un escritor quiere escribir una historia basada en hechos reales, adelante. Lo que yo digo es que hoy en día parece ser una obligación, como si esa fuera la única vía para escribir historias. De hecho, no hay que olvidar que los hechos reales son solo la base: la historia que se cuenta es creación del escritor, esto es, es ficticia. Dos escritores podrían escribir dos historias basadas en los mismos hechos reales y crear textos muy distintos entre sí, con niveles de impacto totalmente opuestos. Y creo que eso es parte de la magia literaria.
No creo que la escritura dependa del público exactamente. PIenso que más bien depende del autor y de la tónica que quiera darle. La recepción de su obra dependerá, ahí sí, del público, de si su propuesta "conectó" con él o no. Y eso solo el tiempo puede decirlo.
Gracias por pasarte por aquí y por charlar conmigo. =)