18 de mayo de 2009

"Mis intenciones con este libro son..."

¡Qué común es esa frasecita! Al parecer, todos los libros de narrativa literaria (sean novelas o colecciones de cuentos o relatos), que se publican hoy en día "pretenden" algo: analizar, desmenuzar, explicar la realidad a través de la ficción. Hacer labor de psicología social, o de sociología, o incluso de análisis psiquiátrico si se quiere. Es muy común leer en la reseña que presenta una nueva novela oraciones como estas: "Este libro pretende analizar la conducta de la sociedad X", "esta novela es una radiografía de las relaciones entre padres e hijos", "esta obra se adentra en un análisis descarnado de la sociedad del siglo...", etc., etc., etc. Ayer, por ejemplo, en una reseña de ese tipo, leí que un autor presentaba su nueva novela, con la que "pretendía alcanzar la filosofía al común de la gente".

Ya nadie cuenta historias. Todo el mundo analiza, desmenuza, estudia, hace uso de rayos X, escanea, diagnostica. Los autores de narrativa son médicos y psiquiatras investigadores, reporteros políticos o sociales, hasta presentadores de noticias. De todo, menos narradores.

¿Qué pasó con aquel impulso creador del que lleva una historia por dentro que busca darle salida? ¿Qué pasó con el arte de crear belleza con la palabra mientras se narraba una historia fascinante o especial? ¿Qué pasó con los narradores? ¿Se extinguieron todos? Es extraño, porque se publican más novelas y cuentos que nunca en la historia de la humanidad, pero parece que ahora ya no son narraciones de historias que merecen contarse porque encierran algo especial, sino que son crudos análisis psicológicos o filosóficos de nuestra sociedad, sea la del pasado, la del presente o -últimamente- la del futuro. Cada palabra que un autor coloca en un párrafo debe ser analizada, sopesada, comparada, diagnosticada. Está puesta ahí porque significa algo más allá de la historia misma. Y así hay que leer la novela o el relato de hoy.

Dicen que alguna vez Miguel de Unamuno dio vuelta a un texto propio, subrayó palabras al azar, y luego dejó que los intelectuales lo analizaran. Nadie sabía de su travesura, por tanto, "encontraron" significados y simbologías en cada palabra subrayada que asombraron al propio Unamuno. Y la única razón por la que las había subrayado era por pasar el rato y tomarles el pelo a los que deseaban encontrar algo más allá de lo contado.

¿Qué pasaría con los reseñistas de hoy si les dijéramos que ninguna novela pretende nada más que contar una historia? Que no hay denuncia, ni análisis, ni diagnóstico, ni nada de eso. Puedo suponerlo: la descartarían como "literatura de puro entretenimiento", en otras palabras, de segunda categoría. ¡Porque -dirán- es preciso realizar un diagnóstico cuasi médico de algo para ser parte de la gran literatura! Por mi parte, no estoy tan segura de que cada "diagnóstico" literario sea automáticamente gran literatura. Entre lo bueno, habrá lo mediocre, lo que repetitivo, lo imitador, y por supuesto, lo cliché. Habrá también lo grandioso, claro está, pero no tanto porque sepa "diagnosticar" o "analizar" sino porque sabrá ser literatura, con todo lo que implica.

Por mi parte, la próxima vez que me siente frente al teclado para escribir, veré si puedo narrar una historia... y nada más.

2 comentarios:

J.E. Alamo dijo...

Estoy contigo, cuando me siento a escribir, lo hago para contar una historia no para sentar cátedra de tipo alguno.
Un saludo

Laura dijo...

Hola, J.E.
Pues lo dijiste mejor que yo: "sentar cátedra", exactamente ese es el mal sentimiento que me causa ese tipo de reseña y/o de escritores...
Pues estamos en lo mismo :) ¡contando historias!
¡Saludos!