El otro día, Anika Lillo (la simpática dama que dirige Anika entre libros) indicó un interesante enlace de la revista Muy Interesante que se llamaba "Los felices leen, los infelices ven la televisión". Muy a propósito, puesto que el pasado sábado 23 se celebraba en el mundo hispano el Día del Libro, nunca lo suficientemente alabado ni promocionado, pero tan importante que es para nuestras vidas.
Yo, que soy lectora casi compulsiva desde mi niñez, me dije que para mí era obvio, pero de todas maneras quise averiguar de qué iba el artículo y resultó ser una interesante nota sobre un estudio sociológico realizado en la Universidad de Maryland sobre los hábitos de lectura y su relación con la sensación de felicidad de la gente. El estudio determinó que quienes se sienten mejor con sus vidas, "felices" en términos razonables, dedican un 20% más de su tiempo a la lectura que aquellos que se sienten infelices, sea porque están muy estresados o se sienten muy vacíos. Al parecer, la TV aporta una satisfacción barata y fácil que "llena" los vacíos de la persona pero sólo a corto plazo, mientras que la lectura (y de paso también la socialización) logra aportar una satisfacción más compleja pero más duradera.
La nota no se extiende más, pero en seguida estuve de acuerdo con los resultados, no tanto porque "supongo" que es verdad, sino porque lo he observado en el humilde círculo de mis amistades y familiares cercanos. Casi siempre los más estresados, los que más se quejan, que incluso terminan buscando ayuda de psicólogos o sacerdotes son quienes más abusan (ya no usan) de la TV, mientras que aquellos más tranquilos suelen dedicar muchas horas a la socialización o a la lectura o a ambas.
Después pensé qué pasaba con los niños. El estudio se hizo sobre adultos, pero supuse que sería importante aplicar alguna regla sobre los niños. Después de todo, los hábitos más fuertes se originan en la infancia y son los que más cuesta erradicar una vez somos adultos. Sin ir más lejos, mis hábitos de lectura se iniciaron cuando aprendí a leer, hacia los cinco años, y hoy en día es una costumbre que guía la mayor parte de mis actividades e intereses.
La nota, sin embargo, no ahondaba en ese último tema y la dejé. Más tarde tuve ocasión de comprobarla por mi cuenta, de manera accidental. Mi hijo de 9 años había estado durante todo el día bien en la computadora, bien mirando la TV, bien jugando con uno de sus juegos de video. En algún momento, esta persistente actividad "electrónica" lo llevó a sentirse muy irritado cuando su padre le dijo que no habría más turnos extra de computadora ese día (mis tres hijos se turnan la computadora de ellos en horarios ya preestablecidos. A veces, se les concede un turno adicional al regular). Como se molestó, comenzó a quejarse y el asunto degeneró en una reprimenda paterna y la amenaza de ser enviado a la cama más temprano de lo habitual. Mi hijo se sentó pues en medio del dormitorio con un puchero y mirando al techo, muy molesto. Fue entonces cuando me le acerqué y le pedí que escogiera un libro. Como aclaración debo indicar que he tenido largas charlas con mis hijos sobre la importancia de la lectura y todo ese blah, blah que muchas veces niños y adolescentes parecen aceptar pero luego "olvidan" más rápido de lo que tarda uno en decirlo.
Él me miró algo fastidiado, pero insistí. "Demasiadas pantallas por el día de hoy", le dije. Así que debía escoger un libro. "Cualquiera", aclaré, "Puede ser de cuentos, una novela, de poemas, informativo o incluso el diccionario". (Nótese el nivel de mi desesperación). Cuando escuchó lo del diccionario se rió. Luego agregué que era preciso que él dedicara a la lectura al menos la mitad del tiempo que le dedica a la computadora. ¡Y mira que cada turno es de dos horas! Entonces, él asintió, se levantó y tomó el libro de Narnia que según él había estado leyendo el año pasado pero que nunca había terminado. Le indiqué entonces que no podría abordarlo en el punto en el que lo había dejado (dudaba seriamente que lo hubiera leído de verdad) y él me aclaró que no pensaba hacerlo. Que iba a empezar por el principio.
He de reconocer que lo hizo. Se sentó a leer a conciencia, incluso me hizo preguntas sobre el vocabulario, y supo contestarme sin dudar por cuál parte del libro iba cuando se lo pregunté (yo leí ese libro. Lo conozco bien y es una ventaja). Cuando tenía una hora de estar leyendo y él había completado unos tres capítulos (con una pausa para tomar el café de la tarde), le dije que podía jugar.
Una hora de lectura y el rostro de mi niño había cambiado por completo. Ya no estaba irritado ni molesto ni fastidiado. Era otra vez el niño con ganas de jugar de siempre, simpático y sin quejas. Un niño pacificado. ¿No resultó ser, después de todo, una estupenda terapia? =) Así que, ya saben. La próxima vez que se sientan muy estresados, muy molestos con su vida porque las cosas no resultan como las querían, o cuando se sientan de ánimo caído, busquen un buen libro, el que ustedes prefieran y con la actitud de disfrutar de un rato de paz, lean. Se sentirán mucho mejor al cabo de su lectura. Garantizado.
3 comentarios:
Coincido totalmente contigo. Tengo dos hijos de 14 y a estas alturas, esas negociaciones son mas arduas, pero a los 9 años yo también lo he puesto en práctica y he visto los resultados.
A nivel neurológico se está estudiando que la lectura, el mero hecho de leer, estimula una serie de centros del cerebro que estimula la producción de serotonina y de endorfinas.
A ver si es cierto y dentro de poco en vez de ansiolíticos y antidepresivos los médicos y psiquiatras empiezan a recetar libros contra la depresión, el estres, y demás males que nos aquejan e esta civilización moderna
Hola, Shilar =)
Pues sí, sería estupendo que los libros sustituyeran a los fármacos, aunque por como está la cosa suena como de CF ;)...
También tengo un hijo de 14 años y con él las negociaciones son más arduas, pero hasta el momento he salido más o menos victoriosa. Ya veremos, después de algunos años, si lo habré logrado ;) ¡Saludos!
Sólo podría decir que... no podría estar más de acuerdo ;-)
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